mediados del siglo XIX, la extensa
campiña
próxima a la
costa
occidental
de la
provincia de
Málaga
estaba sin
cultivar o
su
explotación
era escasa y
poco
productiva.
El general
Manuel
Gutiérrez de
la Concha e
Irigoyen
(1808-1874),
primer
Marqués del
Duero, fijó
su atención
en las
muchas
posibilidades
de
explotación
que ofrecía
toda esa
extensión y
proyectó
convertirla
en objetivo
de un
ambicioso
programa de
colonización
agrícola.
Estaba casado con
Francisca de
Paula Tovar
y Gasca,
marquesa de
Revilla y
condesa de
Cancelada,
quien había
aportado al
matrimonio
numerosas
fincas y
haciendas,
en algunas
de las
cuales, Gutiérrez de
la Concha
logró un
incremento
notable de
su
rendimiento
agrícola
sistematizando
el cultivo
de la caña
de azúcar. A
finales de
1860, este
emprendedor
militar y
político
adquiere una
franja
alargada de
esos
terrenos, la
comprendida
entre los
ríos Guadaiza y
Guadalmansa,
cuya
extensión
era de casi
5.000
hectáreas y
que abarcaba
los
municipios
de Marbella,
Estepona y
Benahabís,
en donde se
propone
llevar a
cabo su plan
de
desarrollo
agrícola.
El origen del núcleo urbano de
San Pedro de
Alcántara
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El general Manuel Gutiérrez de la Concha e Irigoyen, primer Marqués del Duero (1808-1874). |
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Al amparo de
las Leyes de
Fomento de
la Población
Rural de
1855, 1866 y
1868,
Gutiérrez de
la Concha
funda la
‘Colonia
Agrícola de
San Pedro de
Alcántara’,
a la que
dotó de una
granja
escuela, los
últimos
adelantos en
maquinaria
agrícola y
una fábrica
azucarera.
Con el
tiempo, la
Colonia
Agrícola dio
origen a San
Pedro
Alcántara,
nombre que
ha venido a
distinguir
en la
actualidad a
una gran
urbe
turística,
remanso
estival de
sosiego para
veraneantes
y amantes
del
descanso.
Dentro de la Colonia había un paraje
denominado
Vega del
Mar, situado
junto a la
raya costera
entre la
ribera
derecha del
río Guadaiza
y la margen
izquierda
del arroyo
del Chopo.
En la
actualidad,
ese nombre
se usa más
bien poco,
siendo
sustituido
por el de
Linda Vista,
nombre que
lleva una
urbanización
de tipo
turístico
construida
allí en años
recientes.
En los primeros años del siglo XX se
decidió
poblar con
eucaliptos
la zona de
Vega del Mar
más cercana
al límite
marítimo.
Así, cuando
se comenzó a
abrir hoyos
para plantar
los árboles,
y de manera
casual, se
descubrieron
restos de
antiguas
construcciones
árabes y
aparecieron
diversas
tumbas, lo
que dio pie
a que los
lugareños
diesen a
aquel paraje
el apelativo
del
Cementerio
de los
Moros.
Las primeras campañas
arqueológicas
en Vega del
Mar
En aquellos años de comienzos del
siglo
pasado, era
administrador
de la
Colonia don
José
Martínez
Oppelt,
quien se
interesó por
los
hallazgos y
solicitó el
permiso
oficial para
comenzar
unas
excavaciones
dentro de
las normas
marcadas por
la Ley,
autorización
que le fue
concedida
por Real
Orden de 7
de julio de
1916. Por
desgracia,
las
prospecciones
llevadas a
cabo por
Martínez
Oppelt
cayeron en
el olvido y
los
resultados
de sus
pesquisas
han quedado
inexplicablemente
inéditos. La
única
información
que tenemos
acerca de
ellos se
reducen a un
artículo
(“Una
Pompeya
Española”),
publicado en
una revista
ilustrada de
carácter
popular (Por
Esos Mundos,
I trimestre
1916).
