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LA PELÍCULA HINTERTREPPE (Escalera
de servicio) fue dirigida en 1921 por el
alemán Leopold Jessner (Königsberg, marzo de
1878 —Hollywood, diciembre de 1945),
asistido por su compatriota Paul Leni
(Stuttgart, julio de 1885— Hollywood,
septiembre de 1929). De una duración de unos
50 minutos, muda y en blanco y negro, su
creador y guionista fue el gran Carl Mayer
(Graz, Austria, 1894 – Londres, 1944)
[1]
,
a quien se deben, entre otros, los guiones
de Das Kabinett des Dr. Caligari
(1919), Scherben (Raíl, 1921)
Sylvester (La noche de San
Silvestre, 1923) y Der Letzte Mann
(El último, 1924). Además de ayudante
de dirección, Paul Leni también se ocupó de
los decorados; los operadores fueron Karl
Hasselmann y Wily Hameister, y la
producción, alemana, correspondió a Henny
Porten-Film GmbH y Hans Lippmann. El reparto
solamente incluye a tres personajes: la
sirvienta (Henny Porten), el amante (Wilhelm
Dieterle) y el cartero lisiado (Fritz
Kortner). Henny [diminutivo de Henriette]
Porten, cuyo nombre real era Frieda Ulricke
Porten (1890 – 1960), fue, además de
productora, una destacada actriz del cine
mudo alemán, que trabajó en destacadas
películas de Ernst Lubitsch, Ewald André
Dupont y Robert Wiene. En 1919 fundó su
propia productora, que se fusionó con la de
Carl Froelich en 1924. Su primer marido, con
quien se casó en octubre de 1912, el actor y
director de teatro y de cine Curt A. Stark,
murió en octubre de 1916 en la Gran Guerra.
En junio de 1921 volvió a casarse, esta vez
con el médico judío y productor de cine
Wilhelm von Kaufmann-Asser, razón por la que
su carrera viose obstaculizada a partir de
1933, aunque pudo continuar trabajando en
varias películas, gracias a la intervención
de Albert Günther Göring, hermano menor del
jerarca nazi Hermann Göring, pero enemigo
declarado del régimen totalitario y
protector, en la medida de sus
posibilidades, de judíos y opositores, por
lo que las vidas de la conocida actriz y la
de su marido judío fueron respetadas durante
la dictadura nacional-socialista, con la que
ambos no tuvieron ninguna relación. Su
carrera después de 1945 fue muy restringida.
En cuanto a Wilhelm Dieterle (1893 – 1972),
fue actor y director de cine en Alemania
hasta 1930, trabajando algún tiempo en la
compañía teatral de Max Reinhardt y
participando en filmes tan renombrados como
Das Wachsfigurenkabinett (El
gabinete de las figuras de cera), de
Paul Leni (1924) y Faust, de
Friedrich Wilhelm Murnau (1926). En 1930
emigró a los Estados Unidos, donde se
nacionalizó en 1936, cambió su nombre de
pila por William y se convirtió en un
meritorio director de cine, destacando su
lírica y misteriosa película Portrait of
Jennie (1948). Por último, el vienés
Fritz [diminutivo de Friedrich] Kortner
(1892 – 1970), que interpretó pequeños
papeles, entre 1911 y 1913, en la compañía
de Max Reinhardt, tuvo una importante
participación, como amante y efímero marido
de Lulú, en la inmortal obra de Georg
Wilhelm Pabst titulada Die Büchse der
Pandora (La caja de Pandora,
1929), protagonizada por la inteligente y
deslumbrante Louise Brooks, a partir de una
obra teatral de 1902 de Frank Wedekind.
Abandonó Alemania al poco de llegar al poder
los nacional-socialistas, recalando,
primero, en Inglaterra, donde intervino en
Abdul the Damned (Abdul Hamid, el
sultán rojo), realizada por Karl Grune
en 1935, y, después, en los Estados Unidos,
donde trabajó como guionista y actor, como
en la algo confusa, aunque estimable,
Somewhere in
the Night
(Solo en la noche), de 1946, primer
acercamiento de Joseph L. Mankiewicz al cine
negro, un género donde nunca pareció
encontrarse cómodo. En definitiva, que los
únicos tres actores de Hintertreppe
sobresalieron en el cine silente y dieron
con bastante dignidad el salto al sonoro. |
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El cartero (Fritz Kortner) entrega a
la sirvienta (Henny Porten), de la
que está secretamente enamorado, una carta
de amor, supuestamente escrita por el amante
de la joven. |
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Hintertreppe
narra una historia pasional, un drama de la
vida cotidiana de la clase media
empobrecida. La acción transcurre en Berlín,
en un conjunto de casas de diferentes
alturas donde reside una clase media
proletarizada, si bien hay solamente una
vivienda habitada por una estirada e
intolerante familia, rígida y convencional,
perteneciente a una clase media
relativamente acomodada, que es donde
trabaja la sirvienta como interna. Alrededor
de las casas, un patio vecinal empedrado,
decisivo como espacio que, al mismo tiempo,
separa y vincula a los habitantes de las
descuidadas viviendas. Un patio semejante
aparecerá en
Der Letzte Mann,
de Murnau, a nuestro juicio muy bien
diseñado, aunque puede llevar razón la
estudiosa alemana Lotte H. Eisner cuando
afirma preferir el patio concebido y
construido por Paul Leni
[2],
probablemente, suponemos nosotros, porque es
más sórdido y tenebroso, convirtiéndose en
mudo escenario del drama, siendo capaz de
«reunir» a almas dispersas y distintas.
Hintertreppe
es uno de los primerísimos títulos de lo que
se ha dado en llamar Kammerspielfilm,
esto es, un «cine de cámara» o «cine íntimo»
cuya característica más visible es la
ausencia de intertítulos y el escasísimo
número de personajes [3].
En realidad, se trataría de un ejemplo,
avant la lettre, del género, en palabras
de Lotte Eisner, quien la fecha en 1920
[4],
mientras que Sigfried Kracauer la retrasa a
1921 [5],
opinión compartida por Roberto Paolella
[6].
