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La
película
Der
Absturz
(literalmente, «El precipicio»)
es una producción alemana dirigida por
Ludwig Wolff en 1922. Se estrenó en
Copenhague, en el Kinopalæet de la calle
Gammel Kongevej, el 11 de noviembre de ese
año. Titulada en español indistintamente
como Caída, El abismo o El
castigo del pecado, su título en danés
es Mod Afgrunden y en inglés
Downfall. El original, de 2421 metros,
tiene una duración de 93 minutos. No debe
confundirse con la película danesa
Afgrunden, dirigida en 1910 por Urban
Gad y asimismo protagonizada por una
primeriza Asta Nielsen (1881 – 1972). Con un
guion de Ludwig Wolff, fotografía de Axel
Graatkjaer y George Krause, y decorados de
Fritz Seyffert y Heinz Beisenherz, Der
Absturz contó con un reparto formado,
además de por la omnipresente gran diva
danesa, por Gregori Chmara, Albert Bozenhard,
Ivan Bulatov, Adele Sandrock, Charlotte
Schultz (1899 – 1946) e Ida Wogau. El
realizador, Ludwig Ernst Wolff (Bielitz,
Silesia, 7 de marzo de 1876 – Estados
Unidos, ca. 1958), nació en el seno de una
familia judía de la Silesia austriaca, hoy
en territorio polaco, y, además de dirigir
varias películas entre 1918 y 1924, fue
novelista y guionista cinematográfico.
El filme narra la desdichada historia de una
afamada cantante de cabaret, Kaja Falk (Asta
Nielsen), cuyo protector y eventual amante,
el conde Lamotte (Ivan Bulatov), es un
hombre mucho mayor que ella y al que, en el
fondo, desprecia. Invitada a pasar una
temporada de descanso en la majestuosa
mansión del acaudalado aristócrata, situada
en un pequeño pueblo de pescadores, hasta
allí la persigue su antiguo empresario,
Frank Lorris (Albert Bozenhard), un
individuo avieso y sin escrúpulos que actúa
bajo el pretexto de que la cabaretera le
debe una suma de dinero. Muy cerca del mar
se encuentra la humilde casa de un pescador,
Peter Karsten (Gregori Chmara), que vive con
su madre (Adele Sandrock) y una sobrina de
esta y prima suya, la joven y hermosa
Hendrike Thomsen (Charlotte Schultz), quien
está enamorada de su honrado y laborioso
primo, amor que es tímidamente
correspondido. La llegada de Kaja al lugar
lo trastoca todo, pues casi inmediatamente
siente una irresistible atracción por Peter,
que, sin solución de continuidad, se
convertirá en una ardiente pasión. Rendido
ante el deslumbrante porte de Kaja, Peter
rechaza a Hendrike e inicia una furtiva
relación con la sofisticada cantante. Ante
las amenazas directas de Lorris, que se ha
atrevido a irrumpir en la villa de Lamotte y
solicitar descaradamente una entrevista
privada con Kaja, esta planea huir con
Peter, haciéndoselo saber en uno de sus
encuentros secretos. Pero Hendrike,
despechada, aunque en un primer momento
duda, se decide a informar a Lamotte de la
infidelidad de Kaja, indicándole el lugar
exacto de sus citas, en lo alto de un
acantilado. Incrédulo, desagradablemente
sorprendido y enfadado, el conde sube a la
escarpada cima, justo poco después de que
Kaja haya acordado la huida con su nuevo
amante y regresado a la villa. Lamotte y
Peter intercambian unas ásperas palabras,
llegando el conde a agarrar por dos veces
uno de los brazos de Karsten, aunque, la
segunda vez, este aparta con vehemencia al
indignado aristócrata, quien, ante la
inercia del impulso y por encontrarse al
borde mismo del acantilado, pierde el
equilibrio y cae precipitándose contra las
rocas. Peter, responsable de este homicidio
involuntario, se asoma atónito al abismo,
gritando desesperado ante la imprevista
tragedia. Agitado, temeroso y aturdido,
acude corriendo a la villa, en cuyo jardín
se esconde, detrás de un seto, Lorris,
quien, no satisfecho con la respuesta que le
había dado Kaja y temiendo no obtener su
dinero, ha permanecido al acecho. Razón de
más ahora, cuando ve llegar a un
descompuesto Peter. Desde el solemne pórtico
de la fachada principal de la casa, escucha
la confesión de Karsten, que Kaja recibe con
zozobra, pero también como una liberación.
