a gracia, la
espontaneidad, la
picardía de los bailes
andaluces y la
sensualidad y el descaro
de las danzas
afroamericanas
constituyen la materia
prima de la que se
alimentó lo que hoy
conocemos como «baile
flamenco». Y los
andaluces y los gitanos
que vieron la luz en
esta tierra del Sur de
España fueron los
artífices que obraron el
milagro. Unos pusieron
la sal, otros el
temperamento. Pero los
dos contribuyeron
decisivamente al
nacimiento de la
criatura. Sin el
concurso hermanado de
estas dos razas, la
castellana y la gitana,
hoy existirían, sin
duda, bailes que
llamaríamos ‘andaluces’
y bailes que
denominaríamos
‘gitanos’, pero ninguno
tendría la belleza, ni
el genio ni la garra del
flamenco.
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La "venus
Calípige".
(Museo Nacional
de Nápoles) |
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La simbiosis entre estas
dos fuentes duró siglos.
Fue un diálogo
ininterrumpido entre
bailes populares y
bailes de teatro, entre
gentes del pueblo y
profesionales de la
danza. Un diálogo
abierto y libre de
prejuicios entre
andaluces y calés, y los
que fueron llevados a
tierras americanas nos
fueron enviando en
sucesivas oleadas desde
los puertos caribeños,
con sus contoneos,
quiebros y ritmo
binarios, lo mejor de
sus habilidades
bailaoras. Fue, en
definitiva, un diálogo
que benefició a todos
sus interlocutores,
pero, sobre todo, al
baile mismo. Gracias a
él, se fusionaron
estilos y se fueron
acumulando pasos y
mudanzas. Se fue
enriqueciendo así, día a
día, el patrimonio
dancístico que cada
generación legaba a la
que le sucedía.
Primeras
bailarinas
Las primeras bailarinas
que alcanzaron renombre
en la historia del mundo
eran andaluzas. La
referencia inicial que
posiblemente aluda a
estas singulares
bailarinas se remonta a
finales del siglo II a.
C. y se la debemos a
Estrabón. Sin embargo,
cuando la fama
internacional de estas
danzarinas alcanza su
cenit es durante el
Imperio Romano, hacia la
segunda mitad del siglo
I. Entonces, formando
pequeñas compañías de
música, canto y baile,
sirven de solaz a
quienes pueden
permitirse el lujo de
contratarlas y se
convierten en
protagonistas de
cualquier fiesta que se
preciara de serlo.
El baile que hacían
aquellas andaluzas era
esencialmente sensual y
voluptuoso, y estaba
cargado de insinuaciones
eróticas. De una de
aquellas impúdicas
danzarinas, la historia
ha conservado su nombre:
la llamaban ‘Telethusa’
(‘la Floreciente’). De
ella se dice que inspiró
al autor de la famosa
Venus Calípige.
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Cómicos
bailando.
(Grabado de
1779) |
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Con la llegada a
Andalucía, hacia el 411,
de las primeras tribus
vándalas, se abre un
período oscuro y
borrascoso para los
andaluces
hispanorromanos. Son
años de inseguridad,
incertidumbre y pobreza,
de los que apenas se
tienen noticias
fidedignas. Son siglos
difíciles para el
desarrollo de las artes.
Pero, de una u otra
manera, bajo tal o cual
dominio, la vida
cotidiana del pueblo
continúa su curso, y la
afición por el baile
sobrevive.
Danza
paganas
Las ‘puellae gaditanae’
eran las bailarinas que
animaban los banquetes
de los reyes y señores
del siglo VI. Durante la
dominación visigoda se
siguieron celebrando los
ritos y ceremonias con
los que los íberos e
hispanorromanos habían
rendido culto a la
divinidad solar. Tenían
lugar en los solsticios
de verano y de invierno.
Esos días, el pueblo
hispanorromano se
engolfaba intensamente
en la fiesta. Adornaban
sus cabezas con flores
y, a la luz de hogueras
y fogatas, danzaban al
son de panderos y
chinchines. Eran fiestas
de carácter dionisíaco
en las que, terminados
los bailes rituales, se
bebía, se comía y se
retozaba.
La tradición festera de
ascendencia precristiana
se conserva hoy en los
montes de Málaga y La
Axarquía, en la zona
centrada en el partido
de Verdiales, y
enmarcada por el
triángulo formado por
Villanueva de la
Concepción y los ríos
Guadalhorce y Vélez,
bajo la denominación de
‘fiesta verdialera’ y
protagonizada por
pequeñas cuadrillas de
músicos y danzarines
denominados ‘pandas’.
Danzas
moriscas
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"Familia de
gitanos
artistas",
de Gustavo Doré.