También la fechan en 1921 los críticos Horst
Claus y Fred Gehler. En cualquier caso,
parece bastante probable que el rodaje de
Hintertreppe fuera ligeramente anterior
al de Scherben. Este género
cinematográfico, específicamente alemán,
comenzó con la mencionada Scherben,
escrita por Carl Mayer y dirigida por el
rumano Lupu Pick en 1921. En Scherben
hay cuatro personajes: el guardavía (Werner
Krauss), la hija (Edith Posca), el inspector
de ferrocarriles (Paul Otto) y la madre (Hermine
Strassmann-Witt). Una quinta persona es un
fugacísimo pasajero, encarnado por el propio
Lupu Pick, marido, en la vida real, de Edith
Posca. La siguiente gran película del
género, asimismo creación de Carl Mayer y de
nuevo dirigida por Lupu Pick, es
Sylvester, de 1923. Otra vez tres
personajes: el marido (Eugen Klöpfer), su
esposa (Edith Posca) y su madre (Frieda
Richard). Con el pronombre posesivo «su»
en cursiva, Carl Mayer pretende, en opinión
de Lotte Eisner, privar de cualquier
existencia individual a ambas mujeres. El
Kammerspielfilm alcanzaría probablemente
su culminación con Der Letzte Mann,
de Murnau, también escrita por Carl Mayer y
donde Murnau contó con la magistral
colaboración del operador Karl Freund, lo
que le permitió sacar mejor partido al
ajetreo callejero, a la simbólica puerta
giratoria de la entrada del lujoso hotel y a
las expresiones del rostro del personaje
principal, el portero mayor del Atlantic,
degradado a humilde encargado de los baños,
un papel que interpretó un soberbio Emil
Jannings, de quien Murnau extrajo, gracias a
los primeros planos y a los suaves
contrapicados muy próximos, toda la
capacidad expresiva de su rostro, pues Karl
Freund, en vez de usar solamente la cámara
sobre ruedas para los travellings,
adhirió una cámara más pequeña a su propio
cuerpo (como la potente linterna que porta
colgada a su cuello el sereno del hotel), de
tal modo que podía seguir de cerca los más
leves movimientos del cuerpo y de la cabeza
de Jannings, especialmente al deslizarse
sigilosamente por los pasillos del hotel de
noche, con su figura encorvada pegada a las
paredes, temeroso y derrotado. También Karl
Freund, por indicación de Murnau, supo
otorgar la importancia debida al uso de la
luz y de la sombra, circunstancia que no
concurre con tanta maestría ni en sendas
obras de Lupu Pick ni en la que analizamos
en este breve artículo. |
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El cartero, malévolamente sonriente,
desciende la escalera de servicio después de
haber entregado la carta, que, en realidad,
no ha sido escrita por el amante de la joven,
sino por el propio cartero. |
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El Kammerspielfilm, como
ha subrayado Lotte Eisner,
deriva directamente del teatro
de Max Reinhardt entre 1902 y el
inicio de la contienda europea,
pues este innovador director
teatral alemán advirtió que las
expresiones y gestos de los
actores no podían apreciarse por
los espectadores en una sala
espaciosa; de ahí que redujese
drásticamente el número de
espectadores, a fin de que
pudiesen ver la evolución
expresiva de los actores de la
obra representada. Este tipo de
teatro dio en llamarse
Kammerspiel, no pudiendo
asistir a las sesiones más de
trescientos espectadores
[7].
Pero hay que ser cautos a la
hora de establecer las
relaciones de Max Reinhardt con
el teatro naturalista anterior,
por mucho que el
Kammerspielfilm beba en los
«contenidos» de determinados
dramas psicológicos y
naturalistas de escritores de
Alemania, Noruega y Suecia.
Lionel Richard ha señalado,
respecto a Reinhardt, dos cosas
relevantes: la primera, que su
aportación fue decisiva, durante
esa docena de años anterior a la
guerra, en el descubrimiento del
teatro extranjero y en decidirse
por incorporar a los mejores
autores teatrales de la época,
tales como Henrik Ibsen, Maurice
Maeterlinck, Carl Sternheim,
Augusto Strindberg, Nicolás
Gogol (aunque fallecido en
1852), Hugo von Hofmannsthal,
Frank Wedekind y Georg Kaiser;
la segunda, que se alzó «contra
el monopolio del teatro
naturalista, representado por
Otto Brahm», su maestro,
alcanzando de este modo una
«madurez de elaboración
escénica» singularmente
neo-romántica, decadentista (no
olvidemos que Maeterlinck se
desenvuelve en el ámbito del
Simbolismo, esto es, donde la
preeminencia corresponde a la
Idea), «que intenta, sin
ocultarlo, favorecer ensueños,
provocar una evasión fuera de la
realidad»
[8].
Por eso no se puede ser maniqueo
o taxativo cuando nos referimos
a Reinhardt, como observó muy
bien Lotte Eisner, pues, a pesar
de sus innovaciones escénicas,
se nutre de conceptos e ideas
neo-románticas, simbolistas,
naturalistas, expresionistas y
vanguardistas, sin que
necesariamente hayan de resultar
antagónicas; su talento, por el
contrario, consistió en
reconciliar tendencias
aparentemente opuestas. El mismo
Lionel Richard nos recuerda la
desaprobación de Lotte Eisner
por la tendencia generalizada de
la crítica a considerar
«expresionistas» todas las
películas rodadas en Alemania
durante el decenio de 1920,
fruto del desconocimiento de lo
que realmente fue el
Expresionismo y de la confusión
en torno a él
[9].
Pensemos, sin ir más lejos, en
las extraordinarias películas de
Pabst desde 1924 hasta 1929,
enmarcadas por Kracauer en lo
que llamó «nuevo realismo»
cinematográfico alemán
[10]
,
emparentado con el movimiento
artístico de la Neue
Sachlichkeit («Nueva
Objetividad») y con la
renegociación de la deuda
alemana que se concretó en el
llamado Plan Dawes de
abril de 1924 (por el nombre de
su principal impulsor, Charles
Gates Dawes, Director de la
Oficina del Presupuesto de los
Estados Unidos).
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La sirvienta lee emocionada y contenta la carta de amor entregada por el
cartero, creyendo que es de su amante. |
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Pero, si bien existen indudables
puntos de contacto entre el
Kammerspielfilm y el
Expresionismo cinematográfico,
no puede ocultarse cierta
oposición explícita entre ambos.
El «cine de cámara» está
incardinado en el teatro de Max
Reinhardt y está vinculado al
drama psicológico y naturalista
alemán y nórdico, por ejemplo, a
las obras del noruego Henrik
Ibsen, del sueco Augusto
Strindberg y del alemán Gerhart
Hauptmann. A este último
dramaturgo lo vemos, durante
catorce segundos, avanzando
enérgico y erguido desde el
plano del fondo con un libro en
la mano, en plena campiña, hasta
detenerse y mover ligeramente la
cabeza en una brevísima toma
donde su figura ocupa el primer
plano, antes de que comience
propiamente la película
Phantom (El nuevo
Fantomas), dirigida en 1922
por Murnau a partir de una
novela de Hauptmann, adaptada
por Thea von Harbou, que fue la
guionista. Aunque Phantom
no tenga nada que ver con el
Kammerspielfilm, la
aparición preliminar del
reputado escritor en la pantalla
es no solo un documento
histórico-visual, sino toda una
declaración de principios acerca
de los intereses argumentales de
destacados cineastas alemanes de
la época. Ya Hermann Bahr, en su
fundamental ensayo
Expressionismus, publicado
en Munich en 1916, enfatizó la
oposición entre el Impresionismo
y el Expresionismo, es decir, el
carácter irreconciliable entre
el predominio de la retina, de
la sensación, del ojo como mero
analista visual de lo fugaz y
transitorio, y la preeminencia
del ojo interior, puramente
espiritual, propio del
Expresionismo
[11],
que, en definitiva, es, en buena
medida, un hijo tardío del
Romanticismo alemán, como es
evidente si leemos, por
mencionar el ejemplo más
conocido, algunos pasajes
escritos por el pintor Caspar
David Friedrich.
