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LA NOCHE DESCENDÍA sobre el bosque de los
gritos; ese bosque maligno lleno de
superstición y de leyendas fantasmales que
contaba la gente de Pluckley. De vez en
cuando, inquietantes alaridos surcaban los
troncos de los árboles y se extendían hasta
las copas más elevadas, violando la
tranquilidad del bosque. Mitos y relatos se
esparcían de boca en boca entre las
personas, «ese bosque está maldito», decían,
y procuraban no adentrarse mucho en él, pues
temían que la maldición de los miles de
espectros que, se suponía, rondaban entre la
bruma boscosa, los atraparan para siempre y
no los dejaran salir.
Aunque, desde algunos inviernos atrás,
los habitantes de
Pluckley se mostraban miedosos, desconfiados
y preocupados por el regreso de alguien, un
individuo que retornaba después de un viaje
antiguo, alguien al que llamaban: el Brujo,
y que era parte de la leyenda de la
maldición del bosque.
A mitad de aquella noche fría, y al vaivén
de cadáveres frescos colgados de la copa de
un alto árbol que se balanceaban con los
susurros del viento, un grupo de malhechores
rodeaba la brillante fogata, hablando,
contando historias de sus fechorías y dando
rienda suelta a la superstición de sus
palabras, rodeados por el bosque tétrico.
—Y tú, Niel, ¿qué sabes del Brujo? —preguntó
el sucio Peter.
—¡Oh! Sé mucho. He escuchado muchas
historias de varios bandoleros que se
esconden entre las maderas de este bosque
después de hacer sus fechorías —respondió
el flaco Niel—. Hay quienes dicen que el
Brujo hipnotiza a las más hermosas vírgenes
de toda Europa, las esclaviza y aprisiona en
su castillo —que nadie sabe dónde está—, y
cuando llega el momento, las trae a este
bosque para violarlas, cumpliendo los
requisitos de sus más atroces y oscuros
rituales; las asesina y luego deja los
cuerpos a los pies de un árbol para que se
pudran y alimenten a las alimañas que él ha
adorado en su inmortal existir.
—¡Qué horrible! —exclamó el jovencito de
doce años sentado al lado del flaco
Niel.
—¡Bah! No es nada que tú no vayas a hacer en
el futuro, niño —le dijo el barbudo
Charlie al joven, que se mostraba
indignado—. Recuerda que somos asesinos,
bandoleros, violadores, saqueadores y sobre
todo mercenarios. A esa clase de atrocidades
es a lo que aspiras, mocoso.
El niño bajó la cabeza en señal de sentirse
reprendido por el barbudo —y toda la
noche escéptico— Charlie, el líder de
aquella pandilla de rufianes metida en lo
nocturno del bosque, y que se calentaba con
la fogata.
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—Yo también he escuchado algunas cosas sobre
el Brujo —dijo el violento Rick.
—¡Oye! Aún no termino —exclamó Niel.
—¡Calla y déjame hablar! —vociferó con ira
Rick.
El flaco
Niel no tuvo más opción que cerrar la boca
mientras el violento Rick robaba la
palabra.
—En los caminos, una vez escuché a una
caravana de comerciantes —dijo Rick—. Decían
que el Brujo mataba por igual a mujeres,
hombres y niños en este bosque, para
utilizar sus fantasmales almas como
esclavos, como mayordomos espectrales a su
disposición, y que podía convocar a
cualquier fantasma, en cualquier lugar, para
cualquier propósito que el Brujo quisiera.
»Los gritos que algunos incautos han llegado
a escuchar en este bosque son de todas esas
almas que el Brujo guarda entre estos
árboles; pero no es todo, el maligno ser se
ha encargado de manipular el aire de este
bosque para que susurros leves de la brisa
convenzan de atentar contra sus propias
vidas a los débiles de mente que se adentran
en estos parajes; los pobres diablos
terminan suicidándose.
