LA NOCHE DESCENDÍA sobre el bosque de los gritos; ese bosque maligno lleno de superstición y de leyendas fantasmales que contaba la gente de Pluckley. De vez en cuando, inquietantes alaridos surcaban los troncos de los árboles y se extendían hasta las copas más elevadas, violando la tranquilidad del bosque. Mitos y relatos se esparcían de boca en boca entre las personas, «ese bosque está maldito», decían, y procuraban no adentrarse mucho en él, pues temían que la maldición de los miles de espectros que, se suponía, rondaban entre la bruma boscosa, los atraparan para siempre y no los dejaran salir.

Aunque, desde algunos inviernos atrás, los habitantes de Pluckley se mostraban miedosos, desconfiados y preocupados por el regreso de alguien, un individuo que retornaba después de un viaje antiguo, alguien al que llamaban: el Brujo, y que era parte de la leyenda de la maldición del bosque.

A mitad de aquella noche fría, y al vaivén de cadáveres frescos colgados de la copa de un alto árbol que se balanceaban con los susurros del viento, un grupo de malhechores rodeaba la brillante fogata, hablando, contando historias de sus fechorías y dando rienda suelta a la superstición de sus palabras, rodeados por el bosque tétrico.

—Y tú, Niel, ¿qué sabes del Brujo? —preguntó el sucio Peter.

—¡Oh! Sé mucho. He escuchado muchas historias de varios bandoleros que se esconden entre las maderas de este bosque después de hacer sus fechorías —respondió el flaco Niel—. Hay quienes dicen que el Brujo hipnotiza a las más hermosas vírgenes de toda Europa, las esclaviza y aprisiona en su castillo —que nadie sabe dónde está—, y cuando llega el momento, las trae a este bosque para violarlas, cumpliendo los requisitos de sus más atroces y oscuros rituales; las asesina y luego deja los cuerpos a los pies de un árbol para que se pudran y alimenten a las alimañas que él ha adorado en su inmortal existir.

—¡Qué horrible! —exclamó el jovencito de doce años sentado al lado del flaco Niel.

—¡Bah! No es nada que tú no vayas a hacer en el futuro, niño —le dijo el barbudo Charlie al joven, que se mostraba indignado—. Recuerda que somos asesinos, bandoleros, violadores, saqueadores y sobre todo mercenarios. A esa clase de atrocidades es a lo que aspiras, mocoso.

El niño bajó la cabeza en señal de sentirse reprendido por el barbudo —y toda la noche escéptico— Charlie, el líder de aquella pandilla de rufianes metida en lo nocturno del bosque, y que se calentaba con la fogata.

—Yo también he escuchado algunas cosas sobre el Brujo —dijo el violento Rick.

—¡Oye! Aún no termino —exclamó Niel.

—¡Calla y déjame hablar! —vociferó con ira Rick.

El flaco Niel no tuvo más opción que cerrar la boca mientras el violento Rick robaba la palabra.

—En los caminos, una vez escuché a una caravana de comerciantes —dijo Rick—. Decían que el Brujo mataba por igual a mujeres, hombres y niños en este bosque, para utilizar sus fantasmales almas como esclavos, como mayordomos espectrales a su disposición, y que podía convocar a cualquier fantasma, en cualquier lugar, para cualquier propósito que el Brujo quisiera.

»Los gritos que algunos incautos han llegado a escuchar en este bosque son de todas esas almas que el Brujo guarda entre estos árboles; pero no es todo, el maligno ser se ha encargado de manipular el aire de este bosque para que susurros leves de la brisa convenzan de atentar contra sus propias vidas a los débiles de mente que se adentran en estos parajes; los pobres diablos terminan suicidándose.

