ara
comprender
el
significado
de lo que
supuso para
España la
batalla de
las Navas de
Tolosa, se
hace
necesario
contextualizarla
históricamente,
así sabremos
de qué
hablamos
cuando nos
centremos
específicamente
en este
acontecimiento
histórico de
capital
importancia
en el
devenir de
la España
cristina.
Allá por el
año 600 de
nuestra era,
Mahoma,
profeta del
Islam, que
había nacido
en La Meca
(Arabia)
unas décadas
antes,
consiguió
unir a
centenares
de tribus
árabes
nómadas para
empezar una
época de
expansión
que, con el
decurso del
tiempo,
llevaría el
Islam desde
el occidente
de Europa al
oriente de
Asia. A
todos
aquellos
pueblos que
decidieron
seguir las
creencias
del profeta
se les llamó
‘musulmanes’,
que
significa
‘los que se
someten a
Alá’.
La llegada
del Islam a
Europa se
explica por
la rápida
expansión
que
experimenta
la conquista
musulmana
hacia
Occidente a
partir del
califa Umar
I, logrando
que los
dominios del
nuevo
imperio se
extendieran
desde Egipto
(639) hasta
Marruecos
(hacia el
año 700).
Desde allí,
por el
estrecho de
Gibraltar,
dan el salto
hacia Europa
a través de
la Península
Ibérica, en
la que el
reino
visigodo
agotaba la
última etapa
de su
existencia
inmerso en
guerras
civiles por
el trono.
Los pueblos,
tribus o
etnias que
se topaban
con los
musulmanes y
cuyas
creencias
religiosas
no estaban
muy
definidas,
entraban a
formar parte
del pueblo
musulmán,
así que,
para la
época de la
conquista de
España, el
Islam se
había
difundido ya
desde Arabia
a todo el
Norte de
África, por
Occidente, y
el lago Aral
y el río
Indo, por
Oriente,
constituyendo
la
civilización
más poderosa
del momento.
En un
principio,
al
extinguirse
todos los
parientes de
Mahoma al
frente del
califato
(llamado el
Califato
Perfecto),
se entroniza
la dinastía
de los
Omeyas
(dando
inicio al
Califato
Omeya), bajo
cuyo dominio
el imperio
alcanza su
máximo
esplendor.
Moavia, su
creador,
traslada la
capital de
Medina a
Damasco
(Siria) y
hace
hereditario
el trono.
Las
cuantiosas
riquezas de
la conquista
ocasionaron
la
corrupción
de
costumbres y
el
consiguiente
recelo entre
las otras
familias
nobles, y, a
mediados de
siglo VIII,
los Omeyas
son
destronados
y
exterminados
por
Abul-Abas,
perteneciente
a los
Abasíes, que
implanta una
nueva
dinastía al
frente del
imperio (el
llamado
Califato
Abasida).
Los Abasíes
trasladaron
el centro de
poder de
Damasco a
Bagdad
(Irak).
La España
musulmana
La historia
de la España
musulmana
comienza en
el año 711.
A finales de
abril de ese
año, Tariq
ibn Ziad, a
la cabeza de
un ejército
de siete mil
hombres,
cruza el
estrecho de Gibraltar y desembarca
en la
Península
Ibérica. En
un intento
de evitar lo
irremediable,
el rey godo
Rodrigo le
sale al
frente,
resultando
derrotado y
muerto a las
orillas del
río
Guadalete.
Despejado el
camino de
cualquier
obstáculo,
los
ejércitos
musulmanes
dispusieron
proseguir la
campaña de
conquista,
y, en unos
cuatro años,
sin apenas
oposición,
el poderío
árabe se
extendía,
prácticamente,
por todo el
territorio
peninsular,
al que
denominaron
Al-Andalus.
En su
irrefrenable
avance,
atraviesan
los Pirineos
y penetran
en el reino
de los
francos,
donde Carlos
Martel les
pone freno
en la
batalla de
Poitiers
(732). Esta
parte
francesa es
la zona más
septentrional
europea a
que llegan
los
musulmanes.
Derrotados,
emprenden su
camino de
vuelta a la
Península,
ya sometida
casi en toda
su
extensión.
