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Título original:
Ingeborg Holm
Dirección:
Victor Sjöström
Guion:
Victor Sjöström, a partir del drama homónimo del
escritor sueco Nils Krok (1865 – 1928)
Reparto:
Hilda Borgström: Ingeborg Holm.
Aron Lindgren: Sven Holm / Erik Holm cuando
ya es un joven marinero.
Erik Lindholm: empleado de la tienda de
comestibles.
Georg Grönroos: intendente de la asistencia
pública.
Richard Lund: el médico.
Carl Barcklind: el médico de la familia.
William Larsson: oficial de Policía.
Bertil Malmstedt: Erik Holm de pequeño.
Música:
David Drazin
Fotografía:
Henrik Jaenzon
Año: 1913
Duración:
73 min
Color: B/N
País:
Suecia
Productora:
Svenska Biografteatern AB
Género:
Drama. Cine mudo |
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Acto I
En la primera toma vemos a Ingeborg entrar
en su casa, donde se aprecia la felicidad
que reina en ella, tanto por el amor que se
profesan los esposos como por el que
manifiestan hacia sus hijos. Viven en una
zona relativamente acomodada, cercana a un
jardín en el que también podemos comprobar
la alegría de todos los miembros de la
familia durante una mañana de asueto. Por el
sendero, regresan a la casa; el padre, Sven
Holm, sube a sus hombros a la más pequeña,
en una demostración de cariño. Al llegar a
la casa, la sirvienta está esperándoles, con
la mesa preparada. Se sientan a ella para
almorzar: la madre, a la izquierda; el
padre, a la derecha; Erik, el mediano,
enfrente, y Valborg, la mayor, de espaldas.
La pequeña corretea por las habitaciones,
encontrando una carta junto a la puerta de
entrada. Se la entrega a su madre y ésta a
su marido, quien la abre inmediatamente y
manifiesta un gran contento al leerla: el
señor C. Berman, de la Colonial Produce
Company, le comunica que, en premio a sus
esfuerzos de ahorro, que han ascendido a
4.000 coronas suecas, la entidad le concede
un crédito de 10.000 coronas, a fin de que
pueda abrir una tienda de comestibles. Una
vez leída la misiva, se la enseña a su
mujer, que también manifiesta su contento.
Esporádicamente, ya vemos toser a Sven de
manera sospechosa. Termina el almuerzo, los
niños se retiran y los esposos debaten en un
clima de mutua confianza sus proyectos para
el futuro.
Durante los preparativos de organización del
establecimiento, Sven Holm, que ha subido
tan sólo unos peldaños de una escalera
portátil para acceder a las estanterías más
altas, sufre un desmayo y cae desplomado
sobre el mostrador, delante de su único
empleado. Todavía la voluminosa caja
automática para guardar el dinero y efectuar
las operaciones con los clientes, se
encuentra en el suelo, mientras que ya hay
un teléfono instalado y colocado en el
mostrador. El empleado ha permanecido un
tanto indiferente, aunque, como es natural,
avisa a su esposa, quien entra
precipitadamente en la tienda, trasladando
entre ambos al enfermo al dormitorio. Una
vez en la cama, acude inmediatamente el
médico de la familia, quien comunica a
Ingeborg la gravedad del asunto, esto es,
que su marido ha tenido una hemorragia,
consecuencia de su tuberculosis, y que
necesita absoluto reposo. En la tienda, ya
abierta, campa a sus anchas el empleado,
pues la esposa debe atender a su marido y a
sus tres hijos, a pesar de disponer de
sirvienta. El empleado es caracterizado en
una sola escena como un joven indolente,
negligente y falto de cualquier
responsabilidad; incluso de dudosa ética. No
sólo coquetea vulgarmente con una joven
clienta, probablemente una criada de su
misma condición social, sino que hasta
incluso llega a entregarle a hurtadillas
algún objeto de la tienda en concepto de
regalo. En ese mismo instante entra
Ingeborg, que está muy atareada, y por poco
ve el pequeño hurto. Unos momentos antes,
otra clienta, más seria, ha debido marcharse
sin poder comprar nada, debido a la
indiferencia mostrada por el empleado ante
su presencia. |
La situación del marido empeora. Cierto día
en que Ingeborg llega de la calle y se
dispone diligentemente a atenderlo, cuando
casualmente se halla en la habitación
contigua, Sven trata de incorporarse en la
cama, pero cae desplomado sobre la almohada,
muerto. Entra Ingeborg, ajena a lo sucedido,
y, al mirarlo, se da cuenta del hecho fatal.
Se derrumba sollozante sobre el cuerpo de su
difunto esposo, mientras la más pequeña de
las hijas entra en la habitación y se
aproxima a su madre, barruntando que algo
inexplicable para ella ha tenido lugar.
El golpe para Ingeborg no puede ser mayor.
No sólo por el amor que le tenía a su
esposo, sino porque está sola, con tres
hijos aún pequeños y llena de deudas. Los
acreedores sin escrúpulos se agolpan en la
tienda. Vemos a uno que, imperturbable, le
exige que las facturas deben ser satisfechas
en el plazo de una semana; de lo contrario,
se iniciarán las preceptivas actuaciones
judiciales. Por las noches, trata, hasta
altas horas de la madrugada, de poner un
poco de orden en los asuntos de la tienda,
sentada junto al mostrador, a la luz de una
lámpara, revisando facturas y escribiendo
cartas. Una de éstas se la dirige al
Procurador G. Ström, comunicándole su
insolvencia y solicitando ayuda.