Ambos deciden adelantar la partida. Pero
Lorris irrumpe con inicua arrogancia y acusa
a Peter de asesinato ante los criados. |
Se inicia así una breve etapa en la que,
mientras Kaja se recupera en un sanatorio de
la merma de su voz, como consecuencia del
impacto sufrido por el ingreso en prisión de
Peter, que ha sido condenado a diez años,
Lorris ve el camino expedito para
aprovecharse despiadadamente de la cantante.
No solo vende sin permiso valiosas
pertenencias de la casa de Kaja, sino que
intenta su vuelta a los escenarios, aunque
sin éxito. La cantante ha perdido
irremediablemente sus facultades, como se
pone de manifiesto en su primera reaparición
en el escenario, donde cosecha un rotundo
fracaso. Mientras tanto, la madre de Peter y
su prima Hendrike sufren en silencio,
resignándose ante tan prolongada espera.
Transcurren esos diez años, durante los
cuales Kaja ha perdido su belleza de antaño.
Se ha convertido en una mujer ajada,
entregada a la bebida, que malvive en una
sórdida buhardilla donde el amoral Lorris la
explota como proxeneta. Sin embargo, su amor
por Peter se ha mantenido inalterable; es
más, se ha acentuado, lo mismo que el del
prisionero, quien solo conserva en su
memoria la imagen de una Kaja
resplandeciente durante los escasos y
felices días junto al mar. Las cartas que se
envían constituyen un acicate para ambos,
proporcionándose ánimos mutuamente. |
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Kaja Falk pasea por la playa,
espléndidamente vestida, con la deliberada
intención de encontrarse con el pescador
Peter Karsten, que se halla trajinando
junto a su barca. Al final se montan juntos
en la barca y dan un breve paseo por el mar.
Desde la casa, Hendrike lo observa
con pesar. (Copyright: Det Danske
Filminstitut, 1922) |
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Cuando se acerca el día de la salida de
prisión de Peter, Kaja, que ha ido guardando
en secreto, con enorme esfuerzo, unos
ahorros durante ese decenio, recibe una
notificación de su amado indicándole la
fecha y hora exactas, breve misiva que lee,
después de recogerla en la Oficina de
Correos, deteniéndose emocionada en un
grandioso puente que atraviesa el río.
Hendrike y su tía, la madre de Peter,
limpian y se afanan en dejar lustrosa la
vivienda adonde llegará de vuelta por fin el
hombre que ambas tanto anhelan. Por su
parte, Kaja también hace los preparativos en
su desvencijada habitación, en su caso
arreglándose un poco y comprobando su bolso.
En una cajita le lleva, además, un modesto
obsequio, un reloj. Se intercalan escenas de
la madre y la prima.
Sin que Lorris se aperciba, Kaja sube a un
tren para dirigirse a la ciudad donde se
halla la cárcel y esperar a Peter en la
puerta. Pero cuando el hombre sale, a pesar
de que la única persona que hay en la
plazuela es Kaja, no la reconoce. Aguarda
ansioso su llegada, pero no advierte que la
tiene delante. Kaja, abatida, desiste de
identificarse. El proceder de Peter, que
actúa sin malicia alguna, se lo ha dicho ya
todo. En esto llega la madre y ambos se
abrazan y se besan efusivamente. Kaja, a
unos pocos metros de distancia, asiste al
encuentro entre madre e hijo sin atreverse a
intervenir, avergonzada, física y moralmente
deshecha, consciente de su terrible y
trágico destino, quién sabe si fruto de sus
pecados, aunque nadie puede dudar que su
amor por Peter se ha mantenido incólume.
Todavía, cuando se alejan abrazados, el
hombre vuelve al menos una vez la cabeza en
dirección a la extraña desconocida, pero no
ve más que eso, una mujer en ruinas que ni
tan siquiera le evoca la hermosa torre que
una vez fue. Madre e hijo regresan al
pueblo, donde es más que probable que la
relación de Peter con Hendrike se
recomponga, mientras que Kaja, sin
importarle ya nada, sin que la vida tenga
ningún sentido para ella, vuelve a su
mecánica y rutinaria existencia junto a su
cínico, vulgar y grosero maltratador.
Reparemos en la transformación de Kaja.
Aquellos días, paseando por la arena de la
playa, junto a la orilla, en los que
mostraba su exuberante belleza, cuando,
dueña de sí misma, exhibía una perturbadora
sensualidad, se han trocado en otros en los
que asistimos a la decadencia física y
espiritual de una mujer que ha tocado fondo.