»Una vez, también, un grupo de cazadores me contó que, en antaño, una mujer había sobrevivido a uno de los terribles ataques del maldito Brujo, o tal vez eso quería esa criatura, que ella sobreviviera para que contara lo que presenció y experimentó a flor de piel; la mujer, en llanto continuo, describió el suceso como algo demoniaco, no por la aspecto del Brujo, que utilizaba sus dotes para cambiar de apariencia (esas apariencias que el Brujo adquiría siempre eran normales: un viejo, un cazador, una mujer hermosa o algún animal). Tiempo atrás, se había dicho que el Brujo estaba atrapado en una clase de maldición que tenía que ver con su cuerpo, y nadie conocía su verdadero aspecto. Eso, al Brujo, le causaba gran conflicto, pues tenía que utilizar sus habilidades de creación de ilusiones para que todos vieran a otro ser cuando él aparecía.

»La mujer que sobrevivió contó que ella y todo su grupo, que andaba por los caminos que rodean este bosque, se vieron atrapados en una ilusión, visiones de terror y depravación, en donde las ramas de los árboles cobraban vida y se abalanzaban sobre el sexo de las mujeres. Incluso las ramas puntiagudas reptaban como serpientes y se escabullían en los pantaloncillos de los hombres para atentar también contra todos sus orificios corporales. Los gritos eran estridentes y la tranquilidad de los sonidos del camino era también violada.

»Ella dijo que el Brujo, que cambiaba de apariencia constantemente, reía al presenciar tan blasfemo espectáculo. Después, espectros de otras eras, atrapados en el bosque, acudieron al servicio del Brujo y asfixiaron a las miserables victimas con una energía antinatural. Ella se arrastró sintiendo su entrepierna sangrante e invadida de dolor, y el Brujo la interceptó sonriente mientras los esbirros espectrales quitaban la vida a cada uno de los miembros del grupo; la miró e inmediatamente el ser cambió su aspecto al de un bellísimo caballero. La mujer, aún en su insoportable dolor, no pudo evitar sentir el más pasional deseo por la imagen que se le postraba enfrente, incluso la humedad de esa atracción se mezcló con el carmín de sus heridas y dolor.

»El Caballero se puso en cuclillas y le dio un suave beso, después le ayudó a levantarse y la recargó en un árbol mientas él no dejaba de sonreír. Cuando se alejó de ella, una ráfaga de aire púrpura llegó con fuerza y el Brujo se convirtió en una lechuza blanca que voló a favor de aquel viento, viento que también se llevó a los espectros y que arrasó con la ilusión en la que se había visto atrapado aquel grupo.

»Cuando se disipó todo el sangriento y abominable espectáculo, la mujer, recargada en el árbol, vio pronto a todos sus compañeros azotar su cabeza contra las rocas, los troncos de los árboles o el suelo, con gran fuerza y destrozándose la cara. No habían existido realmente las múltiples violaciones arbóreas, pero sí las sensaciones de esa ilusión y los demás no habían aguantado eso, y, sin conciencia de sí, se suicidaron esparciendo sus sesos en el ambiente de los límites del bosque; uno por uno fue muriendo, y la mujer vio cómo sus almas abandonaban sus cuerpos y flotaban encima de ellos al vaivén del viento, hasta que una risa macabra hizo eco y el viento del bosque de los gritos succionó a aquellas almas.

»La sobreviviente, después de un tiempo, y posterior a haber contado el evento, desapareció, pero hubo quien dijo que fue vista caminando desnuda hacia el bosque, sintiéndose aún enamorada por el beso de ese caballero que en realidad había sido el Brujo.

Se dijo que mientras ella se adentraba en el bosque, el caballero la esperaba con los brazos abiertos entre bruma púrpura y ella se dejó devorar por el abrazo del Brujo.

—¿El Brujo se habrá enamorado de ella? —preguntó el jovencito—. ¿Por eso, en el ataque, la dejó vivir?

—¡Preguntas idioteces, niño! —Exclamó el sucio Peter—. El Brujo no se enamora de ningún ser humano; lo único que él ama es la depravación, el terror y las artes oscuras.

El niño volvió a bajar la cabeza y tomó una ramita para picar la fogata.

La brisa nocturna del bosque hacía mecer los cadáveres en la copa del árbol, se escuchaba el rechinar de las tensas cuerdas que los colgaban. La noche enfriaba más en el bosque de los gritos, pero la pandilla de mercenarios sentía una grata seguridad a los pies de su fogata.