Los
musulmanes
manifestaron
un profundo
respeto
hacia los
cristianos,
lo que
contribuyó a
que las
ciudades y
poblados
españoles se
sometiesen
sin oponerse
demasiado a
la nueva
cultura
invasora.
Esta
situación de
tolerancia y
convivencia
pacífica, a
pesar de las
grandes
diferencias
religiosas y
culturales,
discrepando
en muchos
aspectos,
pero
aceptándose
por lo
común, fue
general, con
algunos
momentos de
excepción,
tanto los
territorios
sometidos
como en los
de dominio
cristiano
(iniciada ya
la
Reconquista).
Como es
lógico, los
musulmanes,
aun
dominando
prácticamente
la totalidad
de la
Península,
tuvieron más
influencia y
más poder en
el Sur, el
sitio de su
invasión
inicial. Los
pueblos del
Norte de
España, tan
pronto como
les fue
posible,
iniciaron
una rebelión
contra los
invasores,
y, en un
lento
proceso
reconquistador,
fueron
empujando a
los árabes
cada vez más
al Sur.
Desde el 714
hasta el
756, la
Península
Ibérica
constituyó
una
provincia
del Islam
bajo la
soberanía de
los califas
Omeyas. La
capital de
al-Andalus
estuvo
situada
inicialmente
en Sevilla,
pero luego
quedó
definitivamente
establecida
en Córdoba.
Al-Andalus, de emirato
dependiente a califato
Con el
tiempo, la
corrupción y
la
relajación
moral
empezaron a
adueñarse de
los
dirigentes
Omeyas,
dando origen
a un estado
de
descontento
entre los
musulmanes
más
puritanos,
que
culminaría
en el 749,
cuando Abu
al-Abbas
(721 - 754),
descendiente
de la
familia de
Mahoma, se
hace con el
poder del
califato en
un cruento
golpe de
fuerza,
iniciando la
dinastía de
los Abasíes
con capital
en Bagdad.
Para
salvaguardar
su victoria,
al-Abbas
ordenó matar
a todos los
miembros
supervivientes
de la casa
Omeya, cosa
que, como
veremos, no
logró.
En efecto;
de la
terrible
matanza de
que fueron
objeto los
Omeyas,
logró
escapar el
príncipe Abd
al-Rahman,
que,
fugitivo por
tierras de
Siria y
África,
llega a
España,
donde,
ayudado por
la nobleza
partidaria
de su
familia,
derrota al
emir Yusuf,
dependiente
de Bagdad, y
crea un
nuevo Estado
árabe con
sede en
Córdoba,
conocido
como Emirato
Independiente
(756).
Abd
al-Rahman
(756-788)
adquiere el
título de
Emir y
desarrolla
una política
independiente
del poder
abbasí,
aunque
religiosamente
se sentía
vinculado al
califa de
Bagdad. Ocho
emires se
sucedieron
del 756 al
929, en una
época
oscurecida
con diversos
levantamientos
muladíes
(cristianos
convertidos
al Islam) y
mozárabes
(cristianos
que no
llegaron a
negar sus
creencias
como lo
hicieron los
muladíes),
que Abd
al-Rahman I
reprimió
drásticamente.
Le cabe la
gloria de la
construcción
de la
Mezquita de
Córdoba.
Del
Califato de
Córdoba a
los Reinos
de Taifas
El emir Abd
al-Rahman
III
(912-961)
consideró
que, al ser
descendiente
de los
antiguos
califas
Omeyas de
Damasco,
podía, por
derecho,
fundar un
nuevo
califato,
para, de
esta manera,
independizarse
también en
el aspecto
religioso
(políticamente
ya lo era)
del califato
Abbasí. Así
lo hizo
cuando
corría el
año 929. De
este modo,
Abd
al-Rahman
III
(912-961)
fue el
último emir
del Emirato
Independiente
y el primer
califa de la
España
musulmana,
con los
mismos
poderes
políticos y
religiosos
que el
califa del
Bagdad.
En el año
976, Hisam
II deja el
ejercicio
del poder en
manos de su
lugarteniente
Almanzor,
que organiza
un gran
ejército y
guerrillea
continuamente
con los
cristianos,
sobre todo
por la zona
del valle de
Duero,
consiguiendo
numerosos
triunfos,
pero, unidos
los
ejércitos de
Castilla,
León y
Navarra, es
derrotado y
muerto en
Calatañazor
(Soria), en
el año 1002.