(Grabado de
1862) |
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Al campesino de origen
bereber, luego llamado
‘morisco’, no le
afectaron las censuras y
prohibiciones que sobre
el baile imponían los
puritanos islamistas.
Antes de cruzar el
estrecho, tenían sus
propias danzas. Entre
ellas, la más popular
era la ‘guedra’, una
danza en la que se
llegaba a un verdadero
trance, en el que tanto
los intérpretes como los
espectadores quedaban
como hipnotizados.
Con la zambra, los
moriscos celebraron los
acontecimientos más
importantes de su vida
social y familiar y
también participaron en
las solemnidades cívicas
y religiosas de su día.
La palabra zambra
era sinónimo de
fiesta, de
algazara, y servía
también para denominar
el conjunto que formaban
músicos y danzantes.
Cuando estas fiestas se
hacían de noche se las
llamaba ‘leilas’, que
finalmente pasó a
designar un baile
concreto.
A partir de 1611,
oficialmente no quedaba
ningún morisco en
nuestro país; sin
embargo, entremezclados
con la población de
etnia gitana, en
Andalucía quedaron
bastantes realmente.
Continuaba así una
relación entre gitanos y
moriscos, comenzada en
el barrio granadino de
Rabadasif. Es difícil
concretar cuáles son los
frutos, en el campo de
la danza, de esas
relaciones entre gitanos
y moriscos. Sin embargo,
de lo que no cabe la
menor duda es que este
hermanamiento cultural
hubo de ser positivo si
tenemos en cuenta la
capacidad del gitano de
todo tiempo y lugar de
apropiarse de las
músicas y los bailes
populares que ha ido
encontrando a su paso.
La danza
y el teatro
A partir del siglo XVI,
y muy especialmente
durante el VXII,
comienzan a ponerse los
cimientos y a definirse
y codificarse el
patrimonio de pasos y
movimientos que luego
constituiría la base del
futuro baile flamenco.
Es durante este período
cuando los bailes
populares suben a las
tablas de los teatros.
Se interpretan en los
intermedios, bien
formando parte de
entremeses y sainetes,
bien como elemento único
del entreacto, y son
precisamente estos
bailes los que
garantizan el éxito de
todo tipo de comedias y
espectáculos teatrales.
Gracias a ellos, se
produce sobre y desde
esos escenarios el
primer diálogo entre lo
popular y lo
profesional, entre
aquellas mozas de tronío
que bailaban simplemente
porque se lo pedía el
cuerpo y los cómicos que
daban vida en los
corrales de comedias a
los bailes que en cada
momento estaban en boga.
Los cómicos hacían las
delicias del público con
los bailes que
interpretaban. Por lo
general, éstos procedían
de las capas populares,
entre las cuales, el que
nacía o salía con el don
de la danza, al no
pertenecer a la raza
gitana, no tenía otra
salida que hacerse
cómico si quería hacer
de esa virtud su medio
de vida.
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José Otero |
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Y si de extracción
popular eran los
cómicos, popular era
también era parte muy
importante de los
espectadores que
asistían a aquellas
funciones. El teatro era
un vicio nacional, y las
gentes no sólo asistían,
sino que también
participaban
activamente.
Participaban exigiendo
determinados bailes y
cantares.
El teatro
y la calle
Los cómicos llevaron a
los escenarios los
bailes que el pueblo
hacía en sus reuniones y
festejos, y allí, sobre
los escenarios, fueron
codificando y fijando
sus pasos y movimientos,
al tiempo que los
enriquecieron con sus
propias aportaciones.
El pueblo que asistía a
aquellas funciones los
veía y disfrutaba de
ellos. Y entre el pueblo
que abarrotaba los
corrales de comedias
había muchos amantes de
la danza y muchas mozas
del pueblo, que, desde
la ‘cazuela’ (zona
reservada exclusivamente
a las mujeres), no sólo
miraban fascinados las
evoluciones de actores y
actrices, sino que,
después, copiaban sus
pasos y los
interpretaban a su
manera. Estos bailes que
las mozas o mozos de
mulas de cualquier
posada eran capaces de
hacer eran andaluces.
Eran bailes que gozaban
de popularidad durante
un tiempo determinado y
que al final terminaban
abandonándose y cayendo
en el olvido, porque con
ellos se elaboraban
bailes nuevos. Pasado un
tiempo, los cómicos
volvían su mirada a lo
popular y se inspiraban
y bebían de nuevo en la
fuente de lo espontáneo
y vital. Allí se
reencontraban con parte
de lo que ellos mismo
habían reelaborado, pero
que el pueblo había
modificado quitándole
dificultades técnicas,
artificialidad,
devolviéndole la
frescura de lo
espontáneo. Y así, una y
otra vez, en una
intercomunicación fluida
y continuada.
