l Alcázar de
Toledo se
encuentra
cimentado
sobre roca
granítica en
el
promontorio
más alto de
Toledo,
dentro de
las murallas
de la
ciudad,
pero, a la
vez,
dominando a
ésta. Está
en el
extremo este
de Toledo,
próximo al
puente de
Alcántara y
al hospital
de Santa
Cruz (hoy
Museo
Arqueológico)
y a unos
pocos metros
de la plaza
de
Zocodover.
Gracias a su
estratégica
ubicación,
el Alcázar
representa
un resumen
de los
principales
episodios de
nuestra
historia
nacional,
pues ha sido
escenario
tanto de
aventuras
medievales
como testigo
de guerras
del siglo
XX. Se
trata, por
tanto, de un
edificio más
valorado por
su historia
que por su
arquitectura,
lo cual
resulta
lógico si se
tiene en
cuenta todas
las
reconstrucciones
que ha
sufrido a lo
largo de su
dilatada
historia.
Un poco de
historia del
Alcázar
La ocupación
permanente
del lugar
tiene lugar
en tiempos
de la
dominación
de los
romanos,
cuando, en
el siglo III
d. C.,
construyeron,
en la cima
de la
colina, un
‘pretorio’
con
guarnición
militar
permanente.
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El Alcázar y el puente de Alcántara. Calotipo de Edward King Tewison (1852). |
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En el año
568, creció
considerable-mente
la
importancia
de la ciudad
de Toledo,
debido a que
el rey
Leovigildo
establece en
ella la
capitalidad
política del
reino
visigodo, lo
que dio
origen a una
progresiva
ampliación y
reforzamiento
del
primitivo
recinto
amurallado
romano.
Ya en el
711, a causa
de la
invasión de
España por
los árabes,
y, más
tarde, por
la serie de
luchas que
mantuvo
Toledo
frente a los
emires de
Córdoba, la
incipiente
fortaleza
alcazareña,
denominada
por aquel
entonces
al-Hizan o
Alfizén, fue
objeto de
sucesivas
destrucciones
y
reconstrucciones.
Destacan las
obras
ordenadas
por el emir
Abd-al-Rahman
II en el año
836,
comple-mentadas
por sus
sucesores,
de las que
se conserva
en la
actualidad
el arco
original que
enmarcaba el
acceso por
el ángulo
sudoriental.
Pero fue a
lo largo de
su etapa
medieval
cuando el
Alcázar se
trasformaría
en autentica
fortaleza,
creciendo y
consolidando
su
estructura.
En 1085, la
ciudad de
Toledo fue
tomada y
anexionada a
los
territorios
del reino de
Castilla (de
los que fue
capital a
partir de
1087) por
las fuerzas
castellanas
dirigidas
por el rey
Alfonso VI,
quien, tras
conquistar
la plaza,
mandó
reedificar
el Alcázar
para su
utilización
como morada
real, al
tiempo que
reforzó su
fortificación
para
prevenirse
del peligro
almorávide.
Posteriormente,
los
sucesivos
monarcas,
Alfonso VII,
Alfonso
VIII,
Alfonso IX y
Fernando
III, la
fueron
ampliando y
reforzando.
Pero fue
sobre todo
en el siglo
XIII cuando
Alfonso X
‘el Sabio’
la
embelleció,
dotándola de
su forma
actual de
cuadrilátero
reforzado en
sus ángulos
por torres
cuadradas,
dando origen
así al
primer
alcázar con
esta forma.
De esta
época data
su fachada
oriental
hacia el
puente de
Alcántara,
la cual está
dotada de
matacanes.
