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ME GUSTAN ESOS días que son dominio del frío y la lluvia.
Esos días me encanta quedarme en casa y verlos a través de
las ventanas. Me acerco a ellas y miro. Fuera llueve un
minúsculo diluvio.
La cercanía con el cristal hace que del vaho nazca un
empañamiento efímero y eso me lleva al recuerdo y me produce
un irrefrenable deseo: quiero trazar la silueta de un
corazón.
Cuando era pequeño me subía en una banqueta de la cocina y
arrojaba mi aliento infantil a los seis cristalitos de la
ventana. En los seis dibujaba un corazón.
Me bajaba de la banqueta, y me alejaba para disfrutar mi
obra con satisfacción; después volvía a ellos, y a cada uno
le marcaba con una “M” y una “A” mayúsculas, y volvía otra
vez atrás para contemplar mi obra retocada, ahora con mayor
satisfacción.
Para finalizar, añadía una flecha a cada uno de ellos, una
flecha cruel que los atravesaba sin cuidado, y dibujaba en
cada uno una gota de sangre manando del flechazo, con la
forma dulce de una lágrima, y pensaba en “M” con toda la
fuerza que dan los párpados apretados. Después, depositaba
un beso en cada uno de ellos, y borraba todo con la manga
antes de que mi madre lo viera.
Siempre se daba cuenta. Ya has vuelto a escribir en los
cristales, decía, ahora tendré que limpiarlos otra vez;
Angelín, ¿quieres dejar de ser tan niño?
No quiero dejar de ser tan niño, mamá. Ni siquiera ahora que
soy un anciano condenado a dejar de serlo, no quiero dejar
de ser tan niño, mamá, lo que quiero es volver a tu cocina,
encaramarme a una banqueta, y pintar corazones que no tenga
que borrar después, y quiero volver a entregar mi corazón a
“M”, que era Marta, aquella niña de ojos verdes que alteró
mi infancia con el veneno encantador de su sonrisa, con sus
dulces miradas, y volver a escuchar aquella frase manando de
su voz “cuando sea mayor me casaré contigo...”, y quiero ser
de nuevo la “A” del corazón, Angelín, el niño que ganó el
premio de conocerla, y quiero recibir mil veces más aquel
único beso que me regaló, más blanco que cualquiera de los
que he recibido después.
Quiero que vuelvan a brotar cosquillas en mi corazón, y
sentir el caudal alborotado de aquella sangre que se
revolucionaba con la presencia y la ausencia de “M”, y
retornar a la maravillosa escandalera de los sentimientos
que no supe ni quise aplacar. |
Es mi mayor y más imposible deseo esparcir de nuevo por el
aire aquellas lágrimas felices, y volar por sueños y deseos
con las alas vírgenes del primer amor, y transitar
nuevamente los caminos imprevisibles de los sentimientos, en
los que el corazón nunca es experto.
Y escribir otras poesías, mejores que aquellas que hice para
ella, que tenían rimas perfectas pero palabras mal escogidas
y el toque cursi pero perdonable de la inocencia.
Hoy, que se han reverdecido las nostalgias y me he rescatado
del pasado, siento en mi mano imaginativa, aquella de dedos
pequeños, cómo garabateo en el aire uno de aquellos
corazones hoy de nuevo vivos, y las iniciales “M” y “A”. Sin
las flechas.
Este estremecimiento tibio que me atraviesa ahora es un
temblor que me hace proclive al llanto, es un temblor
cariñoso que se manifiesta porque sabe que es bien recibido;
cada vez que viene, lo acojo con ternura y lo acompaño en
sus recorridos.
Mamá, hace tiempo que dejé de ser sólo hombre para
convertirme en persona, en hijo, en amigo, en niño, en un
ser emocionable y humano; hace tiempo que abandoné el mundo
tal como es y regresé al mundo hecho con cariño; hace mucho
tiempo que prefiero recordarte antes que seguir en la
insistencia de tu olvido.
Hoy, más que nunca, quisiera poder estar a tu lado, aunque
fuera no más de una esencia de segundo, sólo el tiempo justo
de perderme en tu mirada, de adentrarme en el cielo de tus
sentimientos, de sentirme acunado en tus brazos, de escuchar
de nuevo la música de tu voz llamándome Angelín.
Estos días de frío y lluvia escucho la inmejorable “Sinfonía
Número 5” de Mahler, y también llegas a mí a través de esa
música; vienes en cada una de las notas y en cada uno de los
instrumentos; te siento andar a mi lado, brotando de mi
nostalgia, presentándote a la llamada de mi deseo de ti, de
mi necesidad de ti.
Es curioso cómo, a medida que pasa el tiempo, te añoro más,
y cómo la añoranza no hace sino acrecentar la necesidad de
lo imposible: volver a vivir todo aquello que no fue
plenamente apreciado y disfrutado.
“M” desapareció de mi vida. No vino a arrancar las flechas
ensangrentadas, ni vino a llenar mi corazón con su
presencia. Pero no fue culpa de ella, sino del destino, que
había hecho otros proyectos.
Así ha transcurrido mi vida: contigo mientras estuviste, sin
ti ahora que no estás.
Por eso, quizás, es por lo que no quiero dejar de ser tan
niño.
… … … |
Después de este paseo por la añoranza, mis emociones
recapitulan:
No quiero dejar de ser tan niño…
Angelín…
Mamá…
“M”…
Los corazones fugaces…
Soy presa de la nostalgia.
Y de las lágrimas. |
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Francisco de Sales
Sánchez Corrales
(Córdoba, España,
1954).
Gerente de una
empresa de
distribución.
Escribir en prosa y
en verso le ha
atraído
fervorosamente desde
la edad más
temprana, pero no ha
sido hasta hace unos
años, no muchos,
cuando ha podido
dedicarle a la
creación de
historias y a
hilvanar unos versos
con otros el tiempo
que con tanto celo
reclama la vocación
literaria.
Ha publicado un
libro, Andrea
Amor, que se
inserta en el
realismo fantástico,
pero es autor de
otros varios, que,
aunque concluidos,
permanecen aún
inéditos. Ha escrito
también más de medio
centenar de relatos
cortos y un millar
de poemas, que ha
dado a conocer (y lo
está haciendo
todavía) en diversas
páginas digitales de
Literatura. |
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 1. Página
2. Año XXIII. II Época. Número 120.
Julio-Septiembre 2024. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2024
Francisco de Sales Sánchez Corrales.
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