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EN AQUELLA ÉPOCA desempeñaba mis funciones como Conservador
del Museo de Antigüedades. Era el mío un trabajo de
constante ocupación. Siempre había algo que inventariar,
catalogar o clasificar en las variopintas colecciones: bien
por la difusión de los préstamos compartidos con otras
instituciones del país o museos internacionales, como por
las nuevas entradas de objetos, algunos de indeterminada
procedencia, amén de donaciones.
Estaba francamente satisfecho y orgulloso de mi labor. Me
gustaba imaginar que aquellas ricas piezas tan apreciadas
por el público visitante no eran simplemente objetos
inertes, testigos de un pasado muerto. Fantaseaba con la
posibilidad de que en sus finas o toscas capas que los
recubrían, existiese la posibilidad de una impregnación
energética que delinease sus formas, pero de una manera
constante y desafiando las etapas del tiempo. De hecho,
pensaba que los creadores de todas aquellas obras
pervivirían, como se suele decir, a través de la realización
de su arte. Pero, en mi caso, iba más allá en mis
suposiciones. Creía que ese espíritu permanecería dotado con
una visión única a través de las diferentes edades. Después
de todo, me dije, todos nos conformamos a una acción previa
que ha sido concertada con un sentido práctico. Lo mismo que
nuestra percepción de la realidad suele ser imperfecta,
corta de penetración, no es descabellado presuponer que
somos observados por cuanto nos rodea.
Al principio de estas elucubraciones, me invadían momentos
de incertidumbre, de confusión; pasaba como a otro estado de
conciencia indefinido: y, francamente, sentía miedo. Poseído
cada vez más por la certeza de no estar a solas cuando
deambulaba por las salas solitarias del edificio. Se
trataba, claro está, de un edificio de antigua construcción
que otorgaba realce y carácter a las piezas allí
conservadas, y custodiadas. |
La vigilancia que se ejercía, acompañada de presencia de
personal y de altas y sofisticadas medidas de seguridad, se
centraba en una diadema que llevaba incrustado un grueso
diamante. El origen histórico de la diadema era desconocido,
aunque sí se podían reportar datos acerca de algunos de sus
poseedores en el pasado. Esta falta de información la
suplía, y la englobaba, la imaginación de las gentes.
Curioso que siempre se recurra a heroínas, amores, pasiones;
cuentos de héroes, felices o desgraciados; se relaten
odiseas de mil aventuras implícitas, inventando gestas que
jamás ocurrieron y dichas que a nadie complacieron. Y es que
la felicidad se confunde con un estado de ánimo, si acaso
imposible, aunque, más bien, es una palabra que define una
circunstancia final, o una espera. Sí, nos gusta ponerle un
nombre a todo cuanto existe, para simplificar; y tal vez con
la intención secreta de dominar su poder.
El diamante del museo debería seguramente poseerlo. Para el
circuito cerrado de la administración y su jerarquía, el
diamante era llamado "La Imagen". Imagen, por Salvación.
Porque internamente se comprendía que la proyección de una
imagen de sí mismo, o bien de un pensamiento o de una
“imaginación” desbordada, conlleva la formación en otro
plano o dimensión de un doble de aquello que rechazamos por
incapacidad de conducirlo a una transformación efectiva. La
mente es un residuo inconsciente de la otrora generación de
luz y puede, con entrenamiento —se incluye aquí el dolor—,
despertar una capacidad de destrucción superior a todo lo
concebido por su prístina y lejana inalterabilidad.
Siempre intuí que aquel diamante no era tan simple como
presuponía la vulgaridad de las historias que inspiraba en
sus admirados contempladores. Aunque no me revelarían hasta
más tarde la importancia cierta de mis sospechas.
Una mañana me llamó el director a su despacho. |
Lo noté inquieto y pude ver su rostro lleno de preocupación,
la huella del cansancio impresa en sus ojos. Estaba
revisando unos papeles y me hizo señas para que tomara
asiento. Solía convocarme a menudo para charlar sobre
asuntos de incumbencia y referentes a la marcha de las
programaciones, así como para escuchar de mi parte el estado
general de la conservación del museo. Sobre todo, cuando al
incorporar una reciente adquisición.
—¿No le importa que le haga esperar unos instantes?
—No, por supuesto. Se sobreentiende que no es tiempo
perdido.
—No, no lo es —asintió sin apartar la vista de los
documentos.
Al cabo, le pregunté qué se le ofrecía.
Me contestó que el asunto que tenía que comunicarme era de
una gravedad única, por lo desacostumbrado del suceso.
—Usted dirá...