Acto II
En la toma siguiente, la vemos dirigirse por
la mañana al buzón de correos, con la
confianza de obtener alguna comprensión. No
consigue nada. Cae enferma. Acude un médico
a la casa, que se muestra amable con los
niños, entregándoles unas monedas, aunque
Ingeborg, al marcharse el médico, comprende
que no le queda otro recurso que acudir a la
beneficencia pública. |
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Ingeborg, desolada y abatida
después de la muerte de su esposo, está
acompañada aquí por su hija mayor y por
el mediano.
©
Imagen: Ingeborg Holm
(1913) |
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Ingeborg llega a la sala de espera de uno de
los centros de asistencia estatal. Se
sienta, por indicación del empleado, junto a
una mujer de mal aspecto, una alcohólica,
que después será su compañera de trabajo en
el centro de acogida. Su caso es tratado por
un Comité de Asistencia Pública, integrado
por siete tumultuosos y rutinarios
funcionarios. Le hacen entrar, mientras que
deliberan. Ingeborg les ha entregado un
diagnóstico firmado por el médico que la
atendió, un tal P. Berge, quien especifica
que sufre una úlcera estomacal,
probablemente ocasionada por la angustia
sufrida en las últimas semanas. El Comité
decide que sea llevada a un centro de
acogida junto con sus hijos. La casa tiene
que ser puesta en venta y cerrado el
negocio. Mientras que Ingeborg ha debido
permanecer en las dependencias
asistenciales, pues se ha decidido que se
incorpore cuanto antes a su trabajo de
limpiadora, sus hijos la esperan en la casa.
Llegan los funcionarios públicos, quienes
proceden a retirar algunas pertenencias,
subirlas a un carromato y trasladarlas,
junto con los tres pequeños, al lugar donde
se encuentra su madre. La escena de Ingeborg
abrazando, sentada en una de las camas del
dormitorio que les han asignado, a sus
pequeños, es verdaderamente conmovedora.
Pero su sueldo mensual sólo asciende a
veinte coronas; de ahí que, para evitar que
sus hijos caigan en la mendicidad, y dado
que ella no puede subvenir a las necesidades
de su manutención, los responsables
asistenciales decidan que los pequeños
deberán ser entregados a familias de
acogida, en régimen de adopción. La primera
en ser cedida es la más pequeña. La escena
transcurre delante del superintendente, un
hombre insensible, un burócrata carente de
piedad humana. Aun tratándose de casos tan
delicados desde el punto de vista
humanitario, el superintendente cumple
fríamente con su cometido, ajeno a cualquier
sentimiento de compasión. Incluso llega a
recriminarle a Ingeborg que llore cuando a
su hijita se la ha llevado la nueva madre
adoptiva. La conmina a que abandone el
despacho. |
Los siguientes en ser entregados en adopción
serán Erik, el mediano, y Valborg, la mayor,
que es una mozuela de unos doce años.
Ingeborg misma, de noche, mientras están
dormidos, prepara cuidadosamente las valijas
o cajas reglamentarias con las pocas
pertenencias que han de llevarse hacia sus
nuevos hogares. Cuando le toca el turno a la
valija de Erik, Ingeborg introduce en ella
una fotografía de cuando ella misma era
joven, fotografía que dedica a su hijo en
ese instante. Por vez primera, de las tres
que tienen lugar, vemos el retrato
fotográfico de Ingeborg, joven y hermosa,
ocupando como un plano fijo, durante varios
segundos, la totalidad de la pantalla. Se
trata de un hermoso plano de un retrato
fotográfico, un recurso de incuestionable
osadía estética para la época.
Una vez más, la despedida de Ingeborg de su
hija Valborg, en presencia del impasible
superintendente, es conmovedora. El último
en ser entregado en adopción es Erik, que
porta una caja con el n.º 379 estampado en
ella, como en las cajas de madera que
transportan productos de un lugar a otro. La
madre, que está a punto de quebrarse,
solicita permiso para despedir fuera a su
hijo. Lo hace, y cuando aún Erik cree que
ella continúa detrás (volviéndose para darle
un último adiós), Ingeborg se esconde
rápidamente en un portal de las
dependencias, a fin de que su hijo no pueda
verla y no sufra más. En cuanto Erik
desaparece, Ingeborg cae desfallecida al
suelo. La recogen y la introducen dentro.
Escenas de Ingeborg trabajando en el asilo
para pobres. Aquella desconocida que conoció
anteriormente cuando por vez primera pisó
las dependencias, es ahora su compañera de
trabajo, una mujer sin educación, alcohólica
y quién sabe si prostituta ocasional. Lo
cierto es que se comporta de manera
inadecuada, mientras que Ingeborg quiere
cumplir con sus obligaciones. Furtivamente,
esa mujer extrae del interior de la media,
en la pantorrilla, una botella pequeña de
licor, de la que bebe ansiosamente,
ofreciéndosela a continuación a Ingeborg en
pleno trabajo, cuando proceden a arreglar
los dormitorios del asilo. Al negarse
Ingeborg a beber, por estimarlo inapropiado,
y más aún durante las horas de trabajo, la
mujer se burla de ella. |
Un día, el superintendente recibe una
notificación en la que se indica que Valborg
Holm sufre una dolencia y ha de ser
intervenida quirúrgicamente. Como la familia
de adopción no puede hacerse cargo de esos
gastos, solicita ayuda al centro asistencial
público. La carta está firmada por la madre
adoptiva, Anna Jönsson. El superintendente
se ausenta de su despacho unos instantes y,
por casualidad, entra en ese momento
Ingeborg para limpiar. Al acercarse a la
mesa, repara en la misiva, la lee y una
inmensa pena se apodera de ella, cercana a
la desesperación. Al llegar el
superintendente, Ingeborg solicita poder
estar junto a su hija en momentos tan
delicados: «Déjeme ver a Valborg». Aquél no
sólo le recrimina el haber leído una carta
que supuestamente es confidencial, sino que
le dice que el centro asistencial no puede
hacerse cargo de los gastos de su
desplazamiento; por lo tanto, ella deberá
permanecer donde está, sin poder ver a su
hija. Ingeborg permanece en pie, incrédula
y paralizada ante lo que está escuchando,
pero inmediatamente concibe un plan, a fin
de poder ver a su querida hija. Con ese
propósito en su cabeza, abandona el
despacho.
