LA LLUVIA GOLPEA el cristal de la ventana de mi cuarto en el sanatorio. A pesar del dolor de las heridas, estrujo entre mis manos la bolsita que antes tenía el dinero que robé a la celadora, ahora con un montón de ágatas que son mis únicas compañeras...

 

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Ya viajaba en el taxi, cuando encontré una mujer que vendía flores de pie bajo un semáforo. Pedí al chófer que se detuviese unos segundos aprovechando la luz roja, y compré un ramo de rosas blancas; son tus favoritas. Si no tuviesen espinas… Odio las espinas, hacen heridas terribles que duelen por mucho tiempo, pero me ilusionaba pensar que te gustarían; después de todo, solamente yo conocía la historia del collar.

Ese día me dispuse a escoger un regalo para ti, no todos los días tiene una la dicha de ver la sorpresa en el rostro de una amiga; tampoco la suerte de evadirse del infierno y su consabido menú, para saborear un sándwich de pavo con un refresco de uva.

Aproveché la oportunidad que se me presentaba en la mañana para escabullirme a la calle. A pesar de que mis nervios parecían estar controlados, tenía la sensación de que alguien me seguía, pero no advertí nada especial en la gente que deambulaba en todas direcciones.

Caminé hasta el centro comercial y, al entrar en la primera tienda, me llamó la atención un extraño y bellísimo collar. Apenas pude resistir el hechizo de las cuentas veteadas que descollaban sobre el terciopelo negro del armario de cristal como acantilados que sobresalen en una llanura de felpa, y comprártelo; mejor dicho, comprármelo.

Una inusitada sensación recorrió mi piel de sólo pensar en el contacto de aquel engranaje mineral traslúcido. Original y atractivo, con cuentas que simulaban armonizar en el caos de sus formas disímiles, me pareció un prototipo de lo que te gusta (de lo que me gusta), pero estaba el inconveniente del dinero: la maldita celadora cargaba apenas con lo necesario para una emergencia.

Necesitaba más efectivo; una amiga merece que se le escoja debidamente su regalo. Seguramente encontraría la manera; compraría algo diferente para ti, y luego… regresaría por ese collar, por supuesto, para mí.

Caminé entre vendedoras que me acechaban con rostros de celadoras y vestimentas de brujas. Estuve tentada de regresar al mostrador donde vi el collar y robarlo, pero no, no era posible, la maldita empleada lo había colocado bajo llave.

Me entretuve mirando los estantes en que siempre me parecía encontrar cosas que necesitaba. Pensé que luego no tendría la oportunidad de abastecerme de ellas, como tampoco siempre puede respirarse el aire fresco de la calle sin temor a que la envenenen a una con tanto mejunje, por lo que decidí disfrutar de mirar sin comprar.

Pero ese día, y hasta aquel momento, la suerte parecía estar inequívocamente de mi parte. Llamó mi atención la sobria elegancia de una mujer que, con la cartera distraídamente abierta, solicitaba un perfume bastante caro a una de las empleadas. La idea me sedujo al instante. Nunca nada me había sido tan fácil como aquel ejercicio alguna vez aprendido.

 

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Compré un vestido estupendo que me pondría esa misma noche. Como tenía hambre, me fui a comer, y, luego de saborear mi sándwich de pavo y mi refresco de uva, utilicé parte del dinero restante para comprar algunas cosas. En el camino de vuelta compraría el collar y, enseguida, ese  dichoso regalo que, sin éxito, buscaba para ti.

No tuve noción de que el tiempo transcurría velozmente mientras yo vagaba cargada de paquetes totalmente repuesta de la angustia que me produjera el pensar que alguien andaba tras mis pasos, así que decidí regresar a la primera tienda en busca del collar. Sería el premio, mi premio, por haber soportado tanto encierro, tantos días grises y monótonos en aquel sepulcro de sanatorio, y también, ¿por qué no?, por todo el tiempo malgastado en busca de tu dichoso regalo. Ver a una vieja amiga mosca muerta asombrarse es algo que no podía ni quería perderme, pero una también tiene que darse algún premio de vez en cuando: no puede una olvidarse de eso.