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Una vez ha leído la supuesta carta de amor,
la sirvienta, víctima del engaño, se dispone
a contestarla. |
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El Expresionismo cinematográfico
subraya poderosamente los
decorados con aristas
puntiagudas y fragmentos
extremadamente angulosos (Caligari),
o bien los decorados
fantásticos, irracionales,
subordinados a una desbordada
imaginación, como los
construidos por el arquitecto
Hans Poelzig en la película
Der Golem, de Paul Wegener y
Carl Boese (1920). Los decorados
picudos de Caligari se
repiten de nuevo en otra
película de Robert Wiene,
Raskolnikow, de 1923,
sirviendo de marco perfecto al
desquiciamiento psicológico del
protagonista y al
desmoronamiento de los
fundamentos de la sociedad.
También hallamos escenas, como
en el caso de Nosferatu
de Murnau (1922), que enfatizan,
con los intensos contrapicados y
la presencia amenazadora de las
sombras, el carácter «siniestro»
del vampiro, del «no-muerto»,
encarnación del mal, según
corrobora el título completo de
esta obra maestra: Nosferatu,
eines Symphonie des Grauens,
donde este último adjetivo se
traduce por siniestro.
Las películas expresionistas no
se centran en el drama
psicológico interior,
estrictamente individual, de los
personajes, ni tampoco abordan
los problemas económicos y
sociales de la clase media
proletarizada, ni siquiera la
evolución de las pasiones, el
peso insoportable de un pasado
oscuro, el incesto, el sexo, la
locura o el enfrentamiento entre
las clases propia del teatro
naturalista nórdico, temas que
tienen ejemplos definitivos en
Spöksonaten, El
pelícano y La señorita
Julia, de Strindberg, o en
Rosmersholm de Ibsen.
Por su parte, el
Kammerspielfilm no nos
ofrece ese tipo de decorados,
por mucho que no sea posible
eliminar por completo la
influencia expresionista. El
decorado no es ahora
«artificial», irracional,
subjetivo, sino naturalista, a
veces sórdido, escueto, sobrio,
sintético, donde, en ocasiones,
la Naturaleza tiene una
presencia grandiosa, intemporal,
cual símbolo de la permanencia
del cosmos, tal y como vemos en
Scherben y en
Sylvester.
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La sirvienta en el momento en que acaba de
descubrir, en casa del cartero, que quien le
ha escrito la carta de amor no ha sido su
amante, sino el agente postal. |
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Leopold Jessner fue
uno de los
directores teatrales
que, en 1918-1919,
junto con Rudolf
Leonhard, Karlheinz
Martin y Erwin
Piscator, se alzaron
contra un teatro
naturalista
«popular» que
pretendía captar a
la clase obrera,
impulsado por Bruno
Wille y Franz
Mehring, pero que
acabó tornándose
«comercial, burgués
y tradicional»
[12].
De aquéllos, los más ideologizados fueron
Karlheinz Martin y
Erwin Piscator,
militantes
comunistas.
Como realizador,
Jessner solamente
dirigió cuatro
películas, entre
1921 y 1935, siendo,
con mucho,
Hintertreppe la
más destacada y la
que le hace
merecedor de ser
incluido con nombre
propio en las
historias del cine
mudo. No compartimos
la apreciación
crítica de Lotte
Eisner acerca de que
Hintertreppe
sería un film
sobrevalorado:
«¿Será una antinomia
fundamental entre el
Kammerspiel,
intimista y
psicológico, y los
procedimientos del
expresionismo lo que
hace que hoy esta
obra sobrevalorada
por las historias
del cine nos parezca
muy decepcionante?»
[13]
Criterio semejante,
aunque por otros
motivos, es el de
Jean Mitry, que
siente una decidida
animadversión hacia
todo el
Kammerspielfilm,
considerándolo un
género impostado,
artificial,
exagerado y falso.
La única excepción
que hace es con
Der Letzte Mann,
a la que califica de
obra maestra. Esa
denostación del
«cine de cámara» que
lleva a cabo Mitry,
«expresionismo
realista» para
él según hemos
dicho, se concentra
en sendas películas
de Lupu Pick, aunque
lo que afirma sirve
igualmente para
Hintertreppe.
Sobre Sylvester
(1923) escribe que
«revela una
tendencia más
marcada todavía
hacia un naturalismo
psicológico
pretendidamente
realista; lo es por
su tema, pero se
expresa a través de
una estructura
elaborada, puramente
expresionista. Y
ello porque en este
film, cuya acción se
desarrolla en el
espacio de una hora,
todo lo que se
cuenta es lo que
ocurre justamente
“alrededor del
drama”. Es la vida
de los juerguistas
de cabaret, en medio
de una pesada
atmósfera de cerveza
y humo; es también
el contrapunto
persistente que va a
buscar en la
Umwelt
imágenes-símbolos
(el mar encrespado,
el cielo
desfigurado, el
cementerio
crepuscular, la
landa desierta,
etc.), imágenes que
procuran tornar
perceptible el lado
eterno de las cosas
de las que el drama
no constituye sino
un aspecto
momentáneo»
[14].
Para Mitry, pues, el
carácter
fundamentalmente
expresionista de
Sylvester está
determinado por el
hecho de que lo
importante de la
narración, no es el
drama familiar que
transcurre durante
la última hora del
último día del año
en la vivienda
trasera del dueño
del bar, sino lo que
ocurre alrededor de
ese drama, bien sean
los clientes que
protagonizan la
francachela del bar,
el ajetreo de la
calle y de la plaza,
con su omnipresente
reloj a modo de
monolito rematado
por una esfera
luminosa, el intenso
tráfico rodado y el
trasiego de los
viandantes, la
puerta giratoria del
lujoso local de la
acera de enfrente,
y, sobre todo, la
interpolación de
imágenes de la
Naturaleza. De esta
explicación para
calificar la
película de
«expresionista» es,
precisamente, de la
que discrepamos
nosotros. Es cierto
que todo lo que no
es el trágico drama
familiar que se
desarrolla en el
salón-comedor de la
vivienda es
Umwelt, esto es,
«el mundo en torno»,
«el mundo
alrededor», pero
ello no conduce
ineluctablemente a
convertir el drama
familiar en un
acontecimiento
marginal y
secundario. La
Umwelt, más
bien, sería el
contrapunto
sinfónico del drama,
que es el hecho
decisivo, aunque
también es verdad
que cuando la
Umwelt es pura
naturaleza, se nos
está indicando
simbólicamente, como
hemos insinuado
anteriormente, que
lo que ocurre en el
interior de la casa
es transitorio,
fugaz, y que lo
único que permanece
es el ritmo eterno
de la Naturaleza,
ajena a las pasiones
e instintos de los
hombres. Las
imágenes de la
Umwelt se
intercalan para
reforzar el
significado del
drama, no para
ignorarlo,
subordinarlo o
llevarlo a la
marginación. Nos
convence más la
explicación que del
papel de la
Umwelt en
Sylvester da
Lotte Eisner, quien
a este propósito
trae a colación la
interpretación del
crítico, director de
cine y poeta vienés
de origen judío
Ernst Angel (1894 –
1986), sintetizada
por Eisner cuando
escribe que la
Umwelt «no es
realmente
independiente, sino
que podríamos decir
que es desinteresada
y se atenuará de
nuevo con la
reanudación de la
acción misma»
[15].
