|
|
|
|
|
|
Título original:
The Trial (El proceso)
Director:
Orson Welles
Guion:
Orson Welles. Pierre Cholot. Adaptación de la novela
homónima de Franz Kafka
Reparto:
Anthony Perkins, Romy Schneider, Jean Moreau, Orson
Welles, Elsa Martinelli, Akim Tamiroff, Michael
Lonsdale, Suzanne Flon
Género:
Suspense.
Drama.
Drama psicológico.
Surrealismo
Música:
Leimotiv musical: "Adagio para cuerda y órgano en sol menor", de Albinoni,
con arreglos de Jean Ledrut
Fotografía:
Edmond Richard
Montaje:
Yvonne Martin. Frederick Muller. Orson Welles
Producción:
Hermanos Salkind
Compañías productoras:
Paris-Europa Productions. Hisa-Film. Finanziaria
Cinematografica italiana (FICIT)
País:
Francia. Alemania Occidental. Italia
Año:
1962
Duración:
118 mn
Color:
Blanco y negro |
|
|
|
|
Póster
de la película "The Trial"
(1962). US Poster. Creado el
1 de enero de 1963. |
|
|
Proemio: un cuento
Ante las puertas de la Ley está plantado un
guardián. Un hombre viene de lejos y quiere llegar
hasta la Ley, pero el guardián no le permite entrar.
El hombre se queda pensando y le pregunta si puede
esperar a que se le admita más adelante. «Es
posible», dice el guardián, «pero ahora no». Viendo
que la puerta de acceso a la Ley está abierta y el
guardián se ha hecho a un lado, el hombre se inclina
para mirar al interior. Cuando el guardián se
percata de lo que el hombre trata de hacer, le
advierte de que no intente entrar sin su
autorización: «Ten presente que yo soy poderoso. Y
solo soy el guardián de menor rango. Entre sala y
sala hay más guardianes, cada cual más poderoso que
el anterior. Ya el aspecto del tercero no puedo
soportarlo ni yo mismo». Con permiso del guardián el
hombre se sienta frente a la entrada y allí espera.
Durante años espera. Poco a poco se desprende de
cuanto tiene con la esperanza de sobornar al
guardián, y a cada ofrecimiento le repite «Acepto
solamente para que puedas estar seguro de que lo has
intentado todo». De tanto acechar al guardián
durante años de espera, el hombre acaba conociendo
hasta las pulgas de su cuello de piel. La edad le
hace volver a una segunda infancia y suplica a las
pulgas que intercedan en su favor para que el
guardián le deje entrar. En tinieblas, porque su
vista se ha debilitado, entrevé una luz brillante
que se filtra a través de la puerta de la Ley. Y
ahora, en el umbral de la muerte, todo se resume
para él en hacerle una última pregunta. Hace una
señal al guardián, que le grita: «Eres insaciable,
¿qué más quieres saber ahora?», y el hombre
contesta: «Si, como está escrito, todo el mundo se
esfuerza en llegar hasta la Ley, ¿cómo es posible
que nadie se haya acercado aquí en el transcurso de
tantos años?». Y como el hombre apenas oye, el
guardián le grita al oído: «Ningún otro podía haber
recibido permiso para entrar por esta puerta, pues
esta entrada estaba reservada sólo para ti. Yo me
voy ahora y cierro la puerta».
Narrador
«Esta historia significa lo que pretende significar.
No hay misterios ni enigmas que resolver, debemos
decir que la lógica de esta historia es la de un
sueño o de una pesadilla». |
|
|
|
|
El comienzo.
Momento de la mañana de un día en que un
sujeto desconocido entra
intempestivamente y sin permiso en el
apartamento de Josef K, a quien
despierta más temprano de lo habitual y
a quien comunica, sin más detalles, que ha sido acusado de algo por
alguien y que, aunque no es
detenido,
está bajo arresto.
|
|
|
“El proceso” (1962). Anatomía de una pesadilla judicial
Estas palabras del narrador con que se abre la
película con el prólogo de la pantalla punteada por
alfileres de Alexandre Alexeieff, nos dan el punto
de partida para saber el contenido de la misma. De
aquí, las palabras que he transcrito casi en su
integridad. No es necesario buscar más misterios que
el de reducir la película a ese barroquismo y
expresionismo con que Orson Welles, de forma
opresiva, realizó esta película, y cuya adaptación
de la novela de Franz Kafka, publicada 1914, es
excepcional.
Nos encontramos con uno de los directores más
personales de la historia del cine, imposible de
encuadrar dentro de ninguna corriente
cinematográfica ni dentro de ninguna nacionalidad.
Sus películas se realizaron en un periodo de 30 años
bajo producciones de diferentes nacionalidades,
Marruecos, Italia, Francia, España, Suiza, Alemania,
Irán, etcétera, producción que se reduce nada más
que a una docena de películas, dada la dificultad
que tuvo siempre Welles con los productores y
teniendo en cuenta los incontables problemas que le
plantearon sus enfrentamientos a causa de los
personajes retratados en sus historias, que le
hicieron decir, en 1981, «la verdad es que, después
de haber realizado mi primera película, debería
haber vuelto al teatro, de donde procedía». Sin
embargo, es igualmente cierto que sus controversias
también le convirtieron en un entusiasta del cine,
sin decaer en el empeño de hacer libremente lo que
deseaba hasta sus últimos días.
