A SABER:

LAS arañas. Bueno, pues hay arañas y arañas. Yo conocí una araña, por ejemplo, en el cerro San Cristóbal de Santiago, cuando viví mis mejores años en esa ciudad maravillosa. Se llamaba Zurka Yarozhlaja-Szczukowsky (la araña, me refiero, ya que lo demás se llamaba como se precisa); sin embargo, a ella le gustaba decir que se llamaba Zurka Yaroz. Fue una gran cantante de ópera. Se dice que no ha habido en toda la historia de ese arte una mejor Cio-Cio San que Zurka Yaroz. Aquellos que la conocieron sabrán que digo la verdad. Otros podrán desconfiar. Murió rodeada de la admiración de los asociados al club de amantes de la ópera, a los que cantaba Madame Butterfly desde su ventana de diva retirada, en el barrio Bellavista de Santiago, que se extiende a los pies de su amado cerro San Cristóbal. Fue una araña de cerro.

Hay arañas de todo tipo: peludas, peladas, cortas, largas, pequeñas y delgadas, de patas gruesas y cortas, de patas largas y finas, de ojos brillantes, de ojos opacos. Por decir, que conocí una de patas delgadas y muy largas, pero de ojos muy opacos y pequeñitos, como cabezas de alfiler, pero más pequeños. Nunca se sabía hacia donde miraba, por la falta de brillo de sus ojos. Esto fue, aunque se crea una ventaja, fatal para ella; tanto así que le significó la muerte prematura. Todos la odiaban por esa mirada opaca, poco franca, engañosa. Un día, un zapato la aplastó contra el techo con asco, con mugre, con decisión, torpemente, vengativamente, en fin, no digo más: Fue mi amiga y la asesinaron. Es que su mirada era opaca.

¡Bueno! ¡No más preámbulos! Decía que había muchas clases de arañas, y, por eso, conversando con mi hijo, él me preguntó: «¿Cómo es que viven las arañas en las casas?». Le respondí: «Tranquilamente». Pero no era una respuesta satisfactoria, entonces insistió: «Pero... ¿cómo es que viven las arañas en las casas?». Entendí su angustia, y entonces recordé a Yuryo Gabril. Él había sido una araña macho muy picado de la araña: A saber, murió de ese modo: picado de la araña. Contrajo Gabril (y ahora recién me pregunto ¿por qué lo llamábamos por su apellido?) matrimonio en cinco ocasiones diversas. Bueno, en este punto me detengo para explicar lo de los matrimonios entre arañas:

A saber; el macho araña es más pequeño que la hembra araña. Entre nosotros también a veces sucede. Por ejemplo, mi propia mujer es harto más opulenta que yo. Sólo sus senos ya son mucho más atractivos, y por sí solos ya justifican el hecho. Pero vuelvo a las arañas. Además de ser el macho más punga*, es mucho más sexual que la araña hembra, que es muy sensual. Esto se traduce en que la hembra, por ejemplo, es glotona y se come al macho: Su sensualidad la obliga a ello. Entonces, por recapitular digo: El matrimonio de arañas, suele durar sólo la noche de bodas. Durante el acto sexual, el macho disfruta, lo mismo que la hembra, del sexo, pero ella necesita, para completar el festejo, un banquete. Primero le come una orejita, luego una mano, una patita, en fin. El macho, caldorro como es, se deja con tal de tener más y más sexo. En efecto, es el sexo del macho lo último que ella se come.

Vuelvo a Yuryo Gabril, o Gabril, como le decimos en confianza. Se casó cinco veces porque era un extraordinario cazador de moscas. Llevaba a sus bodas, siempre de sangre (perdonen ustedes el plagio), una mosquita tierna, y bien adobada, y se la iba dando en la boquita a su mujer, mientras se usaban sexualmente uno a otro. Y dije “usaban” a sabiendas, porque esto no era una relación generosa, ni nada: sólo interés. Gabril, exponente inteligente de la especie de las aracnis-aracnis mangeae lineae, reservaba los ojos facetados de la mosca para el último orgasmo de la hembra, y sólo se los daba cuando él mismo estaba satisfecho, y escapaba. A renglón seguido, solicitaba el divorcio, o, mejor dicho, la nulidad por motivo de falso domicilio, ya que en el país no había una ley de divorcio para arañas. Para su quinto matrimonio, Zampoña Urdangaringoa, que así se llamaba su quinta mujer (¿no lo había mencionado?), se comió la mosca, hasta los ojos facetados, y era tan hembra, que Gabril cometió el error de su vida, y se lo comieron.