Los materiales descubiertos fueron
trasladados
a Madrid y
depositados,
primero, en
la sede de
la Sociedad
‘Colonia de
San Pedro’.
Luego, los
que fueron
considerados
más
importantes,
se
trasladaron
al Museo
Arqueológico
Nacional.
Hay que
señalar que
los objetos
aparecidos
en los
primeros
momentos de
la
plantación
de
eucaliptos
se perdieron
por descuido
o pasaron a
manos de
coleccionistas
privados, y
de ellos no
se tiene el
menor
rastro.
Unos años después, el pueblo volvió a
mostrar
interés por
las ruinas y
tumbas de
Vega del
Mar. Se
empezó por
encomendar
al
arqueólogo
José Pérez
de Barradas
el estudio
de la
conveniencia
de proseguir
o no las
excavaciones.
José Pérez
de Barradas
realizó una
serie de
pruebas, a
partir de
las cuales
estimó
conveniente
emprender
nuevas
exploraciones,
que fueron
autorizadas
por Real
Orden de 29
de marzo de
1930.
Hallazgo de una basílica y una
necrópolis
Los trabajos llevados a cabo por
Pérez de
Barradas
fueron muy
valiosos,
permitiendo
sacar a la
luz los
muros de una
basílica
paleocristiana
de doble
ábside y una
necrópolis,
de la que
llegó a
enumerar 148
tumbas.
Según el
arqueólogo,
el conjunto
de
edificaciones
podría
corresponder
a la antigua
Cilniana,
citada como
una de las
estaciones
de la vía
que conducía
de Malaca
(Málaga) a
Gades
(Cádiz). En
esta
ocasión, los
resultados
de las
investigaciones
de Pérez de
Barradas
fueron
publicados
en diversos
artículos de
revistas
especializadas
y en dos
libros.
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Cimientos de la basílica. |
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Una vez terminadas las excavaciones
en el
yacimiento,
se tomaron
diversas
medidas
dirigidas a
conseguir la
conservación
de los
restos que
habían sido
hallados.
Por otra
parte, a fin
de
garantizar
la
integridad
de las
paredes que
constituían
la
estructura
de la
basílica,
que corrían
el peligro
de
desmoronarse,
se procedió
a
recrecerlas
en casi todo
su contorno.
Ciertamente,
estas
labores de
protección
contribuyeron
a darles
solidez,
pero también
produjeron
algunas
variaciones
que
desfiguraron
la obra
original.
Para
preservar el
yacimiento
de los
excavadores
clandestinos,
se colocó en
torno a él
una cerca de
alambre
espinoso y
se cubrió la
pila
bautismal
con una
plancha de
hierro que
giraba
mediante una
bisagra. Los
avatares de
la Guerra
Civil en
nuestra
provincia se
dejaron
sentir en
Vega del
Mar,
ocasionando
la
desaparición
de todas sus
defensas,
con el
consiguiente
daño en los
antiguos
hallazgos.
Nuevas campañas de
excavaciones
El 21 de octubre de 1963, con motivo
de la
celebración
en Málaga
del VIII
Congreso
Nacional de
Arqueología,
los
asistentes
al evento
visitaron la
basílica de
Vega del Mar
y su
necrópolis.
Sobre el
terreno,
entre los
expertos se
suscitaron
no pocas
polémicas en
torno a la
estructura
arquitectónica
del conjunto
y los datos
cronológicos
hasta
entonces
establecidos
resultaron
bastante
controvertidos.
Sin embargo,
los
congresistas
acordaron un
llamamiento
general de
protesta por
el triste
estado en
que se
encontraba
el
yacimiento
en su
conjunto.
Entre los
acuerdos
adoptados al
finalizar el
citado
congreso, no
hubo ninguno
relacionado
directamente
con la
basílica y
la
necrópolis,
si bien, de
forma
general, se
solicitaba
del
Ministerio
competente
que fuesen
protegidos y
defendidos
los
yacimientos
arqueológicos
de toda la
Costa del
Sol, por lo
que, aunque
de manera
indirecta,
la basílica
se veía
beneficiada
de alguna
manera por
los
acuerdos.
