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TODAVÍA ME RÍO cuando me acuerdo de
él y de sus andanzas. Y hace ya,
por lo menos, veinte años que se
jubiló, pero la verdad es que este
hombre hizo historia en la empresa.
Canito había sido albañil en sus
inicios, pero debido a que era un
manitas trabajando, según decía
él, le habían ofrecido un puesto
privilegiado en la empresa, como
encargado de mantenimiento en
servicios generales, cargo del que
él hacía ostentación siempre que
podía.
En los descansos que teníamos en la
escuela, donde yo trabajaba en
aquella época, nos sentábamos todos
los compañeros en algún aula vacía,
y Canito nos contaba historias y
hacía de las suyas.
Emulaba al director de la escuela,
que, dicho sea de paso, lo tenía a
maltraer, pues conociéndole, siempre
andaba detrás de él, asignándole
trabajos, en muchas ocasiones
innecesarios, por el simple hecho de
tenerlo ocupado.
Tan pronto lo ponía a barrer el
taller como a repintar las rayas de
los aparcamientos de los vehículos.
Él decía, sobre todo cuando el otro
no estaba presente, que el director
le tenía mucha inquina porque le
tenía envidia, por vivir mejor que
él y hacer lo que le daba la gana.
Canito se vengaba del director
siempre que podía, y la verdad es
que se las apañaba bien para
hacerlo, y nunca lo pillaba.
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Tan
pronto lo ponía a barrer el taller como
a repintar las rayas de los
aparcamientos de los vehículos. |
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En una ocasión, estaba pintando las rayas de los
aparcamientos, y el otro, merodeando alrededor. En
un momento dado, el director se volvió de espaldas y
Canito le apuntó con la brocha y, con la otra mano,
le dio unos golpecitos a la brocha como cuando se
quiere salpicar la pared, imitando el gotelé.
Le puso el traje de lunares. Nosotros, que los
observábamos a distancia, no sabíamos dónde metemos
de la risa. Y el director, todo el día con el traje
a lunares, y sin enterarse.
Otra vez, me convenció para ir de pesca con él y su
hijo al río Henares. Le dije que sí porque, aunque
la pesca no me gustaba mucho —yo era más bien
aficionado a la caza—, sí que pensé que pasaríamos
un buen rato de campo.
De entrada, cuando vinieron a buscarme, llevaban ya
dos cajas de cerveza y varias botellas de vino en el
coche, pero yo no veía comida por ningún sitio, a
pesar de que me dijo que él se encargaría de todo.
Pasamos por varios pueblos y en todos parábamos en
el bar. Ellos tomaban café y carajillo, y yo, café.
No estaba yo acostumbrado a beber alcohol a esas
horas de la mañana... ni tampoco tantos cafés.
Yo iba pensando ya en qué estado llegaríamos al río.
Bueno, pues al pasar por un pueblo, había gallinas
por la calle, y el hijo le preguntó al padre:
Páapa, les echo el sedal? Y el padre le
respondió: Échaselo, hijo.
El sedal, bien equipado de varios anzuelos y cebo,
enseguida hizo efecto. Y con tal acierto, que una
gallina vio el gusano del anzuelo y picó. Se armó
tal escandalera, que salieron varios vecinos del
pueblo a ver qué pasaba.
El lumbreras del hijo subió la ventanilla del coche
a toda prisa, y salimos de naja. No quiero
imaginarme qué nos hubiera pasado si llegan a
echarnos mano.
Otro día nos contó que había estado pescando en un
río, a unos kilómetros de la presa, con el agua
cortada, donde siempre quedan algunas charcas.
Estaba muy tranquilo disfrutando de su pesca cuando,
de pronto, oyó un fuerte murmullo, como un ruido
sordo, pero no le hizo mucho caso y siguió con lo
suyo.
Habían soltado el agua de la presa y no le dio
tiempo a salir del río. El agua lo arrastró río
abajo unos metros, con mucha suerte para él, pues la
corriente lo despidió hasta la orilla y tuvo la
fortuna de agarrarse a unos tarajes y poder salir
del aprieto sin un rasguño.