»Una vez, también, un grupo de cazadores me
contó que, en antaño, una mujer había
sobrevivido a uno de los terribles ataques
del maldito Brujo, o tal vez eso quería esa
criatura, que ella sobreviviera para que
contara lo que presenció y experimentó a
flor de piel; la mujer, en llanto continuo,
describió el suceso como algo demoniaco, no
por la aspecto del Brujo, que utilizaba sus
dotes para cambiar de apariencia (esas
apariencias que el Brujo adquiría siempre
eran normales: un viejo, un cazador, una
mujer hermosa o algún animal). Tiempo atrás,
se había dicho que el Brujo estaba atrapado
en una clase de maldición que tenía que ver
con su cuerpo, y nadie conocía su verdadero
aspecto. Eso, al Brujo, le causaba gran
conflicto, pues tenía que utilizar sus
habilidades de creación de ilusiones para
que todos vieran a otro ser cuando él
aparecía.
»La mujer que sobrevivió contó que ella y
todo su grupo, que andaba por los caminos
que rodean este bosque, se vieron atrapados
en una ilusión, visiones de terror y
depravación, en donde las ramas de los
árboles cobraban vida y se abalanzaban sobre
el sexo de las mujeres. Incluso las ramas
puntiagudas reptaban como serpientes y se
escabullían en los pantaloncillos de los
hombres para atentar también contra todos
sus orificios corporales. Los gritos eran
estridentes y la tranquilidad de los sonidos
del camino era también violada. |
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»Ella dijo que el Brujo, que cambiaba de
apariencia constantemente, reía al
presenciar tan blasfemo espectáculo.
Después, espectros de otras eras, atrapados
en el bosque, acudieron al servicio del
Brujo y asfixiaron a las miserables victimas
con una energía antinatural. Ella se
arrastró sintiendo su entrepierna sangrante
e invadida de dolor, y el Brujo la
interceptó sonriente mientras los esbirros
espectrales quitaban la vida a cada uno de
los miembros del grupo; la miró e
inmediatamente el ser cambió su aspecto al
de un bellísimo caballero. La mujer, aún en
su insoportable dolor, no pudo evitar sentir
el más pasional deseo por la imagen que se
le postraba enfrente, incluso la humedad de
esa atracción se mezcló con el carmín de sus
heridas y dolor.
»El Caballero se puso en cuclillas y le dio
un suave beso, después le ayudó a levantarse
y la recargó en un árbol mientas él no
dejaba de sonreír. Cuando se alejó de ella,
una ráfaga de aire púrpura llegó con fuerza
y el Brujo se convirtió en una lechuza
blanca que voló a favor de aquel viento,
viento que también se llevó a los espectros
y que arrasó con la ilusión en la que se
había visto atrapado aquel grupo.
»Cuando se disipó todo el sangriento y
abominable espectáculo, la mujer, recargada
en el árbol, vio pronto a todos sus
compañeros azotar su cabeza contra las
rocas, los troncos de los árboles o el
suelo, con gran fuerza y destrozándose la
cara. No habían existido realmente las
múltiples violaciones arbóreas, pero sí las
sensaciones de esa ilusión y los demás no
habían aguantado eso, y, sin conciencia de
sí, se suicidaron esparciendo sus sesos en
el ambiente de los límites del bosque; uno
por uno fue muriendo, y la mujer vio cómo
sus almas abandonaban sus cuerpos y flotaban
encima de ellos al vaivén del viento, hasta
que una risa macabra hizo eco y el viento
del bosque de los gritos succionó a aquellas
almas.
»La sobreviviente, después de un tiempo, y
posterior a haber contado el evento,
desapareció, pero hubo quien dijo que fue
vista caminando desnuda hacia el bosque,
sintiéndose aún enamorada por el beso de ese
caballero que en realidad había sido el
Brujo.
Se dijo que mientras ella se adentraba en el
bosque, el caballero la esperaba con los
brazos abiertos entre bruma púrpura y ella
se dejó devorar por el abrazo del Brujo.
—¿El Brujo se habrá enamorado de ella?
—preguntó el jovencito—. ¿Por eso, en el
ataque, la dejó vivir? |
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—¡Preguntas idioteces, niño! —Exclamó el
sucio Peter—. El Brujo no se enamora de
ningún ser humano; lo único que él ama es la
depravación, el terror y las artes oscuras.
El niño volvió a bajar la cabeza y tomó una
ramita para picar la fogata.
La brisa nocturna del bosque hacía mecer los
cadáveres en la copa del árbol, se escuchaba
el rechinar de las tensas cuerdas que los
colgaban. La noche enfriaba más en el bosque
de los gritos, pero la pandilla de
mercenarios sentía una grata seguridad a los
pies de su fogata.