Desaparecida
definitivamente
la amenaza
musulmana
tras la
caída del
reino nazarí
de Granada
en manos de
los Reyes
Católicos,
el 1 de
enero de
1492, el
Alcázar
acrecentaría
su función
de morada
regia. A
partir de
esta época,
el Alcázar
adquirió
gran
importancia
en la vida
política,
social y
cultural de
España, pues
fueron
muchos los
reyes que lo
habitaron y
muchos
también los
nobles,
guerreros
distinguidos
y mujeres
ilustres que
pasaron por
sus
estancias a
lo largo de
su dilatada
historia.
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El Alcázar de Toledo (Foto de 1880). |
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Una etapa
conflictiva
por la que
hubo de
pasar la
fortaleza
fue la que
tuvo lugar
durante el
levantamiento
en armas de
comuneros
(1520-23),
cuando el
Alcázar se
convirtió de
nuevo en
objeto de
disputa,
siendo
controlado,
en un primer
momento, por
las fuerzas
leales a
Carlos I y,
poste-riormente,
por los
comuneros. Derrotados
finalmente
los
comuneros en
la batalla
de Villalar
el 23 de
abril de
1521, sus
jefes,
Padilla,
Bravo y
Maldonado,
fueron
ejecu-tados.
Además, fue
desde el
Alcázar
desde donde
María
Pacheco,
viuda del
comunero
Juan
Padilla,
dirigió la
defensa de
Toledo
contra las
tropas
imperiales,
que habían
puesto cerco
a la ciudad.
Resistió la
viuda el
asedio
durante tres
meses, de
donde logró
huir antes
de que sus
seguidores
rindiesen la
plaza.
Acabada la
revuelta, la
estancia del
emperador
Carlos I en
el Alcázar
con motivo
de la
convocatoria
de Cortes en
1925 inclinó
su decisión
de
agrandarlo y
apartarlo
definitivamente
como mansión
regia,
adaptándolo
a la altura
de sus
imperiales
circunstancias,
para lo cual
encargó las
trazas
iniciales a
su principal
arquitecto,
el toledano
Alonso de
Covarrubias,
que empezó
su
remodelación
hacia 1536.
Covarrubias
se encargó
de la
fachada
norte, a la
cual añade
un portal
plateresco,
y, luego,
será el
arquitecto
Villalpando
quien
desarrollará
su trabajo
en el patio
central y en
las
escaleras.
Las obras
fueron
continuadas
por su hijo
Felipe II,
quien
encarga la
continuación
de las
mejoras de
la
construcción
a Juan de
Herrera, que
concibe la
fachada sur
de estilo
churrigueresco
e introduce
su estilo en
la
decoración
general del
edificio. La
fachada
oeste es de
estilo
renacentista,
y la este,
medieval,
con tres
torreones
cilíndricos
y defensa
almenada.
En 1561,
Felipe II
decide
trasladar la
Corte a
Madrid, por
lo que el
Alcázar
pierde su
función de
sede regia y
comienza así
una larga
etapa de
abandono y
progresiva
decadencia.
A mediados
del siglo
XVII, se
tiene
constancia
de que el
edificio
sirvió como
cárcel y,
posteriormente,
como cuartel
para la
caballería.
Tras la
muerte de
Carlos II,
acaecida en
1700, su
viuda,
Mariana de
Nieburg, fue
la última
persona de
estirpe real
que llega a
utilizar el
Alcázar como
residencia.
Algunos
alcaides del
Alcázar
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El coronel José Moscardó Ituarde, héroe de la defensa del Alcázar. |
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El héroe
castellano
de la Edad
Media,
Rodrigo Díaz
de Vivar,
llamado “El
Cid”, fue el
primer
gobernador o
alcaide de
la
fortaleza,
que lo
guareció con
mil hidalgos
castellanos
y
aragoneses,
antes de ser
desterrado
por el rey
Alfonso VI,
resentido
con el Cid
por el
juramento
que éste le
obligó a
prestar en
la iglesia
de Santa
Gadea
(Burgos)
antes de
posesionarse
del trono.
Pero el
Alcázar
también fue
testigo de
la
reivindicación
de su fama.