La sensación de los espectadores para sintetizar la
película y la novela está en las respectivas visión
y lectura que puede ocasionar si uno ve primero la
película y luego lee la novela, o sea, invirtiendo
las dos maneras de conocer las citadas obras en el
momento en que cada una se realiza. Entonces se
produce, como me ocurrió a mí, la imposibilidad de
no dejarse llevar por las imágenes de Welles; o sea,
no sé cómo sería la reacción si primero se lee la
novela El proceso de Kafka y luego el lector
establece similitudes con la película El proceso
de Welles. Es curioso cómo observada la filmación de
Welles, difícilmente se separa la novela de esa
perspectiva Kafkiana que sacamos de las imágenes y
los diálogos, del absurdo, de la puerta de la Ley
engrandecida, del personaje en la oficina del juicio
empequeñecido, de esas imágenes en blanco y negro
que nos hacen meternos en un mundo de escenografía
sobredimensionado, sombrío, diferencial, laberíntico
y opresivo. Sólo tenemos que observar la habitación
donde los dos policías del inicio van a ser
castigados por corruptos. Comparando esta secuencia
de la lámpara con el final de Psicosis, vemos
esta como una broma y pura diversión de Alfred
Hitchcock, mientras que Welles hace la escena
teniendo en cuenta que ese movimiento de la lámpara
y el reducido espacio, amplían el castigo
poderosamente, y hasta Josef K sale mareado por sus
movimientos y la visión del castigo que ha
provocado. |
|
|
|
|
Josef K (Anthony Perkins)
está empleado en las oficinas de un
importante banco
de la ciudad, donde vislumbra una
pujante carrera. No está socialmente muy
relacionado y su
vida es fiel reflejo de un hombre
moderno: solitario, competitivo y
superfluo. El proceso judicial que
irrumpe en su vida se introduce en su
cotidianidad desgarrando su rutina y
convirtiéndolo en un hombre entregado de
pleno a la angustia de afrontar la
compleja organización de un tribunal y
su hermética maquinaria burocrática.
|
|
|
La película El proceso está basada en la
novela de Franz Kafka. Welles la eligió entre una
serie de novelas clásicas propuestas por los
hermanos Salkind, los productores. Aunque Welles
consideraba a Kafka un gran escritor, no lo elevaba,
sin embargo, a la categoría de extraordinario
como ya se le reconocía. El hecho estaba en que él
admitía el pesimismo en la condición humana, pero
nunca la desesperación. El proceso está
escrito y filmado en la forma en que se calificó la
obra de Kafka: el absurdo, lo abstracto. Como se
dice al principio de la película, ya expuesto, «no
hay misterios ni enigma que resolver, la lógica de
esta historia es la lógica de un sueño, de una
pesadilla».
Josef K (Anthony Perkins) es un hombre que despierta
un día y se encuentra con que es acusado de algo que
no conoce ni se le dice quien le acusa. La historia
le va envolviendo en un laberinto judicial, del que
él se esfuerza en salir, encontrándose únicamente
barreras que le impiden llegar al eslabón que lo
libere. Su ansia de oponerse al sistema judicial le
va conduciendo a la incomprensión de lo que rodea a
la justicia. Se da cuenta de la imposibilidad de
encontrar esa vía de escape, aunque él seguirá su
lucha.
La idea del poder se escenifica en sentido absoluto.
Welles quiere sustanciar en imágenes su idea del
hombre sometido sin causa ni motivo por el sistema
judicial; es la forzada sumisión a la justicia por
quienes condicionan nuestro futuro, por la
inexorabilidad del destino, por el mundo de lo
desconocido, idea que Welles escenifica en la
película con la pequeñez con que filma a Josef K y
con el enorme tamaño de la puerta del recinto en que
lo han juzgado; en ambos casos, la impotencia del
procesado frente al arrollador ímpetu de la
maquinaria judicial queda patente en la pequeñez a
queda reducido Josef K.
Todo entra dentro del mundo grandilocuente de
personajes de Welles, entre cuyos representantes más
idóneos podemos citar a Charles Foster Kane, de
Ciudadano Kane (1941); Arthur Bannister, de
La Dama de Shanghái (1947); Otelo (1951),
Gregory Arcadin, de Mr. Arcadin (1955); Hank
Quinlan (1958), de Sed de mal (1958); Mr.
