finales del siglo IV d. C., el gran Imperio Romano escuchaba historias sobre una tribu sanguinaria de la que nadie sabía hasta entonces de dónde había surgido, y que arrasaba y dominaba todos los lugares que encontraba a su paso. En estas fechas y de esta forma se empezó a hablar de los hunos.
Los hunos
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Los hunos eran excelentes jinetes, que entrenaban para la monta desde corta edad. |
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Hasta hoy en día, no se sabe con certeza cuál es el origen del pueblo huno, aunque muchos estudios e investigaciones lo sitúan por Asia central; concretamente, en la zona de Mongolia. De ellos se sabe que eran nómadas, aunque cada vez que asediaban un lugar, un grupo de ellos se asentaban en el mismo, para así ir creando su imperio, el imperio huno.
Debido a su condición de tribu nómada, los hunos dependían en extremo de sus caballos. Para este pueblo, el caballo era como un miembro más de su cuerpo, dependían de él, y, sin el caballo, este pueblo errabundo se sentía vulnerable. Como de ello se puede deducir, los hunos eran excelentes jinetes, que entrenaban para la monta desde corta edad, y se cree que fueron los primeros en utilizar el estribo, elemento de suma importancia para aumentar el poder de lucha de un hombre a caballo; y así, se decía que, de pie y apoyados en los estribos, podían disparar por el frente, por los costados y por detrás.
Eran muy diestros en el arte de la guerra. Su táctica eran los ataques sorpresa, de forma que a los pueblos invadidos no les daba tiempo a reaccionar. Es más, cuando algún pueblo conocía la próxima llegada de los bárbaros, no esperaban para hacerles frente, huían sin más, provocando durante la época de sus invasiones numerosas migraciones de pueblos aterrados por encontrarse con tales demonios.
Se sabe que los hunos no eran muy limpios, no les gustaba el agua, y solían pasarse semanas sin tocarla, al menos para lavarse. Además, sus vestimentas, hechas de piel de rata, no deberían oler muy bien. A lo largo de la historia, muchos historiadores se han planteado irónicamente si los pueblos huían de los hunos por la capacidad destructiva de éstos o por su olor insoportable.
Al parecer, los hunos, en los comienzos de su corta vida como pueblo, intentaron invadir las zonas más cercanas de su origen, en concreto China, pero ésta estaba bien fortificada con su gran muralla y los hunos decidieron partir hacia occidente.
Empezaron invadiendo muchas zonas del Asia central y, poco a poco, fueron acercándose al legendario Imperio romano, al que, por cierto, no temían en absoluto. Se dividían en clanes, como hemos comentado anteriormente, algunos de los cuales se asentaban en los lugares invadidos y otros proseguían el avance. En un momento determinado, las hordas invasoras se separaron en dos grandes grupos o tribus para penetrar en el Imperio Romano por diversos lados. Unos, por la zona de la cordillera del Cáucaso (tribu de los blancos) y otros, por la desembocadura del río Danubio (apodados los negros). Estos últimos eran más numerosos y demoledores que los primeros.
Turda, caudillo del clan negro
Los clanes que se acomodaban en los distintos pueblos o ciudades que conquistaban tenían un cabecilla o señor que les gobernaba. Igualmente, a las tribus expedicionarias también las guiaba un jefe, un líder por el que todos daban la vida y seguían hasta el fin del mundo. Entre ellos podemos mencionar a Balamir, caudillo de la tribu de los blancos, y a Turda, dirigente de los poderosos negros y, podríamos decir, gran rey de todos los hunos. Si en algún momento había que decidir algo que afectase a todo el pueblo huno, era Turda quien, como líder de la tribu más fuerte y numerosa, tenía la última palabra.
Turda tuvo cuatro hijos legítimos: Oktar, Ebraso, Rugila y Mundzuk. Todos ellos fueron grandes líderes y fueron causa de infinitos problemas al grandioso Imperio Romano. Mundzuk engendró dos hijos: Bleda y Etil (más tarde conocido por Atila).
Turda, antes de morir, encargó que, cuando falleciera, Ebraso se encargara de la tribu de los blancos, que avanzaban por el Cáucaso, y, Oktar, Rugila y Mundzuk se repartieran la tribu de los negros, que seguían la senda del Danubio.