Volviendo a la pregunta —interesante y curiosa pregunta de mi hijo—, que recuerdo a ustedes, pues pueden haberse distraído: «¿Cómo es que viven las arañas en las casas?». Y mencioné a Gabril, que nació como muchas arañas, en un árbol. Para ser preciso, en un castaño, y no en una casa. Sin embargo, ya de muy joven (siempre fue un rebelde aventurero), se descolgaba a gran velocidad, y contra las brisas matinales del poniente, desde las ramas más altas del castaño que crece junto a mi ventana. Así fue como cayó en el alféizar de la mía, siendo aún un araño (¿se puede decir así?) soltero y bohemio, aficionado a la literatura, a la que, de hecho, me introdujo con su pasión y sapiencia enormes. Desde entonces renunció a vivir en el castaño del patio y se quedó en la casa, donde eligió una posición abrigada, tras un cuadro de mi abuelo Atila, que se hallaba en el estar, junto al comedor. De ese modo, muchas veces nos juntamos ahí a conversar un vino de Doñihue, que se multiplicaba fácil, hasta agotar a veces tres o cuatro botellas, mientras arreglábamos las penurias del mundo, o las nuestras propias.

De manera que con Gabril llegamos a ser nuestros mejores consejeros mutuos. Mas, cuando yo no estaba, o en sus cacerías cotidianas y otros negocios propios de araña que él hacía, fue conociendo otras arañas que en circunstancias parecidas habían devenido a mi casa. Por supuesto, algunas de ellas hermosas exponentes del sexo femenino de las arañas. Con el tiempo, y siendo él un araño de buena situación, y bien plantado, cayó en el matrimonio, de cuya primera noche escapó varias veces, y hubo de anularse para evitar las graves consecuencias. Pero la principal, la que hace que se considere en ciertas creencias la indisolubilidad del matrimonio, los hijos, esta consecuencia no la pudo evitar. Lo descendieron del primer matrimonio cuatrocientos ochenta y siete pequeñas arañucas, que jamás conocieron el castaño. Del segundo nacieron trescientas cuatro arañas del tipo moteadas, parecidas a su madre, del tercero ochocientas treinta y nueve ejemplares del rincón, de esas venenosas que corroen la piel y matan los tejidos con una fiebre supurativa y negra cuando muerden; del cuarto tuvo una prole de unas mil veinticuatro pequeñas arañas de los vegetales, que viven entre las macetas de flores interiores, y se alimentan de hormigas y pulgones de las hojas. Finalmente, del quinto matrimonio, aunque no las conoció, nacieron ochenta y cuatro arañitas saltonas, comezancudos. A saber: dos mil setecientas treinta y ocho descendientes en total.

De todas estas bichas, sólo mil ciento dos fueron machos, y las demás, todas hembras. Sabemos por lo dicho arriba la infausta suerte que corren los machos, y, además de lamentarlo, nos alegramos entonces de que sean menos. De toda la prole, debo decir que varias, unas doscientas, escaparon de la casa por debajo de la puerta y se establecieron en casas vecinas, con más moscas, y eso. Otras muchas, que calculo en no menos de seiscientas cincuenta, sucumbieron al tánax, que la Orofina echaba con histeria los lunes y los jueves. Otras desarrollaron resistencia, o sólo tuvieron tumores deformantes, que las invalidaron. También hubo muchas que fueron comidas por el Curulo, nuestro gato negro y malevo. Las que optaron por irse a vivir a la pieza de los niños solían morir de un zapatazo, o devoradas por otras arañas que ya llevaban tiempo viviendo ahí y conocían mejor dónde emboscarse para cazar. También hubo aquellas que ahí contrajeron matrimonio, y tuvieron descendientes, a su vez. Las que se iban a mi pieza, yo las reconocía a todas por la nariz aguileña de Gabril, entonces las recogía con suavidad y las lanzaba contra la brisa, hacia el castaño, donde sé que han sido felices. Mi propia mujer no lo entiende.

  

  

                   

                   

Hay arañas de todo tipo: peludas, peladas, cortas, largas, pequeñas y delgadas, de patas gruesas y cortas, de patas largas y finas, de ojos brillantes, de ojos opacos. Por decir, que conocí una de patas delgadas y muy largas, pero de ojos muy opacos y pequeñitos, como cabezas de alfiler, pero más pequeños.

