—PERDONA POR EL retraso.
Victoria apoyó las manos en sus rodillas e intentaba
recuperar el aliento mientras jadeaba sin parar.
—No te preocupes. Todavía queda un poco para que
salga el avión —Carolina le lanzó una triste
sonrisa, y continuó—. Me alegro de que hayas podido
venir.
Las dos chicas se dirigieron una mirada
inconsciente, mientras intentaban averiguar cuál
podía ser la mejor frase para romper el corto
silencio.
—Seguro que disfrutarás en Londres. Ya has estado
otras veces y has vuelto encantada.
— Sí. Pero esta mudanza supone alejarme de todo lo
que quiero.
—Pero, bueno, aunque te vayas a vivir allí, nos
veremos, ¿no?
Carolina asintió, pero sabía perfectamente que la
distancia era grande. Demasiada para poder verla
todos los días como hasta ahora. Y, ni siquiera,
realizar esas eternas llamadas que hacía con su
mejor amiga.
—Te voy a echar de menos —dijo Carolina, por fin.
—Y yo. Muchísimo.
Victoria dejó la bolsa que llevaba en el suelo y
rodeó a su amiga con los brazos.
Cuando se separaron, ambas tenían lágrimas en los
ojos.
—No quiero decir adiós —lloriqueó Victoria.
—No lo hagas. Dime «hola», como cuando éramos
pequeñas. Decías que no te gustaba decir «adiós»,
porque para ti suponía el fin de algo. Y no querías
que nada acabara. Te gustaba seguir disfrutando de
todo. Y por eso sustituiste esa palabra por una que
indicaba un principio.
Ambas soltaron una rápida carcajada.
Carolina se giró y alcanzó a ver a su madre
haciéndole señales.
—Me tengo que ir. Mi madre se impacienta.
Intercambiaron otro abrazo.
—«Hola» entonces, aunque sea una nueva vida para ti.
—«Hola», a una nueva experiencia en mi vida, que no
borra nada de lo vivido anteriormente. Eso no
ocurrirá nunca.
—Por cierto, toma —Victoria le entregó la bolsa.
—¿Puedo verlo? —preguntó Carolina, comida por la
curiosidad.
—Ahora, no. Quiero que lo veas luego.
—Gracias —le dedicó su mayor sonrisa y salió
corriendo en dirección a sus padres.
Victoria se alejó lentamente, sin volver la vista
atrás, con las mejillas inundadas en lágrimas.
* * *
El avión comenzó a despegar en medio de un enorme
ruido.
Carolina tenía encima de sus piernas el regalo de
Victoria. Sacó de la bolsa una carta, en la que
Victoria le describía cuánto la iba a echar de
menos. Después, pasaba a evocarle anécdotas que
había pasado juntas. Como es normal, anécdotas
agridulces: unas le hicieron soltar carcajadas, pero
otras no pudieron evitar que varias lágrimas
rondaran por sus mejillas. |