n la
Inglaterra
del siglo
XIX, en una
sociedad en
la que el
papel de la
mujer estaba
muy
delimitado,
vieron la
luz de este
mundo por
vez primera
las hermanas
Brontë:
Charlotte,
Emily y
Anne.
Criadas en
el seno de
una familia
irlandesa
que
practicaba
la religión
anglicana,
las tres
hermanas se
propusieron,
desde un
primer
momento,
luchar
contra su
tiempo y
dedicarse a
la
literatura,
un campo
vetado por
aquel
entonces a
las mujeres.
Las hermanas
Brontë
tuvieron que
enfrentarse
a un entorno
hostil,
lleno de
privaciones
tanto
materiales
como
morales,
adelantándose
a su tiempo
con el
inicio una
lucha que
años después
sería
ganada.
Fueron
novelistas
cuyas obras
transcendieron
la época
victoriana
para
convertirse
en clásicas.
Jane Eyre
(1847),
Cumbres
Borrascosas
(1847) y
Agnes Grey
(1847), las
tres obras
más famosas
de estas
hermanas,
fueron
criticadas
duramente en
la época,
pero no
porque
fueran malas
o carecieran
de interés,
sino porque
a la mujer
no se le
atribuía la
capacidad de
destacar en
el arte.
Rompieron
los moldes
estéticos de
su época,
pues su
producción
literaria
presenta
considerables
diferencias
con respecto
a las
principales
directrices
de la
literatura
victoriana,
cuyas
corrientes
narrativas
básicas eran
la crítica
de
costumbres y
el idealismo
satírico.
Las Brontë
forjan en
sus obras
—cada
hermana con
matices
diferentes—
un mundo
propio que
hunde sus
raíces en la
tradición.
Las Brontë
Charlotte,
Emily y Anne
Brontë
nacieron en
Thorton,
Yorkshire
(al norte de
Inglaterra),
inmersas en
la sociedad
inglesa del
siglo XIX
donde las
ocupaciones
de las
mujeres
estaban más
bien
delimitadas.
Este fue el
principal
problema de
estas
jóvenes
inquietas.
Apasionadas
de la
literatura,
vivieron en
una época
que no las
comprendía,
puesto que
la mujer no
tenía cabida
en el mundo
intelectual.
Pese a ello,
se
propusieron
luchar
contra su
tiempo y
dedicarse a
ello.
Los padres:
Patrick y
Mary Brontë
Los Brontë
conformaban
un estrecho
núcleo
familiar.
Charlotte,
la mayor de
las tres
hermanas,
nació el 21
de abril de
1816; Emily,
dos años
después, el
30 de julio
de 1818, y
Anne, el 17
de enero de
1820.
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Charlotte Brontë (1816-1855) |
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Su padre,
Patrick
Brunty, de
origen
irlandés,
fue primero
aprendiz de
tejedor,
después
maestro de
escuela y,
finalmente,
clérigo. En
sus tiempos
de
estudiante
de Teología,
cambió su
apellido,
transformándolo
en Brontë,
palabra
derivada del
griego y
cuyo
significado
es «trueno».
El pastor
evangelista
fue nombrado
en 1820
rector de
Haworth, un
pueblo de
los
desolados
páramos de
Yorkshire,
por lo que
la familia
al completo
se mudó, y
allí, en la
destartalada
rectoría,
las hermanas
vivieron la
mayor parte
de sus
vidas.
Todavía se
puede
visitar la
casa: un
lúgubre
edificio de
piedra gris
junto al
cementerio.
En cuanto a
la madre,
Mary
Branwell,
contrajo
matrimonio
con Patrick
Brontë en
diciembre de
1812, y en
siete años,
entre 1813 y
1820, dio a
luz a seis
hijos, cinco
niñas
(María,
Elizabeth,
Charlotte,
Emily y
Anne) y un
varón
(Branwell).
Poco antes
de que la
más pequeña,
Anne,
cumpliera un
año y, a
pesar de que
Mary era
quince años
menor que su
esposo, cayó
enferma de
cáncer
(aparentemente
de útero,
aunque
algunas
fuentes
afirman que
de estómago)
y hubo de
guardar cama
y, tras
siete meses
y medio de
tremenda
agonía,
fallecía a
la edad de
38 años.
Nadie les
habló a los
niños de la
muerte de su
madre, ni
siquiera su
tía
Elizabeth
Brandwell,
hermana de
Mary, que
era soltera
y a quien,
por lo
tanto, le
correspondía
cuidar de
los enfermos
de la
familia.