Lo único que la mantiene con esperanza y que
finalmente la redime es el amor que atesora
su corazón puro. Esa esperanza de volver a
encontrarse con el ser amado la ha mantenido
viva, en medio del sufrimiento, durante diez
años. La redención no es algo de lo que ella
sea consciente, pues solo podrá percibir su
desengaño, pero sí la admite sin titubear el
espectador, que ve en Kaja los fatales
estragos del paso del tiempo y la desoladora
estampa de una mujer que nunca ha dejado de
amar. A Kaja Falk, como a Anna Karénina,
solo el amor, que está más allá de ella y
que la posee por entero, puede redimirla. |
Uno de los planos más estremecedores y
portentosos es cuando Kaja se mira en el
espejo oblongo de la habitación alquilada en
un hotelucho de la ciudad donde ha pasado la
noche. La toma está hecha desde el espejo
mismo, enfrentando a la mujer con el
anonadado espectador, que parece recibir un
puñetazo. Comprueba de qué modo tan cruel ha
pasado el tiempo por su marchito rostro. Es
otra, aunque su corazón sea el mismo. La
imagen de patetismo es absoluta. Solo puede
sentirse compasión ante la faz de esta
desventurada criatura. Siente un poco de
miedo, ante la posibilidad de resultar
irreconocible para su amado. Se pinta
precipitadamente los labios, pero
inmediatamente se restriega y borra el
carmín. Quiere presentarse ante él tal y
como ella es. Se trata de un plano de unos
dos minutos, esto es, extremadamente largo,
pero la toma, tan arriesgada, se sostiene
con una firmeza inconcebible, permaneciendo
cincelada en la retina del espectador, que
queda paralizado por el asombro. Pocas veces
el cine ha mostrado de manera tan
desoladora, tan sin retórica y sin
aspavientos, la tristeza de una faz
doliente. El efecto se multiplica como
consecuencia de que nos hallamos ante uno de
los semblantes más expresivos de la historia
del cine de todos los tiempos. El rostro de
Kaja ha experimentado una atroz
metamorfosis. La abundante y corta melena
negra, el denso flequillo cobijando la ancha
frente, la boca sensual de labios finos, y,
sin embargo, ardientes, los dientes parejos
y marfileños, las perfiladas cejas, la nariz
exquisitamente modelada, las mejillas que
evocan el mármol del Pentélico, todo eso que
vimos antes durante el breve paseo en barca
con Peter, con unos primeros planos de ella
magníficos, como cuando piensa en él apoyada
en una robusta columna de la loggia del
palacete del conde, todo eso se ha
transmutado ahora en un rostro decrépito,
patético, donde los únicos que permanecen
inalterables son esos inmensos ojos, de
párpados pesados y oscuros, aunque,
inevitablemente, las ojeras delatan el
agotamiento; esos párpados, que se abren y
se cierran cual ventanas que permiten u
obstaculizan el paso de la luz, que se
mueven con una lenta y sostenida cadencia.
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Peter Karsten junto a Kaja Falk
en la playa, durante el primer encuentro en
que ella le manifiesta su amor, que es
correspondido. (Copyright: Det Danske
Filminstitut, 1922) |
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También, en la escena final,
cuando Kaja regrese a su prisión
particular, donde la espera un
desastrado Lorris enfurecido por
la ausencia no comunicada,
volverá a mirarse por última vez
en el espejo ovalado de la
cochambrosa estancia. Nada más
entreabrirse la puerta,
advertimos la lastimosa
presencia de una mujer
desmoronada, en parte
indiferente ya al dolor, imagen
sublime de un ser sufriente y
condenado. Su resignación es
señal de su derrota existencial.
Mientras su receloso cancerbero
pasea agitadamente por la
habitación, Kaja contempla con
indescriptible amargura ese
rostro desfigurado que Peter no
ha podido reconocer. Pero, por
unos retardados segundos, lo que
se refleja en el espejo no es la
Kaja de ahora, sino la de hace
diez años, envuelta en un lujoso
abrigo de pieles visto en una
escena anterior. Esos son los
recuerdos que acuden a su mente
extenuada. La cámara, de nuevo,
mantiene bastantes segundos esa
desgarradora imagen de la Kaja
que una vez fue y la Kaja real,
de pie en la habitación. Un
despojo humano. Lentamente, en
un fundido, desaparecerá el
espectro pretérito, que nunca
volverá, y surgirá el actual. La
realidad, que casi siempre
termina imponiéndose, resulta
cruel e implacable. El rufián la
agarra y la obliga a sentarse.