—No, no, el Brujo es incapaz de sentir algún sentimiento sublime —dijo el sucio Peter—. A mí mi padre me contó una historia cuando era pequeño, historia que se remonta al abuelo del padre de su padre:

»Se decía en aquellos tiempos que el Brujo siempre ha sido humano, que no es un demonio, ni ninguna criatura horrenda que se le parezca, simplemente —y es aquí donde nuestras historias coinciden, Rick— no mostraba su verdadera apariencia, porque existía una maldición en ella que ni siquiera el Brujo lograba comprender, ni mucho menos combatir.

»Y en el lejano pasado, mucho antes de que el Brujo se apoderara del bosque de los gritos, él sorprendió a todos, presentándose ante una familia de nobles, diciendo que no quería esparcir más el terror y asegurando que la apariencia con la que se había presentado ante ellos era la real: un hombre ni tan alto ni tan bajo, ni tan gordo ni tan flaco, ni tan apuesto ni tan feo, con la peculiaridad de que toda su piel, incluso su rostro, estaba llena de cicatrices, heridas que, él mismo dijo, se las habían hecho en batalla en un tiempo mucho más antiguo que ese.

»El Brujo había sido relacionado con un sinfín de fechorías, pero alegó que ya no le interesaba proseguir con la maldad y que ya lo había hecho todo, así que comentó a los nobles que dejaría atrás todas sus prácticas macabras; que ahuyentaría las plagas que desde hace mucho tiempo azotaban; que dejaría de intervenir en el mal augurio que hacía que el ganado naciera deforme y enfermo, con la única condición de que le permitieran desposarse con la más preciosa mujer soltera de esa familia. Los nobles, más por miedo que por conveniencia, aceptaron, temiendo que, ante la negativa, el Brujo dejara caer todo su maligno poder sobre ellos. Entonces así fue, el Brujo, en su supuesta apariencia auténtica, se casó con la virginal y preciosa hija del patriarca de esa familia; el hombre sintió que su hija se convertía en una ofrenda de un sacrificio en la boda, pero el Brujo sorprendió; no sólo se detuvieron los males que azotaban la región, sino que logró también que la mujer con la que se había casado lo amara, incluso la familia noble entera le agarró cierto cariño. Parecía que el Brujo lograba redimirse.

»Después de un tiempo, el Brujo y su bella esposa decidieron traer un hijo al mundo. Ella se embarazó; el Brujo sonrió con tierna felicidad. En aquellos meses, la noticia se había esparcido por los cuatro vientos, toda la región experimentó una prosperidad y abundancia que no se habían visto jamás; se decía que era el poder del Brujo, que, ante la felicidad que le causaba el hecho de saber que tendría un hijo, de él brotaba un poder benévolo que invadía todo el ambiente.

»El día llegó, y para el inicio de la primavera, la mujer del Brujo empezaba con las labores de parto. Toda la noble familia se reunía, incluso había un trovador que escribiría canciones sobre ese nacimiento. Era una noche de tormenta, lluvia que serviría muy bien para las plantaciones. La mujer pujaba, la partera calmaba sus gritos mientras esperaba recibir al neonato; el Brujo veía todo ahí en la habitación. Su mujer seguía gritando de dolor, él sonreía de satisfacción, la partera comenzó a notar algo extraño. El abultado vientre de la embarazada comenzó a moverse repugnantemente; algo estaba saliendo ya, la mujer del Brujo comenzó a desgarrarse, pero no de la forma natural. La partera gritaba de terror, el Brujo carcajeaba; la desgarradura de aquella mujer se extendió hasta su vientre, y después a su pecho, sus gritos indescriptibles alarmaron a toda la familia que entró para contemplar la abominación total.

»El cuerpo de la mujer era partido en dos y de ella brotaba una enorme rata albina de ojos rojos, un monstruo tan asqueroso que, incluso hasta sus chillidos de neonato daban repulsión; aunque yo, personalmente, hubiese dado todo para haber tenido el placer de experimentar tal repulsión.

