Al señor Cepillo lo veía pocas veces, pero eso no me
preocupaba, pues ese señor no me gustaba nada; en
cambio, a mis amigos sí, y hablaban cosas raras de que
muchos tendrían enfermedades.
Pasaron cuatro años y todo, al menos para mí, iba
perfectamente, hasta que un día le salió una cosa negra
a mi amigo Premolar. Me extrañé porque no sabía lo que
era, así que le pregunté:
—Premolar, ¿qué te pasa?
—Tengo la enfermedad que te dije, la picadura.
—¿Qué te pasará amigo mío?
—Puede que me muera o que me empasten.
—¿Qué te empasten?
—Si, es una pasta que nos ponen encima, que sirve para
que no muramos, pero me quedaría ciego —dijo muy triste.
—Y ¿por qué te mueres si no te empastan?
—Muy sencillo, el negro que tengo por debajo, me irá
cubriendo por completo y, una vez que me cubra, no podré
respirar, y el dentista me tendrá que sacar de aquí.
Yo no le contesté, pero disimuladamente me puse a
llorar.
Los días siguientes fueron muy malos para mí, porque
Premolar murió y, a los pocos días, Incisivo.
Yo no paré de llorar hasta que vi nacer un diente en el
lugar de incisivo. Entonces entendí que Incisivo tuvo
otro amigo hasta que nací yo y pensé que yo le enseñaría
a este dientecito todo lo que él me había enseñado a mí.
Al día siguiente nació otro en el lugar de Premolar, así
que les enseñé a los dos a la vez, y yo estaba feliz por
que me sentía mayor.
Cuatro o cinco años después me salió la picadura. Yo no
tuve tan mala suerte, pero tampoco la tuve buena, pues
me empastaron.
|