Tía
Elizabeth
vino a casa
de los
Brontë a
quedarse
sólo unos
meses, pero
terminó
viviendo con
ellos
durante 30
años, hasta
el día de su
muerte. Era
una mujer
áspera y de
rígidas
costumbres
religiosas,
que se ocupó
de la casa y
de la
crianza,
junto con el
padre, de
los seis
niños
huérfanos.
Patrick
Brontë, por
otro lado,
fue un
personaje
extraño que,
pese a ser
irlandés y
paupérrimo,
había
logrado la
proeza de
estudiar una
carrera en
Cambridge.
Era alto,
guapo y
pelirrojo;
escribía y
publicaba
poemas
religiosos,
prosa
didáctica,
cartas y
artículos
políticos.
La tradición
dice que fue
un monstruo
de talante
ultraconservador
y que
descuidó
fatalmente a
sus hijas.
Debía de
ser, en
efecto, un
hombre
abrasado por
su propia
rectitud,
autoritario
y seco; y es
cierto que
prestaba
mucha más
atención al
único hijo
varón,
Branwell, y
que en su
educación
invirtió
todo su
tiempo y su
escaso
dinero,
mientras que
las niñas
tuvieron que
asistir a
terribles
internados
de caridad y
hubieron de
trabajar
desde muy
jóvenes.
Pero todo
esto era
normal en
aquella
época ya
que, por
entonces, la
mujer
carecía de
toda
consideración
social. Lo
que resulta
paradójico
en este caso
es que un
padre de esa
época
alentara en
sus hijas el
amor por la
lectura, que
debatiera
con ellas,
desde muy
niñas, los
asuntos más
candentes de
la
actualidad,
educándolas
así en los
temas serios
propios de
hombres, o
que mirara
con
permisivos
ojos su
afición a la
escritura,
hasta el
punto de
regalarle a
Charlotte un
cuaderno de
notas.
Patrick
podría ser
políticamente
conservador,
pero, desde
luego, no
era nada
convencional.
Su
imaginación
desbordada
ayudó a que
la infancia
de las
hermanas
fuera un
lugar
maravilloso
lleno de
libros, arte
y juegos,
por medio de
los cuales
se evadían
de la aridez
del ambiente
y de las
influencias
victorianas
de la época.
Empieza su
educación:
Cowan
Bridge, un
horror que
marcó a las
hermanas
Transcurrido
el tiempo de
duelo por la
muerte de su
esposa, el
reverendo
Patrick
empezó a
preocuparse
por el
futuro de
sus hijas.
Con
Branwell, el
varón, no
había
problemas ya
que él se
sentía
capacitado
para
educarlo.
Pero para
las hijas,
para quienes
descartaba
el oficio de
modista o
vendedora,
sólo quedaba
la
enseñanza.
La escuela
que Patrick
conocía y a
la que
habían
asistido por
un tiempo
las hijas
mayores,
María y
Elizabeth,
sobrepasaba
su
presupuesto
para
ingresar a
las cinco
niñas. Al
poco tiempo
se abrió una
nueva
escuela
religiosa
destinada a
niñas
necesitadas,
llamada
Clergy
Daughters
School Cowan
Bridge, en
Lancanshire,
y el
reverendo
vio
solucionado
su problema.
El director
de la
escuela de
Cowan Bridge
tenía
creencias
calvinistas
y, por
tanto, era
de una
rigidez que
producía
terror. Así
pues, en
julio de
1824,
Patrick
envió a
María y a
Elizabeth,
convalecientes
de
sarampión, a
dicha
escuela.
Charlotte y
Emily se
habían
contagiado
también, de
modo que su
partida se
pospuso unas
semanas.
Cowan Bridge
si bien era
un internado
muy barato
para hijas
de clérigos,
por contra,
se había
convertido
en un lugar
infernal
donde
obligaban a
las alumnas
a rezar
durante
horas
enteras y
seguidas, en
ayunas y
tiritando de
frío. Las
mataban de
hambre: la
comida nos
solo
resultaba
repugnante,
sino que
estaba
manipulada
con tan poca
higiene que
las
intoxicaciones
eran
habituales.
También
abundaban
los
castigos:
humillaciones
y azotes con
varas de
madera
irrompible.
Emily tenía
sólo seis
años cuando
entró junto
con
Charlotte en
esa infernal
escuela. Era
la más
pequeña y la
más bonita
de todas las
alumnas, lo
cual la puso
en un cierto
lugar de
privilegio
respecto de
las demás y
siempre
comía un
poco más que
sus
hermanas.