Clay, de Una historia inmortal (1968),
etcétera. Salvo que en El proceso no se trata
de una persona, sino de una entidad superior: la
justicia. Es un tema recurrente en Welles: el mito
del superhombre, tanto en Quinlan, el policía de
Sed de mal, con aquel “a mí siempre me creen”;
como Kane, que se abre camino a través de empresas
poderosas en Ciudadano Kane, o Mr. Clay, que
convierte una historia falsamente reiterada por los
marineros en una historia real; o el abogado de
El proceso, miembro de una institución dominada
por un ente que supervisa, maneja y asfixia a las
víctimas que va dejando atrás. |
|
|
|
|
Marika Bürnstner (Jeanne
Moreau) es
vecina de hospedaje de K. La
señorita Bürstner parece tener una vida
ligeramente licenciosa. La mañana en
que la policía irrumpe en su dormitorio,
Josef entra sin permiso
en la habitación de Marika, a partir de
cuyo momento se inicia entre ambos
un breve y superficial romance de una
noche, al que K trata de asirse en su
decadencia
personal. |
|
|
Está dotada la película de decorados barrocos que se
van acentuando a medida que avanza la narración, con
una iluminación en su totalidad adaptada a las
escenas. A ello contribuye igualmente el edificio
que fue elegido, la Gare D’Orsay, un inmenso
decorado muy apropiado en el que se asienta el
juzgado en se desarrolla el proceso de la película.
Ante la posibilidad de que pudiese tildarse la
película de una simple imitación de la novela,
Welles argumentó que él no estaba de acuerdo en todo
con el desarrollo novelesco de Kafka, porque él
admitía el pesimismo, pero en modo alguno
estaba de acuerdo con la desesperación. Otro
punto diferencial entre la novela y el filme que
merece ser citado lo constituye el discurso del
narrador, cuando entran en contacto el guardián y el
hombre que llega a las puertas de la Ley, ubicado al
final en el caso de la novela en Kafka y al
comienzo, en el desarrollo fílmico. Welles era de la
opinión de que, de haber introducido esa escena al
final de la película, el espectador hubiese caído en
brazos de una profunda somnolencia. Y, también,
aunque se trata de algo circunstancial, otro
elemento diferenciador lo constituye el hecho de no
parecerle a Welles consecuente con la época en que
tiene lugar la trama quitarle la vida con un
cuchillo.
Por lo general, pocas veces una película y novela
han tenido tanta trascendencia transcurrido el
tiempo. Hoy en día, nos encontramos ante “las
puertas de la Ley”, a cuyos lados hay un guardián
que nos impide entrar y después otro y luego otro y
otro más, cada vez con más dificultad de convicción…
siendo imposible llegar a quien decide la conclusión
de un caso. Es el gran poder del que algunos se
apoderan y cuya posesión defienden al amparo de unas
trincheras que nadie puede traspasar.
Indiscutiblemente, la película es deudora del
expresionismo. Hay momentos de evidente exposición
de esta corriente cinematográfica: las actuaciones
de Titorelli, de Bloch, del abogado o de Josef K
constituyen una clara puesta en escena de la
sobreactuación, muy propio de los actores de Welles,
con arreglo a lo que se quiere narrar; o la escena
de la carrera de los niños por la valla persiguiendo
a Josef K, sólo dejando entrar unos rayos de luz,
pero con escasa iluminación, como entre luces y
sombras, como ocurre en la escena de las
alcantarillas de la película El tercer hombre
(1949), de Carol Reed, en la que se deja notar un
fuerte contraste entre la luz y la sombra, escena
que se ha atribuido a la influencia de Orson Welles,
aunque, lógicamente, el autor de Ciudadano Kane
lo ha negado siempre. |
|
|
|
|
Romy Schneider (Leni) es
la
sirvienta/ama del abogado Albert
Hastler, de quien es amante.
La joven se enamora de Josef K., como se
enamora de todo acusado que llega a la
casa de su patrón, puesto que la
situación de procesado le resulta
irresistible. En realidad,
tiene
la práctica de seducir a los clientes y
luego contarle al abogado todo en
detalle, para su sórdida delectación.
|
|
|
En el ámbito de la planificación, El proceso
es única, adaptando perfectamente los movimientos de
cámara a la actuación de los personajes y escenas
que desarrolla. Ya, en Sed de mal, arranca la
película con un primer plano de la bomba y la
elevación de la cámara en una grúa para tomar la
escena en picado, cuya duración tiene un plano
secuencial hasta su explosión, que dura más de tres
minutos, aunque se hablaba de que el plano duraba
mucho más, como el de la mujer coja que arrastra el
baúl en El proceso mientras la cámara la
sigue en un trávelin paralelo. Estas secuencias se
mueven al ritmo de las escenas y de sus personajes.
En Sed de mal, la cámara va moviéndose al
ritmo de un plano sostenido en donde se desliza con
la inquietud que puede provocar en los espectadores,
mientras que, en El proceso, va en su
desarrollo paralelamente a la imagen y se adapta a
la dejadez que provoca la mujer con su cojera en su
traslado. Escena similar y diferencial en su
adaptación, se trata de cuando el estudiante, en
El proceso, coge a Elsa Martinelli que está
cociendo en la sala del juzgado y se la lleva a su
jefe colgada al hombro. Va rápido a través de unos
obstáculos, y le sigue Josef K hablándoles, mientras
la cámara filma unos planos de corta duración,
varios segundos, que constituyen una maravilla de
montaje. Adaptándose así a la prisa y a la acelerada
carrera del estudiante, mientras Josef K los sigue y
le transmite sus quejas dirigiéndose a la muchacha
de servicio.