Bailes de
escena
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El "Faíco" |
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Muchos fueron los bailes
populares que se
interpretaron durante
los siglos XVI y XVII
sobre los escenarios de
los teatros. Los hubo de
todo origen, pero los
que siempre se llevaron
el aplauso del público,
la palma del éxito y la
popularidad fueron los
que habían nacido en
Andalucía.
En unos primaba lo
airoso elegante; en
otros, lo pícaro, y en
otros, lo voluptuoso y
desvergonzado. Antonio
Hurtado de Mendoza, en
su entremés El
examinador Miser Palomo,
impreso en 1618, fue
capaz de glosar, en
cuatro inspiradísimos
versos, la esencia y la
forma de bailar los
primeros:
Blandas las castañetas,
los pies ligeros,
mesurados los brazos,
airoso el cuerpo.
La ‘seguidilla’, una de
las tonadas más
populares de todo el
repertorio de cantos y
bailes folclóricos
españoles, fue el
prototipo de los bailes
alegres, bailes de
gracia y donaire. No era
andaluza de nacimiento,
pero las andaluzas
supieron darle un sello
especial, tanto que
primero se llamó
‘seguidilla sevillana’,
y después, simplemente,
‘sevillana’, tal como
la conocemos hoy.
Las seguidillas fueron
baile casi obligado en
la mayoría de las piezas
teatrales y, además, fue
fuente de inspiración y
archivo de pasos y
mudanzas para la
elaboración de nuevas
danzas.
Las ‘jácaras’ fue el
baile picarón y
desenfadado, propio de
jaques, marcas y mozos
crúos. Subió a los
escenarios ligado a los
romances con los que
algunos juglares
cantaban las hazañas de
los valentones
jacarandinos y demás
personajes del hampa.
Surgieron así muchos
bailes de muy diversa
índole y origen, como
éstos: la ‘jácara’, el
‘escarramán’ y la
‘capona’.
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Juana Vargas, la
"Macarrona" |
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Los llamados «bailes
afrocubanos» (conocidos
como ‘bailes de negros’)
fueron la salsa de
infinidad de piezas
teatrales. Eran el
prototipo y la
quintaesencia de la
sensualidad. Bailes
encantadoramente
voluptuosos y
descaradamente
desvergonzados. Estos
bailes fueron, sin duda,
los que hicieron
escribir a Antonio
Hurtado de Mendoza De
la cintura abajo, Dios
los perdone.
Algunos bailes
afrocubanos fueron el
‘guineo’, la
‘zarabanda’, la
‘chacona’, el
‘zarambeque’, el
‘retambo’ (o
‘retumbillo’), la
‘cachumba’ y el ‘paracumbé’,
entre muchos otros.
Estos bailes fueron
perdiendo su carácter
ritual y religioso y se
convirtieron en centro y
protagonista de
cualquier fiesta
popular. Eran una forma
y una fórmula de
mantenerse cercano a sus
orígenes, de revivir
lejanos recuerdos, pero,
sobre todo, eran una
manera de divertirse, de
engolfarse en el
jolgorio.
Danzas de
gitanos
Desde su llegada a
nuestro país, hacia el
1425, una de las
principales ocupaciones
de los gitanos ha sido
el arte, el espectáculo.
Era una forma de vida y
una dedicación por la
que siempre mostraron (y
aún lo hacen) una
predisposición casi
innata y unas dotes
envidiables. Existía
rivalidad entre las
gitanas y las mozas
castellanas; de esto nos
ha dejado constancia
Jerónimo de Cáncer y
Velasco en su entremés
Los gitanos, del
que entresacamos una
cita:
Aquí en esta plazuela,
en distintos aposentos
viven todas las gitanas
que hay en Madrid, y
volviendo
por esotra acera habitan
labradoras, cuyo empleo
son yerbas que al campo
usurpan para pabetes
caseros.
Estos gitanos formaban
pequeñas troupes
de carácter familiar que
deambulaban, como
nómadas, de pueblo en
pueblo, de ciudad en
ciudad, en cuyas plazas
exhibían su espectáculo.
Unos tocaban, otros
cantaban, y,
generalmente, las
mujeres ponían el baile,
y, para infortunio de
más de un incauto
espectador, a veces le
acompañaban otros que
tenían como misión
aligerarle los
bolsillos. Danzaban al
son de castañetas,
sonajas y panderos, y,
con el acompañamiento de
guitarras y tamboriles,
cataban al mismo tiempo
que ejecutaban los
bailes.
Hacia la mitad del siglo
XVIII, aparecen los
primeros documentos y
datos históricos que nos
hablan de bailes de
gitanos y nos
proporcionan los
primeros nombres de
quienes ya gozaban de
fama interpretándolos o
dirigiendo danzas.