—No, no, el Brujo es incapaz de sentir algún
sentimiento sublime —dijo el sucio
Peter—. A mí mi padre me contó una historia
cuando era pequeño, historia que se remonta
al abuelo del padre de su padre:
»Se decía en aquellos tiempos que el Brujo
siempre ha sido humano, que no es un
demonio, ni ninguna criatura horrenda que se
le parezca, simplemente —y es aquí donde
nuestras historias coinciden, Rick— no
mostraba su verdadera apariencia, porque
existía una maldición en ella que ni
siquiera el Brujo lograba comprender, ni
mucho menos combatir.
»Y en el lejano pasado, mucho antes de que
el Brujo se apoderara del bosque de los
gritos, él sorprendió a todos, presentándose
ante una familia de nobles, diciendo que no
quería esparcir más el terror y asegurando
que la apariencia con la que se había
presentado ante ellos era la real: un hombre
ni tan alto ni tan bajo, ni tan gordo ni tan
flaco, ni tan apuesto ni tan feo, con la
peculiaridad de que toda su piel, incluso su
rostro, estaba llena de cicatrices, heridas
que, él mismo dijo, se las habían hecho en
batalla en un tiempo mucho más antiguo que
ese.
»El Brujo había sido relacionado con un
sinfín de fechorías, pero alegó que ya no le
interesaba proseguir con la maldad y que ya
lo había hecho todo, así que comentó a los
nobles que dejaría atrás todas sus prácticas
macabras; que ahuyentaría las plagas que
desde hace mucho tiempo azotaban; que
dejaría de intervenir en el mal augurio que
hacía que el ganado naciera deforme y
enfermo, con la única condición de que le
permitieran desposarse con la más preciosa
mujer soltera de esa familia. Los nobles,
más por miedo que por conveniencia,
aceptaron, temiendo que, ante la negativa,
el Brujo dejara caer todo su maligno poder
sobre ellos. Entonces así fue, el Brujo, en
su supuesta apariencia auténtica, se casó
con la virginal y preciosa hija del
patriarca de esa familia; el hombre sintió
que su hija se convertía en una ofrenda de
un sacrificio en la boda, pero el Brujo
sorprendió; no sólo se detuvieron los males
que azotaban la región, sino que logró
también que la mujer con la que se había
casado lo amara, incluso la familia noble
entera le agarró cierto cariño. Parecía que
el Brujo lograba redimirse. |
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»Después de un tiempo, el Brujo y su bella
esposa decidieron traer un hijo al mundo.
Ella se embarazó; el Brujo sonrió con tierna
felicidad. En aquellos meses, la noticia se
había esparcido por los cuatro vientos, toda
la región experimentó una prosperidad y
abundancia que no se habían visto jamás; se
decía que era el poder del Brujo, que, ante
la felicidad que le causaba el hecho de
saber que tendría un hijo, de él brotaba un
poder benévolo que invadía todo el ambiente.
»El día llegó, y para el inicio de la
primavera, la mujer del Brujo empezaba con
las labores de parto. Toda la noble familia
se reunía, incluso había un trovador que
escribiría canciones sobre ese nacimiento.
Era una noche de tormenta, lluvia que
serviría muy bien para las plantaciones. La
mujer pujaba, la partera calmaba sus gritos
mientras esperaba recibir al neonato; el
Brujo veía todo ahí en la habitación. Su
mujer seguía gritando de dolor, él sonreía
de satisfacción, la partera comenzó a notar
algo extraño. El abultado vientre de la
embarazada comenzó a moverse
repugnantemente; algo estaba saliendo ya, la
mujer del Brujo comenzó a desgarrarse, pero
no de la forma natural. La partera gritaba
de terror, el Brujo carcajeaba; la
desgarradura de aquella mujer se extendió
hasta su vientre, y después a su pecho, sus
gritos indescriptibles alarmaron a toda la
familia que entró para contemplar la
abominación total.
»El cuerpo de la mujer era partido en dos y
de ella brotaba una enorme rata albina de
ojos rojos, un monstruo tan asqueroso que,
incluso hasta sus chillidos de neonato daban
repulsión; aunque yo, personalmente, hubiese
dado todo para haber tenido el placer de
experimentar tal repulsión.