Alguna
maestra
piadosa la
cobijaba
cuando tenía
mucho frío,
pero la
educación
calvinista
de aquel
lugar la
conecta con
el pecado y
la culpa de
un modo
atroz.
Haber sido
testigos
inermes del
horror de
ese lugar
marcó a las
hermanas
para siempre
y, sin duda,
alimentó ese
íntimo
conocimiento
de la
injusticia y
del dolor
que late
febrilmente
en sus
novelas; de
hecho,
Charlotte
Brontë se
inspiró en
este colegio
para
describir el
infame
colegio
Lowood que
aparece en
su novela
Jane Eyre
(1847).
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Emily Brontë (1818-1848) |
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Cowan Bridge
era un
matadero: de
las 53
alumnas que
había por
entonces en
el
internado,
una murió en
el colegio y
once dejaron
la escuela
enfermas,
seis de
ellas para
fallecer
nada más
llegar a sus
hogares.
Entre esas
seis estaban
dos de las
hermanas
Brontë:
María, que
falleció el
6 de mayo de
1825 con 11
años, y
Elizabeth,
que murió
cinco
semanas
después, a
los 10 años.
A
consecuencia
de las
condiciones
infrahumanas
en que
vivían las
alumnas en
esa escuela,
María
enfermó de
tuberculosis,
y no sólo se
ocupó nadie
de su salud,
sino que
recibía un
trato
humillante
en los
helados
salones de
la escuela.
Más aún:
nadie del
colegio
avisó al
padre de que
su hija
mayor estaba
muy
enfermaba,
casi
agonizando.
Unas semanas
después,
María
regresaría a
su casa a
morir.
Elizabeth la
seguiría al
poco tiempo,
también
enferma de
tuberculosis.
Charlotte y
Emily
despedían en
poco tiempo
a sus dos
hermanas
mayores.
María, que
había sido
la figura
materna, fue
llorada para
siempre y su
muerte
marcó, de
una forma
permanente y
furiosa, la
personalidad
de sus
hermanas,
sobre todo
la de Emily.
Ella se
preguntaba
cómo había
sido capaz
de comerse
aquellos
bocados de
pan extra
cuando su
hermana se
estaba
muriendo y
así. La
comida pasó
a ser una
obsesión en
su vida.
Emily era
una joven de
carácter
taciturno,
casi no
hablaba. Su
silencio fue
cultivado
obstinadamente
y lo que
tenía para
decir, lo
expresaba
con la
pluma. Sus
problemas
con la
comida
aparecen una
y otra vez,
tanto en su
obra como en
su vida.
Un bálsamo
de paz tras
la tragedia,
Gondal y
Angria
Después de
enterrar a
sus dos
hijas
mayores, el
reverendo
Patrick tomó
conciencia
al fin de
las pésimas
condiciones
del colegio
y sacó
inmediatamente
a Charlotte
y a Emily de
Cowan
Bridge.
Durante los
seis años
siguientes
los niños no
salieron de
su casa más
que para dar
cortos
paseos por
los páramos
de los
alrededores.
A partir de
entonces, y
salvo unas
breves
incursiones
a unas
buenas
escuelas de
señoritas y
a un
internado en
Bruselas,
las hermanas
se educaron
en Haworth.
Allí
recibieron
clases del
padre,
cosían,
leían y,
sobre todo,
escribían.
Tanto
Branwell
como las
niñas tenían
libre acceso
a todos los
libros de la
casa, que
eran
muchísimos,
ya que los
protestantes
propiciaban
la educación
de las
mujeres. Los
periódicos
eran otra
fuente de
información
importante.
De todos
aquellos
libros y
periódicos
se nutrían
las mentes
de los
hermanos
Brontë.
Frente al
dolor y en
el
aislamiento
de aquel
pueblo, los
niños se
refugiaron
en la
fantasía.
Inventaron
mundos
paralelos
por parejas,
transformando
en su
imaginación
unos
soldados de
madera en
personajes
de una serie
de historias
sobre esos
mundos
imaginarios:
Charlotte y
Branwell
crearon
Angria
mientras que
Emily y Anne
idearon
Gondal.
Durante años
confeccionaron
libros
diminutos
escritos en
una letra
microscópica,
que sólo
puede leerse
con lupa,
con las
crónicas de
sus reinos
que eran
lugares
apasionantes
y violentos,
luminosos y
bárbaros. Si
Branwell,
por ejemplo,
mataba o
casaba a un
personaje,
Charlotte
tenía que
respetar ese
hecho a la
hora de
escribir sus
propias
aventuras.