  

  

Abreviando: Estimo que, entre los hijos e hijas de Gabril, habrá unas veintisiete arañas viviendo, repartidas, en toda la casa. Cuatro he visto en el armario del pasillo, tres más en el estante de los libros clásicos, siete tras el cuadro de la tía Maruja, otras dos tras el lavatorio del baño principal, otra más la encontré anidando tras el tomo “PEN – POL” de la Enciclopedia Hispano Americana de la Lengua Castellana, de la Editorial Barcelona, edición de mil novecientos doce. Recuerdo que buscaba información sobre la campaña de Pensilvania de elección de senadores, en mil ochocientos cuatro, en que mi antepasado Silas Meyerholz perdió su candidatura debido a una tormenta de verano extrañísima. Allí estaba ella. La misma nariz aguileña de su padre, la misma mirada resuelta y oscura, el mismo lomo áspero y velludo, las patas finas pero recias. No me reconoció. No tenía por qué. Pero yo si la reconocí a ella. Quiso agredirme, primero, pero luego intentó una huida prudente, refugiándose entre las rojas tapas del tomo “POL – QVI”, pero fui más rápido y le corté el paso antes de “QVI – REV”. Le dije: «Tú eres, con seguridad, hija de mi gran amigo Yuryo Gabril, ¡no huyas!». «Las arañas no tenemos padres», me dijo. «Sólo tenemos madre, y la devoramos al nacer. Si tuviéramos padre, lo poseeríamos y luego lo comeríamos, como es menester».

Después de este encuentro, en que se negó a darme su nombre, aunque la bauticé —para mí— como Penpolina, por el lugar en que vivía, no la volví a ver. Otras ocho viven en los anaqueles de las copas de cristal en la cocina, y hoy he encontrado dos más tras el cuadro del abuelo Atila, en el mismo lugar en que vivió mi entrañable amigo Gabril. Una huyó por la pared, hacia el comedor, donde cayó víctima de una servilleta de papel que dejó para siempre ahí su recuerdo triste. La otra se descolgó y desapareció entre los cojines de la silla Morris. La última, la vigésimo octava, si contamos a la muerta, no sé dónde se encuentra, pero la oigo todas las noches de insomnio, como ahora, mientras le explico a mi hijo cómo viven las arañas en las casas, recitar poesía lenta, melancólica, de amor, de soledad, de reivindicación, trazada con palabras ásperas, suaves, deslizantes, tranquilas, duras, en versos asonantes, disonantes, con sinalefa, y metáforas sincopadas, distendidas, sinestésicas, verdes, luminosas, de losanges y persianas amarillas, sobre crisantemos que rezan: «Me quiere mucho, poquito, nada; me quiere, mucho, poquito, nada», nada hasta la eternidad, hasta la profundidad, hasta el fin de esta historia que me pone triste por no tener ese amigo que me enseñó tantas cosas, y que hoy es un exoesqueleto arrugado y chupado por su hembra, que yace tras el macetero de las hiedras.

  

  

  

Dedico este intento sobre las arañas a Álvaro Yáñez Bianchi, más desconocido como Juan Emar, por su magna obra literaria de vanguardia en la literatura delirante.

Para ti, maestro, de un discípulo póstumo.

  

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 NOTA:

* Punga: De poco valor. Persona despreciable.

  

  

  

  

  

  

  

Kepa Uriberri nace en un invierno austral, en Santiago de Chile, a mediados del siglo pasado, con un nombre diferente. A comienzos del actual, empieza a escribir, así como se llega a una fiesta a la que no se ha sido invitado. Para no ser notado, oculta su nombre real con uno ficticio, que el destino, quizás por broma, lo ha ido convirtiendo en verdadero. Hoy, cuando escribe, y quizás para siempre, ha llegado a ser Kepa Uriberri. No ha cultivado honores, ni títulos, ni reconocimientos excepto el agrado de ser leído por algunos pocos en su literatura abierta y gratuita, depositada en la gran red universal.

Al Kepa Uriberri que escribe se le puede leer en «Peregrinos y sus Letras», «Adamar», «Pluma y Tintero» y, desde luego, y desde hace muchos años, en «Gibralfaro». «NaranjaPlatano» y «El lugar literario de Kepa Uriberri» son sus sitios propios de libre expresión.

    

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 1. Página 3. Año XXII. II Época. Número 116. Julio-Septiembre 2023. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2023 Kepa Uriberri. © La imagen que ilustra esta publicación ha sido tomada de una base de imágenes disponibles para su uso no remunerado; en todo caso, cualquier derecho que pudiera concurrir sobre la misma corresponde en exclusiva a su creador. Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2023 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).