La muerte de
Almazor fue
la señal del
fin del
esplendoroso
Califato de
Córdoba, que
culminará en
1031 con su
disolución y
la formación
de
minúsculos
Estados,
llamados
Reinos de
Taifas.
Todas las
grandes
familias
musulmanas
andalusíes
quisieron
hacerse con
el mando del
territorio
que tenían
bajo si
influencia
o, al menos,
de su
ciudad, y
así fue como
surgieron
una veintena
de pequeños
Estados
independientes
llamados
Taifas, que
fueron
grandes
centros de
cultura, en
franco
contraste
con su gran
debilidad
militar. Es
un periodo
de reyes
débiles con
cortes
fastuosas.
Granada,
Sevilla,
Toledo,
Badajoz y
Valencia
fueron
algunos de
los Taifas
más
destacados.
Estos
débiles
reinos
taifas
intentan
sobrevivir
como pueden
frente a la
creciente
presión
cristiana,
ya pagando
tributos, ya
llamando a
otros
pueblos en
su ayuda.
Así, cuando
Alfonso VI
(rey de León
y Castilla)
conquista el
reino de
Toledo en
1085, se
expande
entre los
Taifas una
alarma de
peligro de
ser
totalmente
sometidos
por los cada
vez más
potentes
reinos
cristianos
(además, son
los años del
mítico Cid
Campeador).
Para evitar
lo que les
parece una
caída
generalizada,
los
reyezuelos
de los
Taifas
deciden
solicitar la
ayuda de los
almorávides,
tribu
musulmana
muy
guerrera,
tremendamente
integrista e
intolerante,
que ya
habían
formado un
imperio
poderoso por
todo el
Norte de
África. Los
almorávides
enviaron un
ejército,
que, al
mando de su
emperador
Yusuf ibn
Tasufin,
derrota, de
manera
sucesiva, a
los
cristianos
en las
batallas de
Sagrajas
(1086),
Aledo
(1092),
Consuegra
(1097) y
Uclés
(1108).
Después
ocurrió lo
que los
soberanos
taifas se
temían:
aunque
frenaron el
avance
cristiano y
recuperaron
territorios
que sus
hermanos
andalusíes
habían
perdido,
pronto los
almorávides
expulsaron
del poder a
los
distintos
reyezuelos,
unificaron
al-Andalus y
la
incorporaron
a su
imperio.
Sin embargo,
los
almorávides
apenas
estuvieron
en el poder
sesenta años
ya que se
encontraban
presionados
desde tres
frentes: por
los propios
musulmanes
andalusíes,
en contra de
un gobierno
muy estricto
tanto en
aspectos
económicos
como
culturales;
por las
hostilidades
del rey
navarro-aragonés
Alfonso I el
Batallador,
que los
expulsa del
valle del
Ebro (1118),
y por
constante
amenaza de
invasión por
parte de una
nueva secta
musulmana,
los
almohades,
que había
logrado
imponerse en
todo el
Norte de
África
sustituyendo
el poder de
los
almorávides.
La
incidencia
de estas
circunstancias
ocasiona que
el reino
almorávide
andalusí se
desintegre
otra vez en
unos
efímeros
segundos
reinos de
Taifas
(1145),
gobernados
por los
líderes
almorávides,
que terminan
por ser
sometidos
uno a uno
por los
almohades.
La invasión
almohade
Los
almohades,
tras haberse
sublevado
contra los
almorávides,
se habían
apoderado de
todo el
Norte de
África hacia
1130, dando
fin al
imperio que
estos habían
formado, que
fue
sustituido
por el
Imperio
Almohade.
Victoriosos
en África,
los
almohades
emprenden la
invasión de
Al-Andalus
(1146) y,
después de
cruentas
luchas,
logran
someter a
todos los
reinos o
núcleos
independientes:
la España
musulmana
queda de
nuevo
unificada y
el centro de
poder pasa
de nuevo a
Sevilla. Sin
embargo,
tampoco
llegaron a
gobernar
durante un
periodo de
tiempo
extenso
(apenas 65
años). Los
almohades se
encontraron
con un
problema de
importancia
capital, la
Reconquista,
empresa
cristiana
que nunca
pudieron
frenar
realmente.
