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La doncella del bosque
Mónica Navarrete Galván
KEREL, UN JOVEN cazador de una aldea al norte de Eliseis, había abandonado su pequeño pueblo para salir a recorrer el mundo en busca de fortuna. Tenía ya noventa años y estaba harto del oficio que ejercía en su pueblo. Era un dockalfar, un ser de una raza de piel muy clara y cabello negro. Kerel era alto y fuerte. Se había criado entre los bosques rodeado de criaturas salvajes a las que había amaestrado él mismo. Entre sus hazañas contaba la de haberse enfrentado con unos monstruos llamados quimeras, que venían del sur. Kerel se había dirigido al norte, y ahora llegaba a Argent, la ciudad donde nacía el río Lunar. Por las montañas, en cuyo valle se asentaba el pueblo, crecía una frondosa floresta.
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Limousine
Ninoschka Prado Ouviña
TODO COMENZÓ CON un reciente gesto autolítico, que, sin embargo y curiosamente, fue ignorado. Desperté al tercer día sorprendida y cubierta de moratones fruto de las caídas, porque, inmersa en el sopor, sigues teniendo necesidad de orinar, pero tu cuerpo no te sostiene y te caes, una y otra vez, por el camino. El que durmiera tanto no preocupó a nadie porque tengo fama de dormilona. Miento. A mi médica sí, cuando le presenté indignada los blisteres sobre la mesa. ¡Joer, no esperaba volver a despertar con tal sobredosis! La indignada resultó ser ella y me mandó ipso facto y de urgencias al gran jefe de la psiquiatría local. [...] |
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Junto a la mar bravía
Cristóbal Villalobos
QUIZÁS TIRITABAN POR frío, o quizás por miedo. La negra noche amenazaba sus temblorosas almas mientras les engullía una tenue brisa de desazón y desasosiego. Las esperanzas con las que partieron de Gibraltar hacia las costas malagueñas se habían disipado como el día, que ahora llegaba a su ocaso. La traición las había devorado. El que creía su amigo, su compañero de armas, de sufrimientos, su camarada, había acabado por no ser más que un burdo peón a las órdenes de nuestro magno rey Fernando VII, renunciando a sus ideales y a su dignidad, por bastante más que un plato de lentejas.
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Reclamo
Livia Díaz |
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Selección Poética
Luis Benítez |
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Anfiteatro de todas las Gracias (I)
Manuel Lozano |
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PERSONAJES en su HISTORIA |
Clara Campoamor Rodríguez
José Antonio Molero
A NINGÚN POLÍTICO de ninguna época, a ningún diputado o representante del pueblo debe tanto la democracia en España como a Clara Campoamor. A la perseverancia y tenacidad de esta mujer, los españoles debemos nada menos que el sufragio universal tenga el sentido de modernidad con que hoy lo conocemos en los países de nuestra cultura. Fue una de las primeras diputadas en las primeras Cortes de la II República y, desde esta responsabilidad, luchó con tesón hasta lograr que las mujeres tuviesen los mismos derechos electorales que los hombres y la aprobación primera Ley del Divorcio. Así, lo que supuso una constante reivindicación de un gran número de generaciones en otros países, en el nuestro, sin embargo, se consiguió de golpe, sin aparente esfuerzo, porque todo el esfuerzo lo hizo una sola persona: Clara Campoamor.
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En cualquier anaquel
Santiago Gallego Franco
LA BIBLIOTECA DE Babel representa para mí, al igual que Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, el cuento de Borges que reúne la mayoría de elementos enigmáticos que aún no logro entender cabalmente en su obra y a los que sólo puedo acceder de forma remota pensándolos una y otra vez. De aquí puede inferirse que esta nota no pretende explicar la totalidad del cuento, sino dar algunas aproximaciones parciales a pensamientos expuestos en él. Espero que esta combinación de los veinticinco símbolos ortográficos no resulte del todo desafortunada. En algún anaquel, sin duda, habrá una mejor. Veo en La Biblioteca de Babel la misma idea que se trata en el cuento El inmortal, aunque desarrollada de forma distinta: la especulación sobre lo posible dentro de un espacio-tiempo infinito. Al final se llega al mismo punto: al cabo de mucho tiempo, las cosas se repiten.
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