»Al son de las risas del Brujo, la
monstruosidad se llevó al hocico la cabeza
de la partera, y con sus duros incisivos
hizo explotar el cráneo de la vieja. El
cadáver de la que podríamos llamar: la madre
—o más bien, las dos partes que habían
quedado de ese cadáver— se deslizaban a
ambos lados de la cama, mientras la tormenta
de afuera tomaba más fuerza.
»Luego, esa criatura, aún cubierta de
vísceras y sangre, se abalanzó hacia los
miembros de toda la familia; todos eran
asesinados. El Brujo tomó otra apariencia,
la apariencia de su esposa recién asesinada
por su asqueroso vástago, y se acercó al
patriarca, que contemplaba las paredes
salpicadas de sangre de su sangre, sólo para
darle las gracias por haber contribuido a
tan elaborado proceso para obtener una nueva
mascota. El hombre maldecía y el Brujo lo
silenció para siempre. |
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Desde algunos inviernos atrás, los habitantes de
Pluckley se mostraban miedosos, desconfiados
y preocupados por el regreso de alguien, un
individuo que retornaba después de un viaje
antiguo, alguien al que llamaban: el Brujo,
y que era parte de la leyenda de la
maldición del
bosque. |
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»Fue un verdadero y hermoso baño de
vísceras, sangre y fluidos; les repito,
compañeros de crímenes, me hubiese gustado
estar ahí y oler ese aroma.
»El único sobreviviente fue justamente el
trovador. El Brujo no se olvidó de él y en
lugar de cantar canciones de alegría, júbilo
y felicidad por una nueva vida llegada al
mundo... perturbadoras visiones, escenas de
sangre absurdamente grotescas y cuerpos
desmembrados que ni siquiera el más hábil de
los carniceros habría podido comprender, fue
lo que el trovador cantó después acompañando
todo con música macabra.
—¡Vaya! El tipo sí que es frío —exclamó
el flaco Niel.
—Sin duda me sirve de ejemplo —dijo el
violento Rick.
—¿Con qué razón el Brujo hizo tales cosas?
—preguntó el niño.
El sucio
Peter lo miró con hastío, pero aun así,
respondió su pregunta:
—¿No entendiste nada, mocoso? Todo fue una
estratagema, un retorcido plan para que el
Brujo trajera a este mundo a una de sus
amadas mascotas infernales, y, tal vez, el
ritual para crearla precisaba exactamente lo
que hizo. Por eso te dije que él no amó a
nadie, ni lo hará nunca; pudo haber elegido
seguir con una vida tranquila y benevolente,
pero siempre estuvo en sus planes seguir uno
de los instintos más humanos: la propagación
del caos.
»Después de eso, se rumoreó que el Brujo se
había embarcado junto con su gigantesca rata
rumbo a la Europa continental, y en algún
bosque, de tierras alejadas de esta sucia
isla, soltó a la criatura y la dejó libre
con orgullo para que propagara el miedo. El
Brujo emprendió su propio viaje por Europa,
uno de tantos que había hecho y que después
siguió haciendo: hasta que se cansó y
retornó a Inglaterra. Aquí había un ambiente
que le gustaba más que cualquier lugar.
Después de mucho tiempo llegaría a Pluckley
y tomaría el bosque de los gritos como su
más acogedor hogar.
—¡Puras patrañas! —Exclamó el barbudo
Charlie—. Sus historias y supersticiones son
más falsas que la dentadura de madera del
violento Rick. ¡Déjense de cuentos
ridículos!
—¡Oye! Eso último que contó el sucio
Peter tiene que ver con lo que me faltaba
decir —dijo el flaco Niel.
—Basura —dijo entre dientes el barbudo
Charlie mientras le arrebataba la ramita al
niño y la aventaba a la fogata. |
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—Ustedes saben que mi padre fue un hombre de
altamar —dijo el flaco Niel
sintiéndose orgulloso de presumir a tan
aventurado progenitor—. Antes de adentrarme
yo a esta vida de violencia, repulsión,
desfachatez y decadencia, mi padre me contó
sobre el encuentro que tuvo con una adivina
holandesa. Él, ciertamente, tuvo encuentros
sexuales con ella, ¡pues cómo no! Un
marinero, al tocar tierra, desea también
tocar carne. Después de varias noches de
compartir cama con esa holandesa, mi padre
le había estado parloteando con gran
exaltación sobre las fechorías del Brujo.