Allí se
celebraron
las Cortes
que pidió a
su señor una
convocatoria
para que se
le hiciera
justicia
tras la
ofensa de
sus yernos,
los infantes
de Carrión,
en el
robledal de
Corpes, al
abandonar a
sus hijas
tras
azotarlas.
Años más
tarde, la
que manda en
el Alcázar
es
Berenguela,
esposa de
Alfonso VII.
Ésta vio
desde la
torre
central de
la fachada
oriental
cómo miles
de soldados
árabes
atacaban el
castillo de
San Servando
y cómo
dañaban los
campos
cercanos,
talando
viñas,
mientras
preparaban
el asalto a
la ciudad de
Toledo,
intento que
luego
abandonan,
según se
cuenta,
avergonzados
al tener
conocimiento
de que
Berenguela
estaba
desguarecida.
El Alcázar y
el amor
adúltero
La estancias
del Alcázar
también
fueron
escenario de
los amores
de la hebrea
toledana
Raquel con
Alfonso VII,
por quien
abandona a
su legítima
esposa
Leonor de
Inglaterra.
Los nobles,
y el pueblo
en general,
indignados
por el
abandono del
deber por
parte del
monarca, y
llevados del
frenético
antisemitismo
de la época,
aprovecharon
la ausencia
del rey para
asaltar el
Alcázar y
asesinar a
la joven
judía,
acabando así
con su
nefasta
influencia.
Otra de las
huéspedes de
dichas
estancias
fue María de
Padilla,
amante del
rey Pedro I
“el Cruel”,
la cual las
habitó
durante
algún
tiempo,
mientras que
Blanca de
Borbón,
esposa
legítima de
este
adúltero
rey, sufrió
dura prisión
dentro de su
recinto.
El Alcázar y
los
desastres de
la guerra
El Alcázar
sufrió
nefastas
consecuencias
a lo largo
de diversas
guerras.
Durante la
Guerra de
Sucesión
(1700-1715),
que tuvo su
origen en la
disputa
entre Carlos
de Austria y
Felipe de
Anjou por la
ocupación
del trono de
España, las
tropas
aliadas de
los
Austrias, al
mando del
general
Starhemberg,
lo
incendiaron
en 1700 y
fue
convertido
de nuevo en
cuartel por
el
pretendiente
austriaco.
Los
proyectos de
restauración
se iniciaron
durante el
reinado de
Felipe V y,
a partir de
1774, el rey
Carlos III
autorizó las
obras para
establecer,
bajo la
rectoría
eclesiástica
del cardenal
Lorenzana,
la llamada
Real Casa de
la Caridad,
con los
diseños del
famoso
arquitecto
Ventura
Rodríguez.
Gran parte
del nuevo
edificio se
aprovechó
para
proporcionar
aprendizaje
de un oficio
a centenares
de jóvenes y
adultos de
las clases
más
necesitadas
y se
pusieron en
marcha
telares.
De igual
manera,
durante la
Guerra de la
Independencia
(1808-1813),
con la
ocupación de
Toledo por
las tropas
francesas,
el Alcázar
vuelve a ser
incendiado
en enero de
1810,
quedando en
pie los
muros
exteriores y
poco más.
Posteriormente,
desde 1846,
fueron
sucediéndose
las obras de
reconstrucción
para
albergar el
Colegio
General
Militar
(trasladado
desde
Segovia),
transformado
(por Real
Decreto de 5
de noviembre
de 1850) en
academia
militar, con
el nombre de
Colegio
Militar de
Infantería,
convirtiéndose
así la
Ciudad
Imperial en
la cuna de
la
Infantería
Española y,
posteriormente,
en la
Academia
General
Militar,
creada el 20
de febrero
de 1882.
