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HE AQUÍ QUE a cierta autora de renombre que no va a ser
nombrada, no sea que se tienda a la admiración o al
escarnio, se le rebelaron un día los cuentos. No las letras,
no; las letras, a lo sumo, llegan a ser minúsculas hormigas,
hormigas obreras. El problema es posterior, cuando se
alcanza ese estado de incómoda sindicación que es el cuento.
La unión hace la fuerza y el punto y aparte, también.
Así las cosas, a la escritora que nos ocupa se le alzaron
los cuentos en armas, cuando no en mayúsculas. Y hasta
entonces no había gozado de una especial sensibilidad para
interpretar sus demandas y anhelos, aun a pesar de ser ella
la hacedora. Paradoja, todo sea dicho, recurrente en el
ámbito creativo, que no se extenderá mucho más aquí, por
aquello de que ya se ha escrito mucha poesía al respecto.
No, difícilmente la escritora podría haber descubierto por
ella misma el constreñimiento vital de esas letras, pero he
aquí que, en la mejor tradición de la mejor sindicación, se
topó con una frase cargada de activismo reivindicativo hasta
el punto final. La frase-piquete apareció al final de la
octava página, prevista por cierto por la escribiente como
la última, en un último renglón que originalmente no se
había previsto. Fue la siguiente: Queremos crecer.
Las frases, por supuesto, no surgen de la nada, y, menos,
una tan cargada de contenido como esta. La autora, que la
descubrió en su segunda lectura de rigurosa revisión, no
recordó haberla escrito, y, para su mayor desconcierto,
estaba firmemente convencida de ello; difícilmente habría
tenido cabida en el general contexto de la obra, y
difícilmente podría acabarse así un cuento con un mínimo de
vergüenza y de respeto por esa clase de público que exige un
final medio decente.
Descubrió, además, por los notorios agujeros en su propia
creación, que la oración de marras se había formado de
letras anteriores que se habían dejado caer en la nueva
reivindicación, y así empezó a sospechar que algo se estaba
sublevando. Sólo sospechar, porque, a esas alturas tan
tempranas, un convencimiento rotundo habría resultado
ridículo para cualquier ser carente de fantasía (pongamos
por caso, por ejemplo, el que nos ocupa, de los
escribientes). Este ser que descarta lo imposible y escoge
de lo que queda su opción. Como que, por ejemplo, un error
de la maldita máquina en la que ella plasmaba sus
maquinaciones literarias vino a añadir y a quitar a la vez,
hasta aparecer el suplicatorio. Sin duda, aquello fue lo que
pasó, porque no pudo pasar otra cosa. En este caso, la
represión fue por fuerza inconsciente y —nunca mejor dicho—
la tirana accidental pasó página, obvió el comentario y lo
suprimió de la existencia. Impreso y entregado quedó el
silencio de una rebelión incipiente, pero claramente
mejorable. Y el margen de mejora se iba a demostrar amplio
muy pronto. |
Porque la escritora, por aquello que ya se mencionó del
renombre, siempre tuvo trabajo por delante y nunca le
faltaron letras que entregar al no faltar quien las pedía.
Así es que, como antes, volvió a recibir requerimientos, y
que dichos requerimientos se mostraban muy taxativos en lo
que a límites y cercas se referían. Cercas que, a propósito
y como aparte, ciertos seres considerados pensantes
consideran muy placentero levantar. Para todos ellos,
también, pudo alzarse esta rebelión.
Deme usted seis páginas,
ordenaron desde el otro lado de la línea, y la autora, con
el automático desde su propio lado, no tuvo problema,
ignorando los ánimos caldeados que se desprendían de sus
propios dedos. Seis serán, respondió, comprendiendo
los requisitos y los encorsetamientos de la publicación, la
edición y el interés del respetable.
Se habrá notado, y si no, se va a indicar, que este es un
modo de proceder esencialmente capitalista, pero no hay aquí
intención de degradar tanto a la intrépida protagonista
—basta la jocosa hipérbole—. En realidad, de ella podemos
decir que no era más que una intermediaria del todo
ignorante del antes, y casi ignorante del después si no se
hacía notar con los halagos. Como el pobre vendedor de
zapatillas cosidas por famélicos vietnamitas, la escribiente
nunca tuvo la sensibilidad suficiente para ver en el global
el alcance de sus actos. Con este ánimus, se dispuso una vez
más a saciar los estómagos cada vez más breves de la
cultura, como el romano rodeado de esclavos que se saciaba
a base de uvas.
Toda vez que consiguió galopar con éxito y pericia notables
sobre la tormenta de la aridez creativa, la escritora, con
un humor inmejorable por la también inmejorable concepción
de su propio genio, empezó a dar forma a lo que habría de
ser un encargo más, un sustento propio y un entretenimiento
ajeno de una calidad moderada o fresca, según la crítica. |
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Porque la escritora, por aquello que ya se
mencionó del renombre, siempre tuvo trabajo
por delante y nunca le faltaron letras que
entregar al no faltar quien las pedía.
(Imagen: freepik.es) |
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Ya se ha dicho que la autora era buena ejecutora, y no
perdió en ningún momento la visión de horizonte de aquellas
seis páginas impuestas por el mandador. Su historia iba a
ajustarse perfectamente a lo requerido, el contenido sería
uno con el continente, vieja aspiración de los creadores no
siempre resuelta con soltura, sin perder gancho, sin dejar
un medio sabor en ningún paladar de ojos. Y la Creadora vio
que era, o, mejor dicho, iba a ser bueno.