Esto con intención de sacar un tema de
charla allegado a la superstición, para que
aquella adivina sintiera aún más interés por
mi viejo. Lo logró.
»Los papeles en esos encuentros carnales se
invirtieron, pues resultaba que esa mujer,
al parecer, meses antes había experimentado
unos poderosos episodios de visiones del
futuro. Visiones en donde era testigo de un
evento futuro que, para muchos, al
principio, parecería cotidiano. Había visto
a un hombre que portaba grandes poderes
inexplicables para otros seres humanos; ella
lo sintió así en sus visiones. Ese hombre
era apuesto, tan apuesto como el narrado en
la historia del violento Rick. Él
caminaba por las calles de Ámsterdam como
despreocupado de la vida y con unos ojos
ansiosos que dejaban ver gran instinto de
violencia.
»Esa visión seguía, y la adivina le dijo a
mi viejo que, en un punto, aquel apuesto
caballero se encontraba en una taberna, y
ahí, una preciosísima mujer lo comenzaba a
cazar cual animal hambriento; se acercaba a
él en la visión e intentaba seducirlo. Aquel
hombre se presentaba despreocupadamente
como: «El Brujo».
»¡Imagínense ustedes! Las fechorías y
desmanes de nuestro Brujo llegaban incluso a
las visiones del futuro de una adivina de
otros lares. Cuando mi padre me contó
aquello, no pude evitar sentir
una especie de retorcido orgullo por un
personaje tan macabro de nuestra tierra,
debo confesarles.
»La adivina —que, supongo, le contaba todo
esto a mi viejo justo después de follar— le
dijo a mi padre que, a pesar de que ese
hombre, en su visión, fuese algo macabro y
ostentara un aura de abominación, seguía
siendo un hombre, pero que la mujer que se
le acercó, ¡vaya que sí!, poseía un aire
demoníaco. Con sutil insistencia cortejaba
al Brujo, y este parecía tomar con mucha
curiosidad los intentos de esa mujer
hermosa, incluso, con falsedad, él caía en
los juegos de ella, y la dama sentía ganar
terreno. Siguiendo en su visión, la adivina
amante de mi viejo, fue testigo de cómo
aquella mujer creía convencer al Brujo de
llevarlo a una habitación detrás de esa
taberna holandesa: se mostraba ansiosa,
mientras que el Brujo fingía parecer
necesitado de pasiones carnales. Ya en ese
cuarto, la mujer se desnudaba descubriendo
unas curvas que humedecerían hasta al más
casto de los hombres; delgada, bien
proporcionada, con unas piernas
deliciosamente largas, presumiendo una piel
blanca tostada, pero que, en su rostro, en
cambio, alardeaba una falsa inocencia
virginal. |
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»¡Oh! Vaya que ella hubiese sido capaz de
cumplir las exigencias más salvajes y
depravadas de cualquiera de los hombres, y
eso pretendía demostrarle al Brujo, mientras
este sonreía y se desvestía. Pero todo
cambió cuando, al verse desnudos los dos a
la luz de las velas en esa habitación, el
Brujo chasqueó los dedos y un grupo de
espectrales esbirros arribaron en una ráfaga
de viento y una púrpura bruma. La mujer
—¡ah!, por supuesto que se sorprendió— se
vio pronto sujetada por esos espectros
mientras que el Brujo hacia una mueca con
una sonrisa casi felina; se acercó a ella en
medio de sus forcejeos, puso su cara frente
a la suya y el Brujo susurró: «Pregò-diablè».
—¿Pregò-diablè? —Preguntó sorprendido el
niño sentado al costado del flaco
Niel—. ¿Qué significa eso?
El flaco
Niel se molestó mucho con esa irrupción y
zarandeó con un golpe a mano abierta la
cabeza del muchacho.
—¡No me interrumpas, niño! —exclamó Niel.
—¡Espera! Un momento... yo tampoco sé qué
significa eso —dijo el violento
Rick—. ¡No me tomes por imbécil y explícalo
ahora!