En 1887,
cuando poco
restaba para
acabar con
la totalidad
de las
obras, el
Alcázar
sufre un
nuevo
incendio,
esta vez de
carácter
fortuito,
que tuvo su
origen en la
biblioteca
la noche del
9 al 10 de
enero. En
los tres
días que
duró el
incendio,
todo quedó
reducido a
escombros y
cenizas;
únicamente
quedaron en
pie los
muros, la
escalera
principal y
la arquería
del patio.
Tiempo
después, se
normalizó su
funcionamiento,
pero
únicamente
como sede de
la Academia
de Infantería.
Por fin, de
1931 a 1936,
sirvió como
sede de la
Academia de
Infantería,
Caballería e
Intendencia.
¡El Alcázar
no se
rendirá
jamás!
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Miembros de las milicias republicanas disparando contra el Alcázar. |
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El ultimo
suceso
sangriento
acaecido en
él ocurrió
durante la
Guerra Civil
española
(1936-1939),
cuando el
Alcázar fue
asediado,
desde el 21
de julio al
28 de
septiembre
de 1936, por
las tropas
republicanas,
que, a pesar
de su gran
superioridad
en medios de
todo tipo,
se vieron
obligadas a
recurrir a
su
destrucción
sistemática
con
aviación,
artillería,
minas y toda
clase de
elementos
bélicos, al
serles
imposible su
ocupación,
dejando el
edificio
reducido a
escombros.
Cabe
destacar que la
resistencia
de los
defensores
del Alcázar
la
constituían
unos 1580
hombres,
entre los
que había
800 miembros
de la
Guardia
Civil, 8
cadetes de
la Academia
de
Infantería,
1 de la de
Artillería y
110 civiles,
quienes, con
víveres y
agua
escasos, sin
medios
sanitarios y
a cargo de
unas 500
mujeres y 60
niños,
resistieron
entre las
ruinas, bajo
las órdenes
del coronel
José Moscardó
Ituarde
(1878-1956),
soportando
todos los
ataques a
que fueron
sometidos
por tierra y
aire, y
rechazando
todas las
propuestas
de
rendición.
Casi a
comienzos
del sitio,
tuvo lugar
uno de los
episodios
más
gloriosos de
esa guerra,
la
conversación
que sostuvo
por teléfono
el coronel
Moscardó con
el jefe de
las milicias
populares
que cercaban
la
fortificación
y su hijo
Luis,
prisionero
de las
fuerzas
republicanas.
Se afirma
que el 23 de
julio, a
media
mañana, un
ayudante
comunicó al
coronel que
le requerían
telefónicamente
y que creía
que era su
hijo Luis.
Moscardó
acudió al
teléfono.
Por tratarse
de una
cuestión que
ha suscitado
(y aún
suscita)
bastantes
controversias,
creo
oportuno
reproducir
el diálogo
telefónico
que tuvo
lugar entre
los antes
mencionados,
ahora
grabado en
letras de
oro sobre
una de las
paredes del
despacho que
ocupó el
jefe del
Alcázar
durante el
asedio. Es
el
siguiente:
—Habla el jefe de las milicias populares.
—Aquí, el coronel Moscardó.
—Son ustedes responsables de todos los crímenes que están sucediendo. Le doy diez minutos de plazo para que se rinda. Si no lo hace, fusilaremos a su hijo Luis, que está prisionero en nuestras manos.
—Lo creo.
—Para que vea usted que es verdad lo que digo, se va a poner al aparato.
—¡Papá!
—¿Cómo estás, hijo mío?
—Dicen que me van a fusilar si no te rindes.
—¿Y tú que piensas?
—Que no te debes rendir, papá. ¡No importa que me fusilen!
—No esperaba menos de ti, hijo mío. Encomienda tu alma a Dios y muere como un patriota.
—¡Un beso muy fuerte, papá!
—¡Un beso muy fuerte, hijo mío!
(Moscardó al jefe de las milicias:)
—Puede usted ahorrase el plazo que me ha dado, porque el Alcázar no se rendirá jamás. |
Luis fue
fusilado,
pero el
Alcázar no
se rindió.