«Así será siempre», le grita.
Pero ella hace mucho que está
por completo ausente.
* * *
En las primeras tomas de Kaja en
la villa, está vestida con una
elegante falda, que cae hasta un
poco antes de los tobillos,
diseñada por delante con
triángulos negros y blancos,
mientras por la parte posterior
es enteramente negra. También es
negra la cerrada camisa de
terciopelo, con mangas largas,
que la cubre a partir de la
cintura. Cuando, dando un paseo
por la playa, se acerca por vez
primera al pescador Peter
Karsten, presenta un aspecto
deslumbrante. Lleva un vestido
de entretiempo, de falda larga,
estampado con grandes rombos
ribeteados de negro, así como un
ligero quitasol
semitransparente, ornamentado de
hojas en su zona central. Un
elegante gorro blanco, adornado
con plumas en un extremo, cubre
su cabeza. El peinado es
espléndido, concebido para hacer
resaltar la extraña y
perturbadora belleza de Asta
Nielsen: densa melena corta, de
tono azabache, que abulta a
ambos lados de la cara,
cubriéndole las sienes y las
orejas, mientras que un poblado
y espléndido flequillo tamiza
toda la frente. El cabello no es
más que la protección externa de
un rostro singularísimo, en el
que la boca, de labios finos,
los dientes parejos, las cejas y
la perfectamente modelada nariz
parecen hechos para resaltar, si
es que eso es posible, esos ojos
inmensos, cubiertos de pesados
párpados que se cierran como
delicadísimas ventanas, siempre
pintados con un color oscuro, el
rasgo más característico de esta
actriz única, irrepetible,
incomparable (en cuanto que no
tiene ningún sentido compararla
con ninguna otra), en acertada
expresión del gran poeta,
crítico de cine y dramaturgo
húngaro Béla Balázs (1884 –
1949). En uno de los apéndices
de La pantalla demoníaca
(1952), la historiadora y
crítico de cine Lotte Henriette
Eisner, no solo nos recuerda las
palabras de Béla Balázs, después
de haber visto a Asta Nielsen
interpretando la muerte de
Hamlet (1921): «Arriad las
banderas ante ella, pues es
única», sino que ella misma
enfatiza «su expresión pálida de
ojos inmensos y ardientes», la
«franja de cabellos negros lisa,
lacia», estilizado adorno del
que resultaba inseparable.
En Der Absturz, esa
franja de cabellos negros lisa,
lacia, surge en la última parte,
cuando la vida de Kaja Falk se
ha convertido en una patética
tragedia. Pero no puede uno
resistirse a reproducir el
penetrante dibujo que hace Lotte
Eisner de esta actriz
inigualable: «Una época
hiperinstruida, inestable y
sofisticada había encontrado su
ideal en Asta Nielsen, mujer
intelectual, llena de
refinamiento, de rostro de
Pierrot lunar, de párpados
pesados, de manos que parecían
llevar, como las de Eleonora
Duse (1858 – 1924), célebre
actriz italiana de teatro,
heridas invisibles… Su cálida
humanidad, llena de aliento, de
presencia, refutaba lo
abstracto, así como el carácter
abrupto del arte expresionista…
Nunca se rebajaba al
amaneramiento, su vestimenta
nunca chocaba. Podía interpretar
en pantalón, sin que se
produjera ambigüedad. Y es que
el erotismo de Asta Nielsen está
muy lejos de cualquier equívoco;
para ella se trataba siempre de
una auténtica pasión. Su peinado
con flequillo le hacía
interpretar a veces a
vampiresas, pero no tenía nada
de mujer fría y calculadora. En
ella se notaba ese fuego
devorador que no solo va a
destruir a los hombres, sino
también a ella misma». Cuando
Lotte Eisner habla de que el
erotismo de Asta Nielsen no se
presta a equívocos, acordémonos,
a modo de didáctica comparación,
de la fugacísima presencia,
apenas unos segundos, de una
jovencísima y andrógina Sybille
Schmitz en Überfall
(«Accidente»), un novedoso y
radical corto de Ernö Metzner
rodado en 1928.