Me sentí mareada, con la sensación de haberme extraviado, o tal vez de haber perdido el enlace entre mis acciones, pero guiada por un estado de conciencia cuya magnitud no alcanzaba a comprender. Hice varias veces el mismo recorrido, cuando, de repente, reconocí el establecimiento donde había visto el collar.

Observé que la empleada se disponía a cerrar el lugar y me apresuré a llamar su atención; primero, con una seña y, seguidamente, pidiéndole que me permitiera entrar, cosa que la mujer hizo con gusto. Seguro que no quería perder una posible venta si el cliente, en este caso yo..., pero el collar ya no estaba.

Me puse mal, algo pareció que me asfixiaba, se me antojó que la empleada tenía un extraordinario parecido con la celadora, pero me repuse y le pregunté por el collar. Me dijo que lo había vendido. Entonces, sentí que me hervía la sangre y luego que me mareaba más. Había perdido la oportunidad de conseguir ese maldito collar. Tampoco tenía mis píldoras; las había olvidado con la precipitación de la salida matinal, en uno de los bolsillos del maldito atuendo de sanatorio que llevaba puesto y que cambié por las ropas de la celadora.

Estaba literalmente agotada, me dolían mucho los pies, que, habituados a las zapatillas y a las alfombras del sanatorio, ya no aguantaban los zapatos de la bruja, que me quedaban justos.

¡Las cosas que hay que hacer por una amiga! Estaba deshecha de caminar todo el día con esa horrible vestimenta de arpía. Todas las tiendas estaban ya cerradas. Había planeado sorprenderte, ¿te das cuenta? (a las nueve, en tu casa). Las nueve, si; era una hora perfecta. Eran casi las ocho. Apenas tenía tiempo para llegar al apartamento que durante meses había permanecido cerrado, airearlo un poco antes de ducharme, y arreglarme para verte petrificada ante mi presencia.

Te chocaría conocer el precio de mi nuevo vestido, el que había comprado esa misma tarde y que venía tan bien con el collar; eran el uno para el otro. Era también una verdadera lástima no haber conseguido aquel collar. Lástima de collar y lástima de sorpresa, echada a perder porque a una maldita infeliz, que había salido de debajo de sabe Dios qué piedra, se le había antojado robarme mi collar, ¿oíste?, mi collar; mío, mío.

Corrí calle abajo ya que no andaba muy lejos de casa, y tomar un taxi hubiera sido imposible. Me quedaba lo justo para el taxi que me haría llegar a tu maldita casa, y para comprar ese ramo de estúpidas rosas blancas, que por suerte conseguí a último momento. Aunque llenas de maléficas espinas, eran tus preferidas.

 

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Me bajé del taxi con tu ramo de flores. En ese momento salías al portal. Aunque a distancia, disfruté de tu estupefacción al reconocerme. Siempre te creíste la mejor; la más linda, la más divertida, la más popular. No niego que lucías radiante, y hasta me pareció que en tu cuello… brillaba... ¡el collar!, ¡mi collar!

Como una bofetada en pleno rostro, como una burla terrible y siniestra que acababa de revertir la sorpresa del encuentro, no pude soportar que aquel collar, mi collar, se balanceara sobre tu garganta al compás de tus pasitos de marioneta. No pude tolerar tu necedad, tus frases: ¿qué haces aquí?, ¿te escapaste?...

Mis manos se crisparon sobre el ramo de rosas y las pequeñas dagas se incrustaron en ellas hasta que las rojísimas gotas mancharon mi vestido nuevo. Me abalancé sobre tu cuello y de un tirón te arranqué el collar, mientras sentía que el mareo se acrecentaba y un mar de espuma me brotaba por las comisuras de los labios. Los gritos de tus amigas acuchillaron mis oídos hasta ensordecerme.

