EL ARTE DE la piedra es complicado como lo
es doblegar la dureza misma de la muerte.
Aun así, el artista es capaz de transformar
un pedrusco inanimado en gárgola, tan viva
que parece que habla o carraspea.
—No me has hecho las alas.
—¿Para qué las quieres? Nunca saldrás del
tejado.
La gárgola, con cabeza de águila y cuerpo de
león, mira con la viveza del sobrio
golondrino mientras el picapedrero,
indolente, lía con los dedos exhaustos su
escueto cigarrillo de “caldo de gallina” y
hace de él la antorcha de sus pensamientos.
—¿Vas a dejarme en ese Averno junto a la
sirena de las gárgaras?
—¿Qué sirena? No digas chorradas.
—¿Y ese dragón soberbio y maleducado? Las
moscas que no come las chamusca. ¿Y su
amigo?
—¿Qué amigo?
—El tipo lascivo del pene trompetero. No hay
día que no se rasque el doremifasol. ¿Sabes
que hay un despotricador espatarrado en el
frontal que no deja de mascullar idioteces?
Y luego está ese otro reptil tóxico e
hipócrita con cara de ofidio que le llena la
cabeza de embustes, por no hablar de la
serpiente con modales de arenisca, más falsa
que Judas. ¿Y las harpías? ¿Qué me dices de
las harpías? ¿Y de los centauros? Me harán
el vacío el primer día, me despellejarán a
todas horas con su lengua bífida o me darán
la gran coz y lanzarán mis huesos al erial
para devorar después el tuétano de mi alma
inerme y desgraciada. |