No obstante,
en 1197
conciertan
una tregua
con los
reinos
cristianos,
que dura
algo más de
una década.
Alfonso
VIII de
Castilla,
llamado “el
de las
Navas”
A comienzos
del siglo
XIII, la
Península
Ibérica se
dividía
territorialmente
en los
siguientes
dominios: la
mitad norte
se
fraccionaba
en los cinco
reinos
cristianos
de Portugal,
León,
Castilla,
Navarra y
Aragón, y el
Sur y
Levante
estaban bajo
dominio
almohade;
entre ambas
zonas, a
modo de
frontera,
existía un
extenso
territorio
casi sin
población en
el que los
almohades
levantaron
un gran
número de
fortalezas
defensivas
para frenar
el avance
cristiano.
Durante esta
época, el
reino
cristino que
más combatió
contra los
almohades
fue
Castilla,
cuyo rey,
Alfonso VIII
(1158-1214),
decidió
convertirse
en
abanderado
de la causa
reconquistadora,
que se había
paralizado
tras la
tregua de
1197,
batallando
en varias
ocasiones
con los
musulmanes-almohades.
Sintiéndose
suficientemente
fuerte, tuvo
la audacia
de presentar
él solo
batalla a
los
norteafricanos,
pero su
inexperiencia
le costó la
estrepitosa
derrota de
Alarcos y la
pérdida de
la plaza de
Calatrava,
ambos
eventos en
1195.
Fue por
entonces
cuando se
empieza a
hablar de
una gran
batalla
entre el
bando
cristiano y
el musulmán,
enfrentamiento
que
decidiría
gran parte
del futuro
de la
Península.
La
confrontación
parecía tan
inevitable
como
necesaria, y
ambos bandos
empezaron a
prepararse
para la
batalla.
Alfonso VIII
no vivía
para otra
cosa que
para tomarse
la revancha
de Alarcos y
propiciar a
los
musulmanes
un golpe de
tal
envergadura
que no
pudieran
volver a
levantarse.
Para ello
necesitaría
un ejército
imponente, y
él no lo
tenía.
Además, sólo
contaba con
la amistad
del reino de
Aragón y
temía que
León y
Navarra,
recelosos
del poderío
que estaba
alcanzando
Castilla,
atacaran su
reino si se
marchaba con
todo su
ejército
hacia el Sur
para luchar
contra los
almohades.
Por ello,
solicitó
ayuda al
papa
Inocencio
III, y éste
accedió sin
muchas
vacilaciones.
El Papa
proclamó una
cruzada
contra los
musulmanes,
y prometió
conceder
‘indulgencia
plenaria’ a
quienes
acudiesen a
la Península
a luchar
junto a los
cristianos
de la zona.
Solicitó a
los reyes de
Navarra y de
León que
aplazasen
para otro
momento sus
disputas
personales
con Alfonso
VIII y se
unieran a
los
castellanos
en favor de
la causa
común. Al
tiempo, les
advertía de
que, en caso
de
aprovechar
la guerra
para invadir
Castilla,
serían
excomulgados.
Desde toda
Europa, pero
sobre todo
desde
Francia, se
dirigieron
hacia España
miles de
personas
pertenecientes
a todas las
clases
sociales:
nobles,
hidalgos,
caballeros,
villanos...
Del ámbito
peninsular,
Navarra,
Aragón y
Portugal
accedieron a
combatir
junto a
Castilla,
pero Alfonso
IX de León
decidió no
formar parte
del ejército
cristiano,
aunque,
teniendo en
cuenta la
advertencia
papal, se
comprometió
a respetar
la
integridad
del
territorio
castellano.
|
|
|
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Batalla de las Navas de Tolosa tuvo lugar el 16 de julio 1212. |
|
La batalla
de las Navas
de Tolosa
El punto de
partida era
Toledo. Allí
se
concentraron
en la
primavera de
1212 todos
los
ejércitos
cristianos:
Alfonso VIII
de Castilla,
Alfonso II
de Portugal,
Pedro II de
Aragón,
Sancho VII
de Navarra y
los cruzados
europeos,
todos
dispuestos a
partir hacia
el Sur y
derrotar a
los nuevos
invasores.
