TODOS LOS DOMINGOS había que
ir a la misa de las once.
Cuando te escaqueabas, al
llegar a la casa te
preguntaban cómo iba vestido
el cura ese día: si iba de
verde, de amarillo, o de qué
sé yo. La cosa es que
siempre te pillaban.
Me acuerdo de un sábado por
la tarde, que nos mandaron
ir a la iglesia a
confesarnos. Todos salíamos
de la iglesia muy
compungidos y con cara de
circunstancias.
El cura cuidaba de avisarnos
de que, hasta el día
siguiente, que comulgáramos,
no podíamos decir ningún
pecado. Pero casi siempre,
nada más bajar los escalones
de la iglesia, algunos
teníamos que reanudar la
confesión y decirle al cura
que habíamos cometido tal o
cual pecado.
El cura, que creo recordar
que por aquella época era
todavía don Enrique, nos
mandaba rezar un
padrenuestro y una avemaría,
o diez, dependiendo de la
gravedad con que él juzgase
el pecado.
Algunas veces, volvíamos
incluso tres o cuatro veces,
hasta que don Enrique, harto
de tanta mojigatería, nos
mandaba a todos a hacer
gárgaras, y no precisamente
con agua bendita. Supongo
que hubo de sospechar en
alguna ocasión de la poca
seriedad de nuestros
escrúpulos morales.
A mí, aquello de la iglesia
y las misas, la verdad es
que no me gustaba mucho.
Allí, todo el mundo había de
guardar la debida
compostura, tener cara seria
y guardar silencio. Solo el
cura hablaba… Allí, en lo
más alto de presbiterio o
subido en el pulpito, donde
se prodigaba a su placer
amonestándonos por lo más
insignificante a todos los
allí asistentes.
Pues yo, lo que digo es que
no creo que todos cuantos
asistíamos a misa fuésemos
tan demonios como decía don
Enrique. Ángeles, tampoco,
pero… Para mí que, si había
alguno o alguna que había
cometido alguna falta seria
o muy grave, pues que lo
llamara aparte, y se lo
dijera. Eso es lo que
pensaba yo.
«Mira, Fulanito
—acostumbraba a decirte
entre consejo y
advertencia—, esa práctica
tuya debes evitarla. Hacer
eso está muy feo, y, si
continúas haciéndolo, puedes
quedarte ciego o la médula
se te puede secar». Y ya
está. Te mandaba tu
penitencia, y tú te ibas tan
tranquilo.
Pero aquello de que había
que ser más buenos y
bondadosos, y de que algunos
estaban haciendo y diciendo
cosas por ahí que no estaban
bien, pues vale. No se debe
hacer, nos advertía, pero
como tampoco señalaba a
nadie en concreto, pues
claro, cualquiera se podía
dar por aludido.
Lo que yo digo: si sabe algo
de alguien que ha hecho algo
malo, pues que se lo diga a
él, pero que no nos señale a
todos. Porque entre esos
todos estaban también mis
abuelos, y mis padres, que
nunca se metían con nadie.
Mis amigos y yo entrábamos
al recinto por el acceso de
la izquierda y nos
colocábamos, agazapados,
detrás de la puerta de
entrada, y allí hacíamos de
las nuestras.
Vista parcial del interior de la iglesia
parroquial de Cuevas de San Marcos.
Inconfundible y entrañable. ¡Cuántos
recuerdos me evoca este recinto!
Nos apoyábamos contra la
puerta con fuerza, de tal
manera, que quien iba a
entrar no podía hacerlo. El
de fuera empujaba y
empujaba... Nosotros
sujetábamos con fuerza la
puerta para que no se
abriera.
Mientras, golpes en la
puerta, que se entreabría y
volvía a cerrarse, los
siseos de los asistentes
mirando hacia atrás… ruido,
objetivo logrado.
De pronto, nos apartábamos
de la puerta de improviso, y
esta, por efecto de la
presión, se abría con
fuerza, y el que empujaba
desde fuera se estampaba
contra la pared.
Recuerdo que algunas veces
me llevaban a misa la
Rosario del Laureano
(de la Cabrillana) y sus
amigas, que vivía enfrente
de mis abuelos Enrique y
Carmen, en Carrucho, y yo le
decía:
—¿Rosario, los santos comen?
—No —me contestaba ella con
más paciencia que una
santa—. ¿Por qué lo
preguntas?
—Como siempre les ponen ahí
esa mesa tan grande, con
esos manteles blancos tan
grandes, pues creía que era
porque, luego, cuando nos
vayamos todos, iban a comer
mucha gente.
Y aquella buena mujer se
reía de mis ocurrencias:
—Desde luego, ¡qué cosas
tiene este Enriquillo!...
Grupo escolar de don Juan Garrido,
a finales de los años 50. Las escuelas
de entonces eran unitarias y en ellas
los sexos estaban segregados. Las niñas
que aparecen en la foto estarían
preparando su ingreso en el Bachillerato
o lo estaban estudiando ya en clases
particulares que el maestro impartía
después del horario lectivo. En la última
fila, el tercero empezando por la
derecha, compungido y con cara de
circunstancias, Enrique, autor
del relato y protagonista de la historia.
Extracto de su libro Relatos breves y otras reflexiones, Ed. del Autor, Madrid, 2016; pp. 156-158.
Enrique Arjona Compaña
(Cuevas de San Marcos, Málaga,
1949) se describe a sí mismo
como una persona sencilla y
afable, de carácter abierto y
extrovertido. Autodidacta de
formación, su trayectoria
laboral, que abarca desde 1964
hasta 2007, se ha desarrollado
en la misma empresa, una
multinacional, de élite, donde
ha prestado sus servicios en
sectores como administración,
contabilidad, escuela de
formación y marketing
comunicación. Está divorciado y
tiene dos hijas. Reside en
Madrid desde 1962, año en que
emigró con su familia de su
pueblo natal. Una vez jubilado,
ha descubierto en la narrativa
breve una vía de escape que le
está permitiendo dar rienda
suelta a esa exuberante
imaginación liberadora que pocas
veces se alcanza.
Sobrehumanamente fecundo, en
poco menos de dos años ha dado a
la estampa más de una decena de
libros, de distinto género y
temática diversa, en todos los
cuales,
sin embargo, se recrea a sus
anchas ese espíritu de niño que
tantas veces correteó por unas
huertas nutridas por la fuente
vivificadora del Genil, que, a
juicio de quien redacta estas
líneas, no ha llegado a
abandonar nunca.
Libros de nostalgias vivenciales
y de recuerdos sentidos, entre
sus títulos figuran Relatos
cortos, narraciones y otras
reflexiones, colección de
narraciones cortas variadas
(2016); Incesto mortal,
novela (2016); Una vida
vivida. (Novela cuasi histórica),
novela (2016), Relatos breves
(2016), Relatos breves y
otras reflexiones (2016),
Recuerdos familiares. (Relatos
breves y otras reflexiones)
(2016), La cámara de la
verduga. (Ella y su sótano),
novela, (2016); ¿Solo se vive
una vez...? (Relatos y verso
libre) (2017); El verso
libre, relatos y otras
reflexiones, compilación de
poemas, narraciones y
pensamientos (2017), Mi
padre y su guerra. (Novela cuasi
histórica) (2017) y La Susa (2019), recientemente aparecida.