—A eso voy, Rick, a eso voy —dijo Niel—. El
Pregò-diablè es una criatura demoníaca, un
ente parasito que seduce a sus víctimas
utilizando un cuerpo de hombre o mujer
irresistible; los pobres incautos que caen
en su trampa se lo follan, y ¡oh! vaya
follada con que los apremia el Pregò-diablè,
la mejor de sus vidas seguramente. Tiempo
después del encuentro pasional, el cuerpo en
el que habitaba la criatura muere, pero el
horror comienza algunos días después, cuando
la mujer o el hombre incauto que cayó en la
trampa sexual del demonio, comienza a
experimentar algunos cambios en su actitud.
»La criatura es un ente parasito, como ya
les dije, y después del encuentro sexual y
la muerte del cuerpo que la contenía, se
apodera de la mente de quien se la folló,
obteniendo así un nuevo cuerpo joven y
bello. Las mentes de las víctimas dejan de
existir, desaparecen; digamos que sus mentes
mueren, y la criatura, después de algunos
años, repite su ciclo. |
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»¿Entendieron? Bueno, pues imagínense el
gran espectáculo que acontecía en la visión
de esa adivina con la que mi viejo pasó
algunas noches. Un encuentro de esos de
leyenda; el Brujo y un Pregò-diablè que casi
lo convence de hacerle el amor. Pero el
Brujo no es idiota; es tremendamente culto y
hábil, y más cuando se trata de criaturas
horribles. Y después de haberle susurrado «Pregò-diablè»
a la mujer desnuda que había intentado
aplicar su trampa en él, y que, por
supuesto, se trataba de esa criatura, el
Brujo hizo algo que no se esperaría nadie:
ordenó al grupo de sus fieles esclavos
espectrales que había convocado que violaran
brutalmente al demonio en el cuerpo de esa
preciosa mujer, mientras él veía todo con
admiración, y no sé cómo se imaginen
ustedes, amigos míos, la forma en la que se
viola a un demonio, pero me resulta a mí muy
difícil de visualizar. El Brujo fue capaz y
pudo corromper a la demoníaca criatura
sexual utilizando su propio juego.
»El Pregò-diablè... es un demonio, cierto,
pero los gritos de la criatura mientras era
brutalmente violada por las espectrales
almas, y que la adivina escuchó en su
premonición... eran muy humanos. Sin
embargo, la adivina le dijo a mi viejo que
el demonio sobrevivió... por muy poco, y que
el Brujo le dejó vivir.
»Tiempo después de haber tenido esa visión
del futuro, la adivina se encontraba en una
taberna en Ámsterdam y justo en ese lugar
ella vio entrar al hombre que su premonición
le había hecho ver; vio al Brujo en carne y
hueso, y ella lo sabía gracias a su don. Y
también observó que la misma preciosura de
mujer de sus visiones se acercaba al Brujo.
Su premonición se hacía realidad, y la
adivina entró en pánico y salió corriendo;
no quería entrometerse entre esas dos
leyendas de lo maligno, y salió corriendo de
la taberna mientras la seductora dama
comenzaba el cortejo al Brujo, y cuando todo
lo que la adivina le había dicho a mi padre
—y que yo les narré a ustedes—acontecía en
la vida real.
—Diablos, el Brujo es alguien de respetar
—dijo el violento Rick.
—¡Sus atrocidades me motivan! —exclamó el
sucio Peter.
El niño iba a decir algo, pero volteo a ver
al barbudo Charlie, como temiendo
otro regaño, y mejor se abstuvo.
—¡Partida de imbéciles! —exclamó Charlie—.
Dejen de mojar su entrepierna al escuchar la
sarta de estupideces que están contando, y
que les han contado, y, peor aún, ¡que han
creído! ¿Cómo es posible que hombres tan
sanguinarios como ustedes y que son capaces
de asesinar y colgar a otros hombres de las
copas de los árboles más altos, se emocionen
con esos cuentos para asustar niños? |
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La noche avanzaba en el bosque de los
gritos, los cadáveres colgados en el árbol,
los cuales apuntaba furioso el barbudo
Charlie, se mecían con asincrónica, y esa
sensación tan acogedora que producía la
fogata en la fría noche comenzaba a
disiparse por la furia e histeria del
barbudo.
—Bueno, ya fue suficiente, Charlie —exclamó
el sucio Peter—. Te has pasado la
noche quejándote de nuestras historias y no
te hemos oído decir lo que tú sabes del
Brujo.