En El proceso hay planos que nos sobrecogen.
Difícilmente se pueden especificar todos. Entre
algunos que hay que mencionar están los de la casa
en su conjunto del abogado (Orson Welles), desde la
mirada de Leni (Romy Schneider), muchacha de
servicio, enfermera o secretaría —en cualquiera de
estos empleos podría ser encuadrada—, observando el
exterior desde la mirilla de la puerta de entrada,
hasta el juez retirado, como dice el abogado, en un
rincón con tanta oscuridad como el entramado
judicial en el que están inmersos los procesados, o
el descanso en su propia estancia de dormir del
abogado, llegando por último a la víctima procesal
de Bloch (Akin Tamiroff), que tiene que estar atento
a que el abogado lo llame para someterlo a la
actuación más humillante. |
|
|
|
|
Josef K
y su tío Max llaman a la puerta
de Albert Hastler, un abogado
conocido de este último, para que
represente y defienda a K en el proceso
que se ha incoado contra él. Al momento,
se abre la mirilla de la puerta y
aparecen unos ojos que parecen
escrutarlo todo. En la imagen, un primer
plano de los ojos inquisitivos de Leni.
|
|
|
Hay dos frases significativas respecto a lo escrito,
cuando el abogado dice unas palabras propias de
cualquier sentencia judicial como si creara
jurisprudencia, y así afirma dirigiéndose a Josef K
y refiriéndose a Bloch y a Leni, «Les hace el amor a
todos, y, cuando les doy permiso (a Leni), me cuenta
sus aventuras para divertirme». No sólo es referido
al procedimiento judicial, sino también al social,
moral y sexual, como es el caso del Ujier. Una frase
que define muy bien el poder de la Institución sobre
los procesados, y que merece ser cita en tal
sentido, es la que pronuncia el abogado a Josef K al
hablarle de la necesidad de defender la libertad en
estos términos: «Llevar cadenas a veces es más
seguro que ser libre».
Cuando entra Josef K en la estancia, el abogado está
acostado y tiene la cara tapada con una suerte de
toalla. Al anunciarle la presencia de su cliente, el
abogado se incorpora de su improvisado lecho, se
descubre lentamente el rostro dejando escapar hacia
arriba el vapor y la exclamación que sale de su boca
con perplejidad es solamente “¡Josef K!”.
Consecuencia de ese expresionismo y contraste que
resalta durante toda la película, y que le da cierto
aire fantasmal.
Se puede considerar El proceso como una obra
difícil de imitar. Tanto el decorado de la casa con
luz de vela, así como la de la estancia del abogado
con las que se alumbran los personajes, nos acerca a
ese expresionismo con el que se envuelve la
película, y, sin lugar a dudas, nos acerca
igualmente al absurdo en todo el diálogo que
mantienen sus miembros.
El lugar en que se adentran Josef K y Leni es un
cuarto que bien puede recordarnos un archivo
judicial de los momentos actuales, donde los
expedientes, resoluciones y legajos se amontonan sin
orden ni concierto aparente, y donde ellos se nos
muestran cariñosos, escena que invita a hacerse la
pregunta de si es una de las tantas estratagemas que
Leni pone en práctica con los procesados para luego
divertir con ellas al abogado contándoselas.
La estructura del filme va desde la habitación —de
aquí arranca la película— en la que se recoge el
despertar de Josef K con un primer plano de su
rostro, una habitación que se nos muestra desolada y
agobiante por la forma como aparecen colocadas las
cosas y están amontonados los objetos por todas
partes, con unas paredes sin referente decorativo y
el techo aplastante por bajo. |
|
|
|
|
Block (Akim Tamiroff)
es un comerciante cliente también de Hastter
por haber sido acusado de la comisión de
un delito. El hombre no es ya más que una
sombra del próspero hombre de negocios
que fue una vez, y se pasa los días
entre las salas de espera del juzgado y
una diminuta habitación en la casa de Hastter, donde espera ser llamado para
conocer los progresos de su defensa. A
pesar de que dedica todo su tiempo,
energía y recursos a su caso, no ve
ningún avance en su caso, que se
prolonga ya cinco años, todo lo cual
hace que se encuentre completamente
subordinado a Hastter y, en general, al
proceso.
|
|
|
A medida que avanza el desarrollo de la acción, va
tomando esa forma laberíntica y opresiva por ese
conjunto de situaciones que someten a Josef K. El
dramatismo va envolviendo de forma creciente al
protagonista y a los personajes que pululan en los
diferentes procesos como víctimas de una situación
cada vez más enrevesada y difícil de escapar, y,
como dice algún crítico, los procesados parecen
estar en campos nazis de concentración, marcados
incluso con un número, y, según afirma uno de los
procesados a Josef K cuando le pregunta qué está
haciendo allí, este le contesta, con mirada huida y
cierto estatismo, «Espero».