»Al son de las risas del Brujo, la monstruosidad se llevó al hocico la cabeza de la partera, y con sus duros incisivos hizo explotar el cráneo de la vieja. El cadáver de la que podríamos llamar: la madre —o más bien, las dos partes que habían quedado de ese cadáver— se deslizaban a ambos lados de la cama, mientras la tormenta de afuera tomaba más fuerza.

»Luego, esa criatura, aún cubierta de vísceras y sangre, se abalanzó hacia los miembros de toda la familia; todos eran asesinados. El Brujo tomó otra apariencia, la apariencia de su esposa recién asesinada por su asqueroso vástago, y se acercó al patriarca, que contemplaba las paredes salpicadas de sangre de su sangre, sólo para darle las gracias por haber contribuido a tan elaborado proceso para obtener una nueva mascota. El hombre maldecía y el Brujo lo silenció para siempre.

  

 

 

Desde algunos inviernos atrás, los habitantes de Pluckley se mostraban miedosos, desconfiados y preocupados por el regreso de alguien, un individuo que retornaba después de un viaje antiguo, alguien al que llamaban: el Brujo, y que era parte de la leyenda de la maldición del bosque.

  

  

»Fue un verdadero y hermoso baño de vísceras, sangre y fluidos; les repito, compañeros de crímenes, me hubiese gustado estar ahí y oler ese aroma.

»El único sobreviviente fue justamente el trovador. El Brujo no se olvidó de él y en lugar de cantar canciones de alegría, júbilo y felicidad por una nueva vida llegada al mundo... perturbadoras visiones, escenas de sangre absurdamente grotescas y cuerpos desmembrados que ni siquiera el más hábil de los carniceros habría podido comprender, fue lo que el trovador cantó después acompañando todo con música macabra.

—¡Vaya! El tipo sí que es frío —exclamó el flaco Niel.

—Sin duda me sirve de ejemplo —dijo el violento Rick.

—¿Con qué razón el Brujo hizo tales cosas? —preguntó el niño.

El sucio Peter lo miró con hastío, pero aun así, respondió su pregunta:

—¿No entendiste nada, mocoso? Todo fue una estratagema, un retorcido plan para que el Brujo trajera a este mundo a una de sus amadas mascotas infernales, y, tal vez, el ritual para crearla precisaba exactamente lo que hizo. Por eso te dije que él no amó a nadie, ni lo hará nunca; pudo haber elegido seguir con una vida tranquila y benevolente, pero siempre estuvo en sus planes seguir uno de los instintos más humanos: la propagación del caos.

»Después de eso, se rumoreó que el Brujo se había embarcado junto con su gigantesca rata rumbo a la Europa continental, y en algún bosque, de tierras alejadas de esta sucia isla, soltó a la criatura y la dejó libre con orgullo para que propagara el miedo. El Brujo emprendió su propio viaje por Europa, uno de tantos que había hecho y que después siguió haciendo: hasta que se cansó y retornó a Inglaterra. Aquí había un ambiente que le gustaba más que cualquier lugar. Después de mucho tiempo llegaría a Pluckley y tomaría el bosque de los gritos como su más acogedor hogar.

—¡Puras patrañas! —Exclamó el barbudo Charlie—. Sus historias y supersticiones son más falsas que la dentadura de madera del violento Rick. ¡Déjense de cuentos ridículos!

—¡Oye! Eso último que contó el sucio Peter tiene que ver con lo que me faltaba decir —dijo el flaco Niel.

—Basura —dijo entre dientes el barbudo Charlie mientras le arrebataba la ramita al niño y la aventaba a la fogata.

—Ustedes saben que mi padre fue un hombre de altamar —dijo el flaco Niel sintiéndose orgulloso de presumir a tan aventurado progenitor—. Antes de adentrarme yo a esta vida de violencia, repulsión, desfachatez y decadencia, mi padre me contó sobre el encuentro que tuvo con una adivina holandesa. Él, ciertamente, tuvo encuentros sexuales con ella, ¡pues cómo no! Un marinero, al tocar tierra, desea también tocar carne. Después de varias noches de compartir cama con esa holandesa, mi padre le había estado parloteando con gran exaltación sobre las fechorías del Brujo. Esto con intención de sacar un tema de charla allegado a la superstición, para que aquella adivina sintiera aún más interés por mi viejo. Lo logró.