Acto III
Aprovechando que los indigentes están
descansando o durmiendo, Ingeborg logra
escaparse del asilo de modo furtivo. Sale
del dormitorio sin hacer ruido, atraviesa
los terrenos de la propiedad y salta la
empalizada de madera, pero, en su
precipitación, se le cae una prenda de tela,
una especie de pequeña mantilla a cuadros.
Son unos simples empleados de la institución
los que reparan casualmente en la prenda,
llamando inmediatamente al superintendente,
que llega al lugar de los hechos acompañado
por la mujer alcohólica. Ésta reconoce la
prenda y certifica que pertenece a Ingeborg,
mofándose de nuevo descaradamente de su
desgraciada compañera.
El alguacil jefe del distrito donde vive
Valborg Holm recibe la descripción de
Ingeborg, a través del teléfono, de boca del
propio superintendente. Inmediatamente, el
alguacil ordena a sus empleados emprender la
búsqueda de la fugitiva. Entretanto,
Ingeborg ha conseguido salir de la ciudad y
enfilar el camino en dirección al distrito
donde se encuentra su hija enferma. En su
agotadora caminata, consigue que un
carretero la traslade unos cuantos
kilómetros, hasta una encrucijada de
caminos. Completamente exhausta, decide
reponer fuerzas y detenerse en una casa, que
resulta ser propiedad de un joven matrimonio
de campesinos. El marido no está, pero la
esposa la deja entrar. En la estancia
principal hay un niño muy pequeño en una
cuna, que hace que Ingeborg se pare a
contemplarlo, pensando quizás en sus hijos.
Se sienta y la vence el sueño. Entra el
marido de la mujer y, al instante, una vez
informado por su esposa de las
circunstancias, comprueba a través de la
ventana que se acercan ayudantes del
alguacil del distrito, los mismos que
persiguen a Ingeborg, quienes han sido
informados del camino tomado por ella por
unos trabajadores que se encontraban en el
mencionado cruce de caminos. |
El joven matrimonio despierta inmediatamente
a Ingeborg, introduciéndola en un sótano a
través de una trampilla que hay junto a la
cuna del bebé. Los esposos cambian
ligeramente unos muebles, y de pronto tienen
encima a los agentes. Llama la atención del
espectador la insistencia con que preguntan
por la prófuga, llegando incluso a descender
y mirar en el interior del sótano, máxime si
tenemos en cuenta que no disponen de una
orden de registro expedida por un juez. Para
cuando miran en el sótano, Ingeborg ha
podido ya huir por otra salida auxiliada por
el dueño de la casa, quien le facilita el
que pueda despistar a los agentes. Éstos,
finalmente, abandonan la vivienda,
agradeciendo a sus dueños la colaboración
prestada. |
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Agobiada por las deudas,
Ingeborg ha tenido que poner la casa en venta, cerrar el negocio y acogerse a la beneficencia pública. Aquí la vemos,
junto a sus tres hijos, esperando ser atendida y saber qué va a ser de todos ellos.
©
Imagen: Ingeborg Holm
(1913).
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Ingeborg continúa a pie su larga caminata,
hasta que, por fin, agotada y polvorienta,
llega hasta muy cerca de la casa donde se
encuentra su hija Valborg, si bien la madre
adoptiva está fuera por casualidad, en las
proximidades. Ambas mujeres se saludan, pero
a Ingeborg no le da tiempo a más, pues en
ese momento llegan sus perseguidores. Les
suplica poder ver a su hija, pero ellos le
indican que eso no es posible. Ingeborg cae
desvanecida. Los alguaciles no saben qué
hacer. Uno de ellos, apiadándose de ella, la
coge en brazos y la introduce en la casa,
permitiéndole por fin poder estar junto a su
hija enferma. La desgraciada mujer se
arrodilla junto al sofá donde Valborg está
dormida. Inclina la cabeza en el improvisado
lecho, impotente, profundamente triste,
abatida por completo, como si hubiese
perdido toda esperanza. Los agentes la
levantan con delicadeza, pero ella vuelve a
desmayarse. Por fin se la llevan. La madre
adoptiva permanece llorando de pena junto a
Valborg.