En este
sentido, los
cuatro niños
eran como
dioses: lo
que
escribían
sucedía. Ese
mundo irreal
era para
ellos más
real que la
vida de
Haworth. Se
conservan un
centenar de
cuadernos
escritos a
mano,
iniciados en
1829, de las
crónicas de
Angria, pero
ninguno de
la saga de
Gondal,
iniciados en
1834, a
excepción de
algunos
poemas de
Emily. La
relación de
estos
relatos con
las novelas
que después
escribieron
sigue siendo
de gran
interés para
los
eruditos. La
imaginación
y la
escritura
cumplieron,
especialmente
en las
hermanas,
una
verdadera
función
catártica y
de
autoanálisis.
Emily jamás
abandonó
Gondal, de
hecho su
única
novela,
Cumbres
borrascosas
(1847), que
es una de
las obras
maestras de
la
literatura,
pertenece,
por ambiente
y tono, a
las crónicas
gondalianas.
Charlotte sí
dejó Angria,
con grandes
esfuerzos, a
los 25 años,
curiosamente
abandonó su
mundo de
ensueños
cuando se
enamoró por
primera vez.
Emily no se
enamoró
nunca; vivía
encerrada en
su mundo
imaginario y
todo parece
indicar que
sus
problemas
alimentarios
la
convirtieron
en
anoréxica.
Eran muy
miopes, poco
agraciadas,
inteligentes,
cultas,
orgullosas y
pobres, con
estas
características,
y en aquella
época, el
futuro de
las Brontë
era muy
negro. Por
entonces las
mujeres no
podrían
entrar en
las
universidades,
y una
señorita
decente no
tenía más
posibilidades
de trabajo
que ser
maestra o
institutriz.
Ambos
empleos,
humillantes
y mal
pagados,
practicaron
las Brontë.
Pero lo que
ellas
deseaban era
escribir. De
todos lo
Brontë, sólo
el hermano
estaba
autorizado a
plantearse
una carrera
de artista.
La familia
lo mimaba y
esperaba que
fuese un
gran
escritor o
un gran
pintor. Pero
Branwell era
la esencia
misma del
fracaso, les
dio grandes
disgustos
por su
propensión a
la bebida y
la droga
(opio), su
relación con
una mujer
casada y su
triste
final.
Roe Head,
otra piedra
en el camino
La pequeña
Charlotte
era un alma
atormentada
y con
profundas
dolencias
físicas, que
había
apreciado
muy de cerca
la muerte de
sus hermanas
cuando
apenas
estaban en
la flor de
la vida. Su
carácter
trágico y
sombrío
cambió al
sentirse
obligada a
asumir el
cuidado de
sus hermanas
Emily y
Anne,
quienes
también
dedicaron su
vida a un
abnegado
sufrimiento.
Charlotte
supo
escucharlas
y también
ser la jefa
natural de
las
hermanas,
con una
energía y
capacidad de
organización
que fue el
motor de las
tres.
En 1831, a
la edad de
14 años,
Charlotte
fue enviada
al colegio
de Roe Head,
aparentemente
por el hecho
de que su
padre cayera
enfermo.
Esta partida
marca
profundamente
la vida de
Charlotte,
ya que le
recordaba la
marcha de
sus dos
hermanas
mayores a
aquel
funesto
colegio que
provocó que
enfermaran y
que, en
última
instancia,
las mató.
Además del
temor ante
la partida,
otro
elemento
debió de ser
decisivo en
la
inestabilidad
de esta niña
de 14 años:
la
‘menarquía’
(aún hoy las
niñas
inglesas la
llaman «la
maldición»).
Nadie nunca
les había
hablado a
las hermanas
de nada que
tuviera que
ver con la
menstruación.
Así que,
aterrada,
parte rumbo
a Roe Head.
No fue una
estancia
placentera:
fue
discriminada
por sus
compañeras
debido a la
ropa pasada
de moda que
usaba y a su
tremenda
miopía, y,
para
completar la
humillación,
las
autoridades
de la
escuela la
consideraron
una
ignorante ya
que no sabía
nada de lo
que se
consideraba
la educación
formal de
una joven de
esa época.
Sin embargo,
Charlotte
conoce allí
a Ellen y
Mary, amigas
que
conservaría
por el resto
de su vida,
que supieron
ver algo más
en aquella
niña de
desdichada
apariencia.