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Peter Karsten junto a Kaja Falk
en la playa, durante el primer encuentro en
que ella le manifiesta su amor, que es
correspondido. (Copyright: Det Danske
Filminstitut, 1922) |
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Solo dos breves consideraciones
más. Una, respecto a la cuidada
puesta en escena, decorados y
dirección artística. La
arquitectura de la mansión del
conde, a pesar de su maciza
mole, ofrece lejanas influencias
de la célebre Villa Rotonda
iniciada por Andrea Palladio
cerca de Vicenza hacia 1550-54,
especialmente en lo que atañe a
la distribución en tres alturas,
con su piano nobile y marcadas
líneas de imposta, así como del neogriego alemán de Karl
Friedrich Schinkel y Leo von
Klenze, visible, no tanto en el
cuerpo central dividido de la
fachada principal del palacete,
con la parte inferior, el
pórtico propiamente dicho, más
saliente, y la superior
retranqueada, si bien
armonizados ambas zonas por los
amplios vanos con arcos de medio
punto, cuanto en el espacioso
vestíbulo de entrada, con su
puerta adintelada y las altas y
majestuosas columnas de fustes
redondos que flanquean el
comienzo de la elevada escalera
de planta cuadrada de varios
tramos en torno a una amplia
caja abierta.
El elemento más encantador del
edificio es la anchurosa loggia
rectangular, a modo de
prolongación de una de las
fachadas, abierta al jardín por
sus dos lados mayores, asimismo
con robustas columnas de fuste
redondo, unidas mediante una
torneada barandilla de hierro,
como si el conjunto fuese una
especie de belvedere. Se entra
en la loggia a través de un vano
adintelado que comunica con las
dependencias interiores de la
villa, mientras que en el otro
extremo, perpendicularmente, hay
una suerte de pabellón, también
rectangular, cuyos lados menores
están rematados por frontones
triangulares. Este pabellón se
halla también abierto al jardín
que circunda la mansión,
acentuando el carácter de
mirador. La loggia, elevada
hasta el nivel del piso noble,
se sustenta en una maciza
cimentación de mampostería.
En lo que atañe a la decoración,
solo resaltar que el salón de la
vivienda de Kaja ofrece algunos
objetos muy modernos,
sobresaliendo especialmente un
gran cuadro de estilo
expresionista, con figuras que
evocan las cocottes o showgirls
paseando por la calle que
pintaba Ernst Ludwig Kirchner en
Berlín hacia 1913-14, cuando el
grupo Die Brücke, después de
trasladarse a la capital alemana
en 1911, estaba ya en proceso de
descomposición. Por lo que
respecta a la villa de Lamotte,
en uno de los gabinetes pueden
apreciarse retratos de la
Escuela holandesa de pintura del
siglo XVII.
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Kaja Falk sumida en la rutina de la
desesperación y el vicio. (Copyright: Det
Danske Filminstitut, 1922) |
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La última consideración es de
carácter histórico y político.
En noviembre de 1922, Alemania
había entrado en un turbulento
proceso inflacionista que no
dejará de crecer hasta diciembre
del año siguiente. La fragilidad
de la joven República de Weimar
es más evidente que nunca. El
semblante de Asta Nielsen puede
servir de metáfora de la
poderosa Alemania de antes de la
Gran Guerra y de la vencida y
humillada de la hora presente.
Esta película, por emplear la
terminología de Siegfried
Kracauer, pertenece a la época
anterior al periodo de
estabilización, iniciado en
abril de 1924 con la
renegociación de la deuda
gracias al Plan Dawes, periodo
marcado en la pantalla alemana
por el llamado «nuevo realismo»,
cuyo máximo exponente quizá sea
Georg Wilhelm Pabst.
En la Unión Soviética, como
consecuencia del atentado del 30
de agosto de 1918 y del exceso
de trabajo, el quebranto de la
salud de Lenin se agrava,
sufriendo su primer infarto el
25 de mayo de 1922. Agazapado en
la sombra, astuto como un viejo
zorro, el exseminarista
georgiano espera pacientemente
su turno. A partir de 1927, su
dictadura personal, aprendida en
la elocuente escuela del
hombrecillo de los ojos rasgados
de tártaro, será infinitamente
más sanguinaria.
Por lo que atañe a Alemania, en
1922 el huevo de la serpiente
está incubándose sin que nadie
se dé exacta cuenta. Ni el
putsch de Munich de principios
de noviembre de 1923, ni los
resultados electorales de
septiembre de 1930 y de julio y
noviembre de 1932, fueron
suficientes para alertar a unas
élites políticas conservadoras
que creyeron poder manejar sin
dificultad al oscuro cabo
antisemita surgido desde la
Räterepublik («República de los
Consejos») de la capital de
Baviera de la primavera de 1919.
El nuevo demagogo, el hombre
perezoso que «solo sabía
hablar», encarnación del mal
absoluto, precipitaría a su país
y a todo un continente en el
abismo.