Etil, príncipe huno
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Atila, gran rey de los hunos, también muy conocido como el "azote de Dios". |
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Etil nació alrededor del año 395 d.C., y, aunque no se sabe con exactitud en qué lugar, todas las investigaciones apuntan a que fue en la antigua provincia romana de la Panonia, donde los hunos danubianos centraron su base de operaciones. La Panonia era una vasta zona llana, llena de pastos donde los caballos de los hunos podían pastar y procrearse. En términos geográficos actuales, podemos situar la Panonia entre el sureste de Hungría y noroeste de Rumanía.
En la fecha en la que nace Etil muere el emperador romano Teodosio I ‘el Grande’ (347-395), último mandatario de una Roma unificada. Sus dos hijos se repartieron el Imperio: Flavio Honorio se convirtió en emperador de Occidente, con capital en Roma, y, Arcadio, en emperador de Oriente, con capital en Constantinopla (posteriormente llamada Bizancio y, en la actualidad, Estambul).
Ese mismo año, los hunos danubianos arrasan Tracia y Dalmacia y los caucásicos, Armenia, todas ellas provincias romanas. Estas invasiones les supusieron grandes riquezas, y además, la captura de innumerables prisioneros, que servían en muchas ocasiones como instructores de los hunos más jóvenes. Les enseñaban latín y griego, lenguas esenciales en el mundo de la época. Esto desmiente las innumerables leyendas negras que hay sobre los hunos y su barbarismo extremo, leyendas que los describen como animales sanguinarios, ineptos para cualquier tipo de enseñanza cultural.
Al morir Mundzuk, Bleda (390-445), con diez años, y su hermano menor Etil, con seis, fueron acogidos por su tío Rugila (m. 434), el cual, debido a la muerte de su otro hermano Oktar, se convirtió, allá por el año 415, en el soberano de los hunos del Danubio.
Rugila presionó enormemente al Imperio de Oriente, hasta tal punto de que el gobierno de Teodosio II (405-450), hijo de Arcadio, tenía que pagar fuertes tributos a cambio de que no les arrebatasen más terreno. Al Imperio de Occidente, más empobrecido a causa de las continuas invasiones de vándalos, suevos y alanos, entre otros, les pedía otros favores, como, por ejemplo, dejar que algunos de los principitos hunos se educaran en Roma, capital del Imperio y de la cultura. Así fue como Etil y Bleda se marcharon a Roma para perfeccionar la lengua latina (que ya les habían enseñado los rehenes) y aprender la historia, costumbres y todo lo relacionado con los romanos y su Imperio. Con 13 años se fue y con 17 volvió con los suyos, dispuesto a hacer frente a los prepotentes romanos; “Se creen el ombligo del mundo, y no saben la tormenta que les espera”, éstas fueron las palabras de Etil al volver a su centro de operaciones, las llanuras de la Panonia.
Rugila, viendo las dotes diplomáticas de su sobrino menor, mandó a Etil a negociar con los chinos, que no habían olvidado los intentos del pueblo huno de penetrarles y últimamente habían intentado saquear diversos asentamientos hunos del centro de Asia. Etil logró establecer la paz, pero en su mente tenía el Imperio romano, así que cuando hubiese terminado con éste, se encargaría de los odiosos chinos.
Unificación de los hunos
Rugila intentó unificar las dos tribus hunas existentes. Durante el tiempo en que Rugila luchaba y pactaba con los romanos, su hermano Ebraso, se había asentado en el Cáucaso sin apenas moverse; al parecer, disfrutaba en demasía de los placeres de la vida y pensaba que para qué batallar y mediar con los romanos si su hermano ya se encargaba de ello. Rugila intervino ante esta situación y consiguió que Ebraso entrara en razón, ya que todos formaban un pueblo, o, mejor dicho, un Imperio, y necesitaban estar unidos.
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Panonia, antigua provincia romana donde los hunos danubianos centraron su base de operaciones. |
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A la muerte de su tío Rugila, Bleda y Atila son proclamados correyes del territorio huno. El Imperio Romano de Oriente, con Teodosio II a la cabeza, a sabiendas de la cada vez más real unificación de las tribus hunas, prefería perder oro y riquezas antes que hombres y territorio, ya que lo segundo le supondría su final como nación. Por ello, en el año 435 pactaron con los nuevos reyes hunos. Las beneficios para los hunos fueron innumerables: los romanos se comprometieron a doblar el tributo anual en monedas de oro, a no aliarse con ningún enemigo de los hunos, romper las alianzas de este tipo que ya existían, crear un mercado libre a orillas del Danubio, entregar a los prisioneros de guerra hunos... en fin, todo un conjunto de privilegios a cambio de lo de siempre, o sea, de dejarles tranquilos. El tratado se llevó a cabo en Margo, actual ciudad de Orastie, cerca de Belgrado, por lo que el pacto fue llamado Tratado de Margus.