Las diferentes escenas se emparentan más con el
absurdo, con ese tono kafkiano de la novela, pero
siempre observado desde fuera, y los espectadores le
pueden buscar su significado e incluso su conexión
con la realidad. Es el caso de esa escena del
principio, cuando tres policías entran en la
habitación de Josef K y le despiertan; de inmediato,
uno de ellos se acerca a un agujero que hay en el
suelo, al tiempo que el inspector comienza a apuntar
lo que se relata; «una placa ovalar», dice. Josef K
se asombra de que todo lo estén anotando y objeta
que «ovalar como adjetivo no existe», y el que
apunta lo recoge igualmente en su libreta, «Ovalar
como adjetivo no existe». Josef K le recrimina
entonces de que sea objeto de anotación todo lo que
dice, a lo que el policía le confirma que «un
informe es un informe». Todo queda colocado en su
sitio cuando Mme. Grubach afirma «Sr. K, esta
detención es como una cosa abstracta». Lo absurdo
que recorre este diálogo se sucede a través de la
trama argumental y de la acción.
Pero Welles no sólo era un guionista extraordinario;
es un realizador excelente. Así, en la argumentación
de sus películas hace intervenir al espectador. En
una película cargada de simbolismo cual es El
proceso, deja mucho a la interpretación del
espectador. Ese es el supuesto que subyace a la
escultura que hay en el patio en que están los
procesados; una imagen tapada con una sábana: aparte
de la insinuación que se recoge en la película de
que la justicia es “ciega”, también motiva al
espectador a imaginar lo que oculta. |
|
|
|
|
Josef K es incapaz de responder a las
provocaciones de la bella
Hilda (Elsa Martinelli),
la mujer del guarda, quien inútilmente
trata de seducir a un hombre completamente
inseguro, reprimido y angustiado por las
dificultades que le está planteando su
proceso judicial. |
|
|
Personalmente, he de manifestar que tuve ocasión de
asistir a una proyección de esta película durante
mis estudios de Derecho. La película ya había sido
estrenada en España, pero era la primera vez que yo
asistía a una sesión. El interés por la trama me
mantuvo sujeto al asiento 4 o 5 pases. Aún recuerdo
que, al salir de la sala, un joven condiscípulo, de
los tenidos en clase por inteligentes, me confesó
sin rodeos “La he visto y no he entendido nada”, a
lo que yo respondí sin mucho rodeo “Solo hay que
dejarse llevar y meterse en los entresijos del
poder”. Lo declaro con toda sinceridad: el visionado
y entendimiento de la película son de los más
fáciles, si uno hace caso a la historia del
narrador.
Siempre he tenido presente esta película en mis
indagaciones sobre estética cinematográfica, y, ante
cualquier sugerencia que se me ha requerido, también
siempre he manifestado que en la película El
proceso de Welles concurrían tres
manifestaciones artísticas inacabadas, hecho que le
da al filme un valor artístico incalculable. Por
ello que, ante la solicitud de OMAU, organismo
dependiente del Ayuntamiento, de cuáles eran la
película, la novela y la música que tenía en más
alta estima, manifesté que la música era el
Adagio in sol minor, de Albinoni; la novela,
El proceso, de Franz Kafka, y la película, El
proceso, de Orson Welles, tres obras incompletas
y unificadas. |
|
|
|
|
Orson Welles
interpreta el papel del abogado
Albert Hastler, un conocido
abogado de Max, tío de Josef, que
encarna la máxima representación de
poder
corrupto del sistema judicial.
Ahora se encuentra enfermo, pero eso no
le impide mantenerse activo gracias a
sus vínculos con el tribunal.
En
ninguna escena se le ve discutiendo el
caso con su cliente. Este desinterés de Hastler provoca que K intente
despedirlo, pero Hastler le dice que, a
veces, es mejor estar encadenado que ser
libre. En esta metáfora, el abogado es
un brazo más del sistema que persigue a
K, un sistema absurdo y opresor que se
presenta a sí mismo como la mejor
alternativa a la libertad. Ser parte de
ese sistema es convertirse, en palabras
de K, en un “perro” como Bloch y vivir
encadenado. |
|
|
La primera, el Adagio de Albinoni, formaba
parte de una sinfonía que nunca llegó a completarse.
La segunda, por el considerable número de
anotaciones y correcciones realizadas por el propio
Kafka sobre el manuscrito de su novela, cuya
referencia aparece en el prólogo de la guionista y
traductora Tina de Alarcón a la obra en cuestión en
la edición que hizo el sello Edimat Libros, en el
cual también da detalles de cuando Kafka hizo
entrega a Max Brod, su íntimo amigo, de todos sus
manuscritos, al que pidió que destruyera, cosa que
este no llevó a efecto, posibilitando así que obras
como El proceso hayan podido llegar hasta
nosotros. Y, la tercera, la película de Orson
Welles, sobre la que pesan atisbos de inconclusa;
baste recordar en este sentido ese conocido
comentario que asegura que el propio Welles estaba
insatisfecho con el montaje que se había hecho de la
película y que, aprovechando el momento en que se
hallaban reunidos en la sala de visionado los
responsables y los productores para el pase de la
película, Welles entró inadvertidamente en la cabina
de proyección, se apoderó de los negativos y huyó
con ellos a Sevilla, donde la Interpol dio con él.