Acto IV
Una vez llevada al despacho del
superintendente, quien está acompañado de
otro alto funcionario, debe soportar las
recriminaciones de ambos. Le enseñan los
gastos económicos que ha supuesto su
persecución y traslado en tren al asilo,
algo más de treinta y dos coronas. La
factura detallada, dirigida a la Oficina de
Asistencia Pública, está firmada por el jefe
contable, A. Sjögren. Una vez más, ambos
funcionarios dejan constancia de sus
endurecidos corazones, de su indiferencia
burocrática por el verdadero sufrimiento de
una madre desesperada. Ante las
explicaciones y reprimendas de uno de ellos,
Ingeborg permanece estoicamente de pie, con
el vestido lleno de polvo, los brazos caídos
y la cabeza ladeada, ausente, ensimismada,
pensando sólo en su desgracia y en el
destino de sus hijos. Otro tercer
funcionario, un poco más joven, se acerca
desde el fondo y le sacude la mano
izquierda, con el propósito de que
reaccione, pero ella permanece en la misma
postura, como si estuviese sola en el mundo
y no se percatase de lo que ocurre a su
alrededor. Ante eso, el funcionario, otro
desaprensivo burócrata, aprieta el puño en
señal de irritación contra la mujer, tan
maltratada por el destino y la falta de
humanidad de los hombres. Al fin se la
llevan, casi como una presa, como una
delincuente. |
Pasan los días. Es jornada de visita en el
asilo. En una sala, sentados alrededor de
una gran mesa cubierta con un mantel blanco,
hay funcionarios, médicos, enfermeras,
madres adoptivas, familiares y niños. Los
niños adoptados son llevados por sus
familias para que vean a sus verdaderas
madres. Desde el fondo, vemos aparecer a la
señora que adoptó a la niña más pequeña de
Ingeborg. Viene con ella, para que la vea su
madre. Ésta entra en la sala, aunque su
aspecto es el de una mujer ausente, como
ida, ajena a cuanto le rodea. El médico
situado en el extremo más cercano de la
mesa, le informa que allí está su hijita.
Entonces, Ingeborg se emociona, quedándose
como paralizada por la alegría. Pero cuando
va a abrazar y besar a su pequeñina, ésta no
la reconoce, negándose a abandonar a su
madre adoptiva. El golpe que esto supone
para Ingeborg es demoledor. Su mente
comienza a enloquecer, a quedar bloqueada
ante tanto sufrimiento. Hace un último
intento de llamar la atención de su hijita.
Se quita el delantal e improvisa con él un
muñeco de trapo, a fin de que su hija le
haga caso. Incluso llega a arrebatársela a
la madre de acogida. Nada. Desesperada, se
deja caer sobre la mesa, apoyada la cabeza
en el antebrazo derecho, mesándose los
cabellos. Se vuelve, pero ya la madre
adoptiva se ha llevado a su hija. De pronto,
Ingeborg comienza a reír de un modo nervioso
e incontrolado, provocando de inmediato la
atención general. Todos los presentes se
levantan asombrados y la miran. Es en ese
momento cuando besa el muñeco de trapo que
acaba de hacer, enseñándoselo a todos como
si fuese su propia pequeña. Está contenta de
tener a su hijita en sus brazos. El médico y
otros responsables deliberan, mientras ella
continúa sumida en su delirio, adentrándose
en un mundo de sombras. Finalmente, unas
enfermeras, muy delicadamente, la cogen de
los brazos y se la llevan. Ingeborg ha
perdido la razón.
Así transcurren quince años.
La siguiente escena nos presenta al joven
Erik, convertido en un marinero, a bordo de
un barco de pesca, enrollando una maroma.
Terminada su faena, se sienta y extrae de
uno de sus bolsillos aquel retrato que una
vez su madre introdujera en su caja numerada
cuando fue dado en adopción. Siempre ha
llevado consigo la fotografía dedicada de su
madre, joven y hermosa. Por segunda vez, el
retrato de Ingeborg vuelve a ocupar durante
unos segundos toda la pantalla. |
Al llegar a tierra, Erik está decidido a
encontrarse con su madre. Llega hasta el
asilo. Vemos de nuevo al mismo
superintendente, más viejo, en su despacho.
Le anuncian la visita de Erik. Accede a que
entre. Inmediatamente le comunica la locura
de su madre y si será conveniente que la
vea. Erik, que había sido invitado a
sentarse, da de pronto un respingo, como
accionado por un resorte, y coge enfurecido
las solapas del funcionario, pidiéndole
explicaciones. Además de estupefacto, está
rabioso por el hecho de que nadie se haya
puesto en contacto con él. El
superintendente le ruega que se calme. Erik
vuelve a sentarse, pero de nuevo se levanta,
exigiendo ver a su madre, aunque el
burócrata insiste en que no es aconsejable.
Erik está a punto de estallar. Finalmente,
el superintendente accede. Traen a Ingeborg,
con su largo uniforme de loca, con los pelos
encanecidos, ida por completo, acunando y
meciendo un trozo de madera, como si fuese
su hijita pequeña. La imagen es patética y
desgarradora. Al principio, Ingeborg no
reconoce en absoluto a su hijo. Continúa
absorta meciendo la delgada tabla. Erik no
sabe qué hacer. Ruega a los presentes que
salgan de la habitación y los dejen solos.
Es entonces cuando se le ocurre mostrar a su
madre la vieja fotografía con su retrato,
dedicado otrora a su hijo y que en este
momento tiene delante. Por tercera vez, la
cámara enfoca el retrato fotográfico, que
vuelve a ocupar entera la pantalla. Ingeborg
mira su retrato. En unos segundos, comienza
a recordar; su mente va ordenando su pasado.
Reconoce por fin a Erik y quién es ella. Ha
recobrado la razón. Por un instante incluso
siente vergüenza. Se sienta en una silla,
pero su hijo se arrodilla y abraza a su
madre, mientras que Ingeborg acaricia la
cabeza de Erik y la besa. |
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Transcurridos los anteriores
acontecimientos, se reincorpora
a su trabajo. Un día se presenta
en el centro de acogida su
hijita más pequeña, acompañada
de la madre adoptiva. Al no
reconocerla, Ingeborg queda por
completo bloqueada, perdiendo la
razón. Éste es el momento que
recoge la imagen: Ingeborg
acunando un muñeco de trapo con
el que había intentado captar
inútilmente la atención de su
pequeña. Ante el fracaso, el
desvarío mental. Un médico trata
de ser amable con ella. Las
enfermeras se la llevarán.
Durante quince años permanecerá
sumida en la locura.