Valentiniano III, emperador de Occidente (419-455), como ya les había ocurrido a sus antecesores Flavio Honorio y Constancio III, no disponía de recursos para poder pactar con los hunos, lo que le obligó a dejar el futuro de su pueblo en el aire, esperando que la suerte y Dios se aliaran con su pueblo y frenaran la expansión huna.
En los cuatro años que siguen al Tratado de Margus se desconoce bastante sobre Etil y Bleda. Sí se sabe que Bleda se entregó por completo a los placeres del cargo: cazar, comer, beber y fornicar eran sus aficiones habituales. Etil, por su parte, centra su mirada en Roma y ataca diversas zonas del Imperio Romano de Occidente, aunque, como hemos dicho, ningún historiador se atreve a afirmar tajantemente cuáles fueron estas zonas y cuáles los pueblos o tribus con las que lucharon.
Bleda observaba que los hunos tenían una especial admiración por su rey guerrero Etil, y, allá por el año 440, comienza a exigirle a su hermano que le proclame como rey absoluto del Imperio huno, aunque claro está, Etil no estaba por la labor de dejar el Imperio en manos del inepto de Bleda.
Ese mismo año ocurrieron muchas cosas significativas para el pueblo huno, siendo una de ellas el fallecimiento de Bleda. La causa de su muerte es un misterio; existen diferentes creencias, una de las cuales afirma que un oso se abalanzó sobre él mientras cazaba causándole la muerte; otra dice que fue su hermano Etil, asustado por perder parte del trono, quien lo asesinó.
Etil, rey único de los hunos
Lo matara o no Etil, lo cierto es que éste no sintió una gran pena por la pérdida de su hermano, ya que él quedaba como único rey de los hunos. Entonces ocurrió el hecho que terminaría por impulsar a los hunos sobre los imperios romanos: mientras Etil enterraba a su hermano, un pastor se acercó a él y le hizo entrega de algo que venía envuelto en pieles y que el pastor había encontrado semienterrado en los pastos de sus ovejas: era una formidable espada, que Etil enseñó rápidamente al pueblo y catalogó como la espada de Marak. Y es que una antigua leyenda huna contaba que Marak, gran rey huno del pasado, enterró una grandiosa espada comunicando a su pueblo que aquel que la encontrara debería llevársela a su rey, para que así el rey pudiera llevar a su pueblo hacia la conquista del mundo entero; el pueblo debería seguir fielmente a su rey allá dónde éste les llevara.
Las dudas que algunos hunos tenían sobre la posible traición y asesinato de Etil a su querido rey Bleda quedaron rápidamente disipadas; el gran rey al que debían seguir incondicionalmente a partir de ahora era Etil. Con la aparición de la espada de Marak, Etil pasaría a ser llamado por su pueblo Atila, que en el lenguaje de los hunos significaba “Gran Padre”.
Ataque al Imperio Romano
El casi Dios para los hunos Atila, cansado de tantos pactos y contando con el apoyo unánime de su pueblo, se decidió a atacar definitivamente el Imperio Romano en sus dos vertientes.
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En el 440, comienza la ofensiva lanzando virulentos ataques contra Oriente y, durante diez años que siguen, invade y conquista diversas zonas del Imperio. |
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En el 440, comienza la ofensiva lanzando virulentos ataques contra Oriente y, durante diez años que siguen, invade y conquista diversas zonas arrebatándole al Imperio las actuales Georgia, Armenia, Azerbaiyán e Irán (antigua Persia). El Imperio Romano de Oriente, gracias a que dentro de lo que cabe tenía un ejército consolidado y disponía de abundante oro, consiguió frenar el avance de Atila mediante nuevos pactos con el ya conocido por los romanos cristianos como “el azote de Dios”. Atila consideró que atacaría Occidente, mientras que Oriente le llenaba las arcas de su Imperio.