Permaneció
en Roe Head
un año, tras
el cual
regresó a
casa para
seguir
estudiando y
enseñar a
sus
hermanas.
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|
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Anne Brontë (1820-1849) |
|
|
Pero en
1835, la
directora de
Roe Head la
llama para
ocupar un
puesto de
maestra, por
lo que
regresa
llevando a
Emily con
ella. En
realidad,
Charlotte
odiaba ese
trabajo y
ese lugar, y
sólo quería
escribir.
Con 20 años,
le envió
unos cuantos
versos al
célebre y
laureado
poeta Robert
Southey, a
los que el
artista le
contestó que
eran buenos,
pero que «la
literatura
no puede ser
el objetivo
de la vida
de una
mujer, y no
debe serlo».
El
comentario
hundió a
Charlotte en
una de sus
grandes
depresiones:
ella sabía
que, como
mujer, no
debía
escribir, e
intentó
resignarse.
Por todo
ello entra
en períodos
de ausencia
e
hipocondría,
e incluso
sufre un
profundo
colapso
nervioso. De
modo que, a
los 22 años,
y tras haber
trabajado
dos años en
Roe Head, es
enviada a
casa de
regreso.
Los cuatro
años
siguientes
fueron de un
enorme
crecimiento
artístico y
personal
para
Charlotte,
durante los
cuales
trabajó en
varias casas
como
institutriz
y se dedicó
a escribir
muchísimo.
Ya en 1840,
se decide a
enviar las
primeras
nouvelles a
algunos
editores
firmando
como C. B.
En cuanto a
Emily,
cuando es
contratada
junto a
Charlotte
como maestra
de Roe Head,
su vida se
convierte en
una
pesadilla.
Emily odiaba
las clases,
odiaba a sus
frívolas
compañeras
y, como
sabía que su
padre no
aceptaría
que dejara
el trabajo,
hizo lo
único que
podía hacer:
dejó de
hablar y
dejó de
comer. Se
debilitó
tanto que
fue enviada
a casa y
reemplazada
por la menor
de las
hermanas,
Anne.
Con sus
huelgas de
hambre,
Emily
ejerció
siempre
control
sobre sus
actos y
sobre su
familia. En
1838, a los
20 años,
decide
trabajar,
pero esta
vez parte
sola.
Durante casi
tres años no
ha hablado
con nadie
fuera de
casa y el
miedo le
cierra la
garganta,
pero sabe
que debe
hacerlo.
Va a Law
Hill, cerca
de Halifax,
donde pasó
seis meses
como
maestra,
pero no
puede estar
sin escribir
de día,
podría ser
vista; así
que lo hace
por las
noches. Es
insomne,
escribe, no
come y su
salud se
debilita
fuertemente.
Según
palabras de
Charlotte,
Emily
trabajó
«desde las
seis de la
mañana hasta
casi las
once de la
noche, con
sólo media
hora de
descanso», y
lo llamó
esclavitud.
Charlotte y
el desamor
En 1842, las
hermanas
quisieron
abrir una
escuela
privada,
pero no
tuvieron
éxito, de
modo que,
para mejorar
su francés,
Charlotte y
Emily
ingresaron
en un
internado
privado de
Bruselas.
Allí se
produjo un
encuentro
trascendental
para
Charlotte al
conocer a
Constantin
Heger, el
director de
la academia.
Por primera
vez en sus
26 años,
Charlotte
recibía
atención y
estimulación
intelectual
por parte de
un hombre
calificado,
lo que le
lleva a
enamorarse
en silencio
de aquel
hombre, que
pasaría a
convertirse
en su primer
amor no
correspondido.
Tanto
Charlotte
como Emily
son
excelentes
maestras,
por lo que
se las
contrata
para
impartir
clases de
inglés y
música a
cambio de
continuar
sus estudios
de francés.
Pero la
diferencia
es que, así
como
Charlotte
estaba
encantada
con todo lo
que sucedía,
Emily no
soportaba ni
la ciudad,
ni la
escuela, ni
el director,
aversiones
que se
acrecientan
cuando se
percata de
que su
hermana la
ha
desplazado
del centro
de su
atención y
se da cuenta
de que se ha
enamorado de
un hombre
casado. No
lo puede
soportar y
vuelve a
dejar de
comer; está
delgadísima
y muy débil.
El repentino
fallecimiento
de su tía
Elizabeth,
que se
encargaba de
la casa de
la familia,
las obligó a
volver a
Haworth.