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La muchacha, desconsolada ante el engaño,
llora echada sobre la mesa de la habitación
del cartero. Éste intenta, suavemente,
tranquilizarla, a fin de que lo comprenda y
lo perdone, cosa que así ocurre
efectivamente. |
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Jean Mitry continúa
exponiendo sin tapujos su
rechazo del
Kammerspielfilm, para él
un género malogrado dentro
del Expresionismo
cinematográfico: «Buscando
expresar la psicología
individual a través de un
simbolismo a ultranza,
exponiendo solo acciones y
reacciones elementales
alrededor de diversos hechos
convencionales, presentando
caracteres esquemáticos
hasta el exceso en
situaciones paroxísticas,
Lupu Pick y los cineastas de
esta escuela realizaron
filmes que de realistas solo
tienen el título. Nada
parece hoy más artificial y
más falso que esta realidad
retorcida, concebida
únicamente para satisfacer
una simbólica premeditada.
El error consistió en querer
estilizar el drama y los
personajes persiguiendo un
realismo psicológico cuyas
exigencias son
diametralmente opuestas»
[16].
No le falta, sin embargo,
algo de razón a Mitry,
aunque, en el caso de Lupu
Pick, el principal error, al
menos en Sylvester,
está en no haber sabido
traducir con la cámara la
importancia concedida a la
luz por Carl Mayer, ni haber
sabido extraer todo el
simbolismo que escondían
elementos esenciales, como
la puerta giratoria de
entrada del lujoso local de
la acera de enfrente,
cuestión que sí supieron
resolver magistralmente
Murnau y su operador Karl
Freund en El último.
El propio Paul Leni,
escribiendo en 1924 sobre
Sylvester, dice: «Carl
Mayer da a su película
Sylvester el subtítulo
de un “juego de luces”. Esta
indicación no es ciertamente
una simple alusión a la
técnica que utiliza
transformaciones y
movimientos de luz. Con ello
ha querido expresar el
claroscuro que reina en el
hombre, en su alma, ese ir y
venir eterno de sombra y luz
que afectan las relaciones
psíquicas. Así es como yo he
entendido este subtítulo»
[17].
En Hintertreppe las
dos presencias dominantes
son la de la sirvienta y la
del cartero. El amante
aparece en escena muy poco.
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La sirvienta friega los platos de la fiesta,
poco antes de acudir de nuevo a la casa del
cartero y reconciliarse con él. |
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La historia es sencilla. Debido a la importancia del
texto escrito por Carl Mayer, describiremos
detenidamente la acción, para que el lector, aun sin
poder ver la película, pueda imaginársela. La
descripción se irá viendo enriquecida por apreciaciones
técnicas y estéticas. Con ello será suficiente. En la
primera secuencia vemos a la sirvienta despertándose por
la mañana, muy temprano, para comenzar su jornada. El
reloj despertador suena a las 6:00, pero ella lo atrasa
cinco minutos para arrellanarse un poco más en la cama.
Observamos por dos veces, con todo detalle, el sencillo
engranaje de la parte posterior del reloj, girando la
ruedecilla. Esta presencia dominante de los objetos a
favor de la acción dramática, ha sido resaltada por
Kracauer a propósito de las películas de Carl Mayer
[18].
La perseverancia y el detallismo con el que son
ofrecidos los objetos visibles en Hintertreppe
(papel, pluma, tintero, mesa, florero de cristal,
platos, vasos, cubiertos, cocina de gas, cartera de
cuero, hacha) resulta obsesiva. Mientras la criada se
levanta, al otro lado del patio vecinal, el cartero la
observa desde la ventanuca de su mugrienta y desaliñada
vivienda, situada en una planta sótano (solamente la
puerta de entrada y la ventana de arco escarzano están
al nivel del pavimento del patio). En la siguiente
secuencia, el cartero sube por la escalera de servicio y
llama a la puerta de la cocina de la vivienda donde
trabaja la sirvienta. Ésta abre, el cartero le entrega
la correspondencia y se marcha. La criada camina un
poco, deposita las cartas sobre una mesita del amplio
salón-comedor, curiosea el nombre del remitente de uno
de los sobres y se sonríe. El espectador ha podido
observar con nitidez la escalera de servicio, sórdida,
con las paredes desconchadas, adornada solo por una
barandilla con balaustres de madera torneados. Esta
escalera de servicio, trasera, descuidada, unas veces
iluminada y otras tenebrosa, ocupa un puesto intermedio,
es un lugar de paso que conduce solo a aquella puerta y
al tejado, pero que tendrá un papel determinante como
nexo de unión entre la sirvienta y el cartero, ya que se
trata del único elemento físico que le permite entrar en
contacto, aunque fugaz y pasajero, con la muchacha. Su
función anuncia el espacio tras la puerta de entrada del
bloque de viviendas que sirve de distribuidor en Die
freudlose Gasse (La calle sin alegría), de
Georg Wilhelm Pabst (1925), aunque en este último caso
ese espacio conduce tanto al garito clandestino y
vicioso que regenta la alcahueta Greifer (Valeska Gert)
como a la puerta de la vivienda de clase media
empobrecida por la inflación habitada por Greta Rumfort
(Greta Garbo), su padre, el orgulloso consejero Rumfort
(Jaro Fürth), y su hermana pequeña (Eleonore Nest). El
vicio y la virtud se hallan muy próximos, aunque por
fortuna enfrentados, a pesar de un conato de tentación
frustrado, en ese notable exponente del «realismo
social» cinematográfico alemán, por emplear la
terminología de Kracauer. No es el caso de la escalera
de servicio en el film de Jessner. La escalera pondrá en
contacto al cartero y a la criada, pero también será el
testigo mudo de desengaños, ansiedades, alegrías,
esperanzas, y, por último, el paso obligado que
conducirá a la muchacha a su trágico final. De otra
parte, el espectador ha podido echar una ojeada a ese
amplio patio interior empedrado del conjunto de
viviendas, donde la clase media relativamente acomodada,
reducida a una sola familia, convive con la clase media
baja, proletarizada. Al principio de este artículo nos
hemos referido a su función esencial, y ahora
adelantamos que también será escenario de encuentros
amorosos furtivos y de la tragedia postrera. Precursor
indiscutible del que aparece en Der Letzte Mann,
Murnau consigue iluminar, gracias a la intervención de
Karl Freund, mucho mejor el suyo, algo esencial para ser
fiel a las directrices estéticas sobre la iluminación de
Carl Mayer, pero la diferencia más ostensible es que el
construido por Paul Leni está prácticamente siempre
bastante oscuro y vacío, salvo algún farol que proyecta
una luz expresionista y la concurrencia de curiosos que
rodea el cuerpo inerte de la joven en el suelo, mientras
que el de Murnau, aunque solitario cuando la figura
encorvada, humillada y asustadiza de Jannings se desliza
adherida a las paredes, suele estar animado, con niños
jugando y vecinas envidiosas demasiado entrometidas,
cotillas y murmuradoras, una crítica despiadada de
Murnau a esta práctica tan poco edificante que los
habitantes de las riberas del Mediterráneo creemos sin
ningún motivo que es exclusiva nuestra. |
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La sirvienta ha salido de la casa del
cartero, pues ha notado la presencia, en el
patio, de su amante (Wilhelm Dieterle),
con quien discute y parece finalmente
reconciliarse, aunque la fatalidad se cierne
sobre ambos. |
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Por la noche, la
sirvienta se reúne
con su amante, en un
recodo del patio de
vecinos, iluminados
por la luz indirecta
de un farol, siendo
ambos vistos por el
cartero desde su
casa, apenándose por
ello. La cámara nos
acerca su rostro lo
suficiente para que
podamos distinguir
sus muecas con la
boca y sus
entristecidas
facciones. A la
noche siguiente, la
criada sale de nuevo
a reunirse con su
amante en el mismo
lugar, pero éste no
viene. Ella da
cortos paseos de un
lado para otro,
nerviosa y levemente
agitada. El cartero
vigila una vez más
desde su lóbrega
ventana. Al día
siguiente, el
cartero, de nuevo a
través de la
escalera de
servicio, le entrega
la correspondencia a
la sirvienta, pero
para ella no hay
ninguna carta.