Finalmente,
tras
resistir 70
días
atrincherados
en el
Alcázar,
aguantando
heroicamente
el incesante
bombardeo
pesado y
repeliendo
los
continuos
ataques de
las milicias
republicanas,
las tropas
del también
sublevado
general José
Enrique
Varela toman
Toledo, el
28 de
septiembre
de 1936,
liberando lo
que quedaba
de la
guarnición
sitiada y al
personal
civil.
Y surgiendo como un fantasma de aquel edificio casi derruido,
Moscardó se
apresuró a
dar
novedades al
comandante
jefe de las
fuerzas
liberadoras
y, cuadrado
ante el
general
Varela,
pronunció
una frase
que ha
pasado a los
anales de la
Historia:
“Mi general,
sin novedad
en el
Alcázar”.
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Estado que presentaba el Alcázar cuando
las tropas del también sublevado general José Enrique Varela toman Toledo, el 28 de septiembre de 1936, y liberan a los que quedaban de sus defensores. |
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La
consagración
heroica del
Alcázar,
personificada
en el
coronel
Moscardó, le
sirvió a
Franco para
reivindicar,
al día
siguiente
del
levantamiento
del asedio,
su derecho
al poder
total del
ejército
sublevado como
Comandante
Supremo del
bando
nacional en
la guerra,
jefe del
Estado y
presidente
del
Gobierno.
Ponen en
entredicho
la veracidad
del
acontecimiento
relatado en
la
conversación
una serie de
hechos: su
sospechosa
semejanza
con la
leyenda de
Guzmán “el
Bueno”, que
sacrificó
valerosamente
la vida de
su hijo
durante el
sitio de
Tarifa por
lo árabes,
en el siglo
XIII,
arrojando su
propio puñal
al asesino;
que sólo
escritores
franquistas
hayan sido
los
divulgadores
del suceso
con todo
lujo de
detalles;
que el
nombre de
Luis
Moscardó
figura en
una lista de
fusilados
unos días
después,
como
represalia
republicana
a un
bombardeo de
Toledo por
aviones
nacionales;
y que la
última
conferencia
telefónica
con el
coronel
Moscardó la
realizó
Francisco
Barnés hacia
las nueve de
la noche del
22 de julio;
después, la
línea
telefónica
quedó
cortada, al
igual que el
fluido
eléctrico,
detalle este
confirmado
en el
‘Diario’ del
coronel.
Pero pese a
su dudosa
historicidad,
esta
conversación
telefónica y
la defensa
del Alcázar
durante
tantos días,
trascendieron
al mundo
entero,
quedando
registrada
en la
Historia de
España como
ejemplo
sublime de
heroísmo y
de
sacrificio
por los más
altos
ideales.
Manuel
Machado
cantó esta
gesta que
hace
referencia a
la historia
del Alcázar:
Las piedras
del Alcázar
de Toledo
—piedras
preciosas
hoy—
vinieron un
día
al César,
cuyo sol no
se ponía,
poner al
mundo
admiración y
miedo.
Sillares
para templo
de la Fama
palacio
militar, a
su grandeza
el arte dio
la línea de
belleza
que a su vez
más
desdibujó la
llama.
Hoy, ante su
magnifica
ruina,
honor
universal,
sol en la
Historia,
puro blasón
del español
denuedo,
canta una
voz de gesta
peregrina:
Mirad, mirad
cómo rezuman
gloria
las piedras
del Alcázar
de Toledo.
El Alcázar,
hoy
El Alcázar,
tras ser
casi
derruido
durante este
asedio
republicano,
fue de nuevo
restaurado,
reconstrucción
que culminó
en 1961
siguiendo
las trazas
diseñadas en
la época del
emperador
Carlos y
Felipe II, y
fue
habilitado
como Museo
del
Ejército, en
una de cuyas
salas se
reproducen
escenas del
último
asedio.
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