—Hemos recibido —continuó entre lacónico y expedito, si ello
es posible— la orden de que el diamante, “La Imagen”, junto
con la diadema, ha de cambiar definitivamente de lugar.
Creí que se trataría de la cesión a otro museo. De
inmediato, pensé que ese traslado nos restaría puntos. Pero
el Director, que seguramente vislumbró mi estado de
extrañeza, más rápido me aclaró la situación.
—No, no se trata de un traslado simple, sino algo de mayor
alcance. Se ha recibido la notificación de altas instancias.
Aunque no se trata en este caso de una venta, sí se habla de
una cesión intemporal a un museo extranjero, donde formará
parte de su colección permanente. A partir de ahora, el que
quiera verlo, tendrá que desplazarse a miles de kilómetros
de su residencia (me refiero a nuestros conciudadanos). Y,
entre ellos, es obvio, se cuentan usted y yo. |
Me quedé boquiabierto, muy sorprendido, casi petrificado,
pues no me esperaba semejante suceso.
—¿Se sabe algo acerca del porqué de esta “gratitud”, de esta
inconsecuencia? —acerté a pronunciar al cabo.
—Es muy complicado. La verdad nunca te la van a revelar del
todo. Deja la puerta abierta a todo tipo de suposiciones. En
mi caso, le confieso que me siento incapaz de penetrar
tamaña decisión. Se me escapan los motivos... Lo que sí está
más que claro es que esto nos va a dañar bastante desde el
punto de vista económico. Usted sabe de sobra que los
ingresos del museo se incrementaban con la exposición y las
visitas numerosas para contemplar el diamante, “La
Imagen”.-Sí, me consta, me consta –balbuceé nervioso,
indeciso.
—Pues eso es lo que hay... No para otra cosa le he pedido
que venga a mi despacho. Todavía faltan unas semanas para
que el traslado se realice, así que tendremos tiempo
suficiente para ver qué se puede hacer para substituir la
pieza, para que otra ocupe su lugar; y para pergeñar un plan
general que redunde en nuestro beneficio. Lamentar la
pérdida, irreparable de algún modo, no sirve de nada. Es
mejor centrarse en lo futuro. |
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José
Luis
Benítez
Sánchez
(Cuevas
de
San
Marcos,
Málaga,
1951)
y en
la
actualidad
reside
en
Alemania.
Se
licenció
en
Antropología
Social
en
la
Universidad
Complutense
de
Madrid
en
1980.
Su
carrera
literaria
comenzó
con
la
publicación
de
un
poemario
titulado
Sonata
en
el
espacio
(Ed.
Coop.
La
Idea,
1979).
Ha
escrito
novelas
como
Chafanto
o El
encuentro
de
la
imagen
sobre
el
espejo
mágico
(1993)
y
Leyendas
de
Belda-City
(1996),
ambas
publicadas
por
la
editorial
Biblioteca
Nueva
(Madrid).
También
es
autor
de
Náufragos
sin
isla
(2011),
publicada
por
la
editorial
Kit-Book
(Barcelona),
y de
Restos
(2016),
de
la
editorial
Tagus
(Casa
del
libro/Planeta).
En
2017
publicó
El
campo
irisado,
una
novela
que
explora
temas
de
supervivencia
y
tecnología.
Además
de
sus
novelas,
José
Luis
ha
publicado
el
poemario
Sombras
que
pasan
(2009)
en
la
editorial
Ittakus
(Jaén)
y el
relato
Todas
las
caras.
Ha
participado
en
diversas
antologías
con
relatos
cortos,
en
revistas
literarias
y ha
colaborado
en
espacios
radiofónicos
literarios.
A lo
largo
de
su
carrera,
ha
recibido
varios
reconocimientos,
entre
ellos
el
Premio
Internacional
Irène
Némirovsky
en
2014
en
Turín
(Italia)
por
su
novela
Restos,
todavía
inédita
por
entonces.
También
recibió
el
premio
de
relato
corto
María
Eloísa
García
Lorca
en
2015
en
Melilla
(España).
Es,
además,
miembro
de
honor
de
la
Unión
Nacional
de
Escritores
de
España UNEE
y
delegado
permanente
en
Alemania.
En
una
entrevista
de
1918,
José
Luis
expuso
antes
los
medios
su
opinión
con
respecto
al
devenir
de
la
estética
literaria
española
y la
de
su
país
de
acogida,
manifestando
que
las
literaturas
alemanas
y la
española
buscan
la
misma
verdad,
pero
por
caminos
muy
diferentes. |
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección 3. Página 15. Año XXIII. II Época. Número 120.
JuLio-Septiembre 2024. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2024 José Luis Benítez Sánchez.
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