Naturalmente,
esperaba alguna de
su amante, quien
tampoco se presenta
a la noche
siguiente. Continúa
sin recibir cartas
de su amante. Éste,
artesano de
profesión, es
posible que haya
tenido que
trasladarse por un
tiempo a realizar
algún trabajo fuera
de la ciudad, pero,
en realidad, lo que
está sucediendo es
que el cartero,
secretamente
enamorado de la
joven, intercepta
las cartas del
amante, impidiendo
que lleguen a su
destinataria. El
cartero, tímido,
acomplejado y
temeroso de ser
rechazado por la
hermosa y opulenta
criada, le oculta su
amor. Siempre se
presenta ante ella
como en actitud
avergonzada,
apocada, sin
atreverse a mirarla
directamente, con la
cabeza ligeramente
inclinada hacia
abajo. En otra toma,
observamos a la
joven rasgando,
desolada, la
correspondencia y
echando los trozos
en el barreño donde
friega los platos. Suena la campanilla accionada
por la señora —cuya forma y
rápido movimiento
prefigura las que se
ven en Schloss
Vogelöd (El
castillo Vogeloed,
dirigida por Murnau
en 1921),
Nosferatu y en
Sylvester— y
la criada emprende
la nueva orden
recibida, limpiar
concienzudamente
platos y vasos para
la comida próxima,
con invitados, que
tendrá lugar en la
casa. Parece absorta
en su tarea, pero
acecha la presencia
del cartero en el
patio. Desde una
ventana, lo ve
atravesar el
pavimento,
resguardado en un
impermeable que
brilla por el agua
que chorrea, pues
está lloviendo
copiosamente. Deja
su trabajo y acude a
la puerta de la
cocina. Al no
recibir cartas de su
amante, la muchacha
se sorprende y
muestra su disgusto
ostensiblemente,
hurgando incrédula
en la negra cartera
de cuero del
empleado postal. La
escena se desarrolla
en el umbral, con la
puerta entreabierta.
Mientras ocurre, el
hombre permanece con
la cabeza vuelta,
consciente de la
angustia y
preocupación de la
joven. Ésta retorna
a su anterior tarea,
y la vemos disponer
en el comedor,
cuidadosa y
eficientemente, la
mesa de los
invitados. Aquí
repara Lotte Eisner
en un contraste que
salta inmediatamente
a la vista: «… la
vivienda sórdida del
cartero contrasta
con el salón “1900”,
amueblado con
sillones de felpa,
dentro de un estilo
del tipo “Levitan”,
recargado por
palmeras
artificiales»
[19].
Al día siguiente,
por fin, el cartero
le entrega una carta
de amor,
supuestamente de su
amante. La lee,
entusiasmada y
presurosa, delante
del propio cartero.
Llena de gozo,
comparte su alegría,
en el umbral de la
puerta, con el
emisario de tan
cálida misiva,
cogiéndole uno de
sus brazos con
emoción. En esa
carta, de letra
limpia y clara, se
especifica el amor
que siente por ella
y las razones por
las que no ha podido
recibir antes cartas
suyas. Ella no se da
cuenta, ni siquiera
por el tipo de
letra, pero la breve
epístola, casi una
nota o un billete,
tierna y rezumando
un amor auténtico,
es del cartero,
quien se ha decidido
a suplantar en
secreto al amante. |
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La sirvienta en el momento preciso en que es
despedida por sus intolerantes señores. La
imagen muestra toda la sordidez de la
escalera de servicio. |
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Una vez en sus reducidos dominios, en la cocina, de
nuevo la lee y relee, exultante, disponiéndose de
inmediato a contestarla, por lo que se sienta satisfecha
junto a una mesa, bebe pequeños tragos de vino y
comienza a escribir entregada por completo a su tarea.
El papel, la pluma y el tintero son enfocados,
convenientemente iluminados
[20],
con delectación física, material. Ahora, en una acción
paralela, las escenas se alternan, ora en una vivienda,
ora en otra, manteniendo la unidad de tiempo, pero no la
de lugar. Durante el transcurso de la fiesta, con cena
incluida, en casa de los propietarios donde trabaja la
criada, que solo nos es posible observar a través de las
sombras proyectadas en los cristales de una puerta
interior de la vivienda burguesa, el cartero, en su
casa, empieza a escribir otra carta de amor, mejor
dicho, a transcribir la ya escrita anteriormente. La
joven, que continúa estando gozosa por la epístola
recibida, deja momentáneamente de redactar la
contestación, coge dos copas de cristal y una jarra con
vino, y se encamina diligente a la casa del cartero, con
el propósito de compartir su alegría con el vecino que
le ha traído tan buenas noticias. Al presentarse de
improviso en casa del cartero, éste no tiene tiempo para
ocultar la carta que estaba copiando, por lo que la coge
con palpable nerviosismo y la arruga con una de sus
manos, sin poder impedir que los bordes del papel
sobresalgan del puño cerrado. Entonces, la joven, de
manera juguetona, sin mala intención, una vez
depositadas las copas y la jarra con el vino en la mesa,
le arrebata la carta. Nada más empezar a leer, se da
cuenta que se trata de una copia de la misiva que había
recibido el día anterior. Compara la letra con la que
guarda en el bolsillo, descubre lo sucedido, y se enfada
con el cartero, quien permanece, abatido y con la cabeza
vuelta gacha, de pie, levemente encorvado, avergonzado
por lo que ha hecho. No obstante, su amor por la criada
permanece incólume, a pesar de que teme haber perdido su
confianza para siempre. La joven, comprendiendo al
desdichado, posa ligera y suavemente su mano izquierda
sobre la cabeza del hombre, que continúa inclinado sobre
sí mismo, la desliza sobre uno de sus hombros, con
delicadeza, y se va, sin duda perdonándolo. Toda la
escena, tan breve, es un prodigio del extraordinario
poder de los gestos, las actitudes, las expresiones, en
el cine silente. Podrían recordarse aquí las certeras
palabras de Rudolf Arnheim: «La ausencia de la palabra
hablada concentra más la atención del espectador en el
aspecto visible de la conducta, y de este modo el
acontecimiento entero atrae especial interés. A esto se
debe que tomas muy corrientes resulten con frecuencia
tan notables en las películas mudas»
[21]. |
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La actriz alemana Henny Porten
retratada por el fotógrafo Nicola
Perscheid. |
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La sirvienta regresa a la casa donde trabaja (Jessner,
como en otras muchas ocasiones, se vale aquí de una
elipsis, esto es, un salto temporal, pues no vemos a
la chica atravesar el patio), pero se siente incapaz
de terminar la carta que había empezado. Se la ve
reflexiva, meditabunda. Se dispone a recoger los
restos de la celebración en la que han participado
sus señores y los invitados. Poco después, el
cartero deja, delante de la puerta de servicio, una
nueva carta, llama al timbre y corre escaleras
abajo, a fin de no ser descubierto. La joven, al
abrir la puerta, se percata del sobre que hay en el
suelo. Lo recoge y se dispone a fregar los platos.