Esta otra anécdota no puedo dejar de contarla, por
la gracia que tiene, dentro del drama que pudo
haberle pasado.
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Otro día nos contó que había estado
pescando en un río, a unos kilómetros de
la presa, con el agua cortada, donde
siempre quedan algunas charcas. |
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Estaba Canito haciendo un trabajo en el taller
de Ramón de la Cruz, de Madrid. Del suceso
dieron fe varios compañeros que estaban por allí
cuando sucedió.
Estaba subido a caballo, de cara a la pared,
sobre una viga que pretendía cortar con un
serrucho. Pero se había situado de tal manera
que la parte que estaba cortando era la que le
sostenía, y pasó como en los dibujos animados.
Antes de darse cuenta de lo que estaba haciendo,
la viga se resquebrajó con el peso del cuerpo, y
cayó al vacío.
Luego nos dijo que estando en el aire, se
percató de que iba a caer de cabeza, imprimió a
su cuerpo un giro de vuelta a fin de posibilitar
una caída de pie, cosa que logró al fin. Se
rompió los dos tobillos, pero, gracias a su
pericia, la cosa no fue peor.
Este era Canito. Todo un personaje. Una persona
que nos hizo pasar muy buenos ratos en el
trabajo y al que todos le tuvimos un especial
afecto.
Canito fue protagonista de muchas más historias:
unas graciosas, otras curiosas y muchas propias
de un sainete, pero no quiero ser cansino...
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Extracto de su libro
Relatos
breves y otras reflexiones,
Madrid, 2016. |
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Enrique Arjona Compaña
(Cuevas de San Marcos, Málaga,
1949) se describe a sí mismo
como una persona sencilla y
afable, de carácter abierto y
extrovertido. Autodidacta de
formación, su trayectoria
laboral, que abarca desde 1964
hasta 2007, se ha desarrollado
en la misma empresa, una
multinacional, de élite, donde
ha prestado sus servicios en
sectores como administración,
contabilidad, escuela de
formación y marketing
comunicación. Está divorciado y
tiene dos hijas. Reside en
Madrid desde 1962, año en que
emigró con su familia de su
pueblo natal. Una vez jubilado,
ha descubierto en la narrativa
breve una vía de escape que le
está permitiendo dar rienda
suelta a esa exuberante
imaginación liberadora que pocas
veces se alcanza.
Sobrehumanamente fecundo, en
poco menos de dos años ha dado a
la estampa más de una decena de
libros, de distinto género y
temática diversa, en todos los
cuales,
sin embargo, se recrea a sus
anchas ese espíritu de niño que
tantas veces correteó por unas
huertas nutridas por la fuente
vivificadora del Genil, que, a
juicio de quien redacta estas
líneas, no ha llegado a
abandonar nunca.
Libros de nostalgias vivenciales
y de recuerdos sentidos, entre
sus títulos figuran Relatos
cortos, narraciones y otras
reflexiones, colección de
narraciones cortas variadas
(2016); Incesto mortal,
novela (2016); Una vida
vivida. (Novela cuasi histórica),
novela (2016), Relatos breves
(2016), Relatos breves y
otras reflexiones (2016),
Recuerdos familiares. (Relatos
breves y otras reflexiones)
(2016), La cámara de la
verduga. (Ella y su sótano),
novela, (2016); ¿Solo se vive
una vez...? (Relatos y verso
libre) (2017); El verso
libre, relatos y otras
reflexiones, compilación de
poemas, narraciones y
pensamientos (2017), Mi
padre y su guerra. (Novela cuasi
histórica) (2017) y La Susa (2019), recientemente aparecida. |
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral de Cultura.
Edición no venal. Sección 1. Página 1. Año XIX. II Época. Número 106
EXTRA.
Enero-Marzo 2020. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2020 Enrique Arjona Compaña.
© Las imágenes se usan exclusivamente como ilustraciones, y los derechos pertenecen a su(s) creador(es).
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010.
© 2002-2020 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación.
Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana,
Calle Castillón, 3, Ático G. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).
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