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CORRÍAN LOS AÑOS ochenta. Los sindicatos
luchaban por las reivindicaciones
laborales y echaban el pulso a las
grandes multinacionales, que se negaban
a ceder derechos en favor de los
trabajadores.
Eran tiempos de revueltas obreras,
huelgas, persecuciones policiales y
manifestaciones laborales, a la hora de
negociar los convenios.
Los sindicatos mayoritarios, Comisiones
Obreras y Unión General de Trabajadores,
eran fuertes en sus manifestaciones y
demandas salariales, y esto daba lugar a
conflictos de todo tipo en las empresas.
Entre los propios compañeros se daban
todo tipo de comportamientos, desde el
que, a la vista de una huelga, cancelaba
un viaje programado para hacer la
huelga, como fue mi caso en una ocasión
cuando prestaba mis servicios en la
Academia de Formación, hasta los de
otros compañeros que, no teniendo
previsto ningún viaje, se lo programaban
para eludir la huelga y así no ver
menguada su nómina ese mes por los días
no trabajados.
Los empresarios, ante la resistencia de
los trabajadores, optaban, en primer
lugar, por el soborno a los
representantes de los trabajadores con
promociones incontroladas y asignadas a
su libre albedrío. |
Saltándose las reglas de concurso-oposición
existentes en las grandes empresas, como la del
Metal, a la que yo pertenecía, así como de todo tipo
de artimañas y tropelías, para doblegar su voluntad
en favor del empresario.
Tengo que decir que, dentro de los comités de
empresa, había de todo. Desde el clásico trepa,
sobornable, hasta el honrado trabajador, que luchaba
y daba la cara por sus compañeros, y que en muchos
casos se la partían, y luego no se sentía apoyado
por los compañeros suyos a los que defendió.
Yo he trabajado toda mi vida laboral en la misma
empresa (44 años), una multinacional alemana de
élite. He tenido la suerte de formar parte, durante
todo ese tiempo, de unos departamentos integrados
por gente muy bien preparada. Y los últimos veinte
años, hasta la jubilación, en Marketing
Comunicación.
En el caso al que quiero referirme se estaba
negociando el convenio, y nos hallábamos todos
reunidos en asamblea, tratando todos los puntos
incluidos en el mismo.
De repente, el presidente del comité tomó la
palabra: “Compañeros, la empresa ha tenido la
gentileza de regalarnos este año a cada uno un jamón
de los buenos. Hemos estado debatiendo en el comité
sobre el particular y hemos decidido que lo mejor es
hacer una donación, un regalo, a alguna institución
benéfica aún por determinar…”. |
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Compañeros, la empresa ha tenido la
gentileza de regalarnos este año a cada
uno un jamón de los buenos. Hemos estado
debatiendo en el comité sobre el
particular y hemos decidido que lo mejor
es hacer una donación, un regalo, a
alguna institución benéfica aún por
determinar…”. |
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Yo escuchaba y no salía de mi asombro. ¿Cómo era
posible que ellos decidieran por su cuenta el
destino del jamón? Éramos casi cuatrocientos
empleados, o sea que estamos hablando de
cuatrocientos jamones, y tantos jamones dan mucho de
sí… y muchas oportunidades de mangoneo, de escamoteo
de todos o de parte, amén de regalos a familiares y
otras distracciones… Que ya llovía sobre mojado con
aquel comité.
Esperé un tiempo, prudentemente, y en vista de que
nadie decía nada, levanté el brazo y pedí la palabra
para decir que no contaran con mi jamón, que lo
quería para mí, y que el destino del mismo, en todo
caso, lo decidiría yo.
Parece que todos estábamos esperando lo mismo, que
alguien levantara el brazo para mostrar su
desacuerdo con que su jamón se perdiera quién sabe
por dónde.
La inmensa mayoría mostró su disconformidad. Se votó
y salió que cada jamón, a su casa, y se acabó lo que
se daba.
Yo recibí mi jamón, un jamonazo, por cierto. Más
bien parecía el de un becerro que el de un cerdo,
por su tamaño. Ahora solo faltaba que fuera bueno. |
Guardé el jamón en el maletero del coche, y a casa.
Cando llegué a casa con el jamón, me dije: “¿...Y
dónde lo guardo? Ya está...”. Me fui a la tienda y
compré un jamonero y un cuchillo al efecto. Ahora
estaba todo en regla.
Coloco el jamón en la cocina, en un sitio
preferente, y lo miro desde mi sillón como quien
mira un Picasso, un triunfo. ¡Y se lo querían
distraer los del comité, qué jetas!
Pero lo que más me irritaba del caso era que el
comité decidiera por mí en algo que era mío, cuando
ni siquiera estaba seguro de que el dichoso jamón se
lo fueran a comer los que más lo necesitaban.
Agarro el cuchillo jamonero y me dispongo a
estrenarlo con una buena cata. El resultado es un
jamón excelente, y me regalo con un par de lajas.