En el camino
hacia
Andalucía
conquistaron
diversos
sitios y
fortalezas
almohades,
entre las
que cabe
destacar la
gran
fortaleza de
Calatrava.
En la
conquista de
la esta
fortaleza,
Alfonso VIII
dejó
retirarse
sin ningún
castigo a
muchos de
los
musulmanes
que la
custodiaban,
lo cual
suscitó el
descontento
de un gran
número de
cruzados,
muchos de
los cuales,
debido a
esto y a que
venían
agotados por
la escasez
de alimentos
y por el
calor del
verano
peninsular,
decidieron
volver a sus
países de
origen,
reduciendo
significativamente
los
efectivos
del ejército
cristiano.
El día 13 de
julio de
1212, el
ejército
cristiano se
encontraba
muy cerca de
donde se
llevaría a
cabo la
batalla
final, tan
solo
separado del
ejército
rival por el
desfiladero
o paso de la
Losa (Sierra
Morena),
fuertemente
custodiado y
estudiado
por los
almohades.
El
desfiladero
era un lugar
tan angosto
que un
regimiento
de pocos
efectivos
con pleno
conocimiento
de la zona
podría
derrotar a
cualquier
ejército de
la época que
se atreviese
a cruzarlo.
Por tanto,
la alianza
cristiana
tenía dos
opciones:
avanzar por
aquel
estrecho
paso, lo que
a ciencia
cierta
provocaría
infinidad de
pérdidas, o
retroceder
las líneas,
bajar Sierra
Morena e
intentar
buscar otra
ruta que no
estuviera
custodiada
por los
enemigos.
Después de
muchas
discusiones,
Alfonso VIII,
como
dirigente
del ejército
cristiano,
dijo las
siguientes
palabras
ante sus
cabecillas:
«Retirarnos
supondrá
agotar y
desalentar a
nuestras
tropas;
además,
seguramente
no exista
otro paso
que no esté
custodiado
por el
enemigo, y,
confío en no
sufrir
demasiadas
pérdidas,
por lo que
decido
proseguir
nuestro
camino por
el paso de
la Losa». El
ejército
sabía lo que
esta
decisión
podría
suponer,
pero,
armados de
valor y
convencidos
de la
necesidad de
abatir la
amenaza
almohade,
decidieron
seguir las
órdenes del
rey
castellano.
En las
crónicas
cristianas
se cuenta
que lo que
ocurrió
varias horas
después de
tomar tan
importante
decisión,
fue un
milagro obra
del propio
Dios. Afirma
la tradición
que un
pastor de
cabras se
presentó
ante Alfonso
VIII
señalándole
un camino
que
aseguraba no
estar
vigilado por
los
almohades.
Alfonso VIII
confió en el
pastor y
envió a una
cuadrilla de
soldados
liderados
por el
general
castellano
Diego López
de Haro a
comprobar
tal sendero.
Acreditaron
que el
pastor
llevaba
razón. Al
día
siguiente,
el ejército
cristiano
levantó el
campamento y
se puso en
camino hasta
llegar a una
meseta (Mesa
del Rey),
donde
acamparon
por última
vez antes de
la gran
batalla.
La mañana
del 16 de
julio de
1212 tuvo
lugar la
batalla en
un llano
llamado
“Navas de
Tolosa” o
“Navas de la
Losa”, cerca
de la Mesa
del Rey y
del paso de
la Losa,
enclaves
donde un par
de días
antes se
encontraban
frente a
frente los
cristianos y
los
almohades,
respectivamente.
Actualmente
existe en el
mismo lugar
de la
contienda
una aldea
que lleva el
mismo nombre
que el llano
y que daría
nombre a la
batalla;
cerca de
este lugar
también se
encuentran
los
municipios
jienenses de
La Carolina
y Santa
Elena.
El ejército
cristiano,
formado por
unos 70.000
hombres, se
colocó en
formación de
ataque
estructurado
en tres
columnas. En
la columna
central se
encontraban
los
castellanos
y los
cruzados
europeos que
quedaban
después de
la espantada
general que
tuvo lugar
tras el
asedio de
Calatrava, a
la izquierda
se
encontraban
los
aragoneses y
a la derecha
los
navarros. A
su vez, cada
columna
estaba
dividida en
tres líneas:
vanguardia,
media y
retaguardia.