Pasado un
tiempo,
Emily se
niega a
volver a
Bruselas y
decide
quedarse
como
administradora
de la casa y
Anne se pone
a trabajar
como
institutriz
con una
familia
cerca de
York, en la
que también
entra a
trabajar su
hermano
Branwell.
Pero
Charlotte no
podía
soportar
estar más
tiempo
alejada de
Heger.
Regresa sola
a Bruselas y
entra de
nuevo a
trabajar
como
profesora de
inglés en el
internado.
Heger no
era, al
parecer, muy
agraciado
físicamente,
tenía una
actitud
autoritaria
y, para
colmo,
estaba
casado; sin
embargo, era
un personaje
magnético
que atrajo a
Charlotte
por la
atención que
le prestaba:
le dio
buenos
consejos
para su
futuro
desarrollo
como
escritora y
leyó
atentamente
sus primeras
tentativas
literarias.
En este
sentido, no
es extraño
que el
interés que
Heger
mostraba
hacia ella
entusiasmase
a Charlotte,
sobre todo
después del
desprecio
sufrido unos
años antes
por Southey.
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|
Las hermanas Brontë, entregadas a lo que más les apasionaba, la lectura. |
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|
Pero cuando
Charlotte se
muestra
enamorada,
la esposa de
Heger
comienza a
sospechar
que algo le
sucede a
Charlotte
con respecto
a su marido
y deja de
dirigirle la
palabra,
cosa que
también hace
Heger, que
toma partido
por su mujer
y se
distancia
cada vez más
de su
amante. Ella
está
convencida
que Heger la
ama, y odia
a la esposa
de Heger
porque cree
que ella es
quien
obstaculiza
su unión.
Pero todo
queda en la
imaginación
de
Charlotte.
Las cartas
que ella le
escribe
durante
meses van a
parar a la
basura sin
ser abiertas
(aún se
conservan
porque la
esposa de
Heger las
rescató).
Esta
situación
dura seis
meses, tras
los que,
finalmente,
ella
entiende y
acepta que
su amor no
es
correspondido
y decide
regresar a
Inglaterra.
Allí fue
donde
escribió
El profesor,
su primera
obra, que no
fue
publicada
hasta
después de
su muerte.
Primera
publicación:
Poemas
(1846)
En otoño de
1845, el
descubrimiento
por
Charlotte de
los poemas
de Emily las
decidió, en
un alarde de
decisión y
fortaleza, a
autopublicar
un libro con
las poesías
de las tres
hermanas,
que se editó
con el
título
Poemas
por Currer,
Ellis y
Acton Bell
(1846),
empleando
cada
hermana,
respectivamente,
las
iniciales de
su nombre
como
seudónimos,
de forma que
ni sus
editores
conocían su
verdadera
identidad:
tres
solteronas
provincianas
de 30, 28 y
27 años,
respectivamente.
Desgraciadamente,
sólo se
vendieron
dos
ejemplares.
Aún así, la
poesía de
Emily Brontë
ha sido
reconocida
como una de
las mejores
de ese
siglo, y
sigue siendo
admirada por
su
originalidad,
su lírica y
sus
imaginativas
referencias
personales.
1847, un año
de
publicaciones
muy
fructífero
Este fue el
punto de
partida para
que cada una
de las
hermanas se
embarcara en
escribir su
propia
novela. La
primera que
se publicó
fue Jane
Eyre
(1847), de
Charlotte
(pero aún
bajo su
seudónimo
masculino,
Currer), que
tuvo un
éxito
inmediato a
pesar de las
críticas
despiadadas,
que no
hacían otra
cosa que
aumentar las
ventas. Esta
novela
provocó un
considerable
escándalo en
la sociedad
del momento
por la forma
directa
—‘vulgar’
para la
época— de
abordar las
pasiones de
su
protagonista.
Como toda la
obra de las
hermanas,
Jane Eyre
es
autobiográfica.
Se arma con
pedazos de
su historia.
En Londres
no se
hablaba de
otra cosa
que de esa
novela, y
los círculos
literarios
se devanaban
los sesos
por
descubrir la
identidad de
los
misteriosos
hermanos
Bell.
Aparecieron
más
adelante, y
en ese mismo
año,
Agnes Grey,
de Anne, y
Cumbres
Borrascosas,
de Emily. La
primera era
una árida
revelación
basada en
los
comentarios
autobiográficos
del bajo
nivel
material y
moral de una
institutriz
victoriana.
Es
considerado
un relato
íntimo de
amor y
humillación
en el que el
yo más
vulnerable
se enfrenta
al yo más
severo.