Hay también quien cuenta el grave revés que supuso
esa pérdida de tiempo para la buena factura del
filme, pues Anthony Perkins había tenido que
regresar a Hollywood por compromisos de trabajo y
hacía imposible el montaje de algunas escenas en que
actuaba, problema que —según dicen— solventó el
mismo Orson Welles cambiando algunas frases
originales e imitando la voz del galán. Otros, más
benevolentes quizá, quieren hallar una exculpación
para Welles en las palabras de un escritor tan
memorable como Gabriel García Márquez, para quien
una obra no está acabada hasta el momento mismo de
su publicación por una editorial; entre tanto no se
llevaba a efecto su divulgación, el original está
sujeto a las modificaciones y veleidades de su
autor.
Esa opinión puede explicar la razón por la que
muchos cineastas, directores por más, acaban no
estando de acuerdo con los montajes realizados por
las productoras. Welles es un caso perdido en estos
menesteres, y pongo un solo ejemplo, Los
magníficos Amberson (en español, El
cuarto mandamiento), película cuyo rodaje se
llevó a cabo durante tres meses de 1942 y que Welles
no concluyó al completo, pues se negó a rodar en
absoluto su parte conclusiva, la que versaba sobre
la caída de los Amberson. |
|
|
|
|
La
señora Grubach
(Madelaine
Robinson)
es la propietaria de la casa en que
se hospeda
Josef K,
a quien ella estima mucho, tiene como un
joven bien posicionado y con grandes
perspectivas de fututo y considera el
mejor de sus inquilinos.
|
|
|
La productora, en efecto, había llevado a cabo sobre
la película una nefasta manipulación, hasta el
extremo de que Welles llegó a negarse a rodar su
final, al considerar que la película había sido
recortada en una cantidad inaceptable de minutos,
con la eliminación de algunas de sus partes más
relevantes. La película se concluyó por una persona
ajena a Welles y con un guion no escrito por él.
Por otra parte, también se cuenta que la película
original alcanzaba los 148 minutos, duración
considerada excesiva para una exhibición pública,
razón por la cual la productora la recortó hasta los
118 minutos, que es la duración con que ha llegado a
proyectarse en la gran pantalla de nuestras salas
comerciales. Dado que sobre la figura de Welles se
han contado infinidad de cosas, y consciente del
persistente choque entre Welles y los productores,
me inclino por prestarle más credibilidad a la
versión que ha llegado hasta nosotros.
Lo laberíntico de El proceso, de Welles,
queda plasmado en varias escenas: cuando Josef K
camina por los numerosos pasillos que forman las
incontables mesas de la oficina inmensa, no lo hace
en línea recta, sino describiendo un zigzag, al
igual que les ocurre al esposo de Hilda (Elsa
Martinelli) o al estudiante (Thomas Holtzmann)
cuando se introducen por los tablones de la oficina
del juzgado, agachándose y saltando por los maderos
que los agobian o les cortan el camino, evitando el
lugar por donde se puede transitar de forma normal.
Esto es típico en Welles, porque se repite en muchas
de sus películas, aunque en momentos muy distintos,
si bien intenta producir el mismo efecto. Así, en
una película ya citada con anterioridad, El
Tercer hombre, que Welles no dirige, pero en la
que sí intervine como protagonista, Harry Lime
(encarnado por Orson Welles) traza el recorrido
zigzagueante hacia la noria, donde le espera Holly
Martins (Josef Cotten). Ocurre lo mismo en Sed de
mal, ya citada con anterioridad, cuando ha
estallado la bomba y se reúnen en el lugar del hecho
Hank Quilan (Welles) y el resto de su equipo
hablando entre sí, en tanto algunos, dominados por
un nerviosismo evidente, se trasladan de un punto a
otro del corrillo durante el coloquio. |
|
|
|
|
Una escena simbólica y bien lograda es
la que tiene lugar en el estudio del
pintor
Titorelli
(William
Chappell),
cuando este
le muestra a K el cuadro en que está
actualmente trabajando. Le explica que
le han encargado retratar una
representación de la diosa Justicia con
alas que dé la idea de la unión entre la
justicia y la victoria. Con él se
entrevista K a instancias de Leni. Titorelli
se ofrece a ayudarle mediante su
contacto personal con los jueces,
mediando a través de cartas y firmas
para aplazar o suspender el
procedimiento. Está convencido de que la
corte nunca puede ser influenciada por
otros o ser disuadida de que encuentre
culpable a un acusado, de ahí su
insistencia en que sólo puede ayudar a K
si este es inocente. En el apuro,
consigue venderle tres cuadros
idénticamente lúgubres a Josef.
|
|
|
Quietud, rapidez, lentitud… son efectos dinámicos
que Welles considera necesarios en la ejecución
cinematográfica de las escenas y que él escenifica,
como ya se ha expuesto, en una mujer coja cuyo
pausado ritmo contrasta con la figura ágil y rápida
de un estudiante. El propio Welles afirmaba que el
cine debe estar siempre en movimiento, un elemento
diferencial que debía tener toda película. De aquí,
surge la creatividad de Welles, que es única en
cualquiera de sus realizaciones.