»Los papeles en esos encuentros carnales se invirtieron, pues resultaba que esa mujer, al parecer, meses antes había experimentado unos poderosos episodios de visiones del futuro. Visiones en donde era testigo de un evento futuro que, para muchos, al principio, parecería cotidiano. Había visto a un hombre que portaba grandes poderes inexplicables para otros seres humanos; ella lo sintió así en sus visiones. Ese hombre era apuesto, tan apuesto como el narrado en la historia del violento Rick. Él caminaba por las calles de Ámsterdam como despreocupado de la vida y con unos ojos ansiosos que dejaban ver gran instinto de violencia.

»Esa visión seguía, y la adivina le dijo a mi viejo que, en un punto, aquel apuesto caballero se encontraba en una taberna, y ahí, una preciosísima mujer lo comenzaba a cazar cual animal hambriento; se acercaba a él en la visión e intentaba seducirlo. Aquel hombre se presentaba despreocupadamente como: «El Brujo».

»¡Imagínense ustedes! Las fechorías y desmanes de nuestro Brujo llegaban incluso a las visiones del futuro de una adivina de otros lares. Cuando mi padre me contó aquello, no pude evitar sentir una especie de retorcido orgullo por un personaje tan macabro de nuestra tierra, debo confesarles.

»La adivina —que, supongo, le contaba todo esto a mi viejo justo después de follar— le dijo a mi padre que, a pesar de que ese hombre, en su visión, fuese algo macabro y ostentara un aura de abominación, seguía siendo un hombre, pero que la mujer que se le acercó, ¡vaya que sí!, poseía un aire demoníaco. Con sutil insistencia cortejaba al Brujo, y este parecía tomar con mucha curiosidad los intentos de esa mujer hermosa, incluso, con falsedad, él caía en los juegos de ella, y la dama sentía ganar terreno. Siguiendo en su visión, la adivina amante de mi viejo, fue testigo de cómo aquella mujer creía convencer al Brujo de llevarlo a una habitación detrás de esa taberna holandesa: se mostraba ansiosa, mientras que el Brujo fingía parecer necesitado de pasiones carnales. Ya en ese cuarto, la mujer se desnudaba descubriendo unas curvas que humedecerían hasta al más casto de los hombres; delgada, bien proporcionada, con unas piernas deliciosamente largas, presumiendo una piel blanca tostada, pero que, en su rostro, en cambio, alardeaba una falsa inocencia virginal.

»¡Oh! Vaya que ella hubiese sido capaz de cumplir las exigencias más salvajes y depravadas de cualquiera de los hombres, y eso pretendía demostrarle al Brujo, mientras este sonreía y se desvestía. Pero todo cambió cuando, al verse desnudos los dos a la luz de las velas en esa habitación, el Brujo chasqueó los dedos y un grupo de espectrales esbirros arribaron en una ráfaga de viento y una púrpura bruma. La mujer —¡ah!, por supuesto que se sorprendió— se vio pronto sujetada por esos espectros mientras que el Brujo hacia una mueca con una sonrisa casi felina; se acercó a ella en medio de sus forcejeos, puso su cara frente a la suya y el Brujo susurró: «Pregò-diablè».

—¿Pregò-diablè? —Preguntó sorprendido el niño sentado al costado del flaco Niel—. ¿Qué significa eso?

El flaco Niel se molestó mucho con esa irrupción y zarandeó con un golpe a mano abierta la cabeza del muchacho.

—¡No me interrumpas, niño! —exclamó Niel.

—¡Espera! Un momento... yo tampoco sé qué significa eso —dijo el violento Rick—. ¡No me tomes por imbécil y explícalo ahora!

