otas con destellos de plata golpean la
acera gris. Es un repiqueteo
intermitente con otras horas de antiguos
recuerdos.
En la esquina, dos pisadas por el agua
unidas, dos figuras por la sombra
enlazadas, dos formas unidas por la
proximidad menos distante de sus labios.
El goteo de la lluvia se torna melodía.
La calzada parece interpretar notas de
piano. La multicolor chapa de
estacionados coches convierte en
orquesta cada singular eco. El torrente
de un caño quiere acompasar de percusión
partituras.
Reflejos de neón, encerrados tras
cristales apagados, ansían emerger como
siluetas en la noche, circundando la
materia intangible de la esencia que
rodea a un sueño.
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Gotas con destellos de plata golpean la
acera gris. Es un repiqueteo
intermitente con otras horas de antiguos
recuerdos. |
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La esquina regala morada en la penumbra
frontera al ocaso del horizonte,
buscando compartir de un amor el
escalofrío musitador de baladas, al
abrigo de un conseguido anhelo.
Una farola enmarca la pasión de ese
abrazo, ofreciendo ante su halo la
mirada que vigila la fuerza aún no
gastada de dos corazones, jóvenes por la
arrebatadora energía de un frenesí
nuevo.
Dos ilusiones comparten la esperanza de
amanecer un día juntos, unidos por
sábanas traviesas ante la duda de un,
tal vez, futuro incierto, que recorta y
separa momentos entre del destino y el
devenir.
Murmullo de un tráfico circulatorio no
demasiado lejano, atrapando en su regazo
la realidad del instante, la certeza de
que la vida sigue fuera de ellos,
envuelta en rígidos horarios y
anteriores compromisos adquiridos con el
aún no olvidado ayer, citas desacordes
que el trabajo conlleva, soportes de la
encrucijada monótonamente consumista,
obligados a subsistir con el recuerdo de
otros lugares, otras gentes, otras
vacías circunstancias que ahora no
pueden importarles, pero que les
importunan con su asedio constante.
La sombra, atrapada por la
balada
del tintineo, entrelazada por manos ávidas,
buscando la senda antes recorrida de
curvas turgentes, sólo quiere sentirse
ausente por unos cortos segundos del
tiempo que las vio nacer, perseguir
únicamente un contacto que libere el
pensamiento del cansancio de la rutina
en la que, como condena diaria, está
inmerso el cotidiano ser, ausentarse de
la espada mecanográfica que, en otras
aún no descansadas horas, atenazó su
entraña absorbiendo la alegría obtenida
tras despertar en la mañana.
La figura vertical, apoyada en la pared
anónima que ha servido de sujeción en el
pasado a mil, tal vez más pudorosa o
románticamente unidos, anteriores
cuerpos, siente el cercano llegar, con
desazón esperado, del improrrogable
espacio de tiempo que les verá
separarse.
Magnitudes etéreas que controlan, con
severa exactitud, el paso férreo y
presuroso de la aguja del reloj nunca
durmiente. Entes intangibles devoradores
del presente y de ilusiones no acabadas,
espacios transformados en instantes
inoportunos que recortan, con ya mustios
intereses, la inconexa proximidad de un
antes no recordado futuro.
La campana patinada de verde esperanza,
forjada por el sudor y el esfuerzo de
mil martilleos constantes, anunciadora
de mil perdidos acontecimientos,
notificativa de mil olvidados antiguos
encuentros en el pasado, ahora,
retumbando como de guerra cañones,
constata la presencia del instante de la
separación.
Sonidos que parecen resquebrajar la
noche antes emergida entre sinfonías.
Notas castigadoras que se adueñan del
tiempo, cercando con ecos cegadores
momentos implorantes por no surgir.
Estallidos, como bombas inalterables,
golpeando los latidos acelerados de dos
corazones protegidos por coraza de
sombra.
Surcos en la noche que se convierten en
designio demarcador de la realidad y en
desvarío de la fantasía alada.
La sombra implora recoger en su abrazo
hasta el último respiro enamorado de ese
anterior mágico momento, apresando con
prisa las terminales caricias, antes de
encontrarse con el duelo de la pausa
eterna que rige el adiós.
Penetran en la mente los recuerdos de
las obligaciones del mañana, de las
horas sin sueño que restan, de los
problemas aún sin resolver, de la
laboral cita que no sabe ni quiere
esperar.
Ya los cuerpos se separan, todavía por
los brazos unidos, fundidas aún las
áureas, apasionados todavía los
corazones por las próximas presencias,
cansados ya los labios por la fruición
sin pausa, anhelantes aún, no henchidos,
deseando otra vez unirse.
Dos palabras llenan el aire, acarician
el aire, despiertan el aire a la vida no
lejana de un futuro tal vez distante.
—Hasta mañana.
Los cuerpos se separan totalmente, se
rompen los lazos de las manos, se corta
la esencia del abrazo.
Todavía persiste el olor del otro en el
uno, aún continúa el calor del otro en
el uno, todavía sigue la presencia del
otro en sus labios.
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Siguen golpeando gotas con destellos de
plata la acera gris. |
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Una mirada conecta dos entrañas en la
suma de una ilusión, dos iris invadidos
por destellos de pasión, dos ojos
reflejando el interior del corazón,
regalando un encantador hechizo con el
que combatir la fría noche, con el que
soportar el solitario amanecer, con el
que afrontar las amargas contingencias
del día en la ausencia del cuerpo amado.
Siguen golpeando gotas con destellos de
plata la acera gris.
Dos sombras separadas caminan despacio
por la calle, siguiendo sentidos
contrarios, llevando esperanzas iguales.
Dos sombras enamoradas están separadas
por una acera gris, y gotas con
destellos de plata constituyen barrera,
frontera que crece con cada pequeño
espacio de tiempo entre sombra y sombra,
entre corazón y corazón, alargando la
distancia que separa el hoy del mañana,
dividiendo en mil instantes la lejana
hora de un no ahora cercano encuentro.
Y el gris de la calle, de la noche, de
la acera, es ahora presagioso de las no
coloridas horas que aguardan, de la
monotonía que impera en la senda de esas
sombras, del hastío que domina en el día
a esos seres cuando su amor está
ausente.
Sólo queda el recuerdo, sólo los mágicos
segundos ya vividos, renovadores de
anhelos a la espera de ser cumplidos.
La lluvia ha perdido sus halos de plata,
toma ahora únicamente el tintineo que
moja la ropa e incomoda los pasos. Ya no
quedan esencias de esos labios amados en
sus bocas, se han esfumado los olores
del cuerpo del ser amado.
Ahora sólo persiste la lluvia gris, la
calle mojada y la desazonadora vereda de
vuelta a casa.
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