La parte final, con ese expresionismo de la
persecución por los tablones, culmina en una escena
en la que Josef K se encuentra en una plaza amplia,
pero desierta y sin vida, en la que aparecen el
abogado (Welles), un cura (Michael Lonsdale) y Josef
K provocando un fuerte diálogo a la salida del
túnel, por donde le persiguen los niños; y, en ese
final sin salida, el protagonista, por la sentencia
de culpabilidad que pesa sobre él, adopta una
postura de choque, la más fuerte de la película. Y
así, sobre un excelente montaje de expresiones y
contrastes de iluminación de gran impacto, esta
última bajo la responsabilidad de Edmond Richard,
nos introduce en ese mundo abstracto y obsesivo.
No es de extrañar que las frases que se intercambian
los tres personajes sean acordes con las imágenes,
como, por ejemplo, esta que dice Josef K: «¿Es que
esta sentencia que habéis dictado conduce el
universo a la locura?», o esta otra, cuando se hace
mención al concepto de mártir y él responde «No
quiero ser mártir», contra la que el abogado
argumenta «¿Tampoco víctima?» y Josef K replica
«miembro de la sociedad».
Por lo que parece, cuando Welles desarrolla diálogos
tan sobreactuados, elaborados, sentenciosos o
rebuscados —o como queramos calificar estas
interlocuciones— es porque, en modo alguno quiere
acercarse a la realidad cotidiana, ni pretende
tampoco hacerla lo más cercana posible al
espectador; aun así, yo me afirmo en que ya sea
pomposa, laberíntica, abstracta, simplista, clásica,
melodramática, bélica o de cualquier otro género, lo
único que debe considerarse es su calidad estética:
si es buena o mala, una obra maestra o un desajuste
total. A veces, cualquier forma se hace útil si
sirve para la narración que se desea. |
|
|
|
|
El
final:
Dos verdugos llevan a K a una cantera.
Allí le obligan a quitarse algunas de
sus prendas y le hacen entrega de un
cuchillo para que él mismo se quite la
vida, a lo que él se niega. Lo conducen
entonces a un pozo de la mina, donde
lanzan a Josef
K
junto con un cartucho de dinamita. K
coge la dinamita y la arroja hacia
arriba. Se produce entonces una
explosión, cuyo humo y ondas expansivas
pueden verse en el aire desde la
distancia. |
|
|
Al final, dos policías llevan al detenido a través
de un espacio desolado de campo abierto, escena que
parece retornar a las paredes de la habitación sin
referencia del comienzo, que ahora, por la tela de
araña que las ha cubierto, se nos presentan
evocadoras de los diferentes procedimientos
jurídicos que se han incoado durante el proceso. Esa
secuencia inicial, el comienzo, el momento en que se
le anuncia su detención, la imposibilidad de conocer
a quién le acusa ni de qué se le acusa, algo, en
fin, que nos recuerda los ya pretéritos
interrogatorios de la Inquisición, y lo que le sigue
es el proceso inútil que motiva a Josef K a ir en
busca de justicia, terminando en la hondonada a la
que le empujan para ser ejecutado. Nos encontramos
aquí con una escena ajena a ese barroco laberíntico
anterior, pero es el fin obligado al que nos lleva
el proceso, es la explosión final del relato.
La interpretación de los actores es excelente.
Anthony Perkins está perfecto: el mismo Orson Welles
diría de él que era uno de los actores que mejor
había dirigido. La participación de Romy Schneider
queda en el recuerdo de los que la vimos en Sissi
y Sissi emperatriz, para luego hacer esta
interpretación estupenda. Y por sí mismo hay que
alabar a un Akim Tamiroff cuantas veces intervino en
una película de Orson Welles, o a Jeanne Moreau.
Siempre me he acordado de una frase que me dijo un
amigo en la juventud referida a los actores: «No hay
intérpretes, sino interpretaciones». Muchas veces se
necesita tener un buen director.
Sea para bien la visión desconcertante de esta
película, exponente de cualquier hombre que, de
manera tan abstracta, y sin saber de qué ni quién le
acusa, alarga su agonía por querer tener un juicio
justo en un proceso donde nadie le da respuesta.
El proceso puede considerarse una de las joyas más
valiosas de la cinematografía mundial. Así lo
reconoció Charles Chaplin, que, a su vez, ha servido
como reclamo publicitario, «Esta es la cumbre del
arte cinematográfico».
Una obra maestra, única, distinta e irrepetible.