Algunos nombres de
bailarinas y autoras de
danzas eran Catalina de
Almoguera, La Jimena,
Dominga Orellana, La
Flaca, Tío Gregorio y
Andrea la del Pescado.
Y nació
el flamenco
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Ángel Pericet en
una instantánea
de su
representación
de obra "La
malagueña y el
torero". |
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Fiesta y drama. Jolgorio
y tragedia. Risas y
quejidos. Todavía no
existía el flamenco,
pero las dos caras de la
manifestación jonda ya
estaban presentes en los
bailes que, a mediados
del siglo XVIII, hacían
los gitanos. La cara
festera, materializada
en danzas que habían
nacido en el corazón de
África, era todavía la
más sobresaliente, pero
la trágica ya había
empezado a aflorar en
aquellas quejas con que
se iniciaban los cantes
y los bailes. Y lo más
importante para el
desarrollo del futuro
flamenco: parece que ya
entonces ambas tenían su
público.
A partir de estas fechas
comienzan a surgir
artistas que iban
evolucionando este arte,
algunos nombre son: La
Caramba, La Tirana,
Isabel Jiménez,
Angustias Cruz… Y
algunos bailes
precedentes del recién
nacido flamenco son el
‘fandango’, el
‘zorongo’, el ‘jaleo’,
la ‘cachucha’, la
‘rondeña’, etc.
Camino de
la modernidad
El siglo XIX va a ver
cambiar muchas cosas en
el panorama del baile
andaluz. Se prohíbe
representar en toda
España a actores,
bailarines y cantantes
de otras naciones. Mucho
más importante que esa
prohibición fue la
preocupación sentida por
la necesaria formación
dancística de los que
habían de interpretar
bailes en los teatros y
el nacimiento de
compañías dedicadas a la
representación de
bailes. Por primera vez,
los que sentían la
vocación del baile
podían dedicarse con la
denominación de
‘boleras’ y ‘boleros’ a
la práctica exclusiva de
este arte.
En las últimas décadas
del siglo decimonónico,
el repertorio básico de
los bailes se hacía en
los cafés cantantes y
básicamente estaba
formado por alegrías,
tangos, soleares y
zapateados. Una
característica
importante del baile de
aquellos años era la
frontera que dividía el
baile de hombre y el de
mujer o, mejor dicho, el
de falda y el de
pantalón.
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"Realito" |
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Cuando amanece el siglo
XX, el baile flamenco ya
se ha consolidado como
género específico, con
rasgos y características
propias, pero su
repertorio es
relativamente corto. Por
fortuna, comienzan a
bullir en la imaginación
de algunos bailaores
nuevas inquietudes
artísticas, por lo que
el baile flamenco siguió
ampliando sus fronteras
con los sones del
‘garrotín’, la ‘farruca’
y las ‘guajiras’.
Para finalizar este
breve paseo por la
evolución de la danza en
España, hay que destacar
a los artistas más
importantes de este
arte, aquellos que
consiguieron impulsarla
y desarrollarla,
teniendo siempre
presente que esta
manifestación artística
está en continuo cambio
y progreso.
Los artistas más
sobresalientes son el
‘Lamparilla’, Antonio de
Bilbao, Salud Rodríguez,
‘la hija del Ciego’; la
‘Cuenca’, José Otero,
José Molina, Mario Maya,
Manolete, Mariquilla, el ‘Faíco’,
el ‘Estampío’,
‘Frasquillo’, Antonio
Ramírez, la ‘Macarrona’,
Ángel Pericet, ‘Reaito’,
Magdalena Seda, la
‘Malena’; la
‘Tanquerita’ y tantos
otros…
Continúan bebiendo de
estas fuentes los
grandes maestros que
actualmente están
viviendo la nueva época
en la historia del baile
andaluz y flamenco. En
este nueva etapa, el
abanico de bailes
flamencos se sigue
enriqueciendo con nuevos
estilos. Así, Regla
Ortega bailó los tientos
y del Caribe nos llegó
la rumba. Vicente
Escudero se inventó la
seguiriya y la bailó en
muchísimas ciudades.
Años después, Carmen
Amaya creó el taranto
cuando andaba por
tierras americanas.
Antonio Ruiz bailó por
primera vez el
martinete. Merche
Esmeralda y Eva ‘la
Hierbabuena’, cada una
por su lado, le pusieron
baile a la granadina. Y
como la vida sigue,
estamos en continuo
cambio y evolución,
dispuestos a recibir
cuantiosos regalos de
este arte tan nuestro,
la danza flamenca, el
baile flamenco, el
flamenco. |