© Imagen:
Ingeborg Holm
(1913). |
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El crítico sueco Bengt Idestam-Almquist, en
su estudio titulado Cine sueco: drama y
renacimiento (Buenos Aires, Losange,
1958), publicado originalmente en 1952, le
dedica varias páginas del capítulo VI.
No puede considerarse como la primera
película sueca que conquista el sentido
puramente artístico y la seriedad. Ésta
última ya había penetrado en el cine sueco,
y en cuanto al sentido estético, no se
alcanza plenamente sino a partir de Terje
Vigen (1916), del propio Victor Sjöström
(20 septiembre 1879 – 3 enero 1960). Ahora
bien, lo que diferencia a Ingeborg Holm
de los anteriores filmes de Sjöström es que
trasunta una verdadera emoción humana,
característica rarísima, por no decir única,
en el cine de aquel tiempo. Sjöström se
afana en hacer todo lo posible para dar a
los personajes el carácter de personas vivas
y verdaderas, como, por ejemplo, se
desprende de la interpretación de Hilda
Borgström en el manicomio. |
Algunos críticos han resaltado el modelo de
representación aún primitivo que domina el
filme, presentando, por lo general, cada
escenario desde un único punto de vista.
Otro rasgo de primitivismo sería el
maquillaje. Pero la mayoría destaca la
frescura y el sano encanto de la actuación
de Hilda Borgström en su papel de Ingeborg
Holm, la extraordinaria heroína del filme.
El hecho nuevo consiste en que Sjöström
consigue individualizar a la heroína,
colmándola de auténtica vida, otorgándole
volumen de persona viva. En este aspecto,
logra un grado de perfección superior al que
generalmente podía llegarse por entonces en
el arte cinematográfico. Ni el propio
Sjöström fue consciente de que había
realizado su mejor película hasta entonces;
lo supo por los periódicos.
Una extraña combinación de factores hará
posible la realización del filme. En primer
lugar, la actriz principal, Hilda Borgström,
célebre por sus interpretaciones desde hacía
doce años en el Teatro Dramático Real de
Estocolmo. Había firmado un contrato con la
Svenska Biografteatern para treinta días de
filmación por una suma total de cinco mil
coronas. La productora se había reservado el
derecho de usar de dichos treinta días a
medida que tuviese necesidad de ellos,
siempre que fuese durante los años
1912-1913. En 1912 se habían rodado algunos
filmes con Hilda Borgström, trabajando un
total de trece días. Aún quedaban
diecisiete, que se habían pagado a un
altísimo precio. El 1 de agosto vencía el
contrato, le recordó por teléfono Hilda a
Sjöström a principios de julio. Sjöström
corrió rápidamente a comunicárselo al
director de la productora, Charles Magnusson
(1878 – 1948). Había que encontrar lo antes
posible un guion adecuado. Fue entonces
cuando Sjöström recordó que guardaba en un
cajón de su escritorio un argumento del
escritor Nils Krok sobre un hospicio de
pobres. Se trataba de una comedia que
Sjöström ya había representado en 1907. Al
terminar una de aquellas representaciones
teatrales, Nils Krok acercóse al camerino de
Sjöström y le entregó los originales de su
reducción de Ingeborg Holm a
argumento cinematográfico. |
En aquel mes de julio de 1913, Ingeborg
Holm fue una tabla de salvación.
Sjöström rescató el manuscrito del olvido y
le dijo a Magnusson que algo podría hacerse
con él. El director de la Svenska Bio estuvo
de acuerdo. Nils Krok recibió doscientas
cincuenta coronas y, en tres o cuatro días,
Sjöström reescribió el guion. Los
preparativos para la filmación duraron otros
tantos días más, y, por fin, se comenzó a
filmar. No sólo se salvó la situación, sino
que se rentabilizaron las dos mil
ochocientas coronas que, de otra manera, la
productora tendría que haber abonado a Hilda
Borgström sin haber hecho nada en
compensación. El guion de Sjöström llama
poderosamente la atención por el calor con
que fue escrito; sin duda, se encontraba muy
inspirado. Lo que atrajo más su interés fue
la descripción de la paulatina decadencia
psíquica de la pobre mujer, así como el modo
en que recuperó la razón. Nunca la locura se
había representado de ese modo en una
película. Por vez primera se abordaba como
un caso clínico, tomado de la realidad.
Tampoco hasta ese momento se había visto un
relato cinematográfico tan serio y
detallado. El triunfo de Victor Sjöström fue
doble: como guionista y como realizador. Por
su parte, la interpretación de Hilda
Borgström es extraordinaria y conmovedora,
apreciándose muy claramente de qué modo tan
intenso aborda su personaje. Asimismo,
Sjöström supo adaptar muy bien la técnica
teatral de la actriz a la técnica
cinematográfica. Es muy interesante
comprobar cómo la descripción se vuelve
cinematográfica apenas deja tras de sí
las escenas de interiores, siempre
«tradicionalmente teatrales», y se comienza
a rodar al aire libre.
Victor Sjöström no ha olvidado las
enseñanzas del actor y director de teatro
francés Paul Garbagni, quien en 1912 dirigía
en París el Théâtre des Capucines, en el
Boulevard des Italiens, siendo contratado
por la productora francesa Pathé Hermanos,
motivo por el que se desplazó a Suecia, a
los estudios de Lidingö (una isla en el
centro de Estocolmo), a rodar un filme (se
trataba de I livets var, también
llamado Den första äls karinnan, esto
es, La primavera de la vida o La
primera amante, que, una vez listo, fue
enviado a París para ser coloreado a mano).
