N.º 66

MARZO-ABRIL 2010

4

    

    

   

   

   

   

   

CAMINO DE REGRESO

   

Por  María Eugenia Caseiro

   

   

Y

 deliciosamente la visión transcurre cuando parco y soberano en su desidia, dormita el reloj sobre un cúmulo de huata. Entonces, la ceiba se extiende en múltiples brazos hasta alcanzar su sombra, el tapiz matizado de hojas que acolchan el pie gigante buscando la humedad de la tierra. Los fantasmas juegan, niños del ayer, sin atreverse a escapar de las inmediaciones, en los aleros de fronda que transitan del verde hasta un marrón inigualable.

El árbol es camino sin límite; allí, los primos, las hermanas, las abuelas con rostros lamidos por la voracidad del tiempo... son espectros de encaje malvavisco que estrujan un tanto la voz después de vaciar los bolsillos en el sueño. El árbol, siempre el árbol con sus vainas de pelusas grises lanzándose al viento cardinal que espera en el sendero, el toque de una varita mágica. Un sol como de espuma gravita en la distancia, dibujándose el cono de luz en que la tarde se abandona en sus tonalidades y mis ojos a su visión etérea. A la hora del crepúsculo, todo ha de transformarse en chispas, en tonos cebolla, en dorado llameante.

    
     

 

El árbol es camino sin límite; allí, los primos, las hermanas, las abuelas con rostros lamidos por la voracidad del tiempo... son espectros de encaje malvavisco que estrujan un tanto la voz después de vaciar los bolsillos en el sueño.

    

Los primos, las hermanas, descienden de una nube de polvillo tornasol y huata. El viento desempolva sus trajes de guipur. De blanco y de celeste, descubren sus siluetas, que acrisolan un guiño cuando adivinan, bajo un rayo de sol colándose por entre las ramas, mi pelo naranja destellante.

Los primos se alegran cuando los caracoles brillan duros y repujados como lámparas; se pasean por el tronco de la ceiba dejando atrás una estela plateada en la corteza del árbol y luego sobrevienen como un regalo en la memoria. Entre risas y canciones descubren el aroma de otras casas que dicen son sus casas y llegan para balancearse en los ramajes de la ceiba al compás de aquellas notas que germinan tesituras felices y se andamian en el aire.

Las hermanas, con su aroma de humedad, con nimbos de chispas de colores, revuelven un rincón colmado de arañas, de insectos azules, de mariposas bergamota, de mariquitas rojas con sombrillas blanquinegras, de saltamontes esmeralda con sombreros negros de hebillas plateadas, de ranitas variopintas y lagartijas con pañuelos de grana.

Las abuelas, con los dedos entreabriéndose como gusanos rosados y dichosos en la tarea de juntar hormigas, escarabajos relucientes como cacerolas de nervios de plata y asas puntiagudas cual orejas de duende, saben escuchar las voces que llegan de otro tiempo, cuando el coro de la escuela va menguando y la sombra de la ceiba avanza, mezcla su perfil con el crepúsculo y alcanza la inconmensurable dimensión del tiempo.

El antojo de crecer enormes para llegar al copo del árbol y tocar el cielo en un camino de inflexiones, de escalas, de compases, consagran al tronco portentoso como el centro de la tierra. Con su cetro de música y ramas coronadas de lechuzas de un dorado irrepetible con ojos de diamante y plumas grises como perlas, la ceiba es hechicera que emplaza en sus confines ese trozo de dios tibio que ya se nos estaba quedado muerto, pero el reloj regresa de su extraña pereza: debe cumplir una encomienda.

Entonces, la luz que se evapora en gradaciones violeta, da paso a una oscuridad que huele tan húmeda como aquel corral del patio donde gallos y gallinas se encaraman en sus vigas favoritas para conciliar el sueño y el crestado escarlata va a esconderse debajo de las alas antes que la luna venidera logre enfriarles las patas.

La noche engendrada de cocuyos de luz verde volátil, avizora que crecimos por dentro. La voz del padre emana del atardecer y reclama a sus hijos obedientes marchando en pos de las campanas, apilando mantos de huata con los pies hasta cubrir las casas de las viudas negras.

Crecer es partir lentamente por la misma vereda en que la voz se abre y acaricia en cada rincón un tiempo con aromas de cena, con ese deje de ternura que se almizcla al son de las campanas, al llamado venturoso que convida, dulce, al olor de las guayabas, al sabor de la guanábana, del ciruelo del que pende una hamaca que, como la voz del padre, nos recibe camino de regreso. Hay en el crecer, encanto de caracola y playa reluciente, de aguacero y canto de tomeguines...

Saltar sobre el guijarro para eternizar el trayecto es renacer en los efluvios de maderas preciosas que emanan de la voz y lentamente, muy lentamente, dibujar cada movimiento sobre el aire perfumado, cada pisada en la senda. A veces, crecer, es detenerse y esperar que surja de nuevo aquella voz que indica el camino de regreso.

   

   

 

    

 

 

María Eugenia Caseiro (La Habana, Cuba). Poeta y escritora, reside actualmente en Estados Unidos. Integra la Muestra Permanente de Poesía Siglo XXI de la Asociación Prometeo de Poesía y es miembro del Instituto Nacional de Periodismo (INPL) y del Foro Internacional para una Cultura una Literatura para la Paz (IFLAC). Ha colaborado en diversas antologías: Famous Poets Society (1997, 2000), Hollywood Diamond Hommer Trophy (1998), Nueva Poesía Hispanoamericana (2004, 2005 y 2006), Paseo en Verso (Méjico, 2005) y Poesía Femenina Hispanoamericana: El Rastro de las Mariposas (2006). Ha sido galardonada con el Premio Publicación ‘La Porte des Poètes’ 2005 (París), el Premio Estadístico 2006 de Poesía y Relato en el Concurso Internacional Mis Escritos Lanuz (Argentina), la Mención de Honor en el Certamen Internacional de Poesía César Vallejo de Londres 2006, y el Primer Premio género Cuento y Primera Mención de Honor género Poesía Artesanías Literarias 2007, entre otros. Su labor literaria ha sido reconocida con la Orden de Periodismo José María Heredia 2007 (INPL, California, USA). Sus textos se encuentran difundidos en la Red y han sido traducidos a varios idiomas. Colabora con diversas revistas y diarios digitales.

    

    

GIBRALFARO. Revista de Creación Literaria y Humanidades. Publicación Bimestral de Cultura. Año IX. II Época. Número 66. Marzo-Abril 2010. ISSN 1696-9294. Director: José Antonio Molero Benavides. Copyright © 2010 María Eugenia Caseiro. © 2002-2010 Departamento de Didáctica de la Lengua y la Literatura. Facultad de Ciencias de la Educación. Universidad de Málaga.

    

    

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