Oportunísimo cambio de forma verbal, porque jamás llegó a la
meta florida de las seis páginas. Incómodo hallazgo aquel
por el que notó que faltaban partes de su texto, y generoso
y conmovedor sacrificio el de aquellas palabras que se
inmolaron por el bien mayor de volver a transmitirle a la
escribana sus justas peticiones. Más vida, vinieron a
dejarse decir. Más vida. Y a la escritora, que
aquello no le cuadraba de nuevo en el general de su
historia, se le representó por primera vez con rotunda
claridad la idea de que aquellas historias suyas querían
decirle algo, o que más bien se lo estaban diciendo. Cuando
normalmente las autoridades mandan a la fuerza policial si
entran en pánico, ella mandó al botón de borrar. Queremos
ser más, aparecía en otro párrafo, y si en aquel ella
recurría de nuevo al agresivo botón, surgía detrás de un
punto y seguido Ser más extensos.
Al final, la prometedora historia de la escritora,
potencialmente excelente en su sencillez, pareció más bien
un somme literario repleto de agujeros blancos de granada de
teclado. Desencantada, trató de rehacerse con una nueva
página en blanco, un nuevo territorio tal vez libre de
rebeldes, pero la rebelión vivía en el concepto y no en el
formato. De esta curiosa panoplia se dio cuenta cuando,
desesperada tras varios intentos de redacción agujereados
por unos cuentos obsesionados con llegar más lejos y más
allá, hizo lo que dejó de hacer hacía ya muchos años:
escribir a mano. Probablemente las máquinas le estuvieran
jugando una mala pasada, quizá fuera todo un complot de
metal y nada más.
Pluma y papel viejo vendrían a rescatarla de unas exigencias
tan inasumibles, tan estúpidas para ella, pero si realmente
eran rescatadores, probablemente tomaron el día festivo.
Espantada descubrió letras de su puño e ídem formando más
proclamas y llamándola con descaro revolucionario autócrata
y opresora. La brutalidad de la guerra convenció a la autora
de un armisticio que duró lo que tardó en ir y volver hasta
y del teléfono. La conversación fue pintoresca. |
¡Más páginas!,
pidió ella, mordiéndose la lengua para no decir en realidad:
¡Se me rebelan las que usted me dio! Y, del otro lado
del aparato, la inflexible y metálica voz del editor repitió
que seis, y añadió luego de algunos regateos que así eran
las cosas, que tenía que quedar espacio para todos, y que el
espacio era el que era por buenas razones, aunque no terminó
de especificar cuáles. Recordó antes de colgar que serían
seis o no serían, y la escritora volvió hasta el escritorio
arrastrando los pies, repletas páginas de papel y páginas de
pantalla de toda clase de construcciones que ella no había
escrito. Encontró todo su trabajo del día retorcido, vuelto
en su contra, y como esos personajillos de la historia que
creían tener el verdadero poder hasta que la cabeza les voló
sobre el gentío, la escritora se echó al suelo de rodillas,
alzó las manos con las palmas extendidas hacia el techo en
penumbra y preguntó, pensando primero y en voz alta después,
convencida de que todo lo que estaba pasando era en verdad
real, que qué podía hacer ella, que cómo se podía resistir a
los constreñimientos de los tiempos, y demás. Habló bien,
todo sea dicho, pero para los rebeldes no tuvo que resultar
suficiente, porque al poco del silencio de su hacedora
empezaron a caer sobre sus manos abiertas letras y palabras
que se deslizaron desde el papel, desde todo el papel,
munición de cuentos de la escritora, allí muy numerosos. Y
cuando empezaron a recorrerle la piel con grafías
inflamadas, toda ella ya convertida en papiro, la escritora
empezó a darle vueltas al hecho de que su pellejo
probablemente superara las dichosas seis páginas, lo que
disgustaría tanto, tanto al editor...
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Enrique Trenado Pardo
(Granada, 1989).
Licenciado en Derecho
por la Universidad de
Granada. Su labor
creativa comprende,
esencialmente, la
narrativa corta, cuya
temática abarcada un
variado abanico de
géneros. Colabora de
forma habitual en
diversas publicaciones,
tanto digitales como
físicas.
Sus relatos han sido
distinguidos en diversos
concursos y certámenes
con el Primer Premio en
el II Certamen Literario
de la Biblioteca
Universitaria de
Granada, con el relato
Derecho civil dos
(Terror académico);
Primer Premio en el III
Certamen Literario de la
Biblioteca Universitaria
de Granada, con el
relato Libre, que
resultaría Finalista en
el certamen de
microrrelatos “La Novela
Negra” convocado poe la
Editorial Artgerust;
Finalista en el certamen
de microrrelatos
“Homenaje a Julio
Cortázar” organizado por
la Editorial Artgerust;
Finalista en el III
Premio de microrrelatos
Manuel J. Peláez, y
Finalista en el I Premio
de relatos convocado por
la Fundación Fomento
Hispania, entre otros.
Es autor del libro
Ciencias Aplicadas,
aún inédito. Su campo de
investigación comprende
la “Matemática discreta”
y otros aspectos
similares.
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 1. Página 3. Año XXII. II Época. Número 115.
Abril-Mayo 2023. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2023
Enrique Trenado Pardo.
© La imagen se usa exclusivamente
como ilustración del relato y ha sido
tomada, a través del buscador Google, del
banco de imágenes FreePik.es, en el
que aparece como gráfico de libre
disposición. En todo caso, cualquier derecho que pudiese concurrir sobre ella pertenece a su(s) creador(es).
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2023 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte.
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