A Sjöström le llamó la atención que,
mientras los filmes suecos se rodaban en
seis días escasos, los franceses, en cambio,
necesitaban cuarenta días. También
«aprendieron» los suecos de los franceses a
emplear la cámara cinematográfica, aunque se
trataba de un uso muy anticinematográfico.
Por ejemplo, la cámara no debía tocarse
durante el desarrollo de la acción. El más
mínimo movimiento podía resultar fatal. La
movilidad que Charles Magnusson había
impreso a sus producciones, no era
«refinada» según la concepción francesa. El
filme, según los franceses, debía estar
sometido a la influencia teatral, y también
la atmósfera, para ser «refinada», debía ser
teatral. Los escenarios se hacían con
esqueletos de madera, donde se fijaban los
«rellenos», igual que en el teatro. Tales
«rellenos» podían ser biombos dotados de
puertas y ventanas. Distribuyendo los
biombos de manera diferente, y cambiándoles
la pintura, podía transformarse el aspecto
del interior. Así se conseguía aprovechar el
mismo escenario en numerosos filmes. |
En el espacio entre escenario y escenario se
ubicaba la cámara, y sus soportes eran
clavados en el piso para que no se moviesen
durante todo el tiempo necesario para las
tomas. Sobre el piso y frente a la máquina
se ponían dos reglas en ángulo recto, a
efectos de marcar el espacio dentro del cual
los actores debían moverse para mantenerse
en el campo del encuadre. Esta limitación de
espacio constituía la mayor dificultad que
se oponía a los actores; en todo lo demás,
su interpretación era idéntica a la teatral.
Estas últimas enseñanzas de procedencia
francesa no fueron por cierto muy útiles y
afortunadamente dejaron poca huella en los
grandes directores suecos Victor Sjöström,
Mauritz Stiller y Julius Jaenzon. Sin
embargo, cuando había que filmar interiores,
se empleaba este método anticinematográfico.
En cuanto al arte del maquillaje, fue
enseñado por un actor sueco que había
trabajado en América y que gozaba de
prestigio, Arthur Donaldson (1869 – 1955).
Sabía ejecutar música, escribir y desempeñar
la tarea de realizador; enseñó a los actores
del estudio de Lidingö la manera de
maquillarse según la receta de moda: blanco
de yeso en el rostro y negro de tinta en
torno de los ojos (aproximadamente como
algunos modelos en yeso que conservamos de
la reina Nefertiti, de la XVIII dinastía del
antiguo Egipto).
Había otra manera de estudiar: ir al cine.
Los filmes históricos italianos no tenían
ningún valor para Suecia (pensemos en el
llamado cine «colossal» o «colossale» de
Los últimos días de Pompeya, dirigido en
1908 por Arturo Ambrosio y Luigi Maggi;
La caída de Troya, rodado en 1911 por
Luigi Romano Borgnetto y Giovanni Pastrone;
Quo vadis?, dirigido en 1913 por
Enrico Guazzoni; o el más célebre de todos
ellos, Cabiria, realizado por
Giovanni Pastrone en 1914 y ambientado en la
segunda guerra púnica), pero Victor Sjöström
hizo buenas observaciones en los filmes
estadounidenses (los de Edwin Stanton Porter
y David Wark Griffith, principalmente). |
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Han transcurrido quince años
desde que Ingeborg se
volviese loca. Aquí la vemos,
acunando un palo de madera, como
si fuera uno de sus hijos, junto
a una enfermera y el
superintendente.
Afortunadamente, su enorme
sufrimiento está a punto de
concluir.
© Imagen:
Ingeborg Holm
(1913) |
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Volviendo a Ingeborg Holm, las
escenas interiores son largas e
ininterrumpidas como los actos del teatro.
No obstante, la definición «historia de la
vida cotidiana» (historia ur
vardagslivet) debería trocarse en
«historia de la realidad» (historia ur
verkligheten). En efecto, en Ingeborg
Holm no faltan los detalles ambientales
característicos del hospicio de pobres.
Sjöström hace que los pobres se limpien la
saliva de la comisura de los labios, así
como hace extraer botellas de aguardiente de
unas medias.
En lo que atañe al papel femenino, Sjöström
ha tratado de evitar los grandes gestos
melodramáticos. Delicada y verosímil resulta
la difícil escena en que la niña pequeña no
reconoce a su madre; de igual modo, el
epílogo, al final del Acto IV, cuando
Ingeborg recobra la razón, es otra escena no
menos complicada.
Al leer este guion de Sjöström de 1913,
observamos fácilmente dónde los soviéticos,
los franceses modernos y los italianos han
encontrado impulso para su técnica
cinematográfica, enriquecida ahora por
acentos dulces y débiles, por medio de los
cuales han obtenido tanta fuerza expresiva.
Al estrenarse la película, por vez primera
la gente culta fue al cine en Suecia. Aún en
1952, los viejos intelectuales de Estocolmo
recordaban que Ingeborg Holm fue el filme
que más les impresionó.
También es recordada Ingeborg Holm
por la polémica que suscitó en la sociedad
sueca del momento, provocando cambios
estructurales en la seguridad social y en
los hospicios existentes para los
desamparados, a quienes la historia de
Ingeborg Holm había humanizado parcialmente
y hecho reaccionar a los sectores sociales
más acomodados.