Pero continúa intranquila. Abandona rápidamente su
tarea y va con la carta a la casa del cartero. Una
vez dentro, rompe la misiva delante de él y comienza
a llorar, echada sobre la mesa. Es evidente su
desazón. El cartero permanece sentado, avergonzado,
sin atreverse a mirarla. Al verla llorar, se levanta
y trata de consolarla. Ella, entonces, se serena un
poco, ase con ternura la mano derecha del cartero y
acaricia su brazo. La muchacha está emocionada ante
el amor que por ella siente este hombre solitario,
desaliñado, tenuemente tullido. Se dirige al fogón,
para ver qué estaba cocinando. Comprueba
fehacientemente su descuido, abandono y precariedad.
Se seca los ojos humedecidos de emoción. De pronto
repara en que debe volver, pero, al observar de
nuevo al cartero con la cabeza vuelta, cuando ya ha
abierto la puerta para salir, se gira sobre sí
misma, extiende sus brazos, se dirige a él
compasivamente, casi amorosamente, le coge la cabeza
con ambas manos y lo besa en los labios. Es un beso
fugaz, más bien un roce, pero basta con ese simple
gesto de benevolencia. Acto seguido, se marcha. El
cartero está muy contento. Se entrega con esmero a
barrer la pequeña y desvencijada estancia que hace
de cocina-comedor, pone la mesa cuidadosamente y
prepara la comida. Es evidente que espera que la
joven regrese. La muchacha, por su parte, coloca
unas flores en un jarrón con agua. Antes de que
vuelva la joven, el cartero se esconde detrás del
fogón de la cocina para sorprenderla. La criada
llega de nuevo y simula no ver al cartero, hasta que
lo descubre en su infantil escondite. Haciéndose la
despistada, se acerca con una inocente sonrisa
burlona a la hornilla y posa su mano sobre la
pelambrera del hombre agachado. Hay una gran ternura
en la actitud de la muchacha. Coge ambas manos del
hombre, acariciándolas y sonriendo sin el más mínimo
asomo de malicia. Levanta su brazo izquierdo, para
que él se coja con el derecho y la acompañe a la
mesa. Continúa acariciándole una mano mientras dan
unos pasos. Él, por su parte, se muestra muy atento.
No permite que ella haga nada. Limpia el polvo de la
silla donde la joven va a sentarse, aunque
seguramente ya se lo había quitado cuando barrió la
habitación. Incluso le coloca un cojín en los pies.
Ella, ante ese gesto tan gentil, le acaricia la
cabeza una vez más, así como un hombro. |
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Henny Porten leyendo en su casa de
Berlín en 1922. |
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La joven se halla contenta, relajada,
generosamente agradecida, pero, de
improviso, cuando él está empezando a
escanciar el vino, percibe unas sombras
perturbadoras a través de la ventana: se
trata de su amante, quien, en el patio
exterior, pasea alterado y ansioso
delante de la ventanuca, de un lado para
otro, viéndose solamente sus piernas
desde la parte inferior de los muslos,
como sombras agitadas y nerviosas, a
través de los visillos y los cristales.
Sorprendida y angustiada, la sirvienta,
apesadumbrada y temerosa, va
incorporándose muy lentamente, descorre
los visillos, mira y hace reposar su
cuerpo, abatida, en el mugriento trozo
de pared que hay junto al quicio de la
puerta. El cartero se ha quedado como
paralizado, encorvado, con la jarra de
vino todavía inclinada para llenar un
vaso. La joven sale al encuentro de su
amante, quien la espera de pie, de
perfil, con los brazos caídos pegados al
cuerpo, proyectándose su figura, cual
una sombra fuertemente expresionista, en
la pared que hay junto a él. Al
traspasar ella la puerta y colocarse a
su lado, son ahora dos las sombras que
la luz, muy directa, proyecta y recorta
sobre el muro, aunque la del amante
queda en gran parte oculta por su propio
cuerpo. Tanto esas sombras como los dos
seres que las producen, evocan de manera
sorprendente, y no creemos que sea algo
totalmente casual, un cuadro de tamaño
mediano, misterioso, emotivo y lírico,
religioso y arquetípico, El Ángelus
de Jean-François Millet, pintado entre
1857 y 1859, y que se conserva hoy en el
Musée d’Orsay, en París. Cualquier
aficionado sabe que la pintura realista
de Millet, de honda significación
religiosa, y de ahí la poderosa
influencia que tuvo en Vincent van Gogh,
ofrece escaso parentesco conceptual y
espiritual con la del fundador del
Realismo pictórico, el también francés
Gustavo Courbet, ateo y simpatizante de
las ideas revolucionarias manifestadas
en 1848. En el cuadro de Millet el
campesino, casi en posición de tres
cuartos, está a la izquierda, con la
cabeza inclinada, los brazos doblados y
las manos, algo separadas delante del
pecho, sosteniendo suavemente el
sombrero del que respetuosamente se ha
despojado. Su mujer se halla a la
derecha, de perfil, con un pañuelo de
campesina en la cabeza y con las manos
fervorosamente entrelazadas, musitando
la oración a la Virgen María que
corresponde a las seis de la tarde, a la
hora del crepúsculo, según adivinamos al
contemplar el campanario de la aldea en
el plano del fondo (aunque lo más común
y extendido es rezar a las doce del
mediodía, abandonando cualquier tarea
que se esté haciendo, siempre que sea
posible, claro está). Entre los pies de
ambos, pero más cerca de la mujer, un
cesto de mimbre conteniendo lo que
parecen ser algunas patatas. Los
personajes de la película de Jessner
están en esta escena situados en
posición invertida respecto del óleo de
Millet, con la sirvienta a la izquierda,
de frente, con los brazos colgando y la
cabeza gacha, y el amante, casi de
perfil, a la derecha.
Resulta indudable que la visión de las
dos figuras y sus sombras proyectadas
prefiguran la tragedia inminente. Podría
parecer descabellado lo que ahora vamos
a sugerir, sobre todo por la distancia
temporal entre la película de Jessner y
la interpretación que Salvador Dalí hizo
del célebre cuadro de Millet en 1963.
Sin embargo, existe una misteriosa y
profunda conexión entre los varios
significados que Dalí otorga a la
originalísima pintura, todos ellos
«trágicos», escondidos en el mundo del
subconsciente, y el carácter amenazador
de las sombras y las figuras de la
sirvienta y el amante, que hemos
relacionado con el lienzo del artista
francés. En nuestro caso, asumimos el
riesgo en que incurrimos, pues ni
Jessner conoció nunca la interpretación
de Dalí, ni éste tiene en mente, en
ningún momento, al llevar a cabo su
análisis, la película de 1921, ni
tampoco es seguro que Jessner quisiera
evocar conscientemente la composición de
El Ángelus. Lo importante, sin
embargo, es que el análisis de Dalí nos
sirve para mantener nuestra tesis de que
esa escena del hombre y la mujer en el
patio de vecinos anticipa el desenlace
trágico de la narración fílmica. |
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El director de teatro y de cine Leopold
Jessner. |
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Seremos escuetos. Solamente nos interesa
señalar que Salvador Dalí estuvo
obsesionado, desde su infancia, con el
cuadro de Millet, del que había una
barata reproducción en su casa paterna.