Como
complemento
del
congreso, se
realizó una
exposición
de
materiales
arqueológicos
en Málaga,
en la que se
exhibió una
jarra de
barro de 18
cm de altura
encontrada
en una
sepultura de
la
necrópolis.
Durante varias visitas realizadas a
Vega del Mar
con motivo
de llevar a
cabo unas
exploraciones
en torno a
una villa
romana
cercana, se
comprobó el
deterioro
progresivo
que estaban
sufriendo
los antiguos
hallazgos.
Esta
circunstancia
motivó que
los
arqueólogos
realizaran
diversas
demandas
dejando bien
patente su
disgusto
ante aquella
situación de
abandono
continuado.
Todas esas
demandas
consiguieron
que los
gastos para
la
protección y
cuidado de
la basílica
fueran
cubiertos
con cargo al
Estado.
Entre las
medidas de
protección
que se
tomaron,
cabe
destacar la
ubicación de
una verja de
hierro
asentada
sobre un
muro de
piedra para
dar cierre a
todo el
recinto que
abarcaba la
basílica y
la
necrópolis.
Por
desgracia,
esta
protección
no resultó
tan efectiva
como se
esperaba.
Cabe dejar constancia de que, al
abrirse las
zanjas para
la
cimentación
del muro de
piedra de
protección,
se
descubrieron
accidentalmente
dos tumbas
que habían
pasado
inadvertidas
a las
exploraciones
de Pérez de
Barradas.
Mientras que se realizaban las tareas
de limpieza
en Vega del
Mar, se tuvo
la
convicción
de que
todavía
quedaban
zonas que
explorar
dentro de la
parcela
donde se
encontraba
la basílica.
La
corporación
municipal
malagueña
acordó
llevar a
cabo
pequeñas
catas con
obreros
facilitados
por el
servicio de
obra. Los
resultados
obtenidos
fueron
alentadores,
y de ahí
partió la
idea de
programar
una nueva
campaña de
excavaciones.
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Pila bautismal. |
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La nueva campaña quedó autorizada el
11 de julio
de 1977 por
la sección
de
Exposiciones
y
Excavaciones
Arqueológicas
de la
Dirección
General de
Bellas
Artes. Las
excavaciones
fueron
realizadas
entre el 26
de agosto y
el 6 de
septiembre
de 1977,
pero,
prácticamente,
quedaron
reducidas a
una limpieza
general del
yacimiento.
La siguiente campaña fue autorizada
el 4 de
julio de
1978,
confiándose
la dirección
a Rafael
Puertas
Tricas y
Carlos Posac
Mon. Ésta se
llevó a cabo
desde el 1
al 16 de
septiembre.
Un año después, el 22 de mayo de
1979, fue
aprobada por
la sección
de
Excavaciones
del
Ministerio
de Cultura
la tercera
campaña. Los
trabajos se
realizaron
del 1 de
septiembre
al 14 del
mismo mes,
pero
tuvieron que
interrumpirse
a causa del
mal tiempo.
Por otra
parte, la
caída de
varios
eucaliptos
por la
acción del
viento causó
daños en la
estructura
de la
basílica y
en algunas
sepulturas;
además, la
grandes
lluvias
fueron causa
de la rotura
de la verja
de hierro
por diversos
puntos.
Con el fin de proseguir las
excavaciones,
se solicitó
permiso para
practicar
una nueva
campaña en
el verano de
1980. Pero
concedida la
autorización,
surgieron
gran número
de
dificultades,
lo que
obligó a
postergar
los trabajos
hasta el año
siguiente, a
cuyo efecto,
con fecha 1
de julio de
1981, fue
renovado el
permiso
oficial. La
campaña se
llevó a cabo
entre el 16
de
septiembre y
el 6 de
octubre, con
una pequeña
interrupción
derivada de
nuevo de las
malas
condiciones
meteorológicas.