Un par de consideraciones más. La primera,
que aun cuando a muchos espectadores
actuales pueda parecerles
extraordinariamente pacífica la sociedad
sueca desde después de la Segunda Guerra
Mundial, salvo excepciones importantes como
pudo ser el asesinato del primer ministro
Olof Palme el último día de febrero de 1986,
lo cierto es que ni desde 1946 esa imagen
trasladada al exterior coincide con la
realidad interna del país, y, sobre todo,
que es lo que nos interesa en relación con
la película de Victor Sjöström que
analizamos, que la conflictividad social era
aguda en los últimos decenios del siglo XIX
y en los primeros del siglo XX. Es cierto
que Suecia alcanzó un prolongado periodo de
paz desde la subida al trono de Carlos XIV
en 1818, quien había sido un eficiente
militar francés y mariscal del Imperio
napoleónico con el nombre de Jean-Baptiste
Bernadotte, que era propiamente el suyo,
hasta que en agosto de 1810 fue elegido
«Príncipe de la Corona», y, por tanto,
heredero al trono de Suecia, por el rey
sueco Carlos XIII, quien lo adoptó bajo el
nombre de Carlos Juan. Los sucesores de
Bernadotte, fallecido en 1844, prosiguieron
esta política de neutralidad internacional
que se ha venido manteniendo viva en lo
esencial hasta el momento actual (no deja de
resultar significativo que, a los pocos
meses de la invasión rusa de Ucrania,
iniciada el 22 de febrero de 2022, Suecia
solicitase formalmente en junio de 2022 la
entrada en la Alianza Atlántica, aprobada
por el Parlamento en marzo de 2023,
rompiendo así con dos siglos de no
alineamiento militar). |
La modernización de Suecia durante el siglo
XIX fue un hecho incontestable, desde que el
propio Bernadotte se viese obligado por la
oposición liberal a reducir drásticamente su
concepción absolutista del poder, llevando a
cabo una reforma de la Constitución en 1840
que otorgaba poderes ministeriales al
Consejo de Estado. Esta liberalización del
Estado prosiguió con Óscar I, quien aceleró
la modernización del país y evitó que Suecia
se sumase a los acontecimientos
revolucionarios de 1848, y con Carlos XV,
que también impulsó grandes cambios, tales
como la tolerancia religiosa para con los
disidentes (1859), la modificación de la
Administración local y del Código Penal
(1862), la instauración del librecambismo
(1864 – 1865) y la instauración de dos
cámaras elegidas por sufragio censitario,
que constituían el nuevo Riksdag o
Parlamento (1866). El Riksdag viose pronto
dominado por los campesinos del Partido
Lantmanna o Partido de los agricultores, que
ganaría influencia bajo el reinado de Óscar
II, hasta el punto de convertirse su jefe,
Arvid Posse, en primer ministro (1880 –
1883).
El rapidísimo desarrollo económico,
principalmente en la industria de la madera
y del acero, hizo que Suecia adoptara
definitivamente el librecambismo en 1888,
que se llevasen a cabo importantes reformas
sociales y que se crease el Partido
Socialdemócrata en 1889. Ahora bien, todo
este largo periodo de paz durante el siglo
XIX había favorecido especialmente a las
clases medias, aumentando también la
población, modernizándose la agricultura y
quintuplicándose la renta nacional entre
1860 y 1925. Pero, al mismo tiempo, se creó
un proletariado rural importante, debiendo
emigrar a los Estados Unidos aproximadamente
un millón de suecos entre 1850 y 1920, sobre
todo durante la crisis económica del decenio
1880 – 1890. Junto a ese proletariado rural
hay que mencionar el proletariado urbano,
que nutría las fábricas y las florecientes
industrias, cada vez más reivindicativo en
sus demandas de mejora de sus condiciones
salariales y asistenciales, protagonizando
constantes e importantes huelgas, algunas muy
violentas y duramente reprimidas, que irían
doblegando al empresariado y a la alta
burguesía sueca, en buena medida por la
acción de los socialdemócratas, quienes,
pese a la resistencia de los
liberal-conservadores, consiguieron
importantes reformas sociales y políticas:
el seguro de vejez en 1913; la jornada
laboral de ocho horas en 1918; el sufragio
universal masculino en 1907 y el sufragio
universal femenino en 1918. Bajo la
dirección de Hjalmar Branting y el apoyo de
los sindicatos, el Partido Socialdemócrata
creció rápidamente y se convirtió en el
mayor del Riksdag en 1920. El propio
Branting fue nombrado primer ministro en
tres ocasiones, desde ese año de 1920 hasta
1925. |
En el momento de rodar Victor Sjöström la
película Ingeborg Holm, en 1913, era
primer ministro el liberal Karl Albert Staaf
(7 octubre 1911 – 17 febrero 1914), un
periodo en el que Suecia aún se debatía en
convulsas luchas sociales. Los partidos de
extrema izquierda, básicamente los
comunistas, eran muy minoritarios, así como
el movimiento anarquista, circunstancias que
evitaron en buena medida una agudización
radical de las reivindicaciones obreras y un
enfrentamiento civil. Pero el Partido
Socialdemócrata y los sindicatos hubieron de
emplearse a fondo en satisfacer tales
reivindicaciones, introduciendo mejoras
sustanciales, como acabamos de constatar.
Sjöström deja muy patente en la película la
situación que se vivía en Suecia por
aquellos años, de una rigidez administrativa
y burocrática que deshumanizaba muchas veces
las relaciones del Estado (funcionarios,
policías) con los indigentes, con los
parados, con los obreros o con los enfermos
mentales. No obstante, no puede negarse que
la política de neutralidad con el exterior
favoreció considerablemente la conquista de
derechos sociales fundamentales, siendo
Suecia uno de los primeros países europeos
en alcanzarlos, junto con Finlandia y
Noruega. Este último país, que había
pertenecido a Suecia desde el fin de las
guerras napoleónicas en compensación por la
pérdida de Finlandia, conquistada por
Alejandro I de Rusia en 1808, se separó
pacíficamente de Suecia en 1905. |
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Erik, el hijo varón de
Ingeborg, en el momento de
reencontrarse con su madre. Ha rogado a
los funcionarios que los dejen solos
unos instantes. Procede a enseñarle la
fotografía dedicada, y, poco a poco,
Ingeborg reconoce a su hijo y
recobra la razón. Él de rodillas, abraza
a su madre, mientras que ella, sentada,
acaricia y besa su cabeza. Con esta
escena termina la película.