A finales del año 450 se dirigió hacia el Imperio de Occidente, cruzando el Rin por Maguntiacum (actual ciudad alemana de Maguncia, limítrofe a Francia) con aproximadamente medio millón de guerreros. Saqueó y sitió la mayor parte de ciudades del norte de las Galias (Francia), entre ellas, París y Orleáns.
Valentiniano III mandó a su principal general Flavio Aecio (396-454) a combatir a los bárbaros. Cuando los hunos terminan de sitiar Orleáns, llega Aecio con un imponente ejército y obliga a Atila a retirarse por el momento. Unos meses después, en las proximidades de la actual Troyes, en una inmensa llanura que los romanos denominaban Campos Cataláunicos, tuvo lugar una gran batalla que enfrentó, en el 452, a los hunos con una coalición de romanos y otros pueblos bárbaros aliados (francos, visigodos y burgundios). Atila fue derrotado y dejado huir por Aecio. Es importante señalar que Aecio y Atila habían sido amigos desde pequeños. Por tal circunstancia, el general romano dejó marchar a Atila con vida. Ésta fue la primera gran derrota de los hunos, que, por el momento, salvaba la integridad del Imperio de Occidente.
Unos meses más tarde, Atila congregó al resto de sus ejércitos y se dirigió hacia la península italiana penetrándola por el norte. Avanzaba sin compasión hacia el sur, dejando el terror en las caras de aquellos que lograban escapar de la muerte, su sueño era derribar a la eterna Roma y ahora más que nunca estaba dispuesto a ello. Esta vez ni el mismo Aecio pudo pararlo. Con paso firme se iba acercando cada vez más a la capital del Imperio, dejando asentamientos en las zonas por las que iban pasando. Valentiniano III, asustado por las noticias que le llegaban desde el norte, intentó firmar la paz, pero Atila no aceptó.
Atila y el papa León I
Fue entonces cuando a un senador de romano llamado Gennadius Avenius se le ocurrió la idea de mandar al papa León I (m. 461) para pactar con el bárbaro.
Atila era muy supersticioso y todas las personas que tenían nombre de animal le causaban, en principio, un enorme respeto; por otra parte, sentía gran curiosidad por conocer al representante en la tierra de ese Dios de los romanos y saber cómo pensaba, y accedió a entrevistarse con él. Corría el año 452.
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Encuentro del papa León I con Atila. |
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Se sabe que fue un encuentro muy cordial. El Papa le ofreció un enorme tributo y Atila aceptó retirarse. No nos equivoquemos: el dinero no fue la razón principal por la que Atila aceptó retroceder; sus tropas estaban enormemente cansadas de tanto guerrear; además, debido a su extensa ausencia, las tribus hunas instaladas en centro Asia estaban peleándose entre ellas y contra diversos enemigos, por lo que decidió partir hacia su Imperio asiático para arreglar la situación. El saqueo de la capital latina quedaría para mejor ocasión.
Muerte de Atila
Tras solucionar los problemas de su Imperio, Atila para en la Panonia (453) para, desde ahí, prepararse para llevar a cabo su gran sueño: destruir los dos imperios romanos, y él se sentía suficientemente fuerte y rico para esa empresa.
Un día de ese mismo año, mientras Atila se hallaba ultimando el asalto a los romanos, uno de sus hijos le trajo una bella doncella germana que habían capturado en una de sus habituales correrías. Atila se enamoró locamente de esa joven rubia de ojos verdes llamada Ildico y contrajo matrimonio con ella. En la noche de bodas, Ildico presenció cómo Atila moría a consecuencia de una hemorragia nasal que lo asfixió. El caudillo bárbaro contaba 58 años de edad.
La muerte de Atila fue un durísimo golpe para su Imperio y motivo de alegría exagerada para los romanos. Los hijos de Atila se dividieron el Imperio. Cada nuevo rey se retiró a sus tierras, lo que causó que el Imperio huno se desmembrase en multitud de pueblos y tribus independientes, cada uno con sus propios intereses. Poco después comenzaron a crearse disputas por convertirse en líder o jefe único de los hunos, pero ya ninguno de los hijos del viejo gran rey fue capaz de conseguirlo. Ello fue aprovechado por sus enemigos para, poco a poco, ir arrebatándoles el terreno. Finalmente desaparecieron de la historia como pueblo unificado. |