Los
materiales
hallados en
estos
últimos
trabajos
fueron
depositados
en el Museo
Provincial
de Málaga.
La basílica según Pérez de
Barrada
La planta de la basílica presenta
tres naves,
tiene ábside
y
contraábside;
en un lado,
presenta
ubicada una
sacristía y,
al otro, el
baptisterio,
seguido de
una sala.
Adosados a
los lados
mayores, hay
dos atrios.
Los muros
están
formados de
guijarros
gruesos y
morteros de
cal; las
vigas de las
puertas y
las esquinas
son de
ladrillos.
Los muros
tienen un
espesor
medio de 60
cm y la
altura
conservada
por termino
medio es de
otros 60 cm.
El interior
mide 11.30 m
de ancho, la
nave central
5.50 m y, de
las dos
laterales,
una mide 3 m
y la otra,
2.80 m. Las
tres naves
están
separadas
por sendos
pilares de
piedra en el
lado
derecho,
colocados
regularmente.
En el
izquierdo,
los tres
pilares
están
descentrados
y uno de
ellos es de
mayor tamaño
que los
otros dos.
En el
pavimento se
observan
huellas de
ladrillo y
en las
paredes, de
escayola de
color roja.
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Vista parcial de la necróplis. |
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De la edificación cabe destacar el
baptisterio,
que
corresponde
al tipo
cruciforme
oriental. La
piscina
tiene forma
de cruz
latina y una
profundidad
de 110 cm,
dos de sus
brazos
tenían
escalones. A
su lado,
había otra,
pequeña y de
forma
rectangular,
con un
escalón para
el bautismo
de los
niños. El
ábside es
semicircular
y mide 3.40
m de largo y
2.40 m de
fondo. El
suelo es de
ladrillo. El
contraábside
es
semicircular
y mide 4.50
m de largo y
3.10 m de
ancho. Este
tipo de
doble ábside
es muy
conocido en
el norte de
África.
La necrópolis según Pérez de
Barrada
Pérez de Barrada halladas 148 tumbas
en sus
excavaciones,
aunque
posteriormente
se
encontraron
más. Él las
clasifica de
la siguiente
forma:
1. Fosa sin revestimiento alguno.
Sólo se
conoce un
caso.
2. Fosa revestida de ladrillos
colocados en
hileras
alternas.
Forman una
sola fila y
estaban de
pie; en
otras se
utilizan
ladrillos y
lozas de
piedra
hincadas en
el suelo. La
cubierta es
de grandes
losas de
piedra,
cuyas
grietas
están
rellenas de
cantos
rodados y de
mortero de
cal. En
otros casos
se utilizan
ladrillos de
grandes
dimensiones.
3. Fosa revestida de losas de mármol.
4. Fosa rectangular.
5. Una sola sepultura formada por
tégulas
inclinadas
en forma de
dorso de
asno.
6. Sepulcro de túmulo. Se caracteriza
por la falta
de fosa. En
algunos
casos, su
interior es
de planta
rectangular,
en otros se
colocó un
féretro de
madera en el
suelo y se
realizó el
túmulo de
mortero, de
forma
rectangular,
con los
bordes
curvos y
parte
superior mas
estrecha que
la base.
En el interior de las tumbas
inventariadas
por Pérez de
Barradas, se
hallaron,
aproximadamente,
unas 20
vasijas, la
mayoría de
cuales son
jarras y
vasijas y,
en general,
recipientes
para
líquidos. Se
trata, al
parecer, de
una
costumbre
fúnebre ya
usada en
tiempos más
antiguos.
Los objetos
de adorno
son poco
significativos
según Pérez
de Barradas,
y aparecen,
fundamentalmente,
brazaletes,
pendientes y
anillos.
Entre los
objetos de
adorno, el
más
característico
es un broche
de cinturón,
que tiene
una
cronología
del siglo
VII o, a lo
sumo, de
finales del
siglo VI.
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