Carlos Guillermo Navarro
Ex vocal de cine del Ateneo de Málaga
Responsable del cine Fórum de ASPROJUMA en la Universidad de Málaga |
|
|
|
|
|
Carlos Guillermo Navarro nace
en Utrera (Sevilla). Licenciado en Derecho por la Universidad de Sevilla
en 1966.
En 1968
marcha a Madrid a estudiar cinematografía, a cuyo centro no pudo acceder
por coincidir con el cierre de la escuela. Ingresa
por oposición como técnico jurista en el Ayuntamiento de Málaga en 1970.
Después de pasar por varias secciones, asume el cargo jefe del Área de
Cultura del Consistorio malacitano, que desempeñará hasta principios de
1980.
Las actividades culturales que se organizaban en Málaga, limitadas hasta
entonces a un escaso número de eventos de ámbito nacional, experimentan
un notable incremento a partir de la década los setenta. Así, bajo su
iniciativa se ponen en marcha eventos tan importante para Málaga como la
Muestra de Cine, el Festival Internacional de Teatro y el Festival de
Jazz, y se llevan a cabo números conciertos de música, ciclos de
conferencias y exposiciones culturales de diversa índole.
En 1971 funda el grupo de teatro “Cascao”, primer grupo independiente
surgido en Málaga, que permanece activo hasta 1978 y con el que pondrá
en escena las tres obras teatrales de su autoría.
En 1998 se incorpora a la junta directiva del Ateneo de Málaga, de la
que todavía forma parte. A lo largo de los 10 años, se encarga, como
vocal de Cine, de la organización del Cine Fórum de la ciudad, que
compagina con la organización del Cine Fórum de Fuengirola. Por estos
años, es elegido miembro del jurado del Festival de Cine Fantástico que
organiza la Universidad de Málaga; es miembro del Jurado de la Novela de
Terror y entra a formar parte del jurado que concede los Premios
Cinematográficos de Cortos en la Muestra de Cine de Málaga.
Es autor de las obras de teatro El Juglar y el Silencio (1972), Yipi
Yu, Yipi Yu, Yipi Yu (1976) y Érase una vez (1979), esta
última, un recorrido por la historia a través de los cuentos de hadas,
las tres representadas por el grupo de teatro “Cascao”, por él
fundado. A comienzos de 2008, la compañía de teatro italiana Punto In
Movimento estrena Última versión, una adaptación teatral de su
novela Por las rutas de los mares.
Entre sus novelas publicadas cabe citar El toque de rebato (Málaga
Digital, 1999), Por las rutas de los mares (Ayped, 2002), Apuntes
de una crónica negra (Ayped, 2006), El paraíso de las flores
marchitas (Guadalturia, 2013), que resulta finalista en el XX Premio
de la Crítica de 2014, y El valle de los riscos (Guadalturia,
2017).
Es autor de relatos, entre los que hay que mencionar sus Crónicas
Narradas, publicado en 1977, compilación libro de relatos que
recorren tres décadas (1960-70-80) de la sociedad española; el libro se
compone en esta primera edición de 10 narraciones en las que el autor
describe, con singular maestría, situaciones, personajes y sentires de
una época, reflejando la miseria, la soledad y la amargura de la
posguerra española; un ejercicio, en fin, de libertad individual, en el
que el autor, a modo de un ajuste de cuentas metafórico con el tiempo
que le tocó vivir, pone en juego su derecho a opinar de manera crítica y
personal. Una nueva edición de este volumen aparece en 2009, publicado
por El Ateneo de Málaga, en su colección Laberinto, en la que se amplía
en 3 más su número de relatos. Ya en 2019, vuelve a editarse,
ampliándose de nuevo la compilación con otros 3 relatos, dando un
conjunto de 16.
Es miembro de la ACE (Asociación Colegiada de Escritores). Colabora en
revistas y en centros de profesores de la Universidad e Institutos.
Actualmente, está frente del Cine Fórum que organiza ASPROJUMA
(Asociación de Profesores Jubilados de la Universidad de Málaga).
Se le
ha distinguido con su nombre a una calle en su pueblo natal.
Para
ampliación de textos, comentarios y recoger parte de los contenidos, se
puede consultar su web personal:
Carlos Guillermo Navarro |
|
| |
|
|
GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección
11. Página 16. Año XXII. II Época. Número
115. Abril-Junio 2023. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2023
Carlos Guillermo Navarro. © Las
imágenes se corresponden con sendos
fotogramas de versión comercializada
por la productora de la película "The
Trial" (1962), de Orson Welles,
subtitulada en español, de donde han
sido tomadas por el autor del
escrito para su uso exclusivo como
ilustraciones.
Diseño y maquetación: EdiBez. Depósito Legal MA-265-2010. © 2002-2023 Departamento de Didáctica de la Lengua,
las Artes y el Deporte. Facultad de
Ciencias de la Educación.
Universidad de Málaga & Ediciones
Digitales Bezmiliana. Calle
Castillón 3, Ático G. 29.730. Rincón
de la Victoria (Málaga).
| |
|
|
| |
| | |