—A eso voy, Rick, a eso voy —dijo Niel—. El Pregò-diablè es una criatura demoníaca, un ente parasito que seduce a sus víctimas utilizando un cuerpo de hombre o mujer irresistible; los pobres incautos que caen en su trampa se lo follan, y ¡oh! vaya follada con que los apremia el Pregò-diablè, la mejor de sus vidas seguramente. Tiempo después del encuentro pasional, el cuerpo en el que habitaba la criatura muere, pero el horror comienza algunos días después, cuando la mujer o el hombre incauto que cayó en la trampa sexual del demonio, comienza a experimentar algunos cambios en su actitud.

»La criatura es un ente parasito, como ya les dije, y después del encuentro sexual y la muerte del cuerpo que la contenía, se apodera de la mente de quien se la folló, obteniendo así un nuevo cuerpo joven y bello. Las mentes de las víctimas dejan de existir, desaparecen; digamos que sus mentes mueren, y la criatura, después de algunos años, repite su ciclo.

»¿Entendieron? Bueno, pues imagínense el gran espectáculo que acontecía en la visión de esa adivina con la que mi viejo pasó algunas noches. Un encuentro de esos de leyenda; el Brujo y un Pregò-diablè que casi lo convence de hacerle el amor. Pero el Brujo no es idiota; es tremendamente culto y hábil, y más cuando se trata de criaturas horribles. Y después de haberle susurrado «Pregò-diablè» a la mujer desnuda que había intentado aplicar su trampa en él, y que, por supuesto, se trataba de esa criatura, el Brujo hizo algo que no se esperaría nadie: ordenó al grupo de sus fieles esclavos espectrales que había convocado que violaran brutalmente al demonio en el cuerpo de esa preciosa mujer, mientras él veía todo con admiración, y no sé cómo se imaginen ustedes, amigos míos, la forma en la que se viola a un demonio, pero me resulta a mí muy difícil de visualizar. El Brujo fue capaz y pudo corromper a la demoníaca criatura sexual utilizando su propio juego.

»El Pregò-diablè... es un demonio, cierto, pero los gritos de la criatura mientras era brutalmente violada por las espectrales almas, y que la adivina escuchó en su premonición... eran muy humanos. Sin embargo, la adivina le dijo a mi viejo que el demonio sobrevivió... por muy poco, y que el Brujo le dejó vivir.

»Tiempo después de haber tenido esa visión del futuro, la adivina se encontraba en una taberna en Ámsterdam y justo en ese lugar ella vio entrar al hombre que su premonición le había hecho ver; vio al Brujo en carne y hueso, y ella lo sabía gracias a su don. Y también observó que la misma preciosura de mujer de sus visiones se acercaba al Brujo. Su premonición se hacía realidad, y la adivina entró en pánico y salió corriendo; no quería entrometerse entre esas dos leyendas de lo maligno, y salió corriendo de la taberna mientras la seductora dama comenzaba el cortejo al Brujo, y cuando todo lo que la adivina le había dicho a mi padre —y que yo les narré a ustedes—acontecía en la vida real.

—Diablos, el Brujo es alguien de respetar —dijo el violento Rick.

—¡Sus atrocidades me motivan! —exclamó el sucio Peter.

El niño iba a decir algo, pero volteo a ver al barbudo Charlie, como temiendo otro regaño, y mejor se abstuvo.

—¡Partida de imbéciles! —exclamó Charlie—. Dejen de mojar su entrepierna al escuchar la sarta de estupideces que están contando, y que les han contado, y, peor aún, ¡que han creído! ¿Cómo es posible que hombres tan sanguinarios como ustedes y que son capaces de asesinar y colgar a otros hombres de las copas de los árboles más altos, se emocionen con esos cuentos para asustar niños?

La noche avanzaba en el bosque de los gritos, los cadáveres colgados en el árbol, los cuales apuntaba furioso el barbudo Charlie, se mecían con asincrónica, y esa sensación tan acogedora que producía la fogata en la fría noche comenzaba a disiparse por la furia e histeria del barbudo.

—Bueno, ya fue suficiente, Charlie —exclamó el sucio Peter—. Te has pasado la noche quejándote de nuestras historias y no te hemos oído decir lo que tú sabes del Brujo.

