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HAY UN HOMBRE sentado en el sofá, camiseta negra y
pantalón de chándal, una pierna flexionada sobre la
otra. La mano izquierda cruza el torso para hundirse
en un bol de palomitas, compartido con la mujer que
se sienta a su lado; la mano derecha sostiene en
alto el mando a distancia. Las pupilas ensartadas
por el fulgor catódico del televisor permanecen
fijas en un punto vago, más allá de la pantalla,
indiferentes al rápido discurrir de las imágenes,
que cada vez le parecen más un bucle de tarjetas de
un test de Rorschach, ajenas por completo a cuanto
sea seguir el hilo de la película. Se incorpora un
momento para acercarse la mesa y coger el vaso de
Coca Cola. Es un movimiento fácil, prácticamente
automático; se hace sin pensar, todos los días, a
todas horas, en cualquier sitio. Estirar el cuello,
adelantar la columna, extender el brazo. Eso es
todo. Sin embargo, cuando este hombre inicia el
proceso, a mitad de camino un latigazo muscular lo
detiene durante 0’36 segundos en una postura
idéntica a la del primer modelo que Rodin bosquejara
para esculpir El pensador. Prevenida por la onda
leve de una epifanía estética, la mujer consigue
hacerle una foto con el móvil en el momento exacto.
Gira el teléfono y la ve. Le arranca una sonrisa.
Decide guardarla en memoria. El archivo pesa menos
de un mega y, transferido al disco duro del
portátil, es renombrado como tiron_casa.jpg. Al día
siguiente aparece ya establecido como fondo de
escritorio, moteado de iconos multiformes: puertas
que principian recorridos virtuales (y circulares)
que desembocan insistentemente en el mismo mar de
píxeles, como un núcleo nietzscheano al que toda la
información quiere retornar. |
El hombre estudia la imagen. Matices borrosos por la
resolución deficiente de la cámara se muestran ahora
vívidos, definidos al detalle; una luz desconocida
resalta la curvatura de los volúmenes, perfila los
contornos con un bisturí hiperrealista, afilado y
preciso, que destapa nuevas calidades. Lentamente se
obsesiona con su perfección expansiva. Dedica varias
semanas a aprender hasta el rasgo más
insignificante, a consignar en un catálogo privado
cada oscuridad, cada claridad, cada arruga en la
ropa, el último cabello desprendido. Cuando la
imagen se le acaba, comprende en seguida que solo
queda una opción: repetirla. Gasta todo un mes
reproduciendo minuciosamente el escenario que
muestra el ordenador. Recoloca los cojines sobre el
sofá, ayudándose a veces de una cinta métrica para
asegurarse de que respeta las proporciones
originales. Vacía litros de refresco buscando la
medida concreta de aquel vaso genuino. Ensaya frente
al espejo una expresión que se empecina en huir de
su rostro, rescatando en ocasiones gestos
insuficientes. Una mañana anuncia a la mujer que ha
dejado el trabajo, que necesita más tiempo para su
proyecto (así lo llama), que ya le falta muy poco.
Apenas duerme. Prueba una media de ciento sesenta
combinaciones a diario, pero los remedos solo
penetran la membrana más externa de la imitación,
que es la semejanza. Se desazona. Como cualquier ser
humano, al final, conoce su límite y renuncia.
Acepta la inutilidad de sus esfuerzos; se redime.
Pone orden en su vida; recupera el empleo y se
reconcilia con su mujer. |
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Acepta la inutilidad de sus esfuerzos; se redime. Pone orden en su vida; recupera el empleo y se reconcilia con su mujer. |
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Una noche ambos vuelven a ver aquella película a la
que entonces no prestó atención. Le invade una
oleada de pánico al descubrir que su retina, y
controlando a su retina el cerebro, se niega a
procesar un guion que persiste en presentarse como
una sucesión anodina de escenas difusas, inconexas,
desprovistas de sentido, y prefiere perderse en
algún pensamiento ligero y cándido, distrayéndose.
Advierte que a su lado, entre los dos, hay un bol
lleno de palomitas que se lleva a la boca con la
mano izquierda; con la derecha sujeta el mando a
distancia. Lleva puesto el pantalón de chándal y la
camiseta negra; una pierna cruzada sobre el muslo de
la otra. Una gota de sudor frío le va ardiendo
espalda abajo; todo confluye hacia un instante único
y doble. De pronto, cuando se inclina y siente otra
vez el calambre, se da cuenta de que en la mesa no
suda ningún cristal. No hay vaso de Coca Cola. De
alguna forma entiende que se ha salvado, que
ha abortado el desastre. Suspira de alivio. |
Pasan los años y el hombre convive con un terror
íntimo y constante a desaparecer. Reiterar por
accidente una situación exclusiva, un nudo de los
cordones, una caricia, una pasada del peine, un
acorde de la guitarra, una temperatura del café, un
bigote, y desvanecerse en la intolerable
duplicación. Hace añicos los espejos que tan buen
servicio le hicieron en el pasado, por miedo a
mirarse en ellos y copiar una mueca. Convierte en
una compulsión la compra de camisetas y pantalones,
de tejido y color dispares, con la idea de
multiplicar así el total de conjuntos de atuendo
posibles. Teme acostarse con su mujer y reconocer
inesperadamente un gemido, una sonrisa, un parpadeo.
Pide el divorcio; lo obtiene sin demasiadas
lágrimas. Repara en que también teme despertarse
solo y encontrar las gafas en el mismo ángulo que
ayer, o que hace un lustro, sobre la cómoda. Evita
las rutinas, los circuitos; no tardan en despedirle
y embargarle. Deambula por los rincones de la ciudad
acosado por la sospecha su doppelgänger, sin
detenerse, sin darse oportunidad para el recuerdo,
para la imagen. La imagen (cree) aprisiona a la
mente en una costumbre, en un afán violento por
tender al arquetipo. No cabe otra manera de existir
(cree) que forzar cada segundo una postura distinta,
dibujar sombras cambiantes, complicando el argumento
del mundo y agotando las fórmulas hasta que otra
foto se convierte en el centro de la vida.
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Álvaro Martí Martín
(Málaga, 1987). Licenciado
en Ciencias de la
Comunicación, rama
Periodismo, por la
Universidad de Málaga.
Admirador de la obra de
Borges, Lovecraft y Samarago,
es autor de varios relatos
cortos y narraciones de
índole surrealista. Ha
publicado en revistas como
La Bolsa de Pipas y
Narrativas. Es
responsable del blog «El
panal sin Límite»,
donde se puede encontrar una
muestra de su producción
literaria.
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 1. Página 4. Año XVIII. II Época. Número 102.
Enero-Marzo 2019. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2019 Álvaro Martí Martín.
© La imagen incluida en esta publicación se usa exclusivamente como ilustración del texto, y los derechos de autor pertenecen en exclusiva a su(s) creador(es).
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