NUNCA ANTES HABÍA ocurrido
un caso parecido. Nadie
recordaba en el lugar, desde
lo más remoto, algo similar
a lo largo de su mucha
experiencia, con las faenas
de la huerta.
Las sandías se pudrían antes
de llegar a madurar, sin una
causa conocida. Y lo curioso
del caso es que solo pasaba
con las sandías. No afectaba
a las demás hortalizas, como
melones, pepinos, calabazas…
Así debatían los allí
reunidos a la sombra del
nogal, después de dar cuenta
de un buen gazpacho hecho en
un dornillo de madera, a la
vieja usanza. Con su tomate
y su pepino, y sus migajones
de pan, nadando por cima,
entre el aceite del bueno. Y
cucharón y paso atrás.
Yo estaba por allí
merodeando, al tanto de lo
que allí se cocía.
De cuando en cuando, pasaba
la vista por los que más me
interesaban, que eran mis
tíos, tratando de enterarme
de lo que pasaba por sus
cabezas. Siempre con
disimulo, claro.
Uno opinaba que bien pudiera
ser por el agua, que las
habían regado demasiado y se
han podrido. Otro decía lo
contrario, que se habían
secado por la falta de agua.
Pero otros, con más acierto,
afirmaban que, si fuese por
falta o por exceso de agua,
se habría secado o podrido
todo, sin excepción.
A mí no me gustaba el cariz
—desfavorable, al menos para
mí— que estaba tomando el
asunto, y me distancié
prudentemente un poco del
grupo. Anduve dando vueltas
por los alrededores,
entretenido con el tirador,
y volví al cabo de un rato.
Las sandías se pudrían antes
de llegar a madurar, sin una causa
conocida. Y lo curioso del caso es que
solo pasaba con las sandías.
Cuando volví, los allí congregados
habían cambiado de tema, y ahora
hablaban de la cacería. Que en el soto,
por las tardes, al lado de los álamos
blancos, se dejaban caer, desde hacía
una temporada, unas bandadas de palomas
zuritas, que debían venir de La Cabrera.
Esto de las palomas a mi tío Enrique le
interesaba mucho, porque él era un buen
aficionado y muy buen cazador. No me
extrañó, pues, que interviniese
enseguida en la conversación diciendo
que él ya las había visto en más de una
ocasión.
Y yo sé que más de una, y más de dos,
habían ido ya a parar a la cazuela,
abatidas con la escopeta del calibre 20
mm, que mi tío Enrique tenía para los
zorzales. Yo lo sabía porque solía ir
con él por las tardes a recechar
palomas* en los álamos blancos.
También cacé yo alguna paloma de esas
con las trampas, poniéndoles maíz como
cebo, y la trampa, anclada al suelo con
una estaquilla.
De improviso, uno de los contertulios
rompe el curso que había tomado la
charla y retoma el caso de las sandías.
¡Erre que erre! Aquello, a mí, me estaba
resultando ya un poco cansino.
Mi tío Enrique estaba pensativo y
callaba. Me di cuenta de que me miró un
momento. Yo aparté la vista y me levanté
con la idea de quitarme de en medio.
Esto de las palomas a mi tío Enrique le
interesaba mucho, porque él era un buen
aficionado y muy buen cazador.
Sin mediar una palabra con nadie, se fue
en dirección a la “hortaliza”, que así
se le llamaba a la parte donde estaba
esta, en lugar de huerta.
¡Me había descubierto! Estaba seguro…
Tenía que ser él. ¡Me cachis en la
mar!... Vaya lío en que me había metido.
Pasado un rato, me dijo que le
acompañara a traernos un melón para la
cena. Yo le seguía a distancia.
Cuando llegamos, se fue directamente a
la primera sandía que estaba podrida, y
le dio la vuelta. Confirmó su sospecha.
Tenía marcado un cuadradito muy bien
hecho.
Cogió la segunda sandía y también estaba
igual. Y la otra, y todas las que
estaban con un tamaño suficiente como
para estar maduras. Les fue dando la
vuelta... Todas estaban caladas...
Me volví ligerillo de vuelta a casa en
busca de mi abuela Carmen, por lo que
pudiera pasar...
Mi tío Enrique... ¡me había calado...
con la cala...!
*
NOTA del EDITOR
La caza a rececho es una modalidad de
caza que consiste en la búsqueda de un
animal para darle caza, efectuando luego
un acercamiento sigiloso a la misma para
matarlo. Se practica a pie e interviene,
habitualmente, un único cazador. Resulta
fundamental el conocimiento del terreno,
las querencias de los animales, su
abundancia y localización. Una vez
localizado el animal, se realiza la
aproximación con el viento en contra,
para evitar ser detectado. El lance se
concluye con el disparo cuando se está a
una distancia adecuada de tiro.
Extracto de su libro
Relatos
breves y otras reflexiones,
Edición del Autor, Madrid, 2016; pp. 50-52.
Enrique Arjona Compaña
(Cuevas de San Marcos, Málaga,
1949) se describe a sí mismo
como una persona sencilla y
afable, de carácter abierto y
extrovertido. Autodidacta de
formación, su trayectoria
laboral, que abarca desde 1964
hasta 2007, se ha desarrollado
en la misma empresa, una
multinacional, de élite, donde
ha prestado sus servicios en
sectores como administración,
contabilidad, escuela de
formación y marketing
comunicación. Está divorciado y
tiene dos hijas. Reside en
Madrid desde 1962, año en que
emigró con su familia de su
pueblo natal. Una vez jubilado,
ha descubierto en la narrativa
breve una vía de escape que le
está permitiendo dar rienda
suelta a esa exuberante
imaginación liberadora que pocas
veces se alcanza.
Sobrehumanamente fecundo, en
poco menos de dos años ha dado a
la estampa más de una decena de
libros, de distinto género y
temática diversa, en todos los
cuales,
sin embargo, se recrea a sus
anchas ese espíritu de niño que
tantas veces correteó por unas
huertas nutridas por la fuente
vivificadora del Genil, que, a
juicio de quien redacta estas
líneas, no ha llegado a
abandonar nunca.
Libros de nostalgias vivenciales
y de recuerdos sentidos, entre
sus títulos figuran Relatos
cortos, narraciones y otras
reflexiones, colección de
narraciones cortas variadas
(2016); Incesto mortal,
novela (2016); Una vida
vivida. (Novela cuasi histórica),
novela (2016), Relatos breves
(2016), Relatos breves y
otras reflexiones (2016),
Recuerdos familiares. (Relatos
breves y otras reflexiones)
(2016), La cámara de la
verduga. (Ella y su sótano),
novela, (2016); ¿Solo se vive
una vez...? (Relatos y verso
libre) (2017); El verso
libre, relatos y otras
reflexiones, compilación de
poemas, narraciones y
pensamientos (2017), Mi
padre y su guerra. (Novela cuasi
histórica) (2017) y La Susa (2019), recientemente aparecida.