—¿Tú qué sabes del Brujo, barbudo Charlie? —preguntó el violento Rick—. ¡Cuéntanos!

—Les diré lo que sé, ¡idiotas! —exclamó Charlie—. Y lo que sé es lo que ustedes y yo hemos atestiguado; no son cuentos para asustar a mocosos como este niño, y no son fábulas ni supersticiones. Lo que sé es que ese idiota que le dicen el Brujo se fue de aquí hace cincuenta años, o sea, en 1394, y tiene cuatro años aquí desde que regresó y parece que las plagas volvieron con él y que el ganado nace muerto a partir del retorno de ese anciano. Un grupo de supersticiosos nobles, al verse sumidos también en tanta miseria, quieren aplacar su desesperación y la de sus plebeyos, y pretenden desquitarse con el Brujo, acabando con él de una vez por todas, pensando que así se detendrán los males.

»Esos cobardes nobles, sin embargo, sienten también pavor del Brujo por toda la fama que ese viejo se ha ganado a base de leyendas impúdicas e historias exageradas, y, por eso, nos han contratado a nosotros, ¡sí, soquetes cretinos! ¡Nos darán una buena cantidad de oro para asesinar al Brujo, y eso es lo que haremos! Tal vez no seamos los más inteligentes asesinos, pero somos eficaces a nuestra manera, y cuando demos con ese bastardo del Brujo, lo atravesaremos una y otra vez con nuestras espadas, nos llevaremos su cadáver, lo presentaremos ante los nobles y después lo colgaremos en la entrada de este bosque para demostrarle a todo Pluckley que el Brujo era un simple charlatán. ¡Eso es lo que sé del Brujo!

—Oye... qué bobo —se escuchó decir al niño.

—¿Qué has dicho, enano? —preguntó el barbudo Charlie.

—Dije que eso es bobo —respondió el muchachito—. ¿No sería más inteligente colgar el cuerpo del Brujo en el pueblo? Regresarlo al bosque de los gritos sería aumentar el miedo hacia este lugar. Además, ¿cómo sabrán los nobles que el cadáver que llevarán será el del Brujo? Después de todo, nadie conoce su verdadera apariencia. ¿Cómo demostrarán que en verdad es el Brujo?

Todos se silenciaron. El flaco Niel, el violento Rick y el sucio Peter miraron al barbudo Charlie, y este abofeteó al niño en un seco y duro movimiento.

—¡Cretino insolente! —exclamó Charlie—. ¡Tú no entiendes nada! ¡Tú no sabes nada del Brujo!

El niño sollozó, limpió la sangre que brotó de su boca, se sobó la rosada mejilla, y dijo:

—Claro que sí sé... sé mucho, y eso es porque el Brujo... el Brujo soy yo.

Una sonrisa macabra se dibujó en el rostro del muchacho, iluminado por la luz de la fogata.

Todos se sobresaltaron, pero también se confundieron.

—¡No digas tonterías, niño! —exclamó el flaco Niel.

—¡Sí! Deja de jugar, mocoso, o el barbudo Charlie te matará —dijo el violento Rick.

—¡Ja! Este muchacho está demente. Mátalo, Charlie —agregó el sucio Peter.

—Pregúntense cómo es que llegaron a esta fogata —dijo el niño—. Pregúntense cuál es mi nombre.

Los mercenarios se miraron entre sí con confusión abismal.

—¿Quién... quién es este niño? —preguntó Peter.

—No... no sé —tartamudeó Niel—. ¡Tú lo trajiste, Rick!

—No entiendo lo qué pasa —dijo Rick—. Yo no lo traje, y no lo conozco, ni siquiera sé por qué está aquí con nosotros, ni recuerdo cómo llegué aquí.

—¿Qué está pasando, soquetes? —preguntó Charlie con pánico—. ¿De dónde salió este mocoso?

Entre ellos se echaban la culpa, pero no sabían de qué; estaban atontados, como saliendo de un trance, tratando de comprender, tratando de recordar.