Caí en redondo y, desde el suelo, vi el rostro angustiado de mi perseguidora que se inclinaba sobre mí. Con sus hábiles y nervudas manos trataba de limpiar la espuma blandiendo un pañuelo inmaculado.

 

 

*   *   *

  

Ha dejado de llover. Las heridas han vuelto a sangrar, y no sé exactamente si es la empleada de la tienda, la compradora de perfumes, o la celadora; sólo sé que ha entrado en mi cuarto esa mujer: con sus zapatos de bruja, con su disfraz de arpía compasiva y un enorme mazo de llaves tintineantes.

La miro con desdén y sigo aferrada a la bolsita con las cuentas. Ella me devuelve la mirada con ternura, y se pone a verificar el funcionamiento de la alarma.

  

  

  

  

  

  

   

   

María Eugenia Caseiro (La Habana, Cuba). Poeta y escritora, reside actualmente en Miami (EE UU). Es miembro electo de diversas asociaciones culturales y literarias como, por ejemplo, la Unión de Escritores y Artistas del Caribe, la Unión Hispanoamericana de Escritores, la Asociación Caribeña de Estudios del Caribe, la Academia de la Historia de Cuba-USA, el Instituto Nacional de Periodismo (INPL) y el Foro Internacional para una Cultura una Literatura para la Paz (IFLAC), entre otros. Asimismo, colabora con la Asociación Canadiense de Hispanistas, la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo y la Academia Norteamericana de la Lengua Española (ANLE).

Ha sido galardonada con el Premio Publicación La Porte des Poètes 2005 (París), el Premio Estadístico 2006 de Poesía y Relato en el Concurso Internacional Mis Escritos Lanuz (Argentina), la Mención de Honor en el Certamen Internacional de Poesía César Vallejo 2006 (Londres), el Primer Premio (género Cuento) y la Primera Mención de Honor (género Poesía) Artesanías Literarias 2007, el Premio José María Heredia 2007, el Primer Premio Narrativa Artesanías Literarias 2008 y el Primer Premio Poesía Carta Lírica 2011, entre otros.

Entre narrativa, poesía, comedia y literatura infantil, ha publicado más de una veintena de libros, entre cuyos títulos cabe citar: Famous Poets Society (1997, 2000), Hollywood Diamond Hommer Trophy (1998), Nueva Poesía Hispanoamericana (2004, 2005 y 2006), Paseo en Verso (Méjico, 2005), Poesía Femenina Hispanoamericana: El Rastro de las Mariposas (2006), No soy yo (Poemápolis, Bilbao, 2008), Nueve cuentos para recrear el café (Ediciones Equi-Librio, Lion, 2009), obra en prosa en versión bilingüe, español y francés; Escaparate, el caos ordenado del poeta (Editorial Glorieta, Miami, 2011), compilación de varias etapas de su poesía; Arreciados por el éxodo (Imagine Cloud Éditions, Miami, 2013), A contraluz (Imagine Cloud Éditions, Miami, 2016), Antología y Morfología de la Fobia (Editorial Exodus, Barcelona, 2016), Correo de la Mañana, comedia satírica (2018); Galeato por un suicida (2018), El Rapto de Palissy (2019), Sin Caronte en la Barca (2019), Pentagonías (2019), Cuerpo que se deja ir (1) (2019), Comparsa siniestra: Cuentos de Azotea (2019), Cuerpo que se deja ir (2) (2019), La hipótesis del otro: Cuentos de Azotea (2019), entre otros.

Ha obtenido premios tanto en poesía como en narrativa, y ha sido traducida a más de diez idiomas.

   

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección 2. Página 8. Año XXIII. II Época. Número 119. Abril-Junio 2024. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2024 María Eugenia Caseiro. Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2023 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana. Calle Castillón, 3. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga).

   

     

 

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