En 1963 publicó en francés un ensayo
memorable titulado El mito trágico de
«El Ángelus» de Millet,
maravillosamente bien escrito, como era
lo habitual en él. Sirviéndose de su
inmensa cultura, de sus profundos
conocimientos acerca del Psicoanálisis y
de lo que él llamaba método
paranoico-crítico, disecciona la
singular pintura con maestría
incomparable, aunque pueda haber muchos
a quienes su interpretación les parezca
un despropósito, una simple
extravagancia, semejante, para tales
lectores, a lo que hizo Sigmund Freud
cuando escribió en 1910 su breve e
impactante ensayo Un recuerdo
infantil de Leonardo da Vinci. Nada
más empezar su libro, nos advierte Dalí
que, en realidad, lo que está haciendo
el joven matrimonio campesino es rezar
ante la tumba de su hijito muerto,
basándose no solo en comentarios de
amigos de Millet, en el sentido de que
habría borrado el diminuto féretro y lo
habría escondido bajo la tierra labrada,
sino en radiografías que el propio Dalí
pudo ver, y que permitían conjeturar la
existencia de un objeto geométrico, al
lado de la mujer, bajo la capa de óleo
[22].
En la segunda interpretación, que es a
la que dedica todo su denso estudio, ve
la figura de la mujer como la de la
madre que va a abalanzarse, con una
intención erótica, sobre su hijo, del
mismo modo que la mantis religiosa,
después de copular, devora al macho.
Escribe el genio de Port Lligat
refiriéndose a la postura de ambas
figuras: «Es un momento de espera y de
inmovilidad que anuncia la inminente
agresión sexual. La figura femenina —la
madre— adopta la figura expectante que
identificamos con la postura espectral
de la mantis religiosa, actitud clásica
que sirve de preliminares al cruel
acoplamiento. El macho —el hijo— está
subyugado y como privado de vida por la
irresistible influencia erótica;
permanece “clavado” en el suelo,
hipnotizado por el “exhibicionismo
espectral” de su madre, que lo aniquila»
[23].
Y, algunas páginas más adelante, dice:
«Reconozco así, con una extrema
evidencia, que el personaje masculino se
me aparecía, desde el principio de la
primera escena de expectación, bajo un
aspecto trastornador, angustioso: lo
veía “como muerto de una forma latente”,
“como muerto de antemano”»
[24].
¿No va, también, a morir, muy poco
después de aquel plano con su sombra, el
amante de la película de Jessner? ¿No es
también un «como muerto de una forma
latente»? ¿No es la chica la causa
indirecta del homicidio o del crimen que
va a perpetrar el cartero? ¿No nos
parece la sirvienta, con su opulenta y
generosa vitalidad, émula de La
lechera de Johannes Vermeer, en el
Rijksmuseum, una madre, una
madre nutricia arraigada en la
tierra y en la naturaleza?
De las numerosas composiciones que Dalí
dedicó al cuadro de Millet,
reinterpretándolo pictóricamente según
su acercamiento paranoico-crítico,
destacan dos: Atavismo del crepúsculo
(1933-1934), que subraya el significado
de mantis religiosa de la campesina,
apareciendo el hombre con un rostro que
no es más que una siniestra calavera, y
Reminiscencia arqueológica de «El
Ángelus» de Millet (1935), donde
ambos personajes, a modo de gigantescas
esculturas que proyectan una alargada
sombra, aparecen petrificados, mientras
un padre liliputiense se las señala a su
hijo pequeño. |
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El director de cine, actor y escenógrafo
Paul Leni. |
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Terminamos. El amante y la sirvienta
discuten junto a la casa donde ella
trabaja. Él le entrega una carta. Ella
la lee, la estruja con su mano, lo
abraza, le devuelve el papel y se marcha
subiendo unas escaleras. Pero el amante
permanece en el patio; lo cruza y entra
en la casa del cartero. Al principio
parece que se entienden e incluso
comprenden, pero finalmente se
enfrentan. El cartero se arrastra,
retorciéndose suplicante, delante del
amante. La escena de la pelea entre
ambos no se ve: otra elipsis esencial;
solo la joven percibe desde la ventana
de la cocina lo que debe estar
sucediendo. Alarmada, se aproxima,
arrima el oído a la puerta y escucha.
Cuando, por fin, comprende lo que
ocurre, trata de forzar sin éxito el
picaporte, aporrea desesperada la puerta
tratando de que le abran y poder así
entrar en la casa del cartero para
impedir lo peor. Retrocede, de espaldas,
en un movimiento paroxístico, con los
brazos extendidos hacia atrás. Grita.
Pide ayuda. Algunos vecinos acuden,
derriban la puerta, y, cuando la abren,
hallan un terrible «cuadro»
expresionista: el cartero, de pie, con
un hacha en la mano atravesada en
diagonal delante de su cuerpo, está
inmóvil, clavado a la pared, y a sus
pies el amante, muerto. Incrédula ante
tan horrible visión, totalmente
abstraída y sumida en sus oscuros
pensamientos, la joven se aleja muy
despacio de la escena del crimen. Vuelve
a la casa de sus señores, pero éstos ni
siquiera la dejan entrar. Los tres
miembros de la familia, dos mujeres
maduras y un hombre mayor, de cuyo
parentesco nada sabemos, situados en el
umbral de la puerta de servicio, la
despiden y le arrojan sus pertenencias
envueltas en un trapo. Los señores,
arriba de la escalera; la criada, varios
peldaños más abajo, en un rellano. La
puerta se cierra. Ella, desolada, sube
por la escalera de servicio, muy
lentamente, como una sonámbula o como si
estuviera sumida en un trance hipnótico,
hasta que alcanza el tejado de la casa
(evocando aquí a Conrad Veidt llevando
el cuerpo desvanecido de Lil Dagover en
Caligari). Anda sobre él, firme,
decidida, y, en un instante, se arroja
al vacío (nueva elipsis), estrellándose
contra el suelo del patio de vecinos,
donde yace muerta, aunque su cuerpo no
puede verse, pues aquéllos lo rodean
espantados, volviendo del revés sus
cabezas.
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NOTAS
1. Algunos
estudiosos han precisado que el texto de Carl Mayer partía de
una obra teatral de Georg Kaiser. Es el caso del prestigioso
investigador Jean Mitry. Estética y psicología del cine. 1.
Las estructuras. Madrid, Siglo XXI, pág. 278. La edición
original francesa es de 1963. El mismo dato, indicando más
concretamente que la obra de Georg Kaiser era Johanna, lo
corrobora Olaf Brill, en un capítulo dedicado a Carl Mayer, en
el volumen colectivo coordinado por Karl Acham. Kunst und
Geisteswissenschaften aus Graz. Wien – Köln – Weimar, Böhlau
Verlag, 2009, pág. 295. El capítulo de Brill incluye la
filmografía completa de Mayer, es decir, todos los guiones que
escribió para las numerosas películas en las que participó de
manera decisiva.
2.