Las tropas
musulmanas
las
constituían
unos 150.000
soldados,
dispuestos
en cuatro
líneas, una
tras de
otra: la
primera
línea estaba
formada por
andalusíes
del pueblo
llano; la
segunda, por
árabes y
beréberes
(etnias
musulmanas
que vinieron
a Al-Andalus
con la
invasión
almohade);
la tercera,
por el
grueso del
ejército
almohade y,
por último,
la guardia
personal de
Mohamed
al-Nasir, el
rey
almohade,
constituida
por 10.000
negros que
formaban con
sus picas un
verdadero
muro de
hierro en
torno a la
tienda real,
sólidamente
protegida
por gruesas
cadenas de
hierro.
Fue Diego
López de
Haro, al
mando de la
vanguardia
castellana,
quien empezó
el ataque
cristiano.
Con la ayuda
de la línea
media
castellana y
la
vanguardia y
parte
central
aragonesa
consiguió
doblar las
dos primeras
líneas del
ejército
musulmán.
Nadie se
explica hoy
cómo pudo
conseguir
tal hazaña,
ya que la
diferencia
de hombres
en ese
primer
choque era
abismal. Fue
entonces
cuando
intervinieron
los
almohades,
provocando
un duro
golpe a
López de
Haro y los
que habían
quedado con
vida.
Al notar el
retroceso de
los
cristianos,
Alfonso VIII
se coloca al
frente de
sus
caballeros e
infantes e
inicia una
carga
decisiva
junto con
los reyes de
Aragón y
Navarra que,
a su vez,
cargan a una
contra los
flancos del
ejercito
musulmán.
Este acto de
los reyes y
caballeros
infundió
nuevos bríos
en el resto
de las
tropas y fue
decisivo
para el
resultado de
la
contienda.
En un
frenético
empuje, los
cristianos
hacen
retroceder a
los
almohades
hasta el
punto mismo
en donde se
encontraba
el rey
al-Nasir,
que vio cómo
sus tropas
eran
derrotadas
de forma
abrumadora,
provocando
la
desbandada
total de los
soldados. En
este punto,
cuenta la
tradición
que el rey
Sancho de
Navarra
atravesó sus
últimas
defensas y
rompió el
férreo cerco
de cadenas
que rodeaba
la tienda.
Al ver el
giro que
tomaba la
contienda,
al-Nasir
ordena tocar
retirada y
huyó
precipitadamente
hacia Jaén.
Se dice que
fue tal el
desastre,
que el rey
almohade
tuvo que
utilizar un
burro para
poder
escapar de
la muerte.
Los
ejércitos
cristianos,
agotados por
la batalla,
decidieron
volver a sus
territorios
respectivos,
desaprovechando
las ventajas
que les
brindaba una
victoria
así. No
obstante, el
objetivo de
la campaña,
abatir para
siempre el
sistema
defensivo
musulmán, ya
estaba
conseguido,
al tiempo
que quedó
afirmado
como
frontera
cristiana el
borde de
Sierra
Morena, de
manera que
la presencia
musulmana en
la Península
quedaba
reducida,
prácticamente,
a lo que hoy
es
Andalucía.
De las
Navas de
Tolosa a
Granada
La batalla
de las Navas
de Tolosa
contribuyó
nuevamente
al
desmembramiento
de Al-Andalus
en reinos de
Taifas, lo
que
favoreció
que fuesen
cayendo uno
tras otro
ante el
irrefrenable
empuje
cristiano,
hasta quedar
como último
vestigio
musulmán el
reino de
Granada (que
comprendía
parte de las
actuales
provincias
de Granada,
Málaga y
Almería),
gobernado
por la
dinastía
nazarí. El
reino
sobreviviría
precariamente
hasta que
Abu Abd
Allah
Muhammad ibn
Alí o
Muhammad XII
(conocido
por los
cristianos
por Boabdil
“el Chico”),
último rey
musulmán
español,
entregó las
llaves del
reino a los
Reyes
Católicos y
se retiró a
África. Era
el 2 de
febrero de
1492. |