CORRÍA EL VERANO de dos mil
diecinueve, y yo estaba
tomando el sol en la terraza
cuando oí sonar el teléfono,
y, como ya me lo esperaba,
al contestar, escuché la voz
de mi hermana que me
preguntaba por la hora de
quedar para tomar algo.
Era sábado, un sábado
cualquiera de un verano
cualquiera, más cerca que
lejos de esta maldita
pandemia que nos está
castigando y, a muchos,
sacando de la circulación, o
sea, exterminando, haciendo
desaparecer.
Como ya se había convertido
en costumbre, cada vez que
yo viajaba desde Madrid al
Arroyo de la Miel me propuso
quedar a la puerta de la
iglesia; así, mientras ella
esperaba sentada en un
banco, Paco, su marido,
seguiría con el coche para
dejarlo en el parking del
Tívoli, muy próximo a la
iglesia.
Calculé media hora
aproximadamente, y, a partir
de ahí, me dispuse a
dirigirme, caminando
tranquilamente, al lugar
donde había quedado con
María Teresa.
A medida que me iba
acercando a la puerta de la
iglesia, y ya desde la
estación del tren de
cercanías, podía verla a lo
lejos descansando en el
banco, dándose aire con su
abanico, tratando de aliviar
el calor sofocante de esa
hora del mediodía de aquel
verano caluroso y ardiente.
En el momento en que ella se
apercibió de mi presencia,
se levantó rápidamente del
banco, con esa sonrisa suya
tan característica, cariñosa
y sincera.
Habían pasado varios meses
desde la última vez que nos
viéramos y, como era
costumbre, después de los
besos y abrazos, ella me
decía, como siempre, aunque
no fuera verdad, que me veía
estupendamente.
Paco llegó a los pocos
minutos; después de
saludarnos, acordamos ir a
tomarnos unos tercios de
cerveza al Calamar, bar
cercano adonde nos
encontrábamos, y muy
frecuentado por los tres, y
por toda la familia, cada
vez que nos juntábamos todos
los hermanos.
—Que no se te olvide el
aperitivo —le dijo Paco a la
camarera, que ya le conocía
de otras veces.
Mi hermana, quitándole
hierro al comentario del
marido —como siempre—,
intervino con voluntad
mediadora:
—Niña, tú no le hagas caso,
ya sabes cómo es...
Siempre limando asperezas:
así era ella y ese era su
lema en todo, ya fuera
dentro o fuera de la casa,
en familia o fuera de ella.
Aquel día cayeron no uno
sino dos tercios, y después
de los reproches de mi
hermana, que siempre acaba
echándonos la bronca, Paco y
yo nos decidimos por un buen
tinto de reserva.
Y no fue uno, sino dos. Y
para acabar la faena, nos
fuimos a la Taberna del
Torero.
Me dejaron a la puerta de
casa, y cuando me bajé del
coche e inicié la entrada,
comencé a preocuparme por mi
hermana. Nos habíamos puesto
a tono, y Paco iba igual de
cargado que yo… o más, pero…
¡él tenía que conducir!
Sí, un año y pico ha pasado
desde aquel día, María
Teresa, y hoy, recordándote,
me estoy dando cuenta de…
…¡Cómo me dueles, hermana!
* *
*
A MODO DE EPÍLOGO*
«Puedes llorar porque se ha
ido, o puedes
sonreír porque ha vivido.
Puedes cerrar los ojos
y rezar para que vuelva o
puedes abrirlos y ver todo
lo que ha
dejado;
tu corazón puede estar vacío
porque no lo puedes ver,
o puede estar lleno del amor
que compartisteis.
Puedes llorar, cerrar tu
mente, sentir el
vacío y dar la espalda,
o puedes hacer lo que a ella
le gustaría:
sonreír, abrir los ojos,
amar y seguir.»
David HARKINS, “Recuérdame”, 1990(?)
*NOTA
del EDITOR
Más que un
cuento, la
narración con
que Enrique
aparece en este
número es el
testimonio
personal de una
dolorosa vivencia, de esa vivencia
que
solo
sufren en lo más
recóndito de su
alma las
personas que
quieren
entrañablemente
a otra y la
pierden de forma
inesperada. Este
año que está a
punto de
dejarnos,
Enrique ha
perdido a María
Teresa..., ha
perdido para
siempre a su muy
querida hermana.
Conscientes de
su dolor, los
que estamos
dedicados a la
edición de la
revista hemos
querido
solidarizarnos
en el dolor con nuestro
compañero de
tarea, cerrando
este homenaje
póstumo con el poema que recitó la reina
Isabel II en los
funerales de su
madre fallecida
el 30 de marzo
de 2002.
La
soberana
británica leyó
una poesía
breve, austera y
sencilla, sin
artificio
grandilocuente
pero
tremendamente
sincera, que
llevaba años
circulando por
la redes
sociales,
compartida de
forma anónima
por los miles de usuarios
cuando querían
dar muestra de
su dolor por la
muerte de una
persona querida.
Su autor, como
luego se supo,
era David Harkins, un
joven de
Cumbria, al
norte de
Inglaterra,
profano en el
mundo de las
letras, cuya
timidez le
impedía invitar
a salir a la
chica de la que
estaba enamorado
y que optó por
componerle unos
versos. Lo que
hace el
destino..., o el
azar, o... un
poema de amor
frustrado
trocado en todo
un himno
funerario.
Enrique
Arjona Compaña, el autor, y María
Teresa, su hermana.
Enrique Arjona Compaña
(Cuevas de San Marcos, Málaga,
1949) se describe a sí mismo
como una persona sencilla y
afable, de carácter abierto y
extrovertido. Autodidacta de
formación, su trayectoria
laboral, que abarca desde 1964
hasta 2007, se ha desarrollado
en la misma empresa, una
multinacional, de élite, donde
ha prestado sus servicios en
sectores como administración,
contabilidad, escuela de
formación y marketing
comunicación. Está divorciado y
tiene dos hijas. Reside en
Madrid desde 1962, año en que
emigró con su familia de su
pueblo natal. Una vez jubilado,
ha descubierto en la narrativa
breve una vía de escape que le
está permitiendo dar rienda
suelta a esa exuberante
imaginación liberadora que pocas
veces se alcanza.
Sobrehumanamente fecundo, en
poco menos de dos años ha dado a
la estampa más de una decena de
libros, de distinto género y
temática diversa, en todos los
cuales,
sin embargo, se recrea a sus
anchas ese espíritu de niño que
tantas veces correteó por unas
huertas nutridas por la fuente
vivificadora del Genil, que, a
juicio de quien redacta estas
líneas, no ha llegado a
abandonar nunca.
Libros de nostalgias vivenciales
y de recuerdos sentidos, entre
sus títulos figuran Relatos
cortos, narraciones y otras
reflexiones, colección de
narraciones cortas variadas
(2016); Incesto mortal,
novela (2016); Una vida
vivida. (Novela cuasi histórica),
novela (2016), Relatos breves
(2016), Relatos breves y
otras reflexiones (2016),
Recuerdos familiares. (Relatos
breves y otras reflexiones)
(2016), La cámara de la
verduga. (Ella y su sótano),
novela, (2016); ¿Solo se vive
una vez...? (Relatos y verso
libre) (2017); El verso
libre, relatos y otras
reflexiones, compilación de
poemas, narraciones y
pensamientos (2017), Mi
padre y su guerra. (Novela cuasi
histórica) (2017) y La Susa (2019), recientemente aparecida.