© Imagen: Ingeborg Holm (1913) |
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La segunda consideración tiene que ver con la
influencia en Victor Sjöström de dramaturgos
nórdicos como el sueco Augusto Strindberg o el
noruego Enrique Ibsen. Ambos son eminentes
exponentes del naturalismo, pero la filmografía
de Sjöström no repara tanto en temas escabrosos
abordados por ambos autores, tales como el
incesto, la degeneración provocada por la
herencia genética, el suicidio o la locura, como
en otros que se imbrican en sendos literatos con
los mencionados, bien sea la violación de la
mujer, la violencia física y psíquica contra la
mujer, los hijos extramatrimoniales, el
conflicto entre las clases sociales, la rebeldía
frente a la autoridad, el feminismo o la defensa
del individuo frente al Estado. Aunque también
es cierto que tanto Mauritz Stiller como Victor
Sjöström deben algunas de sus mejores películas
a la adaptación que hicieron de novelas y
relatos de la gran escritora sueca Selma
Lagerlöf, Premio Nobel de Literatura en 1909, de
profundas creencias cristianas y muy exigente en
la adaptación cinematográfica de sus
narraciones, como bien tuvo ocasión de comprobar
el propio Sjöström en películas tales como
Tösen från Stormyrtorpet («La muchacha de la
pequeña granja», 1917) y Körkarlen («La
carreta fantasma», 1921), o Mauritz Stiller en
Gösta Berlings saga («La leyenda de Gösta
Berling», 1924).
Málaga, 16 de marzo de 2015. |
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Enrique Castaños Alés
(Málaga, 1956). Profesor de Instituto de Enseñanza Media desde 1982
hasta 2016. Profesor asociado del Departamento de Historia del Arte de
la Universidad de Málaga durante los cursos 2006-2011. Licenciado en
Filosofía y Letras en 1979, se especializó en Historia Medieval. Su
Memoria de Licenciatura, leída a finales de 1981 y aprobada con la
calificación de Sobresaliente por unanimidad, versó sobre El
socialismo postrevolucionario anterior a Karl Marx: Charles Fourier,
Henri de Saint Simon, Robert Owen y Pierre-Joseph Proudhon. Su Tesis
Doctoral, defendida en el año 2000 con la calificación de
Sobresaliente cum Laude, se centró en Los orígenes del arte
cibernético en España.
La experiencia del Centro de Cálculo
de la Universidad de Madrid.
Es autor del libro La pintura de vanguardia en Málaga durante la
segunda mitad del siglo XX (1997), reelaborado y ampliado en 2011
bajo el título Las artes plásticas en Málaga en la segunda mitad del
siglo XX. Crítico de arte del diario SUR de Málaga entre 1996 y
2012. Colaborador de las revistas Lápiz, Galería,
Cuadernos Hispanoamericanos, Boletín de Arte de la Universidad de
Málaga, Gibralfaro. Revista de creación literaria y humanidades
(Universidad de Málaga), Ethic, Arte y Parte y Fedro.
Revista de Estética y Teoría de las Artes (Universidad de Sevilla).
Ha sido Director de la Sala de Exposiciones de la Diputación de Málaga,
Coordinador de la Sala de Exposiciones de la Universidad de Málaga,
Director del Departamento de Promoción Cultural de la Fundación
Picasso-Casa Natal y comisario de múltiples exposiciones, entre las que
destacan las antológicas y retrospectivas dedicadas a Manuel Barbadillo
Nocea, Stefan von Reiswitz, Godofredo Ortega Muñoz, Esteban Vicente y
Francisco Hernández Díaz. Ha comisariado exposiciones monográficas de
Tomás García Asensio, Lugán, Oriol Vilapuig, Santiago Mayo, Jordi
Teixidor Otto, Andreu Alfaro, Manuel Salinas, Pablo Alonso Herráiz,
Dámaso Ruano Gómez, Manuel Mingorance Acién y el Colectivo Palmo de
Málaga. En 1992 fue comisario de la exposición El arte de construir
el arte, con los fondos del Colegio de Arquitectos de Málaga.
Colaborador de la muestra «Andalucía y la modernidad», del volumen
Arte desde Andalucía para el siglo XXI, y del catálogo de la
exposición El discreto encanto de la tecnología, celebrada en el
MEIAC de Badajoz y el Museo ZKM de Karlsruhe. Ha impartido numerosas
conferencias y ha sido ponente en diversos seminarios organizados por
las Universidades de Málaga y Alicante. Ha escrito y publicado en
revistas especializadas amplios artículos sobre diversas novelas de Bram
Stoker, Nathaniel Hawthorne, Anne Brontë, Miguel de Unamuno y
Dostoyevski, así como sobre películas de Dreyer, Leontine Sagan, Leni
Riefenstahl, Philippe Claudel, Leopold Jessner, Ludwig Wolff, Paul
Czinner, Mauritz Stiller y Victor Sjöström. Colaborador del
Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia. |
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GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Trimestral.
Edición no venal. Sección
11. Página 17. Año XXIII. II Época. Número
118. Enero-Marzo 2024. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2024
Enrique Castaños Alés. © Las imágenes se corresponden con diversos fotogramas de la película que se comenta, se utilizan exclusivamente como ilustraciones de la misma y han sido tomadas, a través del buscador Google,
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