—¿Tú qué sabes del Brujo, barbudo Charlie?
—preguntó el violento Rick—.
¡Cuéntanos!
—Les diré lo que sé, ¡idiotas! —exclamó
Charlie—. Y lo que sé es lo que ustedes y yo
hemos atestiguado; no son cuentos para
asustar a mocosos como este niño, y no son
fábulas ni supersticiones. Lo que sé es que
ese idiota que le dicen el Brujo se fue de
aquí hace cincuenta años, o sea, en 1394, y
tiene cuatro años aquí desde que regresó y
parece que las plagas volvieron con él y que
el ganado nace muerto a partir del retorno
de ese anciano. Un grupo de supersticiosos
nobles, al verse sumidos también en tanta
miseria, quieren aplacar su desesperación y
la de sus plebeyos, y pretenden desquitarse
con el Brujo, acabando con él de una vez por
todas, pensando que así se detendrán los
males.
»Esos cobardes nobles, sin embargo, sienten
también pavor del Brujo por toda la fama que
ese viejo se ha ganado a base de leyendas
impúdicas e historias exageradas, y, por
eso, nos han contratado a nosotros, ¡sí,
soquetes cretinos! ¡Nos darán una buena
cantidad de oro para asesinar al Brujo, y
eso es lo que haremos! Tal vez no seamos los
más inteligentes asesinos, pero somos
eficaces a nuestra manera, y cuando demos
con ese bastardo del Brujo, lo atravesaremos
una y otra vez con nuestras espadas, nos
llevaremos su cadáver, lo presentaremos ante
los nobles y después lo colgaremos en la
entrada de este bosque para demostrarle a
todo Pluckley que el Brujo era un simple
charlatán. ¡Eso es lo que sé del Brujo!
—Oye... qué bobo —se escuchó decir al niño.
—¿Qué has dicho, enano? —preguntó el
barbudo Charlie.
—Dije que eso es bobo —respondió el
muchachito—. ¿No sería más inteligente
colgar el cuerpo del Brujo en el pueblo?
Regresarlo al bosque de los gritos sería
aumentar el miedo hacia este lugar. Además,
¿cómo sabrán los nobles que el cadáver que
llevarán será el del Brujo? Después de todo,
nadie conoce su verdadera apariencia. ¿Cómo
demostrarán que en verdad es el Brujo?
Todos se silenciaron. El flaco Niel,
el violento Rick y el sucio
Peter miraron al barbudo Charlie, y
este abofeteó al niño en un seco y duro
movimiento. |
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—¡Cretino insolente! —exclamó Charlie—. ¡Tú
no entiendes nada! ¡Tú no sabes nada del
Brujo!
El niño sollozó, limpió la sangre que brotó
de su boca, se sobó la rosada mejilla, y
dijo:
—Claro que sí sé... sé mucho, y eso es
porque el Brujo... el Brujo soy yo.
Una sonrisa macabra se dibujó en el rostro
del muchacho, iluminado por la luz de la
fogata.
Todos se sobresaltaron, pero también se
confundieron.
—¡No digas tonterías, niño! —exclamó el
flaco Niel.
—¡Sí! Deja de jugar, mocoso, o el barbudo
Charlie te matará —dijo el violento
Rick.
—¡Ja! Este muchacho está demente. Mátalo,
Charlie —agregó el sucio Peter.
—Pregúntense cómo es que llegaron a esta
fogata —dijo el niño—. Pregúntense cuál es
mi nombre.
Los mercenarios se miraron entre sí con
confusión abismal.
—¿Quién... quién es este niño? —preguntó
Peter.
—No... no sé —tartamudeó Niel—. ¡Tú lo
trajiste, Rick!
—No entiendo lo qué pasa —dijo Rick—. Yo no
lo traje, y no lo conozco, ni siquiera sé
por qué está aquí con nosotros, ni recuerdo
cómo llegué aquí.
—¿Qué está pasando, soquetes? —preguntó
Charlie con pánico—. ¿De dónde salió este
mocoso?
Entre ellos se echaban la culpa, pero no
sabían de qué; estaban atontados, como
saliendo de un trance, tratando de
comprender, tratando de recordar.
