osep Trueta i Raspall nació en la barriada barcelonesa de Poble Nou el 27 de octubre 1897, en el seno de una familia de la alta burguesía catalana, profesionalmente orientada a los campos médico y farmacéutico. Su infancia transcurre en un ambiente de cierta severidad y exigencia en la que tuvo principal influencia su abuelo paterno, hombre de cultura universitaria y militar de convicción progresista, que supo inculcarle desde pequeño el amor por los grandes ideales.
De 1912 a 1916, el joven Trueta estudia bachillerato en el Institut de la Plaça de la Universitat, y, aunque en un principio se siente atraído por la pintura, el hecho de que varias generaciones de su familia se hubieran dedicado al ejercicio de la Medicina, motivó que se inclinase definitivamente por ésta. Matriculado en la Facultad de Medicina de Barcelona, pronto comienza a sentirse bastante a gusto con el aprendizaje de las diferentes disciplinas médicas, cuyo estudio lleva a cabo en un ambiente de privilegio, con especialistas como Turró, en el Laboratorio Municipal; Pi Sunyer, en el Instituto de Fisiología; Jaume Ferran, en el Instituto de Microbiología; Joaquim Trias i Pujol, profesor de Patología Quirúrgica, y el profesor Ferrer Solervicens, de Patología Médica, del que Trueta fue alumno interno.
Trueta se licencia en 1921 e ingresa de inmediato en el Departamento de Cirugía del Hospital de la Santa Creu, dirigido en aquel entonces por el eminente doctor Corachán, quien lo introduce en el tratamiento de las infecciones óseas. Durante este tiempo, realiza varios viajes a Madrid para cursar las asignaturas de doctorado, cuyo grado alcanza en la Universidad de Barcelona en 1922. Ese mismo año, comienza su carrera profesional.
Sus comienzos
En 1923, Josep Trueta contrae matrimonio con Amèlia Llacuna. Al principio, la familia Trueta vive un poco ajustada a su realidad económica: el primer sueldo que va a ganar fue de 250 pesetas al mes, lo que le obliga a buscar otra fuente de ingresos en la administración de inyecciones de Salversan contra la sífilis. Por este tiempo, Trueta se traslada a Centroeuropa en compañía de Corachán, y en Viena decide ampliar sus conocimientos con el doctor Lorenz Böhler, con quien también estudiaba Jimeno Vidal. Pronto, entre los médicos noveles nace un espíritu de amistad y colaboración tan prometedor y fecundo que les induce a plantearse la aplicación de nuevas técnicas en el tratamiento de los huesos. El nuevo procedimiento tiene tal el grado de eficacia que ha llevado a ambos, a Trueta y a Vidal, a ser considerados los padres de la nueva traumatología española, cuya influencia ha inspirado la labor de gran cantidad de profesionales españoles y del mundo entero.
A su regreso de la capital austriaca, el doctor Trueta se siente especialmente inclinado por la cirugía del aparato locomotor, y así, en su primeras publicaciones, se ocupa de la artritis gonocócica, el sarcoma de Ewing, los tumores de hueso, etcétera. Su brillante carrera en el tratamiento y curación de las enfermedades óseas había comenzado.
En 1928, ocupa la dirección de la Mutua de Accidentes Catalana, al retirarse el doctor Corachán, con quien Trueta estaba colaborando. Algunos años después, en 1935, es nombrado director del Servicio de Cirugía del hospital de la Santa Creu y, ese mismo año, el fallecimiento del doctor Ribas i Ribas le posibilita ocupar el cargo de profesor ayudante en la Universitat Autònoma de Barcelona, año en que también se le pone al frente del Departamento de Cirugía del Hospital de Sant Pau de Barcelona.
El estallido de la Guerra Civil española en julio de 1936 va a propiciar a Trueta su primera panorámica de la realidad traumatológica. En efecto; las cruentas secuelas de la guerra lo ponen en contacto muy directo con una gran cantidad de fracturas abiertas infectadas, con perspectivas de curación poco probables, si aplicaba los procedimientos terapéuticos habituales hasta entonces. En estas circunstancias, Trueta decide iniciar la aplicación de un nuevo método de tratamiento de los heridos, inspirado en parte en la de un médico americano llamado Winnet Orr, que proponía realizar un drenaje en la herida y después inmovilizar el miembro mediante un escayolado. Gracias a ese nuevo sistema curativo, se logró aminorar el peligro de las infecciones por fractura, reduciendo los casos de gangrena en un 90 por ciento de los afectados. Llegó a tratar más de mil casos en Cataluña, entre los cuales sólo se registraron seis fallecimientos. Estos resultados tan exitosos dieron pruebas fehacientes de la eficacia de su método.
En 1938, Josep Trueta escribió su primer artículo, que publica en la Revista Catalana de Cirugía. Se titulaba Tratamiento actual de las facturas de guerra y en él daba a conocer a toda la comunidad médica el procedimiento de su técnica. Casi inmediatamente después de su publicación, se tradujo a varios idiomas y fue de uso corriente en la Guerra Civil. El médico jefe del ejercito republicano, D´Harcur, fue el primero en divulgar y difundir los conocimientos del doctor Trueta.
La «Técnica Trueta»
La que ya se conoce como «técnica Trueta», y en Estados Unidos como «Trueta Shunt», tenía como función primera evitar la osteomielitis, para lo cual Trueta proponía un protocolo que consistía en la aplicación sucesiva de estas cinco intervenciones: una, lavar la herida con agua y jabón lo más rápido posible y con una absepsia absoluta; dos, realizar una apertura completa de la misma; tres, extraer de forma minuciosa todos los tejidos desvitalizados o afectados por la bala o la explosión; cuatro, colocar un drenaje para evitar la acumulación de líquidos, y, cinco, inmovilizar el miembro intervenido mediante un escayolado. Estos cinco pasos se fundamentaban, según el doctor Trueta, en que no hay herida ni fractura que no esté contaminada, por lo que el éxito de la intervención quirúrgica tenía que proponerse como primer objetivo neutralizar la acción nociva las bacterias, de ahí que Trueta insistiese en que el elemento decisivo del procedimiento consistía en hacer una buena escisión, de tal manera que, si no se hacía bien, el resto de los pasos no servirían para nada; peor aún, incluso podrían llegar a ser perjudiciales.
En 1938 tenía recopiladas 605 fracturas de guerra sin haber tenido que recurrir a la amputación de ningún miembro y sin mortalidad. Un año más tarde, su éxito podía aplicarse ya a 1.073 casos de heridos que habían sido curados con este método, de los que sólo el 0,75 % presentó complicaciones. Esta técnica se había empleado con antelación en las contiendas que siguieron a la Primera Guerra mundial, pero fue Trueta quien mejor sistematizó el procedimiento, y lo divulgó con tal entusiasmo que se le ha llegado a atribuir su paternidad.