Pero no paraba yo de darle vueltas al asunto del
jamón y de su destino final. No acababa yo de estar
muy satisfecho con lo que había hecho al negarme a
donarlo, y esa actitud mía me reconcomía un poco mis
adentros, a pesar de no estar seguro de las
intenciones de los miembros del comité.
Era la víspera de Nochebuena. Me levanto por la
mañana, y desayunando, me le quedo mirando,
pensativo, y, al fin, me digo: “Se va a poner
duro”. |
Agarro el jamón, lo meto en el maletero
del coche y me voy a dar unas vueltas
por los alrededores. Me acuerdo entonces
de la iglesia de Conde Peñalver, donde
siempre hay un hombre en la puerta
pidiendo limosna.
Efectivamente, allí estaba. Me apeo del
coche y me dirijo hacia él.
Me fijo en su cara. Era un hombre de
semblante serio y ojos tristes, y le
pregunto: “¿Qué pasa, amigo; hace frío,
eh? Cómo se está dando la mañana?
Me mira con una cierta amargura, y me
dice: “Tengo tres hijos pequeños y mi
mujer enferma, y no tengo más remedio
que estar aquí hasta por la tarde a ver
si saco algo para estos días".
Regreso al coche, cojo el jamón, todavía
envuelto en su saco, y me voy hasta el
hombre, el cual, al entregárselo como
regalo, se pone de pie de un brinco,
dándome las gracias, y me dijo: “Por hoy
y unos días más, no me va usted a ver
por aquí.” Y se fue.
Pasa un tiempo. Y un día, en la calle
del General Pardiñas, a la puerta de las
oficinas del INEM, por donde estoy
pasando, hay una cola enorme esperando
su tumo.
Me fijo en una persona de las que
esperan, y de inmediato la reconozco. Se
trata de la misma persona que estaba
pidiendo años atrás a la puerta de la
iglesia. |
Lo miro bien para asegurarme, y,
efectivamente, es él. No cabe la menor
duda.
Me da alegría recordarlo. Me dirijo a él
discretamente y le digo: “¿Se acuerda
usted de hace unos años a las puertas de
la iglesia de Conde Peñalver, cuando
alguien le regaló un jamón?
Me mira de soslayo, con la mirada
esquiva, y con cara de mucho enfado, y
me dice “Está usted confundido, yo nunca
he estado ahí, y menos, pidiendo”. ¿Pero
qué se ha creído? Déjeme en paz.
Yo no salía de mi asombro. No me
esperaba esa reacción cuasi agresiva e
injusta.
Estoy seguro de que era él. Lo reconocí
enseguida. Él mismo se había delatado
cuando esquivó la mirada. ¡Dichoso
jamón...! ¡Y maldito orgullo...!
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* Una selección de su libro Relatos breves y
otras reflexiones, Madrid, 2016. |
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Enrique Arjona Compaña
(Cuevas de San Marcos, Málaga,
1949) se describe a sí mismo
como una persona sencilla y
afable, de carácter abierto y
extrovertido. Autodidacta de
formación, su trayectoria
laboral, que abarca desde 1964
hasta 2007, se ha desarrollado
en la misma empresa, una
multinacional, de élite, donde
ha prestado sus servicios en
sectores como administración,
contabilidad, escuela de
formación y marketing
comunicación. Está divorciado y
tiene dos hijas. Reside en
Madrid desde 1962, año en que
emigró con su familia de su
pueblo natal. Una vez jubilado,
ha descubierto en la narrativa
breve una vía de escape que le
está permitiendo dar rienda
suelta a esa exuberante
imaginación liberadora que pocas
veces se alcanza.
Sobrehumanamente fecundo, en
poco menos de dos años ha dado a
la estampa más de una decena de
libros, de distinto género y
temática diversa, en todos los
cuales,
sin embargo, se recrea a sus
anchas ese espíritu de niño que
tantas veces correteó por unas
huertas nutridas por la fuente
vivificadora del Genil, que, a
juicio de quien redacta estas
líneas, no ha llegado a
abandonar nunca.
Libros de nostalgias vivenciales
y de recuerdos sentidos, entre
sus títulos figuran Relatos
cortos, narraciones y otras
reflexiones, colección de
narraciones cortas variadas
(2016); Incesto mortal,
novela (2016); Una vida
vivida. (Novela cuasi histórica),
novela (2016), Relatos breves
(2016), Relatos breves y
otras reflexiones (2016),
Recuerdos familiares. (Relatos
breves y otras reflexiones)
(2016), La cámara de la
verduga. (Ella y su sótano),
novela, (2016); ¿Solo se vive
una vez...? (Relatos y verso
libre) (2017); El verso
libre, relatos y otras
reflexiones, compilación de
poemas, narraciones y
pensamientos (2017), Mi padre y su guerra. (Novela cuasi histórica) (2017) y
La Susa (2019), recientemente aparecida. |
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 1. Página 1. Año XVIII. II Época. Número 102.
Enero-Marzo 2019. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2019
Enrique Arjona Compaña. © La imagen se usa exclusivamente como ilustración del relato, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es).
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2019 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga). | |
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