—¡Ya basta! —gritó Charlie al mismo tiempo
que desenvainó su espada—. Te mataré, mocoso
engreído y embustero, y después colgaré tu
cuerpo en la copa de ese árbol al igual que
hicimos con esos bastardos que están allá
arriba.
El barbudo
Charlie apuntaba con la espada la línea de
colgados en el árbol.
—Creo que eso ya no podrá ser, barbudo
Charlie —dijo el niño sonriente—, y digo eso
porque ustedes ya están muertos y esos
cuatro cadáveres que cuelgan del cuello en
la copa de ese árbol son sus cuerpos. |
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En una inexplicable llamarada, el fuego de
la fogata iluminó los cadáveres que se
mecían en el árbol, y los mercenarios
vislumbraron sus propios rostros deformados
por el ahorcamiento.
—No fue difícil introducirlos a una ilusión
cuando se adentraron en el bosque con el
objetivo de matarme —dijo el niño
sonriendo—. Tampoco representó dificultad
para mí manipularlos para que se colgaran
ustedes mismos, uno por uno. Incluso sus
espectros fueron bastante fáciles de
hipnotizar. Aun así, siéntanse orgullosos,
pues son de los pocos a los cuales les he
permitido ver mi verdadera apariencia. No se
preocupen, yo mismo esparciré la historia de
lo que les pasó para que, junto conmigo,
compartan la leyenda, y sea contada en
fogatas, así como ustedes contaron las mías.
«No, no, no puede ser posible», repetían una
y otra vez los cuatro mercenarios
espectrales.
El Brujo, en esa apariencia de pícaro niño,
carcajeó y se burló del cuarteto de
fantasmas estupefactos, para después decir,
con una voz traviesa:
—Bienvenidos, señores… bienvenidos al bosque
de los gritos.
El Brujo entonces tomó forma de lechuza
blanca, una bruma púrpura extinguió la
fogata y la lechuza ascendió a la oscuridad
del cielo de la noche mientras los
estrepitosos alaridos espectrales de sus más
recientes víctimas rendían digno honor a la
reputación y a la leyenda del llamado bosque
de los gritos. |
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Amaury R. Ledesma
(Lagos de Moreno, Jalisco,
México, 1991). Narrador y
poeta. Arquitecto por la
Universidad del Valle de
Atemajac, Campus Lagos de
Moreno, Jalisco, en 2013.
Maestría en diseño
arquitectónico por la
Universidad de La Salle
Bajío, León, Gto, México, en
2016. Co-fundador, editor y
diseñador de la revista
literaria digital Perro
Negro de la Calle, en
línea desde el 2016.
Invitado en 2018 y 2019 al
encuentro de poetas
Francisco González León, de
Lagos de Moreno, Jalisco.
Su obra narrativa se centra
en historias sobre lo
fantástico, seres
sobrenaturales, taumaturgia
e ironía, donde todos sus
relatos convergen en un
común universo literario que
se va expandiendo poco a
poco. Enfoca su obra poética
(rima o prosa) a la
transmisión de los conceptos
comunes del inconsciente
colectivo, sin las
abstracciones exageradas, de
las que, él considera, peca
la poesía actual.
Ha publicado relatos en
distintas revistas
literarias, entre cuyos
títulos pueden citarse “El
noveno arcano” (La
Marraqueta, Santiago de
Chile, 2019), “Tótem” (Pluma,
Buenos Aires, 2019), “Lo que
pasó en el sótano” (El
Ojo de Uk, Monterrey,
Nuevo León, 2019), “La
eterna noche de los rayos” y
“Violeta” (Katabasis,
México, 2020), “La mofa de
la vida (Gibralfaro,
Málaga, España, 2020) y “El
puente del recuerdo” (Resonancias,
2020), entre otros. Es
asimismo autor de novelas
como Lo extraño y lo
fantástico (Hayal Gücü
Editorial, México, 2022) y
Entre el Samsara y el
sueño (Hayal Gücü
Editorial, México, 2023).
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 1. Página 5. Año XXIII. II Época. Número 118.
Enero-Marzo 2024. ISSN 1696-9294.
Director: José Antonio Molero
Benavides. Copyright © 2024 Amauri R. Ledesma.
© La imagen utilizada como ilustración del texto procede de
una base de imágenes de uso gratuito
según determinadas condiciones de
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