—¡Ya basta! —gritó Charlie al mismo tiempo que desenvainó su espada—. Te mataré, mocoso engreído y embustero, y después colgaré tu cuerpo en la copa de ese árbol al igual que hicimos con esos bastardos que están allá arriba.

El barbudo Charlie apuntaba con la espada la línea de colgados en el árbol.

—Creo que eso ya no podrá ser, barbudo Charlie —dijo el niño sonriente—, y digo eso porque ustedes ya están muertos y esos cuatro cadáveres que cuelgan del cuello en la copa de ese árbol son sus cuerpos.

En una inexplicable llamarada, el fuego de la fogata iluminó los cadáveres que se mecían en el árbol, y los mercenarios vislumbraron sus propios rostros deformados por el ahorcamiento.

—No fue difícil introducirlos a una ilusión cuando se adentraron en el bosque con el objetivo de matarme —dijo el niño sonriendo—. Tampoco representó dificultad para mí manipularlos para que se colgaran ustedes mismos, uno por uno. Incluso sus espectros fueron bastante fáciles de hipnotizar. Aun así, siéntanse orgullosos, pues son de los pocos a los cuales les he permitido ver mi verdadera apariencia. No se preocupen, yo mismo esparciré la historia de lo que les pasó para que, junto conmigo, compartan la leyenda, y sea contada en fogatas, así como ustedes contaron las mías.

«No, no, no puede ser posible», repetían una y otra vez los cuatro mercenarios espectrales.

El Brujo, en esa apariencia de pícaro niño, carcajeó y se burló del cuarteto de fantasmas estupefactos, para después decir, con una voz traviesa:

—Bienvenidos, señores… bienvenidos al bosque de los gritos.

El Brujo entonces tomó forma de lechuza blanca, una bruma púrpura extinguió la fogata y la lechuza ascendió a la oscuridad del cielo de la noche mientras los estrepitosos alaridos espectrales de sus más recientes víctimas rendían digno honor a la reputación y a la leyenda del llamado bosque de los gritos.

  

  

 

  

  

  

   

   

Amaury R. Ledesma (Lagos de Moreno, Jalisco, México, 1991). Narrador y poeta. Arquitecto por la Universidad del Valle de Atemajac, Campus Lagos de Moreno, Jalisco, en 2013. Maestría en diseño arquitectónico por la Universidad de La Salle Bajío, León, Gto, México, en 2016. Co-fundador, editor y diseñador de la revista literaria digital Perro Negro de la Calle, en línea desde el 2016. Invitado en 2018 y 2019 al encuentro de poetas Francisco González León, de Lagos de Moreno, Jalisco.

Su obra narrativa se centra en historias sobre lo fantástico, seres sobrenaturales, taumaturgia e ironía, donde todos sus relatos convergen en un común universo literario que se va expandiendo poco a poco. Enfoca su obra poética (rima o prosa) a la transmisión de los conceptos comunes del inconsciente colectivo, sin las abstracciones exageradas, de las que, él considera, peca la poesía actual.

Ha publicado relatos en distintas revistas literarias, entre cuyos títulos pueden citarse “El noveno arcano” (La Marraqueta, Santiago de Chile, 2019), “Tótem” (Pluma, Buenos Aires, 2019), “Lo que pasó en el sótano” (El Ojo de Uk, Monterrey, Nuevo León, 2019), “La eterna noche de los rayos” y “Violeta” (Katabasis, México, 2020), “La mofa de la vida (Gibralfaro, Málaga, España, 2020) y “El puente del recuerdo” (Resonancias, 2020), entre otros. Es asimismo autor de novelas como Lo extraño y lo fantástico (Hayal Gücü Editorial, México, 2022) y Entre el Samsara y el sueño (Hayal Gücü Editorial, México, 2023).

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 1. Página 5. Año XXIII. II Época. Número 118. Enero-Marzo 2024. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2024 Amauri R. Ledesma. © La imagen utilizada como ilustración del texto procede de una base de imágenes de uso gratuito según determinadas condiciones de publicación. Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2024 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).

   

     

 

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