Lotte Henriette Eisner. La pantalla demoníaca. Las
influencias de Max Reinhardt y del Expresionismo. Madrid,
Cátedra, 1996, pág. 124. Este ensayo, bajo el título L’Ecran
Démoniaque. Les Influences de Max Reinhardt et de
l’Expresionisme, se publicó originalmente en 1952. Exagera
Eisner al calificar de «anodino» el patio del film de Murnau en
comparación con el que nos ocupa.
3.
Sin renunciar expresamente al término Kammerspielfilm
para referirse a Hintertreppe, Jean Mitry prefiere
encuadrarla en lo que él llama «expresionismo realista»,
denominación que también emplea en el caso de las dos películas
mencionadas de Lupu Pick y en el de Die Strasse (La
calle) de Karl Grune (1923). Estética y psicología del
cine. 1. Las estructuras, pág. 278.
4. La pantalla demoníaca, pág. 123.
5.
Sigfried Kracauer. De Caligari a Hitler. Una historia
psicológica del cine alemán. Barcelona, Paidós, 1985, pág.
96. Este ensayo, bajo el título From Caligari to Hitler. A
Psychological History of the German Film, se publicó
originalmente en Princeton en 1947.
6.
Roberto Paolella. Historia del cine mudo. Buenos Aires,
Eudeba, 1967, pág. 320. La edición original italiana es de 1956.
7. La pantalla demoníaca, pág. 124.
8.
Lionel Richard. Del Expresionismo al nazismo. Arte y cultura
desde Guillermo II hasta la República de Weimar. Barcelona,
Gustavo Gili, 1979, pág. 45. La edición original francesa es de
1976.
9. Ibídem, pág. 133. Sobre esta misma cuestión insistió el
profesor español Vicente Sánchez-Biosca. Del otro lado: la
metáfora. Modelos de representación en el cine de Weimar.
Valencia, 1985, págs. 53-54.
10. De Caligari a Hitler, capítulo 14.
11.
Hermann Bahr. Expresionismo. Murcia, Colegio Oficial de
Aparejadores y Arquitectos Técnicos, 1998, págs. 104-105.
12. Del Expresionismo al nazismo, págs. 54-55.
13. La pantalla demoníaca, pág. 125.
14. Estética y psicología del cine. 1. Las estructuras, págs.
278-279.
15. La pantalla demoníaca, pág. 128.
16. Estética y psicología del cine. 1. Las estructuras, pág.
279.
17.
Citado por Lotte Eisner en La pantalla demoníaca, pág.
123.
18. De Caligari a Hitler, pág. 101. Kracauer reproduce un
pasaje de un recorte de periódico referente a esta presencia del
despertador en Hintertreppe, consultado previamente por
el crítico estadounidense Herman G. Weinberg en una recopilación
de recortes de prensa correspondiente al periodo 1925-1927.
19. La pantalla demoníaca, pág. 124. Un estilo decorativo
Levitan propiamente dicho no existe. Lotte Eisner debe
referirse seguramente al estilo de algunos de los paisajes
realizados por el pintor ruso Isaac Levitan (1860 – 1900), que
le sugieren a la ensayista esas plantas artificiales del
comedor.
20.
En un sentido general, «utilizar la luz con sagacidad,
contribuye también a articular la forma de lo que se muestra».
Rudolf Arnheim. El cine como arte. Buenos Aires,
Infinito, 1971, pág. 61. La edición original inglesa, Film as
art, se publicó en 1933 por University California Press.
21. Ibídem, pág. 91.
22.
Salvador Dalí. El mito trágico de «El Ángelus» de Millet.
Barcelona, Tusquets, 2004, pág. 17.
23. Ibídem, pág. 132.
24.
Ibídem, pág. 152.
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Enrique Castaños Alés
(Málaga, 1956). Profesor
de Instituto de
Enseñanza Media desde
1982 hasta 2016.
Profesor asociado del
Departamento de Historia
del Arte de la
Universidad de Málaga
durante los cursos
2006-2011. Licenciado en
Filosofía y Letras en
1979, se especializó en
Historia Medieval. Su
Memoria de Licenciatura,
leída a finales de 1981
y aprobada con la
calificación de
Sobresaliente por
unanimidad, versó sobre
El socialismo
postrevolucionario
anterior a Karl Marx:
Charles Fourier, Henri
de Saint Simon, Robert
Owen y Pierre-Joseph
Proudhon. Su Tesis
Doctoral, defendida en
el año 2000 con la
calificación de
Sobresaliente cum Laude,
se centró en Los
orígenes del arte
cibernético en España.
La experiencia del
Centro de Cálculo de la
Universidad de Madrid.
Es autor del libro La
pintura de vanguardia en
Málaga durante la
segunda mitad del siglo
XX (1997),
reelaborado y ampliado
en 2011 bajo el título
Las artes plásticas
en Málaga en la segunda
mitad del siglo XX.
Crítico de arte del
diario SUR de Málaga
entre 1996 y 2012.
Colaborador de las
revistas Lápiz,
Galería,
Cuadernos
Hispanoamericanos,
Boletín de Arte de la
Universidad de Málaga,
Arte y Parte y
Fedro. Revista de
Estética y Teoría de las
Artes (Universidad
de Sevilla).
Ha sido Director de la
Sala de Exposiciones de
la Diputación de Málaga,
Coordinador de la Sala
de Exposiciones de la
Universidad de Málaga,
Director del
Departamento de
Promoción Cultural de la
Fundación Picasso-Casa
Natal y comisario de
múltiples exposiciones,
entre las que destacan
las antológicas y
retrospectivas dedicadas
a Manuel Barbadillo
Nocea, Stefan von
Reiswitz, Godofredo
Ortega Muñoz, Esteban
Vicente y Francisco
Hernández Díaz. Ha
comisariado exposiciones
monográficas de Tomás
García Asensio, Lugán,
Oriol Vilapuig, Santiago
Mayo, Jordi Teixidor
Otto, Andreu Alfaro,
Manuel Salinas, Pablo
Alonso Herráiz, Dámaso
Ruano Gómez, Manuel
Mingorance Acién y el
Colectivo Palmo de
Málaga. En 1992 fue
comisario de la
exposición El arte de
construir el arte,
con los fondos del
Colegio de Arquitectos
de Málaga. Colaborador
de la muestra «Andalucía
y la modernidad», del
volumen Arte desde
Andalucía para el siglo
XXI, y del catálogo
de la exposición El
discreto encanto de la
tecnología,
celebrada en el MEIAC de
Badajoz y el Museo ZKM
de Karlsruhe.
Ha impartido numerosas
conferencias y ha sido
ponente en diversos
seminarios organizados
por las Universidades de
Málaga y Alicante. Ha
escrito y publicado en
revistas especializadas
amplios artículos sobre
diversas novelas de Bram
Stoker, Nathaniel
Hawthorne, Anne Brontë y
Miguel de Unamuno, así
como sobre películas de
Leontine Sagan, Leni
Riefenstahl y Philippe
Claudel. Colaborador del
Diccionario
Biográfico Español
de la Real Academia de
la Historia. En 1997
publicó unas
Consideraciones sobre «Ordet»,
de Carl Theodor Dreyer.
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral. Edición no venal. Sección
11. Página 14. Año XX. II Época. Número 108.
Enero-Marzo 2021. ISSN 1696-9294.
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