Málaga, 29 de marzo de 2021. |
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Enrique Castaños Alés
(Málaga, 1956). Profesor
de Instituto de
Enseñanza Media desde
1982 hasta 2016.
Profesor asociado del
Departamento de Historia
del Arte de la
Universidad de Málaga
durante los cursos
2006-2011. Licenciado en
Filosofía y Letras en
1979, se especializó en
Historia Medieval. Su
Memoria de Licenciatura,
leída a finales de 1981
y aprobada con la
calificación de
Sobresaliente por
unanimidad, versó sobre
El socialismo
postrevolucionario
anterior a Karl Marx:
Charles Fourier, Henri
de Saint Simon, Robert
Owen y Pierre-Joseph
Proudhon. Su Tesis
Doctoral, defendida en
el año 2000 con la
calificación de
Sobresaliente cum Laude,
se centró en Los
orígenes del arte
cibernético en España.
La experiencia del
Centro de Cálculo de la
Universidad de Madrid.
Es autor del libro La
pintura de vanguardia en
Málaga durante la
segunda mitad del siglo
XX (1997),
reelaborado y ampliado
en 2011 bajo el título
Las artes plásticas
en Málaga en la segunda
mitad del siglo XX.
Crítico de arte del
diario SUR de Málaga
entre 1996 y 2012.
Colaborador de las
revistas Lápiz,
Galería,
Cuadernos
Hispanoamericanos,
Boletín de Arte de la
Universidad de Málaga,
Arte y Parte y
Fedro. Revista de
Estética y Teoría de las
Artes (Universidad
de Sevilla).
Ha sido Director de la
Sala de Exposiciones de
la Diputación de Málaga,
Coordinador de la Sala
de Exposiciones de la
Universidad de Málaga,
Director del
Departamento de
Promoción Cultural de la
Fundación Picasso-Casa
Natal y comisario de
múltiples exposiciones,
entre las que destacan
las antológicas y
retrospectivas dedicadas
a Manuel Barbadillo
Nocea, Stefan von
Reiswitz, Godofredo
Ortega Muñoz, Esteban
Vicente y Francisco
Hernández Díaz. Ha
comisariado exposiciones
monográficas de Tomás
García Asensio, Lugán,
Oriol Vilapuig, Santiago
Mayo, Jordi Teixidor
Otto, Andreu Alfaro,
Manuel Salinas, Pablo
Alonso Herráiz, Dámaso
Ruano Gómez, Manuel
Mingorance Acién y el
Colectivo Palmo de
Málaga. En 1992 fue
comisario de la
exposición El arte de
construir el arte,
con los fondos del
Colegio de Arquitectos
de Málaga. Colaborador
de la muestra «Andalucía
y la modernidad», del
volumen Arte desde
Andalucía para el siglo
XXI, y del catálogo
de la exposición El
discreto encanto de la
tecnología,
celebrada en el MEIAC de
Badajoz y el Museo ZKM
de Karlsruhe.
Ha impartido numerosas
conferencias y ha sido
ponente en diversos
seminarios organizados
por las Universidades de
Málaga y Alicante. Ha
escrito y publicado en
revistas especializadas
amplios artículos sobre
diversas novelas de Bram
Stoker, Nathaniel
Hawthorne, Anne Brontë y
Miguel de Unamuno, así
como sobre películas de
Leontine Sagan, Leni
Riefenstahl, Philippe
Claudel y Leopold
Jessner. Colaborador del
Diccionario
Biográfico Español
de la Real Academia de
la Historia. En 1997
publicó unas
Consideraciones sobre «Ordet»,
de Carl Theodor Dreyer.
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección
11. Página 17. Año XXI. II Época. Número 112.
Julio-Septiembre 2022. ISSN 1696-9294.
Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2022
Enrique Castaños Alés.
© Las imágenes corresponden a sendos
fotogramas de la película objeto de
estudio y se utilizan en absoluto
con la única finalidad de ilustrar
el texto; por tanto, cualquier derecho
de autoría que pudiere concurrir sobre las
mismas corresponde a sus creadores,
expresos literalmente en el pie de
cada una de ellas.
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. Diseño y maquetación José Antonio Molero
Benavides. © 2002-2021 Departamento de Didáctica de las Lenguas, las Artes y el Deporte. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga & Ediciones Digitales Bezmiliana.
Calle Castillón, 3, Ático G. 29.730. Rincón de la Victoria (Málaga). | |
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