En cuanto a
Cumbres
Borrascosas,
Emily
comienza a
escribirla
en diciembre
de 1845 y la
concluye en
julio del
siguiente
año. Fue
descalificada
por la
crítica
durante
mucho tiempo
y tuvo muy
mala acogida
por el
público. La
intensidad
de su
sentimiento
y la
brutalidad
de los
personajes,
las energías
primitivas
de amor y
odio que
impregnan la
novela
fueron
juzgadas
como
salvajes y
burdas por
los críticos
del siglo
XIX. Su
estilo, rudo
y salvaje,
se aparta
por completo
del
imperante en
la
literatura
de la época,
hasta el
punto de que
la obra
yació
olvidada por
no
considerarla,
ni siquiera,
una buena
novela. Pero
años
después, los
críticos
comenzaron a
preguntarse
cómo accedió
aquella
joven tan
aislada
geográfica y
emocionalmente
a ese
profundo
conocimiento
de las
actitudes,
deseos y
motivaciones
de los
hombres;
cómo alguien
que no
estuvo jamás
enamorada y
no mantuvo
nunca una
conversación
con un joven
pudo
escribir
semejante
historia de
amor y
pasión.
Debido a la
confusión y
a la
especulación
sobre la
identidad de
las autoras
de las
diferentes
novelas,
ellas mismas
deciden
desvelar su
identidad
mediante una
visita a
Londres en
la que se
dieron a
conocer a
sus editores
y que tuvo
una gran
repercusión
social en la
capital.
El comienzo
del fin: la
muerte sigue
marcando sus
vidas
El año 1848
es fatal
para la
familia
Brontë.
Branwell
nunca llegó
a saber que
sus hermanas
habían
publicado,
ya que murió
de
tuberculosis
en
septiembre
de ese año,
no sin antes
contagiar a
Emily, que
fallecería
de la misma
enfermedad
tres meses
después, el
19 de
diciembre de
1848.
En los
últimos
meses de
vida de su
hermano
Branwell,
Emily fue la
persona más
allegada a
él física y
afectivamente.
Lo cuida, lo
cambia, le
da de comer,
lo cual
provoca que
se contagie
la
enfermedad.
En
septiembre,
tras la
muerte de
Branwell,
Emily se
niega
sistemáticamente
a comer y a
que la vea
un médico.
Jamás
consintió
quedarse en
la cama, se
levantaba a
las siete
todos los
días y,
entre tosido
y tosido,
cumplía con
sus
obligaciones,
apoyándose
en las
paredes
cuando le
fallaban las
fuerzas.
Tampoco
hablaba, el
único sonido
que emitía
era un
quejido de
dolor de vez
en cuando y
la tos
persistente.
Un rato
antes de
morir,
accedió a
que el
médico la
viera para
darle el
gusto a su
familia,
pero lo
único que
aquel pudo
hacer fue
firmar el
certificado
de
defunción.
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Magnífico y archiconocido fotograma de la más sublime versión llevada al cine de "Cumbres Borrascosas", de Emily Brontë. Producida por Samuel Goldwin y dirigida por William Willer en 1939, fue interpretada, en sus principales papeles, por Laurence Olivier y Merle Oberon. |
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También para
entonces,
Anne había
sido atacada
por el mismo
mal y murió
cinco meses
después que
Emily, el 28
de mayo de
1849, un año
después de
publicar su
segunda
novela,
La inquilina
de Wildfell,
una obra
sumamente
audaz en sus
ideas y por
la que se la
considera la
primera y
más completa
novela
feminista.
De Anne,
poco se sabe
de su
escritura
previa a
Agnes Grey,
la novela
que la hizo
famosa,
porque sus
escritos
gondolianos
han
desaparecido
en su
totalidad
junto con
los de
Emily. Al
parecer,
Anne moldeó
su carácter
en
consonancia
con el de su
tía
Elizabeth,
que la marcó
profundamente
y fue, en
gran parte,
su figura
materna.
De Anne se
sabe que
estuvo muy
enamorada de
Weightman,
un pastor
anglicano a
quien esperó
durante años
pero que
jamás la
correspondió,
y, cuando
parecía que
eso iba a
ocurrir, el
pastor murió
de cólera.
Al poco
tiempo de
este hecho,
murió su
amada tía
Elizabeth.
Cuando se
contagió de
tuberculosis,
al contrario
que su
hermana
Emily, Anne
hizo todo lo
posible por
curarse.
Incluso
aceptó la
sugerencia
del médico
de ir a
vivir cerca
del mar para
recuperar su
salud. Y
hacía allá
viajó junto
a Charlotte
y Ellen,
amiga de
Charlotte,
en 1849.
Tras un
durísimo y
largo viaje,
llegaron a
Scarborough.
Anne se
sintió feliz
de ver el
mar y,
agonizante,
caminó por
la playa. Un
anochecer,
junto al
fuego, murió
a los 29
años.
La última y
más
reconocida
de los
Brontë:
Charlotte
Sola y
desesperada
después de
la muerte de
sus
hermanas,
Charlotte
quedó
viviendo con
su padre en
Haworth,
dedicada a
la
literatura.
En los años
siguientes,
Charlotte
fue varias
veces a
Londres para
promover la
publicación
de su obra,
y a
Manchester,
donde visitó
a su futura
biógrafa, la
novelista
Elizabeth
Gaskell, a
quien invitó
a Haworth.
Charlotte se
convierte en
un personaje
muy famoso y
por fin
reconocida
por grandes
escritores
de la época.
Publicó
otras dos
novelas,
Shirley
(1849), en
la que
aborda el
impacto de
la
revolución
industrial
en su
Yorkshire
natal, y
Villette
(1853), en
la que
recupera
como
argumento su
experiencia
en aquel
internado de
Bruselas que
le había
marcado para
toda su
vida. Ambas
novelas
disfrutaron
de enorme
éxito.
Además, en
1850 se
reeditó
Cumbres
Borrascosas,
con un
adjunto de
una
selección de
poemas de
Emily y una
biografía
escrita por
la propia
Charlotte,
pero ¿hasta
qué punto
fue ésta
fiel a la
memoria de
su hermana?
Y aquí se
abre un
interrogante
que intriga
a los
lectores de
Emily
Brontë.
Según
parece,
Charlotte
revisó la
novela de su
hermana una
vez
fallecida,
recortando
fragmentos
con el fin
de que
Cumbres
Borrascosas
se pudiera
publicar en
un solo
volumen en
lugar de los
tres
originales,
por razones
de espacio o
tal vez para
que su
edición
resultara
mucho más
económica;
también se
le permitió
cambiar la
puntuación.
Y, desde
entonces
hasta 1963,
la versión
que corrió
del famoso
libro y fue
objeto de
numerosas
traducciones,
era de
Charlotte y
no de Emily.
Pero en
1963,
finalmente,
se publicó
la versión
tal como lo
escribió su
autora.
En 1854,
Charlotte, a
pesar de
haberse
prometido
mil veces
que jamás lo
haría,
contrae
matrimonio
con el joven
reverendo
Arthur Bell
Nichols,
coadjutor de
su padre y
que fue el
cuarto
hombre en
proponérselo.
Él estaba
profundamente
enamorado de
ella y ella
aprendió a
quererlo. Se
podría decir
que fue
feliz por un
tiempo,
pero, al
quedar
embarazada,
se desata el
tremendo
final al que
parecía
estar
avocada,
como sus
hermanas.
Releyendo la
obra de
Charlotte,
se puede
comprender
el temor
profundo a
los
embarazos y
la
asociación
inconsciente
entre
nacimiento y
muerte (hay
que recordar
que la madre
muere
aparentemente
a causa de
los
múltiples
partos). De
modo que la
neurosis se
apodera de
ella con
toda su
fuerza.
María, su
madre, había
muerto a los
38 años. Al
poco tiempo
de casarse,
Charlotte
enfermó de
tuberculosis,
al igual que
sus
hermanas, y
murió el 31
de marzo de
1855, unos
días antes
de cumplir
los 39 años,
estando
todavía
embarazada.
Aun así,
había
empezado
otro libro,
Emma,
que no
consiguió
terminar.
Primera
biografía,
la despedida
de una amiga
El primer
libro que se
publicó
sobre las
hermanas
Brontë,
La vida de
Charlotte
Brontë
(1857),
escrito por
su amiga, la
novelista
Elizabeth
Gaskell, es
una
biografía
clásica.
Destaca
también
La infancia
de las
Brontë
(1941), de
Fannie E.
Ratchford,
que, por
primera vez,
apuntó la
importancia
que tuvieron
las sagas
infantiles
de Angria y
Gondal en el
desarrollo
de su
escritura.
Las Brontë
apenas si
abandonaron
físicamente
las
estrechas
paredes de
su casa y el
páramo
vacío, pero
se
atrevieron a
pensar, a
imaginar y a
transgredir
los límites
de su tiempo
a través de
la
literatura.
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